A finales de enero 2002 se inauguró el Palais de Tokyo con una Exposición colectiva, ese era precisamente el título, que agrupaba sin un orden o concepto predeterminado a un grupo de artistas internacionales. Cuatro años de programación después, Nicolas Bourriaud y Jérôme Sans se despiden como codirectores del «Site de création contemporaine» con una exposición también colectiva, no internacional sino local y con este tema como concepto, titulada Notre Histoire. En medio, han quedado numeras exposiciones y «exposicioncitas» individuales, algunas colectivas de diferente calibre y trascendencia, pero, sobre todo, una forma de entender un centro de arte contemporáneo como un lugar dinámico donde pasan cosas, muchas cosas. El nuevo director, Marc-Olivier Wahler -hasta hace poco responsable del Instituto Suizo en Nueva York- quiere acentuar aún más si cabe este aspecto haciéndolo «más rápido, reactivo y abierto a la improvisación». La velocidad y el movimiento como emblemas de nuestro tiempo. Sin duda, el Palais de Tokyo ha ayudado a cambiar el panorama artístico francés actual, su historia reciente, de una manera decisiva. No sólo por su éxito de público y por la notable influencia internacional que ha ejercido -sin ir más lejos, en nuestro país su huella se ha dejado sentir en el Centro de Arte Santa Mónica (Barcelona), en el MUSAC, de León, o en la Casa Encendida-, sino también por cambiar la imagen -entre pretenciosa y aburrida- que el arte contemporáneo francés presentaba.
No parece francesa.
Como se puede escuchar a más de un colega, no parece una exposición de artistas franceses. Éste es su mérito y el principal legado que deja este espacio a veces controvertido para el propio estamento artístico-político-funcionarial francés: no un mero lavado de cara, sino un profundo «lifting» que les hace parecer más jóvenes y dinámicos. Es mucho, puesto que París necesitaba recuperar algo del marchamo que en su momento tuvo con respecto a la contemporaneidad y el Palais ha ayudado, lo que se refleja también en la programación de galerías de arte.
Nicolas Bourriaud ha afirmado que Nuestra historia «resulta creíble al mirar los cuatro años de programación que han permitido resituar el arte francés dentro de un contexto internacional». Toda una enseñanza para nuestro ámbito, seguramente, pero que obliga ahora a un rápido repaso a esa programación que si bien no ha tenido grandes hitos en su sucesión, sí ha logrado ese cambio de imagen y de actitud tan necesarios. El listado de las exposiciones individuales es enorme. Destacan algunas como las de Surasi Kusolwong, Jota Castro y Kyupi-Kyupi, o bien otras que han marcado ese tono juvenil, desenfadado y alegre que se respira al estar en el edificio remodelado -dejando a la vista sus entrañas y con gran influencia en otros centros posteriores- por la pareja Anne Lacatou y Jean-Philippe Vassal, como las de Ed Templeton, Tobias Benstrup o la de Ana Laura Aláez, la única artista española que ha expuesto aquí individualmente con un gabinete de belleza patrocinado por Shiseido. Aunque no son muchas las que podrán recordarse como memorables, a diferencia de algunas de las programadas por su vecino Musée d’Art Moderne de la Ville de París -las de Barney o Huyghe-, lo remarcable aquí es el ambiente generado a lo que ayuda, sin duda, su horario de apertura de mediodía a medianoche.
Estética relacional.
La influencia de la estética relacional no ha dejado de aumentar. Publicado este ensayo por Bourriaud en 1998, su puesta en práctica en el Palais de Tokyo ha agrandado su dimensión, que se cumplimentó con Postproduction (2004). «La posibilidad de un arte relacional (un arte que toma por horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social, más que la afirmación de un espacio simbólico y privado) testimonia un giro radical de los objetivos estéticos, culturales y políticos puestos en juego por el arte moderno», es algo que ya se puede dar por medianamente comprobado. Además, que estos dos ensayos estén ahora mismo de moda en Estados Unidos asegura no sólo su éxito y difusión global (en España su recepción fue temprana), si no que retornarán a Europa modificados. Pues bien, es en las colectivas donde más se ha podido tomar el pulso a esta estética relacional y al concepto de postproducción. Así, la más interesante, Live, comisariada por Sans, no sólo rompía los límites, sino que daba cabida a toda una serie de manifestaciones transdisciplinares que requieren no sólo la participación del espectador, sino también el vivo y el directo, parte esencial del discurso actual. El trabajo artístico entendido, entonces, como «una duración que debe ser vivida». Otras, como Hardcore -también de Sans- señalaba el devenir político de lo artístico; mientras las de Bourriaud, Playlist o Global Navigation System, hablaban del colectivismo y de la tecnología como modelo ideológico.
El legado.
El montaje de Nuestra Historia no sólo ocupa toda la gran planta del Palais, sino que al haber expuesto ya en él una buena parte de sus participantes nos parece un déjà vu (que aumenta si también se visitó la pasada Bienal de Lyon). Laurent Grasso, Jean-François Moriceau & Petra Mrzyk (ambos este año en el Premio Altadis), la instalación de Kolkoz, los «displays» de Matthieu Laurette y Alain Declercq, las imágenes de Bruno Serralongue- están entre lo mejor de una muestra en la que los murales y dibujos tienen una posición dominante. Nuestra historia se puede ver, por tanto, como medidora de las consecuencias de la estética relacional -y su puesta en práctica en un tiempo y espacio concretos- en la escena local. Es decir, la capacidad transformadora que sobre el escenario artístico francés ha podido imprimir. Si a ella sumáramos la última Bienal de Lyon, comisariada por Bourriaud y Sans, tendríamos el legado que nos deja la teoría relacional en la práctica artística francesa y su expansión internacional.
ver Nuestra Historia
Juan Antonio Álvarez Reyes
Originalmente en abc.es
> enviado a esferapublica por Iris Greenberg