Cabezas

Es muy difícil discutir que el dinero es la clave y que no es sabio patrocinar artistas. Siempre es bueno hacerlo y hacerse publicidad por ello. Cuando son jóvenes, las personas sacan jugo de la imprudencia, los viejos, en cambio, tratamos de comportarnos para que no nos manden al carajo tan seguido (ni nuestros hijos, ni nuestras parejas, ni nuestros colegas). Perdemos emoción, pero ganamos oportunidades.

Damien Hirst, With Dead Head (1981-1991). Imagen tomada de Christie’s. La fotico vale $120.939.322,50. ¿Cuál crisis?

No es cierto que el arte contemporáneo no sean ni Botero ni Hirst, ni los problemas de los museos ni las pifias de la crítica. El arte es solamente eso: el consenso que se construye en torno a las actuaciones de ciertos sujetos. Por lo mismo, la creación de ese acuerdo es un acto puramente político. Como en la administración pública, sin diálogo no se logra nada, si no hay quienes asintamos ante el hecho de que, por ejemplo, hay que criticar mucho para hacerse visible y luego conseguir trabajo (no como crítico, por supuesto), no hay necesidad de esforzarse.

Nadie niega que uno de los acuerdos globales que existen sobre la producción artística es aquella tara renacentista del carisma del productor. Y si volvemos sobre la obra de alguien como Damien Hirst, probablemente conozcamos más de él por sus acciones que por sus objetos. Entonces el desacuerdo se instala y vemos a quienes se fanatizan no una sino muchas de veces, contra lo que hace, dice o vende. He presenciado fuertes discusiones en mi linda tierra sobre sus intentos para sacarle dinero a quienes están dispuestos a dejarse, donde ninguno de los debatientes ha visto jamás algo del tipo.

Por eso voy a tratar sobre los bites donde aparecen dos cabezas distintas de este artista. Una es la que abre este post, la otra no es la de diamantes. Es la que aparece con parte del torso, en la esquina superior derecha del video de la conferencia de prensa realizada  para el lanzamiento de la segunda edición del Future Art Price, donde según mi inglés de empacador de supermercado, Hirst funge como patrono:

Hay casi treinta y un años entre los dos retratos. En el primero, un punk satisfecho de sí mismo posa junto a la cabeza de un sujeto anónimo que hace un gesto. Si, como humanos, realizamos una proyección y nos identificamos con él, seguramente nos meteremos en un dilema moral. De contar con el tabú de la muerte, la relación es escalofriante. Y si leemos lo que dice el punk sobre la pieza, el temor se incrementa. En la famosa entrevista que le hizo Gordon Burn uno no puede dejar de sentir cómo se le revuelve la ética viendo las justificaciones que da el artista:

“Tengo una obsesión con la muerte, pero creo que es como una celebración de la vida, más que algo mórbido. No puedes tener la una sin la otra”,

“Soy yo y una cabeza muerta. Una cabeza cortada. En la morgue. Humano. Tenía 16. Si miras mi cara, en realidad estaba diciendo: ‘rápido, rápido, saca la foto’”,

“Estaba absolutamente aterrorizado. Sonreía, pero esperaba que sus ojos se abrieran y empezara a hacer: ‘Grrrrraaaaagh!’. Yo estaba haciendo dibujos de anatomía y tomaba algunas fotos cuando no podía hacer un dibujo. Para mí, la sonrisa y todo lo demás parece resumir este problema entre la vida y la muerte”

El joven goza la pilatuna. La documenta y años después la pone en venta. ¿Quién la comprará y dónde la exhibirá? Más allá del simplismo de la sonrisa como MacGuffin, elemento supremamente atractivo para digresiones estéticas, tesis de maestría y curadurías, en esa fotografía hay una extraña revelación sobre nuestro estilo actual de tratar con la muerte. Es decir, si creemos en realidad que el ateísmo se impone en toda la sociedad; si hacemos oídos sordos a que la idea de trascender esta vida no sólo se da a través de la religión sino, por ejemplo, mediante el ejercicio intelectual, esta imagen de Hirst nos recuerda que siempre habrá quien se refiera al asunto tomándolo como una broma. Y que recibirá aprobación por ello. En los intercambios sociales siempre será mejor reírse de la muerte que hacer conjeturas sobre la manera en que cada uno de nosotros dejará de existir. Ni el más pesimista y ateo de los humanos considera que va a morir. Recuerden el epitafio de Duchamp. Aplaudimos ese optimismo.

En la segunda imagen, el artista posa durante más de veinte minutos, se distrae, se aburre, habla cuando le corresponde. Esta persona es un hombre maduro que parece mirar hacia su pasado y decirse, cuando lo dejan, “no quiero que otros sufran lo que yo sufrí. Voy a darles una mano”, y esa suposición se matiza con el entusiasmo de Victor Pinchuk, el sombrero de la periodista, los huevos de Koons, cuando le oímos decir:

“Creo que ganar un premio definitivamente ayudó en mi carrera. Mucha gente comenzó a tomarme en serio. En serio como artista.”

“El dinero es una llave, realmente… Para permitirle -a los artistas- crecer”

Al realizar la consecuente proyección, nos metemos en otro dilema: cierto, el dinero es la clave. Incluso con unas relaciones sociales mediocres es posible crecer si se posee circulante. El arte lo necesita y los artistas más: de algo han de vivir y con algo habrán de hacer sus proyectos. Lo que me resulta interesante aquí es la ecuación que poco a poco se da entre el joven descreído y el adulto caritativo. Si bien el joven alguna vez dijo que jamás expondría en la Tate, ahora soñamos con poder ingresar a las salas de tan excelente institución no sólo a preguntar por The Last Table, de Beatriz González, sino para ver la reunión de trabajos del artista. Si bien en algún momento el joven   comentaba que tras haber ganado un premio inició una travesía de dos años en el mundo de las drogas, hoy admiramos el carácter visionario de los jueces que le otorgaron el galardón.

Aquí la brecha generacional se presenta, además, de manera compositiva: la cabeza de Hirst aparece en primer plano, los otros objetos atrás de él. Su presencia se refuerza con la reiteración de su nombre y la banderita de UK. Está delante de un cuadro donde se adivinan dos figuras a las que mi torcida mente les atribuye características humanas e incluso edades y roles: son niños y van de la mano, uno protege al otro. El artista que antes se sacaba fotos con muertos ahora lanza un concurso delante de un cuadro donde no hay sino fraternidad.

Puede que me equivoque. Ojalá. Pero es muy difícil discutir que el dinero es la clave y que no es sabio patrocinar artistas. Siempre es bueno hacerlo y hacerse publicidad por ello. Cuando son jóvenes, las personas sacan jugo de la imprudencia, los viejos, en cambio, tratamos de comportarnos para que no nos manden al carajo tan seguido (ni nuestros hijos, ni nuestras parejas, ni nuestros colegas). Perdemos emoción, pero ganamos oportunidades. Cuando diseñamos un concurso para unos artistas jóvenes, les organizamos la vida de alguna manera. Tratamos de entenderlos y suponer qué es lo que necesitan. No asumimos que, de pronto, nos odien y que, a pesar de un premio de U$100.000, no se crean tanto la idea de que “art, freedom and creativity will change society faster than politics”, si somos el hombre rico #307, según Forbes.

Seguir las ocurrencias de Damien Hirst sirve para trazarse un camino en la vida. Ese hombre sabe cumplir el papel que se le asigna en cada momento. Se parece a quienes durante los noventa veíamos un video que nos gustaba y corríamos a disfrazarnos del cantante que admirábamos. Yo he aprendido mucho de él.

 

–Guillermo Vanegas