Donación (de verdad)

El revuelo levantado por la más espectacular campaña de medios del Ministerio de Cultura en lo que va del año posee varios hitos: Mario Jursich Durán no deja de subrayar la evidente falta de tacto de la empresa que pensó la andanada de gracejos; Eduardo Correa pregunta por lo que costó el chistesito; RCN dice que hubo comunicados a nombre propio; en avaaz se puso una carta dirigida a gente importante donde se ampliaban reclamos originalmente formulados por Halim Badawi en su muro de fb.

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Meme donde se caricaturiza a la Ministra de una cartera que paga campañas publicitarias que retratan en modo parodia a una parte del gremio que ella representa. Interesante duplicidad del verbo que da razón a su cargo: representar para llamar a la risa y representar políticamente.

El revuelo levantado por la más espectacular campaña de medios del Ministerio de Cultura en lo que va del año posee varios hitos: Mario Jursich Durán no deja de subrayar la evidente falta de tacto de la empresa que pensó la andanada de gracejos; Eduardo Correa pregunta por lo que costó el chistesito; RCN dice que hubo comunicados a nombre propio; en avaaz se puso una carta dirigida a gente importante donde se ampliaban reclamos originalmente formulados por Halim Badawi en su muro de fb. Por sus objetivos, este es uno de los documentos más fuertes de la polémica. El texto es rotundo. Por ejemplo, exige al Ministerio que en vez de resignarse a ver pasar-pagar campaña pedagógica estúpida tras campaña pedagógica estúpida, se comprometa en el diseño de una política de tributación para las artes. Esto está muy bien. Lo otro, no tanto. Veamos [las cursivas son mías]:

“[…] habría que preguntarnos si no sería justo impulsar en el Congreso de la República una verdadera Ley de Mecenazgo Artístico, digna de un país emergente, en la que se discutan temas como: el pago de impuestos en especie, es decir, con arte, ya sea por parte de artistas o coleccionistas, siguiendo un modelo comúnmente usado en Francia y continuado por varios países latinoamericanos como México; o el pago de derechos de sucesión de artistas con obras de arte, lo que ha permitido la creación de instituciones de primer nivel como el Museo Picasso de París; deducciones en la declaración de renta para mecenas de artistas y donantes de obras (así fue como se hicieron los grandes museos estadounidenses desde el siglo XIX hasta hoy); estímulos impositivos a la compra de arte y a la repatriación de arte en el exilio […]”

Al acelerarse en la mención de actores e iniciativas el responsable de la misiva sumó inercia hasta chocar con el lugar común de siempre: a quien compra arte se le termina debiendo. Poner juntos coleccionistas con artistas, exención de impuestos con mejora a la asignación de recursos para productores visuales, vincula artificialmente dos clases económicamente separadas en la división del trabajo de este sector: unos producen y, hasta que resuelven la intermitencia de su labor, enfrentan la precarización como horizonte económico; otros adquieren, y en virtud de la procedencia de su fortuna, no suelen comprometer sus costos fijos por hacerlo. En las fotos, a ambos se les ve bien juntos, pero en realidad son casi antagónicos.

Por este accidente, la bondad del proyecto se transformó en proselitismo liberal antichévere. Porque replica algo que solemos dar por entendido: la aporía del altruismo en medio de un universo regido por el intercambio económico. Más que preguntar si un coleccionista debe recibir beneficios adicionales por satisfacer una pulsión personal, valdría la pena saber si seguiría haciéndolo de no obtener más a cambio. Sobre todo para no omitir la duda necesaria respecto a la legitimidad de añadir beneficios tributarios al pago por el disfrute privado de una obra de arte. Desde esta perspectiva, una ley de mecenazgo artístico con prebendas para los compradores es inequitativa. Quien aporte bajo este modelo sabe que no da su dinero al Estado para que éste lo destine hacia las áreas que privilegien las políticas del gobierno de turno; más bien, decide hacia dónde irán esos recursos mientras obtiene lucro simbólico. Doble ganancia que sirve de poco al artista empeñado en resolver una localización vocacional inestable.

No hay que olvidar que una situación como esta es una oportunidad. La carta de avvaz funciona como un poderoso llamado de atención que bien podría aprovecharse para imaginar un modelo de relación entre privados y Estado que no imite ni “al modelo estadounidense”, ni “al modelo francés”. Para pensar otro donde, por ejemplo, no se extraiga plusvalía del acto de donar. Donde la donación sea precisamente eso. Donde no se entronice al artista o al heredero, o la familia o la corporación involucradas en el traspaso. Donde la entidad que reciba el “favor” no saque provecho de sus buenas relaciones con artistas, herederos, familias o corporaciones. Donde no parezca que los coleccionistas entran a pescar en río revuelto.

–Guillermo Vanegas

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Debate por la Guía de Impuestos para Artistas del Ministerio de Cultura