Lecciones de estética samuelina II: “¿Por qué los globos tienen curitas?”

Lecciones de estética samuelina IIa

Andréi Rubliov”, la película de 1966 que hizo el director de cine Andréi Tarkovski sobre el pintor de iconos ruso del siglo XV, comienza con un corta alegoría: desde la punta de un templo un hombre se lanza al vacío amarrado de la cintura a un burdo globo hecho con retazos de tela vieja. En tierra se ve una lucha, algunos hombres sueltan los amarres mientras otros, recién llegados, los agarran para detenerlo, pero el hombre se aleja del templo: “¡Estoy volando! ¡Estoy volando!” dice. El vuelo se mantiene por unos momentos hasta que el globo cae estrepitosamente a la orilla de un charco de agua; hay un corte y sigue un plano de un caballo tumbado que se revuelca grávido, imposible escapar del suelo. En una nueva escena se ve al tripulante accidentado inmóvil y tendido cual ancho es, el globo se desinfla, su aire caliente hace burbujas en el agua. Esta secuencia introduce una de las mejores películas hechas sobre arte, una reflexión metódica y poderosa sobre las transacciones que hay entre los artistas y el poder, sean Dios o el Zar de turno.

¿Cómo se educa a un pueblo alcohólico, analfabeta y místico? Con iconos. El alcalde Samuel Moreno se reunió con su secretario Yuri Chillán y el poeta William Ospina para oficiar una sesión de “brainstorming”: buscaban iconos para celebrar el bicentenario de la independencia con los ciudadanos de su “Bogotá Positiva” y la “tormenta de sesos” se les fue en echar globos:

— “Nos pareció que los globos son suficiente símbolo de fiesta, de lo que pueden el ingenio humano, y su capacidad de superar las limitaciones y de soñar con libertad.”— dijo Ospina con lirismo parrandero.

—“Recordábamos aquella sentencia de Leonardo Da Vinci de que «volar es dejar de ser uno y acercarse un poco a Dios” […] “pero faltaba un componente esencial para motivar la reflexión colectiva sobre el Bicentenario: los artistas.”— dijo Chillán, invocando arte y religión, ofreciendo al público capitalino un placebo que reemplace quizá otras esferas místicas esas sí necesarias y aclamadas por el pueblo: la subida a Monserrate, cerrada por la Alcaldía, primero por razones de seguridad y luego por desidia y para repartir la franquicia lucrativa del camino en la piñata clientelista.

—“Queríamos que reprodujeran las efigies de los próceres, pero los artistas escogieron otros temas, y el que más representaron fue el agua. Al comienzo pensamos que era un error, pero ahora sentimos que, como de costumbre, los artistas no se equivocaron. El agua es el pasado y es el futuro, el agua es el más claro símbolo de una naturaleza a la que tenemos que comprender, proteger y aprovechar de un modo responsable.”— dijo Ospina, invocando un salmo ecológico de predicador que le saca lágrimas al rebaño: ¡Milagro, agua, agua…!

—“Con el concurso incondicional de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deportes y la Fundación Gilberto Alzate Avendaño logramos convocar a 24 de los más importantes artistas plásticos de hoy”— dijo Chillan, y Moreno añadió: “En total son 24 artistas los que hacen parte de este vuelo del Bicentenario. Cada uno nos hizo una obra original para esta fiesta y gracias a que nos entregaron los derechos de reproducción de cada pieza, pudimos utilizarlas para adornar los globos del Vuelo de la Libertad”. Los “más importantes artistas plásticos de hoy”: los que pintan árboles y mariposas, caballos de plástico y banderas: Arborizarte, Animarte, Eqqusarte, en resumen, los banderizos. Y para que cada artista se inspirara hubo algo más que el servicio a la patria: cinco millones de pesos.

Los globos volaron el día de la fiesta del 20 de julio, no fueron los cien que habían prometido en junio, al final solo fueron 43, unos volaron por poco tiempo, otros no, pero fue una gran espectáculo. En el parque Simón Bolívar un niño, que parecía salido del cuento “El Traje del emperador”, le preguntó a su mamá: “¿Por qué los globos tienen curitas?” Los globos, sacados de todas partes, ya traían sus colores y figuras impresas, y para colgarles la información publicitaria del día les pegaron “curitas”: letreros de tela impresos que luego el viento destempló; algunos de los anuncios eran legibles, otros no.

