Minuto 1,55

Frente a la posibilidad de reseñar algunas de las muy buenas exposiciones que se presentan actualmente en Bogotá, decidí perder mi tiempo escribiendo sobre otro tema que amo (además de la vida y obra de quien hoy se proyecta como el peor Director de Maestría alguna en Colombia). Sonrojándome por acoger tan rústicas aficiones decidí autoconvencerme haciendo la siguiente pregunta: ¿funcionarios –aun ejerciendo- que hablan sobre la gestión institucional en artes de esta ordenada ciudad?..

Pared del silenciosísimo IDARTES. Fotografía: el espectador.com

Frente a la posibilidad de reseñar algunas de las muy buenas exposiciones que se presentan actualmente en Bogotá, decidí perder mi tiempo escribiendo sobre otro tema que amo (además de la vida y obra de quien hoy se proyecta como el peor Director de Maestría alguna en Colombia). Sonrojándome por acoger tan rústicas aficiones decidí autoconvencerme haciendo la siguiente pregunta: ¿funcionarios –aun ejerciendo- que hablan sobre la gestión institucional en artes de esta ordenada ciudad?

Se trata de una antropóloga y una artista. (y de un señor que al comienzo responde una llamada telefónica por lo bajo “te llamo ahora que estoy en una reunión”, pero no cuelga. Parece que la llamada es más importante (¿el pan, los huevos, la leche? ¿pagar un recibo?). Ni idea quién será y por qué no deja de hablar por teléfono, quizá se trate de un asesor silencioso, que dirige sin dejar ver sus pulcras manitas).

Al comienzo, la antropóloga agradece que el entrevistador hable directamente con ellas, porque –obvio- de eso se trata, de tener buenas prácticas institucionales, y buenos modales. Entonces, si vas a hablar de una institución, mejor pregúntale a sus representantes, quizá así te evitas la suspicacia y terminas por ser un mejor ciudadano, proactivo y demás.

Segundos después comienzan los problemas. En primer lugar, la antropóloga hace una categórica declaración: El Instituto distrital de las artes “se proyecta como una entidad autónoma que va a trabajar fundamentalmente con las artes”. Que bien. Menos mal alguien sabe dónde está parada. Sin embargo, lo que aquí es seguridad férrea, inmediatamente después se convierte en craso desconocimiento. Minuto 2: lapsus al enumerar las  disciplinas artísticas con que trabaja el instituto de las artes. La antropóloga se confunde y la artista la ayuda a perderse más. Quizá lo mejor sería que hablaran seguido entre ellas, para que parezca que se conocen y trabajan mancomunadamente –palabra tan fea-, por el bien de la comunidad, etc.

Luego, se habla de una política de cultura que busca estimular la investigación, la formación, la creación, la  circulación y la participación. Eso suena muy bien y la felicidad se incrementa cuando se indica que esa entidad hará parte del Sistema Distrital de Planeación, lo cual implica un aumento y regularidad de la inversión pública hacia el sector. Aquí las dudas asaltan la tranquilidad del oyente: ¿eso será bueno o malo? Si antes había poquito dinero y no se lo robaban, ¿qué sucederá si se incrementan esos recursos y el sector de las artes, como bien lo enumera la antropóloga “la plástica, la danza, la música, el teatro, la literatura y… artes escénicas…”, empieza a volverse un ámbito atractivo para nuestros cuidadosos ladrones de cuello blanco? ¿Cómo se gestionará la vigilancia de esos dineros? No se sabe. En otras palabras, que bueno que llegue dinero al campo de la producción en artes. Mejor si éste cae a torrentes, pero, por lo mismo, ¿cómo evitar que lo que no se invierta en apoyar el sistema de convocatorias públicas se termine yendo en gastos menores, pero cuantiosos y sin supervisión?

A continuación aparece una verdad a medias. El entrevistador interrumpe una retahíla que no va para ningún lado, indicando que “todo (lo que tiene que ver con el instituto) está en línea”, y la antropóloga responde, al mejor estilo del nefasto, pero cuquísimo, Samuel Moreno, “absolutamente y estamos mejorando ese sistema”. Sin embargo, al tratar de comprobar esta excelente noticia aparecen las caritas tristes. Veamos. Si se emplea un motor de búsqueda como Google, y se teclea idartes, salen, en el siguiente orden: una noticia, la misma noticia, la misma noticia, otra noticia de un señor que toca el violín, y al final de la página, el acuerdo del Consejo distrital donde se autoriza la creación del calladito instituto. Tan extraño que, si todo, absolutamente todo lo que tiene que ver con el idartes está en línea, no se encuentre con facilidad la página de esa entidad. ¿En cuál línea estará? ¿Será que Google no los quiere y desde ya desconfía de ellos y sus políticas de estímulo?

Respecto a las entidades se habla de lugares que se especializaron en hacer cosas, por ejemplo, en hacerlo todo mal, como el Museo de Arte Moderno de Bogotá o la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Cuando la antropóloga habla de esto, dice que hay un plan decenal de artes, donde se define el arte como campo y continuarán existiendo entidades que seguirán operando de manera autónoma. O sea, siguen igual, haciendo lo que se les ocurra.

