Yo También Soy Estudiante de Lucas Ospina

Lucas Ospina se equivocó, él lo sabe, se disculpó públicamente ante los medios, pidiendo perdón a Piedad Bonnet. El punto de este llamado no es para olvidar el error, sino para que no se cometa otro: el dejar que la representación satanizada que se está generando desde los medios masivos y las redes sociales sea la única representación de Lucas Ospina. Eso es lo que estamos pidiendo, nada más. Es importante hacer estos gestos micro-políticos dentro de nuestra misma comunidad, para que la instrumentalización de la moral, la «vuelta al orden» y el conservadurismo que están caracterizando ésta década, no gobiernen nuestros cuerpos e instituciones. Queremos hablar de cómo Lucas Ospina fue y ha sido un interlocutor, un tutor, un oyente y especialmente un amigo. Queremos hablar de cómo Lucas fue relevante para nosotros cuando fuimos sus estudiantes, para nuestra formación como artistas, curadores, profesores, y especialmente ciudadanos.

Carolina Cerón, Inti Guerrero y María Angélica Quiroga.

«En relación al post de Lucas: A lo largo de mi paso por la carrera de arte en los Andes tuve clase con Lucas en repetidas ocasiones, desde el primer hasta el último semestre. Lo veo en retrospectiva no como un agregado de distintas clases, sino como un proceso formativo unificado, que se complementó además por las veces en las que lo asistí con la clase de Arte y Cine. Si algo me quedó de todo este tiempo, más allá de los contenidos puntuales que se esfuman facilmente, diría que es una actitud crítica desinteresada. No una crítica necesariamente productiva, sino una crítica en sí misma, autosuficiente, necesaria. La necesidad de hacer crítica por hacer crítica, de confundirse y confundir, no casarse con absolutos ni definitivas, en nada. Espero que no se zanje más en este tema, si se quiere saber de la calidad de Lucas como maestro y como persona más allá de su persona en el patíbulo basta con ver los testimonios de sus alumnos.

Antonio Castles

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«Es difícil pensar a lo largo de mi vida en un mejor profesor que Lucas Ospina. Siempre que pude meter alguna de sus clases lo hice y sigo agradecida con él por haber sido tan generoso con su conocimiento y su tiempo, una persona justa, parcial, inteligente, sarcástica, tranquila, directa. Recuerdo que su grupo de trabajo de grado era el que primero se llenaba, me inscribí el primer día que se abrían las inscripciones y como iba en bicicleta a la Universidad, salí de mi casa un poquito antes de que amaneciera para poder llegar a tiempo, con todo y eso no fui la primera en inscribirme pero pude hacerlo y a raíz de haber compartido ese año tan de cerca con él logré dar un paso importante en mi carrera y 11 años después sigue siendo un referente significativo»»

Liliana Vélez

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«Yo también fui estudiante de Lucas Ospina y compañera de clase de Daniel. Las clases de Lucas eran fascinantes. Te llenaban la cabeza de preguntas sobre el lugar y el valor del arte y te hacían cuestionar hasta dónde llega éste. Lucas admite su error desde un arrepentimiento profundo y quiero destacar que un error no borra una vida entera de logros y proezas. Por otro lado, debo decir que siempre sentí un aire de soberbia de su parte. Sacó lo mejor de mí como asesor de mi proyecto de grado y valoro mucho sus enseñanzas, pero también me hirió con comentarios despectivos y con tono de burla que sobran en un maestro. Creo que esta mala experiencia ha sabido humanizar a un profesor que se alimentó de la admiración de sus estudiantes y colegas y si esto lo vuelve más humilde, podemos sacar algo positivo»

Erika Ferreira

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«Yo no estudié con Lucas Ospina. No habría podido. La universidad donde trabaja es, en realidad, innecesariamente cara. Pero él fue quien me ayudó a resolver esa gran duda que tuve cuando gasté las primeras etapas de mi inscripción profesional. A pesar de que en  2005 gané dos premios por escribir crítica, académicamente era nadie: había terminado mi carrera de psicología a patadas (con una tesis fatal), no acabé mi segundo pregrado en artes (de hecho, había abandonado un plan de estudios lamentable), apenas había ingresado al grupo de guías del Museo Nacional (como voluntario), me sostenía como mesero (llegando a servirle a curadores que antes admiraba y ya no), a veces era montajista de exposiciones (algunas muy buenas), y sólo escribía en esferapublica (cuando la gente se limitaba a ver ese medio como un patio de colegio útil para casar peleas –algunas  muy buenas–).

Entonces, sin fijarse en que yo carecía de esa talanquera de validación de la tontez que suele ser la titulación en posgrado en nuestro país, me invitó a dictar clase en la Universidad de los Andes. En serio, por haber tratado un tema en público con rigor, me ofreció una cátedra. De no haber sido por él y su criterio no apendejado por las mordazas derivadas del Tratado de Bolonia, jamás habría podido iniciar mi labor como docente en artes. Ni habría podido conocer a muchos de los mejores artistas del país antes de que se alejaran triunfantes, o habría perdido la oportunidad de discutir en ese foro privilegiado que es un salón de clases. Habría carecido de enriquecedoras discusiones sobre política cultural que sólo así pude sostener con artistas y gestores más experimentados, o no habría entendido las implicaciones de hacer curaduría. No habría podido discutir sobre las taras de mi escritura ni había recibido recomendaciones puntuales sobre modos de investigar, etc.

