Para qué sirve llamarse América Latina?

La exposición Zoom latinoamericano, colección de arte Femsa, actualmente en el Museo Nacional , resulta un acierto. Es una exposición que no cae en la trampa del grandiosismo de ‘Lo latinoamericano’ ni trata de justificar una forzada teoría común. Su curador, Juan Darío Restrepo Figueroa, presenta las obras por países y gracias a ese ‘viaje apacible’ nos permitimos ver distancias infranqueables.

La noción de ‘lo latinoamericano’ parecería estar mandada a recoger. Esa mirada convencional que privilegia lo indigenista – exótico – ‘real maravilloso’ pudo haber definido un territorio hace varias décadas, pero no hoy. Lo hizo cuando fue necesario diferenciarse regionalmente, cuando el continente reclamaba ser reconocido en la escena mundial. La literatura sentó el precedente a través del boom y creó escenarios que permitían paraísos para sobrellevar las dictaduras o las masacres; el teatro poetizó la muerte y las artes colaron resistencia desde los símbolos. Marta Traba hablaba de hacerle frente al imperialismo con lo ‘propio’. 

A diferencia de aquellos tiempos, hoy es cada día más claro que pretender homogenizar esta masa de diferencias es casi un imposible. Por ello, la exposición  Zoom latinoamericano, colección de arte Femsa, actualmente en el Museo Nacional , resulta un acierto. Es una exposición que no cae en la trampa del grandiosismo de ‘Lo latinoamericano’ ni trata de justificar una forzada teoría común. Su curador, Juan Darío Restrepo Figueroa, presenta las obras por países y gracias a ese ‘viaje apacible’ nos permitimos ver distancias infranqueables. De hecho, el investigador Gerardo Mosquera lo sabe al decir que América Latina es una «invención que podemos reinventar».

Son mundos distintos y resulta más grato disfrutar de los paisajes nacionales en sí mismos. Un recorrido vía México por el cual caben una fotografía de Graciela Iturbide, una pintura genial de Frida Kalho y los neumáticos grabados de Betsabee Romero. O por Cuba, a través de José Bedia, Cundo Bermúdez y un Lam precioso. Venezuela destella con Reverón. Y la Santa Rosa de Lima de Botero sonríe junto a los ganchos de Santiago Cárdenas.  Zoom  reconoce sus límites y no es pretenciosa. 

Pero, claro, sería ingenuo dejar de ver que a varios les conviene que siga circulando el ‘continente como un todo’. Si dejara de serlo, el mercado perdería un nicho. Y no tendrían razón de ser colecciones como la de arte latinoamericano del MoMa ni los centros especializados en el continente, como el de Houston y el del Reina Sofía, que andan desbocados comprando archivos regionales para ‘proteger’ los acervos pero, paradójicamente, despojando a los suyos de su propia memoria.  

 

Dominique Rodriguez

publicado por El Tiempo

2 comentarios

Son mundos distintos y resulta más grato disfrutar de los paisajes nacionales en sí mismos. Un recorrido vía México por el cual caben una fotografía de Graciela Iturbide, una pintura genial de Frida Kalho y los neumáticos grabados de Betsabee Romero. O por Cuba, a través de José Bedia, Cundo Bermúdez y un Lam precioso. Venezuela destella con Reverón. Y la Santa Rosa de Lima de Botero sonríe junto a los ganchos de Santiago Cárdenas.  Zoom  reconoce sus límites y no es pretenciosa. 
Que hermoso parrafo… si no viviemos pegados a lo que hace europa.. y viramos realmente la cultua colombia y no la mexicana. Te creeria todo lo que dices!