Además no hay que dejar pasar que esta entrevista debió alegrar bastante a las gentes del Museo mencionado, pues se les incluirá en dos proyectos, uno dedicado a hablar sobre las Escuelas de guías en instituciones culturales de Bogotá y otro donde se hablará sobre Residencias artísticas. Qué buena labor de reencauche institucional: poner de sede a un lugar que no existe para hablar de dos cosas que no hace. Por una parte, la Escuela de guías del museo de arte moderno de Bogotá hace rato que ni quita ni pone, mientras que de otro lado, la única residencia de que se podría hablar con propiedad en ese edificio sería la de su dueña: al mejor estilo de los artistas trotamundos contemporáneos, Gloria Zea ha demostrado que sí se puede vivir del arte, que se puede viajar a no hacer nada y que como resultado de sus viajes se pueden montar exposiciones que a nadie importan. Buenísimo que lo que dice la artista sobre el proyecto de poner a hablar artistas beneficiados con el programa de residencias en artes de Bogotá se aplicara, por ejemplo a la historia de ese museo: “queremos hacer un proceso de mirar un poco qué ha pasado.”

Ahora bien, esa noticia va amarrada con el hecho de que los gerentes de artes deben convertirse en gestores de alianzas –sobre todo con la empresa privada y otras entidades públicas-,  lo cual, como ya se ha dicho en otra ocasión, es bueno y malo. Por una parte, siempre es bienvenido el dinero de los demás, sobre todo si no saben en qué desperdiciarlo; por otra, cuando un empresario pone plata, también quiere ver en qué se gasta y podría terminar sucediendo algo como esto: el mecenas entra regalando dinero como socio benefactor y termina como gerente asesor de ejecución de gasto. Entonces, para evitar que esa lacra de la filantropía cultural se comience a presentar en nuestras buenas e ingenuas instituciones culturales lo mejor sería evitar esa clase de favores y buscar la financiación en otro tipo de fuentes menos caritativas y más programáticas.

El entrevistador pregunta dos veces qué va a suceder con los espacios físicos que pierde el sector “de la plástica” y dos veces la antropóloga y la artista le sacan el cuerpo. En un aparte la antropóloga se remite al año noventaypico y, sin decir qué pasó en tan raro año, enumera la creación de proyectos representativos. Después pasa a la poesía galáctica y afirma, “el punto no es el espacio de la Galería Santa Fe, es decir, es el concepto de lo que significa la Galería Santa Fe…” que remata con una linda figura telúrica: “puede venir un terremoto y acaba el planetario y la Galería Santa Fe se construye aquí y sigue la Galería Santa Fe”.

Luego, sin conocer la historia del Premio Luis Caballero habla de replantearlo, lo cual, por el modo de la argumentación, parece que se refiere más a su destrucción. Pero, para reducir la paranoia, valdría la pena ilustrar esta reflexión con un ejemplo: una gerente de artes debe definir qué hacer con una iniciativa expositiva que funciona desde hace década y media. Busca ayuda. Convoca gente del sector más cercano a esa iniciativa expositiva. Pregunta y obtiene respuestas. Luego, con base en esas respuestas modula el proyecto que viene funcionando bien desde hace década y media y le introduce algunos cambios. Entonces, dice que reformó la cosa. Ante esto queda por preguntar ¿para qué reformar un proyecto expositivo que ha demostrado su buen funcionamiento? Generalmente cuando uno repara las cosas que sirven termina por dañarlas.

En algún momento la artista comenta que “atendiendo un poco las dinámicas que se están dando en el campo y teniendo un oído atento” se buscará generar un programa de estímulo para los espacios de arte autogestionados de corta duración. Otra buena idea de doble filo, pues, si se ayuda con recursos del Estado a estos espacios, ¿será posible definir también como se les protegerá de la vigilancia en sus producciones de contenido? Es decir, si un aparato institucional generoso da dinero y un programa de exposiciones decide no aceitar el buen nombre de ese aparato institucional, ¿dónde y cómo está escrito que nadie intervendrá en ello?

También se anuncian los dos coloquios de la revista Errata#. Que buena fortuna. Ojalá también se les ocurra ponerla –completa-  en la web.

Finalmente, Jaime Iregui pregunta sobre la dimensión participativa y la representación de los agentes del sector en la formulación de planes de trabajo. Ante esto le comentan que al día siguiente habrá una reunión denominada Consejo ampliado de las artes a realizarse, valga la metáfora, en el Salón de los Espejos del Centro Jorge Eliécer Gaitán. ¿Dónde está la poesía de esta reunión? Pues en lograr que los artistas participen. Todos.

Dice la antropóloga: El gran reto que tiene idartes es fortalecer la participación de la gente, que no se vuelva un memorial de agravios, sino que se trate de ofrecer alternativas.

Dice la artista: Bogotá ha venido trabajando en eso, en poder pensar cómo construye lo que hay.

Sobre esto último valdría la pena preguntar si ambas personas están tan seguras de que eso realmente ha sucedido durante la actual administración de la ciudad. Si se han construido y validado canales de comunicación entre los diseñadores de políticas culturales y sus comunidades objetivo o si la transparencia y la horizontalidad han sido la característica principal de esa gestión. O si, por los antecedentes de arrogancia y de silencio altivo que han demostrado algunos de sus más representativos líderes, la gente, como en elecciones, prefiere no atender ese tipo de invitaciones para no terminar validando con su presencia una serie de decisiones que ni le son representativas ni le incluyen, ni le sirven. ¿A qué ir a un Consejo ampliado de artes en un salón de espejos si gran parte de las peticiones no se reflejan en la orientación del campo artístico? ¿Será que aquello se debe a  un extraño fenómeno de difracción? De pronto por eso hay gente a la que no le gustan los espejos.

 

Guillermo Vanegas