Posteriormente, participamos en la discusión sobre la crisis que representó para las artes visuales de Bogotá la desgraciada gestión de la alcancía de Samuel Moreno Rojas. De hecho, hizo parte de una exposición malita que organizamos en El Bodegón sobre ese tema; de hecho, fue el único que opinó en público sobre ese sitio –en el mismo periódico donde Piedad Bonnett acaba de exigir venganza implacable en su contra–; de hecho, fue el primero que comentó la necesidad de que el Estado apoyara los Espacios Independientes; de hecho, fue uno de los pocos que me ayudó a entender en breves discusiones esos fenómenos chistositos que eran las primeras ferias de arte contemporáneo del siglo XXI en Bogotá; de hecho, fue alguien que me enseñó que el acto de burlarse de sí mismo es una labor que sólo sirve si se da de manera sostenida; de hecho me recomendó amablemente, y en más de una ocasión, que abandonara opiniones simplemente estúpidas. De hecho, en ocasiones me enseño y en otras, sólo me escuchó.

Lamento que hoy sea objeto de unos de los arrebatos cíclicos de furia que alteran las corrientes de opinión de este país. Lamento que haya entre sus colegas quienes estén aprovechando la ira de Bonnett para sacar a relucir su encono. Lo acompaño en este momento, de lejos, pero sinceramente.»

Guillermo Vanegas

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«Camine hasta la fotocopiadora. Escoja  un texto (fuera del área de las humanidades) y expóngalo frente a la clase.» Ese es un ejercicio de Lucas Ospina. Ejercicio que induce a describir, interpretar y poner en crisis el material escogido. El día que expuse y escuche a mis compañeros, entendí que esa acción  servía para señalar el bagaje, la mirada de cada lector, de cada estudiante. Me di cuenta que siempre que uno se acerca a otra disciplina, uno sabe algo. Todos teníamos algo que decir. Más aún, la posibilidad, la imaginación  y las dudas  cobraron  importancia. Nada se podía dar por sentado. La alegría fue pensar diferentes maneras de mostrar, de expresar un mensaje. De encontrar un mensaje si se quiere. Quizá por ello y porqué conversamos capítulo a capítulo “El Maestro ignorante”, de Jacques Rancière, yo me he dado la oportunidad de  escribir una tesis en español en un lugar el que el quien no habla alemán, habla ruso, en general se habla polaco y yo no hablo ninguno de los anteriores. Quizá por eso se me ocurrió que podía aprender a leer notación musical medieval. Quizá por eso he saltado de país en país, de sistema educativo en sistema educativo, de universidad en universidad, por departamentos de teatro, historia del arte, música, literatura comparada, filología. Mi supuesta valentía viene de entender la importancia de la posibilidad.  Porque si yo hago el esfuerzo conceptual y físico, en palabras de Ospina: “Ahí hay algo”. 

Carmen Elvira Brigard

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“Hace poco me tomé un café con un amigo cercano y hablábamos de lo que era ser profesor hoy y de los profesores que tuvimos cuando estudiábamos arte en la Universidad de los Andes. Hablamos que lo que propiciaba Lucas Ospina como profesor y como asesor de proyectos de grado era un espacio de confianza en lo que uno estaba haciendo cuando uno no tenía idea de que estaba haciendo. Y que esa confianza –que no es confiancita con el profesor, sino confianza en que uno está en una búsqueda y eso está bien- fue tal vez lo que activó el haber podido hacer un proyecto de grado con el que al final uno como estudiante culmina un proceso y queda contento. Hablamos sobre todo que ojalá uno pudiera llegar un día a generar ese espacio de confianza en sí mismo y en lo que hace,  que supo generar Lucas en nosotros como estudiantes. Los que hemos sido estudiantes de Lucas Ospina, generación tras generación hemos querido reaccionar frente al juicio moral mediatizado de su labor como profesor, porque  es justo decir que sus clases, sus palabras, sus lecturas y lo que nos dio marcaron el camino de muchos de nosotros.”