Los mensajes legibles eran los de la publicidad, los ilegibles los del arte. Ni siquiera pasó lo que en las estaciones de Transmilenio con la campaña “TransArte” donde el nombre de un champú anticaspa parece ser el título de cada una de las obras de Nadín Ospina, Ana Mercedes Hoyos y Carlos Jacanamijoy: “Clear”, dice claro y grande bajo cada una de ellas. No, aquí se veían por un lado los logos de franquicias privadas y empresas del Distrito y por el otro los artísticos manchones que supuestamente fueron impresos por “expertos en Brasil y México”. “Por eso, precisamente” dice Moreno “‘El Vuelo de la Libertad’ debe constituir un hito estético y social para traer al presente la figura de los hombres y las mujeres que hicieron posible para los pueblos de América el ideal libertario.” ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?, se pregunta uno.

Y fue un “hito estético y social”: social porque a falta de otros planes (por ejemplo, subir a Monserrate), miles encontraron un plan místico de altura para englobar el festivo; y estético en lo publicitario porque muchas empresas pudieron obtener lo que un boletín de prensa de la Alcaldía les prometía: “réditos por una inversión publicitaria que llegará a los ojos de millones de personas en Bogotá, en directo, y en el mundo, gracias a los medios de comunicación.”

Así como los políticos (y ahora los poetas) piensan que hay que meterle pueblo a la política, también hay que meterle arte a cualquier evento (el “componente esencial”), no importa si las obras se ven o no. La única manera de apreciar las estampitas es comprando la revista Semana que en una separata conmemorativa publica un artículo titulado “Los artistas del Bicentenario” donde además de imágenes se leen las declaraciones “independentistas” de algunos de los héroes de la plástica: Ana María Rueda resalta “el dolor de un río enfermo” a punta de photoshop sobre un mapa del río Magdalena; David Manzur dice que “cualquier cosa que se haga desde el arte contibuye…”;  Maripaz Jaramillo descubrió otra vez a Manuelita Saenz; Franklin Aguirre pensó desde un “punto de partida conceptual” y le hizo un retrato a Sucre; Ana Mercedes Hoyos pinto a Zenit Urrola, palenquera cartagenera a la que define como “su modelo”, “su amiga”, “su comadre”, una “mujer encantadora”, y añade: “Hay que echar mano del poder de la imagen para ver la realidad de los afrodescendientes en Colombia que, a pesar de ser casi el 30 por ciento de la población, siguen estando marginados, siguen siendo segregados”.

Pero la afrodescendiente resultó otra vez segregada… su imagen frondia y arrugada fue impresa a una escala mínima, arandela, un espectro más al servicio del pavoneo paternalista de los criollos ilustrados que participaron de esta gesta. La obra más legible pudo ser la de Gustavo Zalamea, que dibujó en blanco y negro dos globos que decían “NO”. Y explicó por qué: “NO fue la palabra clave para oponerse a la arbitrariedad colonialista. Se puede afirmar que ella desencadenó toda la serie de acontecimientos que desembocaron en la Independencia. Es una palabra tajante que implica resistencia ante cualquier poder que se impone por la fuerza”. Pero ante la forma tan chambona como fue expuesta la obra, el único gesto coherente habría sido decirle NO al sancocho estético organizado por el Alcalde.

En la misma separata de la revista hay un artículo titulado “Ciencia y política en la Independencia” del historiador Mauricio Nieto donde el lector (por fín) no es irrespetado y encuentra un atisbo crítico que contribuye a entender no solo el pasado de nuestros criollos ilustrados sino también el presente de Moreno, Ospina, Chillan y compañía: “Una mirada más cuidadosa de las prácticas y los discursos científicos  de españoles y criollos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX nos muestra una cara de la Ilustración americana menos luminosa, sus renovadores emblemas de libertad se confunden con los poco revolucionarios ideales de distinción, orden, control, exclusión y dominación.”

O si querían ponerse creativos podrían haber impreso otro tipo de mensajes en los globos, un surtido “selecto” de frases de nuestros “próceres de la patria” habría bastado, dos por ejemplo:

“Indio bárbaro, poco distinto de las fieras, pasa tristemente su vida en las más espesas selvas, sin idea de religión, gobierno, industria, ni comercio; subsiste de la caza, y pesca de los frutos, que voluntariamente le presenta la naturaleza”.
—Jorge Tadeo Lozano

“Entiendo por Europeos, no solo los que han nacido en esa parte de la tierra, sino también sus hijos, que conservando la pureza de su origen jamás se han mezclado con las demás castas. A estos se conoce en América con el nombre de Criollos, y constituyen la nobleza del Nuevo continente cuando sus padres la han tenido en su país natal”.
—Francisco José de Caldas

Las lecciones de estética samuelina no parecen acabar aquí, mientras los globos se desinflan el heraldo Ospina anuncia nuevos embates de la plasta, perdón, de la plástica oficial: “Queremos ver entrar de nuevo en Bogotá, convertido en obras de arte, en fiesta de las culturas, al ejército libertador, esculpido en barro y acompañado por esas gentes de todas las regiones que hoy son la gran ciudad.”

Lecciones de estética samulina IIB

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