Tres Exposiciones de Arte: Luisa Poncas, Lucas Ospina, Paulo Cassin

Me tomé algunas copas y regresé al hotel donde un camarero feo y maricón me sirvió una comida que no valía gran cosa. Como en ninguna otra ciudad que haya visto en América del Sur, se siente en Bogotá el peso muerto de España, sombrío y opresivo. Todo cuanto es oficial lleva el sello de made in Spaín. En la calle parecía que de cada dos individuos, uno tenía labio leporino, una pierna más corta que la otra o un ojo ciego ulcerado. La población de Bogotá vive en los cafés. Hay cualquier cantidad de ellos y todos están llenos. La vestimenta general de la clientela de café de Bogotá es un trench-coat de gabardina y naturalmente traje y corbata.

Luisa Poncas
Dubrovnik, Croacia, 1986. Vive y trabaja en Bogotá.

“»Entendámoslo bien y, para eso, expulsemos de nuestra mente las imágenes conocidas. El atontador no es el viejo maestro obtuso que llena la cabeza de sus alumnos de conocimientos indigestos, ni el ser maléfico que utiliza la doble verdad para garantizar su poder y el orden social. Al contrario, el maestro atontador es tanto más eficaz cuando es más sabio, más educado y más de buena fe. Cuanto más sabio es, más evidente le parece la distancia entre su saber y la ignorancia de los ignorantes. Cuanto más educado está, más evidente le parece la diferencia que existe entre tantear a ciegas y buscar con método, y más se preocupará en sustituir con el espíritu a la letra, con la claridad de las explicaciones a la autoridad del libro. Ante todo, dirá, es necesario que el alumno comprenda, y por eso hay que explicarle cada vez mejor. Tal es la preocupación del pedagogo educado: ¿comprende el pequeño? No comprende. Yo encontraré nuevos modos para explicarle, más rigurosos en su principio, más atractivos en su forma. Y comprobaré que comprendió. Noble preocupación. Desgraciadamente, es justamente esa pequeña palabra, esa consigna de los educados —comprender— la que produce todo el mal. Es la que frena el movimiento de la razón, la que destruye su confianza en sí misma, la que expulsa de su propio camino rompiendo en dos el mundo de la inteligencia, instaurando la separación entre el animal que busca a ciegas y el joven educado, entre el sentido común y la ciencia.”»
—El maestro ignorante
Jacques Ranciere
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Lucas Ospina
Bogotá, 1971. A veces dibuja, a veces escribe. Vive y trabaja en Bogotá. Es profesor en la Universidad de los Andes.
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Paulo Cassin
Recife, Brasil, 1957— París, 2007. Vivió y trabajó entre Sao Paulo y París. A finales de los años 70 hizo un viaje por Sudamérica, las fotos que aquí se exhiben corresponden a su paso por Bogotá.

«Hotel Mulvo Regís, Bogotá, 24 de enero de 1979

Bogotá está situada en una planicie alta rodeada de montañas. es alta, fría, y húmeda; es un frío húmedo que se le mete a uno dentro como el frío enfermizo del opio. No hay calefacción en ninguna parte y uno nunca llega a calentarse. La hierba de la sábana es de un verde claro, y aquí y allá se levantan sobre la hierba monolitos negros precolombinos.

Es una ciudad de aspecto lúgubre y sombrío. El cuarto del hotel es un cubículo sin ventanas (en América del Sur, las ventanas son un lujo), con tabiques de madera prensada, color verde y una cama demasiado chica. Durante largo rato estuve sentado en la cama paralizado por la depresión. Luego salí al aire frío y enrarecido para tomar algunas fotos, dando gracias a Dios por no haber venido a parar a esta ciudad enfermo por el opio.

Me tomé algunas copas y regresé al hotel donde un camarero feo y maricón me sirvió una comida que no valía gran cosa. Como en ninguna otra ciudad que haya visto en América del Sur, se siente en Bogotá el peso muerto de España, sombrío y opresivo. Todo cuanto es oficial lleva el sello de made in Spaín. En la calle parecía que de cada dos individuos, uno tenía labio leporino, una pierna más corta que la otra o un ojo ciego ulcerado. La población de Bogotá vive en los cafés. Hay cualquier cantidad de ellos y todos están llenos. La vestimenta general de la clientela de café de Bogotá es un trench-coat de gabardina y naturalmente traje y corbata. A un sudamericano le puede estar asomando el culo por los pantalones pero seguirá con la corbata puesta. Bogotá es en esencia un pueblo chico, todo el mundo preocupado por lo que lleva puesto y tratando de aparentar como si ocupara un puesto de responsabilidad.

P.d.: ayer vi el cambio de guardia en el palacio presidencial, el cuerpo de jóvenes es el más unánimemente horroroso sobre el que jamás haya puesto los ojos. Son algo así como el resultado final de las radiaciones atómicas. Al menos estaba prohibido tomar fotos. En Colombia hay millares de esos extraños y rústicos jóvenes; sólo he visto a uno que pudiera considerarse elegible y ése tenía el aire de sentirse incómodo en su puesto. Son una impopular minoría de repelentes zoquetes.»

[Carta escrita por Paulo Cassin]

Hora de inicio:
El miércoles, 17 de marzo de 2010 a las 7:30
Hora de finalización:
El Sábado, 17 de abril de 2010 a las 6:30
Lugar:
Valenzuela Klenner Galería