El museo ideológico

La exposición de Margolles tiene dos momentos inseparables: el uso ideológico del Mambo para mostrar al gobierno de Venezuela como una tiranía de izquierda a la que hay que derrocar a cualquier precio, y la investigación formal de la artista en la frontera.

Resulta elemental hablar del museo como un lugar que normativiza las expresiones visuales de la cultura. Así como se enciende la tele para ver las noticias y saber de qué va el mundo, se visita el museo para explorar las tendencias que el orden simbólico propone a los consumidores culturales. Sin embargo, en cuanto a los medios masivos, cada vez más surge la pregunta por la calidad de los reportes que entregan a sus audiencias, y cómo estos se exponen a la manipulación que los grupos de poder ejercen en nuestra dieta de información y conocimiento.

Al igual que los medios masivos, el arte crea “opinión pública”, es decir, estimula corrientes de pensamiento simbólico que generan consensos y disensos sobre qué es el arte y el rol que juega una institución como el museo en esa definición.

Un aspecto importante en el arte actual es el interés de los artistas por hacer investigación, transformarla en dispositivo museográfico y ofrecer visiones alternativas del mundo real. Y si ese universo real es un espacio en conflicto, las cosas se enrarecen mucho más cuando tales incursiones se problematizan, con enfoques diferentes a los que brinda por ejemplo, el periodista o el sociólogo mediante modelos de observación participativa. Hoy en día es casi que clisé oírle decir al artista que antes que cualquier cosa, lo primero que hizo fue investigar, y esto ha llevado a que la exploración se convierta en algo muy serio en manos de algunos artistas, o en el libreto que justifica cualquier cosa –para otros- sin un verdadero sustento de investigación, como una cortina plana en mitad de dos espacios que no conducen a ninguna parte.

Con seguridad Forensic Arquitecture es en la actualidad el grupo que mejor representa lo que es hacer investigación, con un enfoque de práctica social asociada al campo del arte; sin olvidar grupos pioneros como Critical Art Ensamble, pasando por Bureau d’Etudes en Francia, o ejemplos individuales de artistas como Laurie Jo Reynolds o Theaster Gates de Chicago, y por supuesto, el trabajo importante de Occupy Museums o Black Lives Matter.

Los momentos del arte político desde una perspectiva histórica son varios, y cada vez más vemos cómo el aspecto formal de la producción artística cede al afecto que privilegia una mayor intervención directa en la sociedad. Los problemas actuales son tan urgentes, que esta condición mueve a que las prácticas de estudio queden superadas por experiencias empíricas de mediación en aquellos espacios e instituciones que se relacionan claramente, con el objeto de investigación que lleva a cabo el artista. Es importante entender esta evolución y cómo ese tránsito define etapas en esta cadena de acciones que va del taller del artista hasta la participación positiva, y la oportunidad de deconstruir esas discretas trayectorias a partir de lo que el artista propone en su trabajo, en especial cuando ofrece visiones alternativas para entender mejor el presente que vivimos desde una mayor subjetividad asociada al campo del arte; entendiendo también que existe un tránsito entre el pensamiento subjetivo, casi imaginario al que aspira producir la obra de arte objetual, y ese otro espacio que impone la realidad a la que se quiere afectar.

Es importante aclarar que con esto no busco una falsa dicotomía entre prácticas de estudio y prácticas sociales; las dos se pueden complementar, pero lo que resulta insostenible es que no problematicemos en la incidencia de las prácticas de estudio, cuando estas asumen una postura crítica frente a la sociedad y su articulación al sistema del arte y por fuera de él, respecto del problema enunciado por el artista.

En la propuesta de Teresa Margolles en el Mambo, ese modelo hace crisis cuando se instrumentaliza el discurso del artista, a favor de causas promovidas por el Estado, y alineadas con el discurso intervencionista de la administración Trump, consolidando una apropiación política de la institución con propósitos ideológicos.

La exposición de Margolles tiene dos momentos inseparables: el uso ideológico del Mambo para mostrar al gobierno de Venezuela como una tiranía de izquierda a la que hay que derrocar a cualquier precio, y la investigación formal de la artista en la frontera.

La línea de tiempo define una narrativa escrita con titulares de prensa oficial y discurso de funcionario de cancillería colombiana para mostrar que todo el problema de Venezuela pasa por una camarilla irresponsable de narco-comunistas que se han tomado el Estado venezolano, llevándolo al desastre total, y que la única solución es imponer un gobierno aliado de los EE.UU., que restablezca la democracia; y si eso no es suficiente, los marines de la libertad están listos para terminar la tarea.

