Tuve la oportunidad de ver y disfrutar la exposición “Sin remedio” el año pasado. Se me hizo tan interesante toda la estrategia alrededor de la muestra y el concepto que maneja la galería Alcuadrado que la respuesta natural fue escribir un texto que tenía como destino participar en una convocatoria española. En esa ocasión no logré resolver algunos apartes del texto mismo y por lo tanto fue imposible cumplir con ese propósito.
Meses más tarde surgió la convocatoria anual que hace Mincultura en asocio con Uniandes llamada Premio (Nacional) de Crítica (de arte) y creí que era la oportunidad perfecta para resolver esta deuda. De nuevo se interpuso en este noble propósito las fatalidades del tiempo y las ecuaciones que impone la responsabilidad de editar una publicación, con sus insalvables compromisos de cierre y fecha de entrega final.
En diciembre del año pasado – más exactamente el 24 – Juan Gallo me concedió una entrevista telefónica bastante extensa para un día tan particular, que me hizo presentir en él a un hombre generoso y cálido.
El siguiente texto estaba destinado para participar en el PNC y para liberar un poco la amargura que en su momento significó el no poder entregarlo en las fechas definidas por el comité organizador del PNC, envío estas notas críticas (¿alcanzan tal dignidad?) divididas hasta el momento en tres actos que espero enviar cada semana a partir de la publicación de esta primera nota.
Society functions, and always has, without the artist.
No artist has ever changed anything for better or worse.»
Georg Baselitz
Primer Acto
Existe en el pensamiento cultural la proposición alternativa que se plasma en una apariencia estable al configurar un estado frenético por fuera de lo real, mediante la posibilidad de instalarse con carácter cuasi definitivo en todo pensamiento que llega a revolotear por la mente del artista. En el pensamiento social puede ser una órbita manipulada por los provocadores profesionales, aunque estos últimos hayan desaparecido por un insufrible desprestigio atizado desde el conservadurismo militante.
Lo alternativo mira y encuentra respuesta en la diferencia. Aquello que es distinto puede estar signado por lo sobrenatural como cuando el río se sale de cauce e invade, más allá de sus riveras tradicionales, otros espacios y otras geografías creando confusión y tragedia. En diferentes ciencias lo alternativo se localiza por lo general en categorías que lo ubican por fuera de la normatividad establecida. Todo lo alternativo reclama para sí un lugar que no existe y como tal genera rechazo su solicitud porque amplía las barreras establecidas reconociendo que cualquier evento de este tipo desafía las convenciones fundadas. Se convierten en actos de provocación porque el código donde habita la costumbre sufre una trasgresión, es una invasión al territorio de lo conocido, es un desafío a la ley que rige los hábitos establecidos y por lo tanto hay que suprimirlo. Al menos esa es la respuesta inicial desde la posición del individuo integrado o desde el lugar del sujeto social acorde con la norma social imperante.
El espacio alternativo es un lugar novedoso y el arte alternativo es una posibilidad sin registro en la contabilidad de las cosas sensibles, por lo tanto este desfase exige su revisión, su reconteo, su análisis a la luz de las cosas que sobran o hacen falta dependiendo de la mira del observador. Mientras ello ocurre, el mundo deja de ser el mismo, pierde su confiabilidad, su certeza. Aquello que parece seguro y cierto en el horizonte tangible deja de serlo a la luz de los objetos y pensamientos alternativos, porque ellos traen consigo la negligencia y la energía para controvertir todo lo que antes se daba como un hecho cerrado, delineado -en apariencia- por unos límites irreductibles y soberanos.
El hombre alternativo es un ser insatisfecho consigo mismo, con el paisaje social que le rodea y con el más intimo de sus propios pensamientos. Vive en constante lucha consigo mismo, merodeando en algún lugar de su propio cuerpo y del cuerpo social que habita respuestas que incluyan la visión tenaz que lo atormenta. Su mente y su cuerpo habitan una esfera desolada en la medida que es cuasi habitada y sensiblemente solitaria.
Ser alternativo es empujar los límites, desafiar a los guardias fronterizos, esquivar sus advertencias hasta invisibilizar los mojones para que en un momento determinado, aquello que se creía determinaba unos términos y por tanto una certeza, por un instante aparezca como un sólo territorio nuevo y confuso a la vez, porque ya todo lo que se mira estará resignificado, se habrá convertido en un globo mayor que alza vuelo con las presunciones grávidas, elevando todo aquello en lo que se cree y que en un instante alternativo puede ser simple ilusión sin que la premisa de la esperanza se desvanezca.
Y es entonces cuando a lo alternativo lo prosigue el flujo.
Probablemente el mejor aliado del flujo sea el agua, en cualquiera de sus formas, pero especialmente en su forma líquida, sea río, lluvia, mar o marea. En su incesante correr por entre los pequeños canales que traza a la orilla de la calle -cuando es río tenue que forma la lluvia- bordeando la acera que permite imaginar a dónde irán los barquitos de papel que el niño dobla con su mano, mientras éstos siguen su camino golpeando la quilla allí y acá sobre el piso de hormigón peatonal. Todo es fluir posiblemente sea una de aquellas frases que algún novelista aconsejará nunca escribir por trillada, pero en lo trillado resuena la alarma repetitiva que hace demasiado obvia la verdad a secas, simple y llana.
La marea que viene y va, nunca siendo la misma, siempre marcando nuevos bordes en la arena, levantando una espuma distinta en cada vuelta, resonando extraña aunque probablemente componiendo una sinfonía completa en ese ir y venir desigual y azaroso.
