1. Gustavo Zalamea recuerda que en 1979 «pintó una plaza negra y vacía que va siendo invadida por ciertas fuerzas. Más tarde aparecen bestias sacrificadas o barcos balleneros o grandes ballenas, se producen combates, crecen árboles enormes.» El artista «llegó a la Plaza con una intención política» y le sucedió lo mismo que con otros temas: «se impone la intuición artística. El espacio político se convierte en un espacio plástico con múltiples lecturas que conducen a una comunicación más certera y profunda». Zalamea nunca abandonó la plaza; se piensa que un artista es cantera inagotable de mensajes novedosos, pero ocurre que dicen siempre lo mismo, una y otra vez, porque lo que importa es «cómo» dicen eso, poco o mucho, que tienen por decir.
2. El «qué» de las plazas de Zalamea tiene, obviamente, una «intención política», se trata de la Plaza de Bolívar, en Bogotá, un espacio flanqueado por el poder político, judicial y religioso. Y hay que sumar el poder comercial al collage porque el comercio que rodea la plaza está permeado por la historia del artista: en el Siglo XIX sus antepasados fundaron en el perímetro de la plaza la ferretería Zalamea Hermanos. Años después, un llamado atávico hizo volver a otro Zalamea con su mercancía: «bestias sacrificadas o barcos balleneros o grandes ballenas… combates… árboles». Pero a la «intención política» la sobrepasó la «intuición artística» que generó «La plaza con mar».
3. Si lo que importa es el «cómo» de Zalamea, hacer un collage de imágenes no es casual. En 1983 Marta Traba celebraba que las pinturas de Zalamea lograrán concretar una «visión gótica» al omitir «ciertos detalles que debilitaban el conjunto», para ella el «misterio y el tremendismo» son los «dos pilares extremos» sobre los que Zalamea intenta «dar sentido a la violencia» y le «insufla un gran aliento romántico». Una década más tarde Carolina Ponce de León ve que en las pinturas de Zalamea «los efectos suplantan el lenguaje plástico y el poder evocador que puede tener». La «visión gótica» se convirtió en un gesto sin fricción, pero la crítica señala que es en los collages —ensamblajes de pintura, dibujo y escultura—, donde mejor «se afirma la materialidad».
4. El arte de Zalamea siempre se debatió entre dos fuerzas, una centrípeta que pretendía agruparlo todo en un solo plano pictórico y una centrifuga en la que cada detalle jala en su propia dirección. Zalamea dejó ambas vías abiertas: hizo obras en las que intentó darle al todo un sentido de unidad, pero también se la jugó por darle autonomía a los «detalles». Las plazas no solo aparecen pintadas en grandes lienzos sino reproducidas en mínimos collages fotográficos que circularon en grandes tirajes de postales; así comenzó su Proyecto Bogotá, de 1995, donde es posible ver otra «plaza con mar» renovada por el oleaje de un nuevo «cómo». Este proyecto derivó en un interés marcado por la curaduría, otra forma de collage.
4.1. Memoria del palacio de Justicia (Hielo y sangre).1995.
5. Algunas de las imágenes de Zalamea pasaron con fortuna del claustro museal y del estancamiento estilístico a los medios masivos cuando él retomó la idea de hacer un periódico (en 1979 había hecho El Templo, un pasquín paródico de El Tiempo). Ahora Zalamea era parte de la nómina del diario La Prensa que en 1988 lo empleó como diseñador gráfico. A su cargo estaba todo el periódico, un ejercicio diario y jovial donde dosificó homeopáticamente algunas de sus imágenes para que actuaran en contrapunto con las noticias. En 1991, en las páginas centrales de La Prensa, apareció la imagen Congreso-Titanic, la plaza otra vez, ahora inundada por olas y personas —y por las noticias del periódico—, el edificio del poder político travestido en el celebré buque inhundible que, como todo en la vida, también se hundió.
(publicado en Periódico Arteria #31)