 
Retaguardia curatorial: la nueva vanguardia.
Estimada Dominique:
Tengo la impresión que su artículo es una respuesta tácita al mío (“Zoom latinoamericano: Grand Tour o precariedad curatorial”), publicado en esferapública hace algunas semanas. Por ello, considero necesario discutir algunas de sus apreciaciones.
En su artículo, encuentro tres elementos susceptibles de discusión:
(1) suponer que la institucionalidad norteamericana es tan ingenua como para no entender el arte latinoamericano como una suma de diferencias (como usted anota en su último párrafo);
(2) suponer que quienes critican la curaduría de la exposición es porque necesitan ver un “grandiosismo [expositivo] de lo latinoamericano” totalizante y unificador;  
(3) suponer que en Zoom latinoamericano existen criterios curatoriales más allá de la disposición geográfica de las obras.
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Usted atribuye a “lo latinoamericano” una serie de características que tradicionalmente le habrían sido definitorias:
(1) la referencia al “indigenismo”, popular en todo el arte latinoamericano del siglo XX por influjo mexicano, y
(2) lo “Real maravilloso”, proveniente de Alejo Carpentier y privilegiado en numerosas aproximaciones curatoriales realizadas en el hemisferio norte en la década de 1980.
Aunque algunas de estas nociones fueron apropiadas por el mercado y el circuito cultural institucional norteamericano hace ya varias décadas como un corset de interpretación histórico-crítico continental, lo cierto es que, desde hace al menos dos décadas, estas mismas categorías han sido puestas en discusión por ese mismo circuito institucional hegemónico, en gran medida debido al ascenso de numerosos investigadores latinoamericanos y europeos que, con nuevas categorías y metodologías de estudio más pertinentes, han buscado restituir al arte latinoamericano del siglo XX su potencial disruptivo, heterogéneo, diferencial y crítico.
La anterior situación (el rompimiento con el cliché latinoamericano en el Norte) no es desconocida por las instituciones que menciona: el MoMA, The Museum of Fine Arts (Houston) o el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid, España), y por otras instituciones latinoamericanas como el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Estas instituciones no necesitan de la vetusta e ingenua visión de “lo latinoamericano” como un todo homogéneo (indigenista y “real maravilloso”) para seguir conformando y enriqueciendo sus colecciones, o administrar sus departamentos curatoriales de arte latinoamericano. Mientras sigamos creyendo que esta clichezuda forma de relación norte-sur es el problema, estaremos incapacitados para ver los problemas reales: la ausencia de instituciones latinoamericanas (y por ende colombianas) fuertes, capaces de conservar y activar la producción artística local, y la falta de iniciativa particular (privada, de artistas) o formas de agremiación alternativas para cumplir con estos propósitos.
Contrario a lo que usted afirma, las instituciones del norte sí han entendido “lo latinoamericano” como una suma de diferencias (y también de similitudes). En algunos casos, lo críticable sería el método de aplicación en la conformación de sus colecciones.Por lo demás, los curadores de arte latinoamericano del MoMA (Luis Pérez-Oramas), de la Tate (Cuautéhmoc Medina) o del MFAH (Mari Carmen Ramírez), todos de origen latinoamericano, no son tan ingenuos como usted cree para tener una visión tan anticuada, homogeneizante, reducida y excluyente del arte latinoamericano, y pretender proyectar a sus instituciones (siempre bajo la lupa de la academia) estos criterios.
Las últimas adquisiciones y exposiciones temporales de estas instituciones dan cuenta de su distanciamiento de la visión indigenista y “real maravillosa”, y su acercamiento hacia otro tipo de trabajos y visiones, desde el cinetismo hasta el conceptualismo, a través de lecturas políticas, de género, activistas o documentales, de regiones tradicionalmente subvaloradas por la institucionalidad hegemónica (en especial, Brasil, Argentina y Venezuela). Esto no es ningún descubrimiento.
Por su parte, en Colombia apenas se ha dejado sentir esta discusión. Todavía, un grupo significativo de investigadores colombianos conciben lo latinoamericano desde la óptica hegemónica, e incluso, hacen lecturas sobre la vanguardia latinoamericana (o, en su defecto, la modernidad colombiana) con las mismas categorías con que ha sido pensada la vanguardia o la modernidad europea: aún es fácil encontrar quienes encuentran los orígenes de la modernidad en Alejandro Obregón y eliminan la etiqueta “vanguardia” de cualquier tipo de producción artística local, o quienes hacen lecturas meramente formalistas de trabajos crítico-políticos, como por ejemplo, sigue ocurriendo con las lecturas sobre el conceptualismo colombiano de las décadas de 1960, 1970 y 1980.
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Lo criticable de Zoom latinoamericano no es que presente potentes y hermosas obras de Wifredo Lam y Frida Kahlo. Lo criticable es que la discusión que atrás hemos esbozado, ni siquiera ha sido planteada por la curaduría, entendiendo la curaduría como un ejercicio que permite, a través del despliegue de una serie de obras, potencializar, comunicar, problematizar, facilitar y transmitir de forma inteligente y sensible, discusiones que trascienden la emoción de estar delante de tal o cual artista. El fetichismo simplificante ha sido evidente en la forma como ha sido publicitada la exposición: ante una curaduría mediocre, no queda más que recurrir a la salvadora potencia de las obras.
Si, como usted afirma, se trataba de evidenciar la heterogeneidad de la producción artística latinoamericana (asunto que, por lo demás, no constituye ningún descubrimiento), la exposición Zoom latinoamericano se pifió. O, es que ¿De qué tipo de heterogeneidad nos habla la exposición? ¿En dónde se evidencian estas diferencias? ¿Se trata meramente de disponer pinturas diferentes y suponer que, de hecho, son diferentes? ¿Cuál es el criterio de la diferencia? ¿El desorden? Si hablamos de las diferencias ¿En dónde queda el vídeo? ¿El performance? ¿El activismo artístico? O es que ¿Las diferencias en el arte latinoamericano sólo se evidencian en pintura y en tres esculturas?
Es claro, que la curaduría estructuró la disposición de obras según el país de nacimiento del autor, y organizó estos países de norte a sur: primero México, luego los países centroamericanos y luego, en orden descendente, los de América del Sur. Una obra por cada artista. Los países más grandes tienen una mayor representación nacional (por ejemplo, México y Brasil). Esta es la forma de demostrar lo “democrático” de la curaduría y, por supuesto, de los criterios de adquisición de FEMSA. Por lo demás, toda esta extensa discusión que hemos sostenido (el mercado, el coleccionismo corporativo, la idea misma de América Latina, etcétera), no aparece ni en el catálogo ni en la exposición, salvo una breve (o ¿light?) referencia al ‘Grand Tour’.