¿Cómo fluye el arte? Su historia es acaso la mejor muestra de la manera en que destila su propio accionar o es la historia del arte una simple historia de hombres sensibles al servicio de hombres poderosos? Y en este fluir peligroso, gobernado por intereses que el hombre sensible siempre quiere desafiar, quedan los remansos, las zonas para respirar e invocar la siguiente lucha, la siguiente demanda como la ola atacando a la playa.
El arte puede ser un flujo permanente pero ¿en verdad fluye? Sus diferentes períodos vienen, se suceden unos a otros y en la mitad de su efusión descubre las propias mentiras que constituyen una parte de su naturaleza artificial, por eso el arte quisiera en su fluir dejar atrás al mar y adentrarse en el cuerpo terrestre, aparentemente real, que gobierna las voluntades contenidas en las ciudades y países que la marea observa desde la playa.
El agua toma todas las formas que se quiera darle y en ese filtrar de representaciones y contenidos que adquiere según el capricho de la naturaleza, recuerda a los objetos sensibles del hombre y que éste llama arte. Y estos fluyen también, van y vienen incesantes, móviles, inquietos, señalando las formas que esa otra naturaleza artificial le quiere dar, contorneando allí un dibujo, allá la voz del poeta, acá la intangible presencia que puede tener en el mundo de lo real, es decir, de la cultura, esa pequeña consola incorpórea, alucinante y en algunas ocasiones, simple caja de resonancia que roba los sueños mientras gesticula un discurso inspirado en el maloliente disfraz que inventa la máquina del poder instituido.
Es por eso que en el tránsito de lo alternativo y de ese mismo fluir disyuntivo la voz del mutante habla. Los mutantes ya no son figuras de la ciencia ficción exclusivamente. Con la irrupción de las nuevas tecnologías cada vez son más numerosos y menos tímidos a la hora de permitir ver sus rostros. Las características que los pueden definir no son dadas por un solo elemento, como en el flujo improbable de la cultura, y parecieran estar compuestos de cada uno de ellos, de la multiplicidad descentrada de la misma cultura que no se ata a un exclusivo resquicio, según lo amerita la ocasión.
Mutar es ser aire por un momento para convertirse en fuego cuando llegue la noche. Cuando llegue la hora amarga de la tristeza, como faros apagados en la mitad de un muelle completamente oscuro, y la desolación pueda vestirse de tierra, de roca, de acantilado y permita que la misma fuerza del agua lave sus tristezas y eleve su sonrisa, porque en cada uno de estos procesos de metamorfismo renueva su condición ambigua y descentrada, el mutante podrá no creer en nada y todo al mismo tiempo, al saber que las certezas de cada hombre y cada palabra son apenas un pedazo de algo que en algún estado encontrará validas y oportunas posibilidades.
Pareciera existir un hilo muy delicado que une a la historia del arte y este hilo muta en cada una de sus fases, asegurando a quien observa este proceso una certeza unificante que liga todo el proceso. Por eso el artista vuelve la mirada al pasado y mira hacia el futuro y en su rostro se figuran todos los rostros de la historia del arte, sumidos en un solo instante, atrapando a la extraña voz de la eternidad en ese recorrido de nunca acabar, pidiendo a gritos que la mentira del arte deje de serlo para que instaure su voz en el infierno real de la cotidianidad para intentar mundificarla.
Y por igual algunas cosas cambian, otras no. Siempre queda un territorio sin liberar, algún sistema que permanece ajeno al cambio, miles de lugares que se resisten porque el poder lo impide y la mutación queda en suspenso, esperando alcanzar algún día los lugares de la obstinación y la permanencia, donde el fulgor del cielo brille y no precisamente por todas las partículas de carbón suspendidas –como bandas de plástico negro arremolinado- invocando trofeos inocuos de la mísera condición humana.
Y por tanto surge la desterritorialización. El prefijo des en este caso es negativo y -de momento- puede sugerir que el territorio cesa y crea una necesidad de acabar con el y construir otro. Es también construir otro enclave, y de pronto también, desplazar el lugar de las presunciones en las que habitamos, más allá del neón y los escuálidos hologramas mentales que la superficie de la ciudad configura. Otras acepciones permiten creer que el territorio deja de estar atado a una topografía específica y levita constantemente sobre los lugares, habitándolos por momentos, impregnándolos de un sabor específico cada vez que se posa sobre uno de ellos, pernoctando hoy y mañana posándose en otra esfera, en otra geografía. El espacio de esta manera puede ser concebido como un pensamiento que busca un lugar para residir, como una pastilla en mitad de la noche para pensar que se habita en la mitad de nada, en una perfecta desterritorialización constante, al igual que el viajero incansable pasa su vida entre hoteles y aviones experimentando al final del día que, a pesar de los miles de millas acumuladas y los diferentes lugares conocidos, el dolor que le persigue persiste, ya que su alivio se refugia en un lugar y en un espacio que habita dentro de una reducida y a la vez extensa cartografía personal que nunca aparece en sus itinerarios.
Afuera es un lugar indescifrable, como puede ser el universo del ciberespacio, donde millones de galaxias copulan en una inmensa operación de fibras cibernéticas formando cuerpos imperfectos que se reinventan día a día.
El antiguo lugar de la galería desaparece y su nuevo fantasma –brillante- se calcula mediante operaciones celulares que buscan un nicho donde ubicar sus representaciones. En su propósito la trama urbana en conjunción con la red le ayudan a configurar una existencia propia. El truco consiste en no perder el control.
Gina Panzarowsky