Sospecho que esta fotografía en blanco y negro entre villanos comunistas y buenos demócratas capitalistas, tiene una cantidad de zonas grises que en buena medida se desconocen. Y en mitad de los grises sin explorar, más allá del blanco y negro con que se ha libretiado esta situación, la oportunidad que tuvo Teresa Margolles de ampliar esas zonas, con fluidos o sin ellos, fue hábilmente desperdiciada.

Basta con leer lo que dice la línea de tiempo para 2017: Venezuela vuelve a vivir una ola de fuertes protestas antigubernamentales, que cobran la vida de más de 90 personas. Más de 1,2 millones de venezolanos sufren desnutrición crónica en el país ¿Estoy en un museo de arte moderno o leo los titulares de Caracol noticias?

Ahora bien, lo que presenta Margolles en el museo apunta a describir lo obvio, es decir, que tenemos una frontera caliente saturada de economía informal y venezolanos huyendo de una crisis que repito, me resulta difícil de creer que sea solo consecuencia del régimen castro-chavista que está en el poder ¿No hubiera sido interesante que Margolles explorara lo que los medios de comunicación no investigan? ¿Qué es hacer investigación en arte? ¿Explorar para producir insumos que alimenten una exposición en un museo, mientras sus coleccionistas se frotan las manos al ver que todo el resultado de la investigación se eleva a la categoría de arte o tratar de entender de qué van las cosas más allá de los lugares comunes que algunos medios de comunicación y el gobierno colombiano nos quieren hacer creer? Margolles y su junta intelectual de socios, encabezada por Cuauhtémoc Medina le apuestan a lo primero.

Medina ya lo sentenció: los que quieran la verdad que vuelvan a la iglesia, cuando es precisamente su discurso el que quiere mantener las cosas en un orden feligrés donde nadie perturbe la homilía de su predicador, desconociendo el autoritarismo ilustrado que esconde detrás de sus respuestas.

Las venezolanas cargando piedras a sus espaldas, mientras posan para la lente de la artista, los venezolanos quitándose sus camisetas, posando para la lente de la artista, los venezolanos hilando telas para alimentar el inventario objetual de la artista, los venezolanos contando sus historias de privaciones para que subsidien la sinfonía de voces atrapadas en un cubo negro, hábilmente escenografiado por la luz que ilumina la tela, convertida en valiosa escultura. Todo resulta tan conmovedor, que no me puedo imaginar la cara de indignación del alto gobierno pensando en cómo convencer a Donald Trump y sus halcones Bolton y Abrams de que lo mejor para acabar con tanto horror, es invadir a Venezuela. Desafortunadamente, la exposición no libera simbólicamente, ninguna fuerza que la haga escapar al constreñimiento ideológico que le impuso la institución.

En el texto curatorial se brindan lecciones de historia sobre desplazamientos y migraciones, mientras las cifras por desplazamiento interno en Colombia llegan a la escalofriante cifra de 5.761.000[1], gracias a décadas de guerra interna que estamos tratando de superar[2], y sin que tercie ninguna revuelta de por medio, mueren asesinados diariamente líderes sociales y defensores de derechos humanos, mientras nuestros amos que no hacen nada para detener la masacre en Colombia, se rasgan las vestiduras por lo que sucede en Venezuela.

Mal inicio para un curador no muy bien conectado con el país al frente de una institución que en momentos como este, debe ser ejemplo de debate crítico y abierto sobre lo que pasa en el país y sus fronteras, con una agenda amplia de inclusión. Ojalá la historia cultural de las tragedias latinoamericanas no las sigamos contando desde relatos inspirados en estrategias artísticas ya superadas, que no se atreven a reparar en el poder de la institución para controlar el discurso, sino que trabajan en complicidad con la institución.                

 

Guillermo Villamizar
Artista y crítico de arte
Doctor en Estudios Interdisciplinarios de Asbestología
Universidad de Las Águilas (Beacon, NY)

[1] Esto corresponde al número total de personas que viven en desplazamiento interno a 31 de diciembre de 2018.

[2] La cantidad de eventos de desplazamiento masivo y personas afectadas por ello casi se duplicó, de 65 eventos y alrededor de 18,000 personas desplazadas en 2017, a 111 eventos y más de 33,000 personas desplazadas en 2018.

Consultado en: http://bit.ly/2W5FyUu