Carolina Cerón Castilla

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«Tuve el gran privilegio de haber sido estudiante de Lucas Ospina en Los Andes del 2001-2006. Sus sabias palabras y consejos dentro y fuera del salón de clase marcaron mi carrera como curador: En cada proceso de escritura de ensayos publicados, en cada conceptualización de una curaduría»

Inti Guerrero, Curador Adjunto Estrellita B. Brodsky de Arte Latinoamericano, Tate Modern, Londres

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«Estudiar arte en los Andes y estudiar con Lucas Ospina son dos cosas muy diferentes. Lucas, en vez de ser un profesor, fue un interlocutor para todos quienes decidimos ser estudiantes de arte y aun así no nos conformábamos con esa decisión. Estudiar arte no era una decisión fácil, recuerdo que vivíamos entre un ambiente de crítica violenta a cualquier intento de producción, y sin ninguna perspectiva de futuro después de la universidad (la más cara del país). Y antes de ese abismo estaba Lucas, que supo aprovechar esos años de incertidumbre para instigar el pensamiento crítico. En vez del bodegón emocional, el Final Cut y los mismos ejercicios de dibujo de mediados de los noventa; Lucas nos hablaba del artista del hambre, de Bartleby, que prefería no hacerlo, nos enseñó a organizar nuestras precarias ideas y a imprimirlas en una gráfica, una reliquia de la universidad. Nos permitió en medio de esa guerra de seudo conceptuales a darnos el beneficio de la duda y oír nuestras digresiones, inclusive a oír a quien erra cuando escribe. Cruzarse con un Lucas Ospina es tan improbable como cruzarse con un Seth Seigelaub o con un Michael Asher, porque hasta en los departamentos de arte existe la normatividad, y poco importa lo que se pueda hacer con un diploma que dice Maestro en Artes cuando ya han facturado la matrícula.»

María Quiroga, Directora, Galería Luisa Strina, Brasil

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“¿Qué es lo más importante de haber sido alumna de Lucas Ospina? ¿Qué es esa cosa que más recuerdo de sus clases y, más importante en este caso, de él como profesor? Probablemente de una cosa que (creo) decía: ‘Ahí hay algo’. Esa capacidad que Lucas tiene de ‘ver algo’ en lo que hacen sus estudiantes, de identificar cosas que podrían ser relevantes, que podrían ser algo más –u otra cosa–, que podrían arrojar indicios de algo más. Al graduarme y salir al mundo real, me di cuenta del privilegio que había perdido: había perdido al lector ideal, al espectador ideal, al interlocutor ideal. Alguien dispuesto a ver cosas en todos lados; dispuesto a leer con atención, a ver con atención, a oír con atención. De golpe me doy cuenta que algo de eso se quedó conmigo, que el privilegio no lo perdí del todo; me encuentro tratando de simular ese tipo de atención en la profesión que escogí, pues es precisamente de la atención atenta, de querer ver cosas ahí, de lo que más requiere un traductor.”

María Natalia Paillié

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 “Afortunadamente tuve el placer de cruzarme en mis años de estudiante en los Andes con este personaje al cual no era fácil satisfacer con los proyectos propuestos en clase si no al contrario, retaba a sacar lo mejor de mí en sus clases. No pondría en duda jamás su importancia como profesor y persona que escucha y exige. Errores los cometemos todos y disculparse demuestra la gran persona que  es Lucas Ospina.”

Maya Guerrero

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“Tengo que confesar que yo nunca entendí a Lucas Ospina. Nunca entendí su sonrisa, ni sus observaciones, ni sus comentarios y mucho menos sus silencios. Tomé dos clases con él y por supuesto me dejaron más preguntas que respuestas. Incluso hoy, cuando leo sus textos y de repente me alegro porque creo que lo voy entendiendo, me encuentro con la frase siguiente, justo después del punto y quedo . Pero ha sido precisamente la frustración de no entender la que me ha llevado a ser lo que soy. Él es sin duda, no solo un excelente maestro (de esos bien “agridulces” que duelen al principio y que con el tiempo, los años en mi caso, cuando uno por fin entendió alguito y uno dice “Aaaaaaaah, ok!” y sonríe), sino también una excelente persona.”

María Esmeral Henríquez, Historiadora de Arte, investigación Arte en el siglo XIX, La Sorbonna, París.

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«Fui estudiante de Lucas Ospina entre el 2004 y el 2007. Con Ospina aprendí a ser crítica, rigurosa con mi trabajo, a no quedarme con lo que me sentía cómoda y a explorar temas complejos con sensibilidad y humor. A descubrirme y descubrir de manera creativa en un salón de clases, pero sobre todo a expandir los límites del aula a la vida cotidiana. Gracias a Lucas aprendí que una persona puede enseñar en la medida que ha tenido buenos profesores, y si cuenta con mentores que le ayudan a pulir y mejorar cada día. Para mi él ha sido ambos.» 

María Estrada-Fuentes. Candidata a Doctorado en la School of Theatre, Performance and Cultural Policy Studies, University of Warwick. Early Career Fellow (2016-2017) en el Institute for Advanced Studies, University of Warwick.

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He intentado no escribir alrededor del asunto por que conozco a las partes implicadas y al intentar balancear una posición, la imagen de mi última conversa con Daniel se sobrepone a cualquiera de mis opiniones. Debo afirmar aquí que su ausencia aun me pesa. Los encuentros con Daniel, normalmente en el intermedio de las conversas sobre las tesis con Lucas y eventualmente en el taller de Pardito, eran espontáneos pero profundos y vitales para la practica. Sin embargo, a pesar de haber tomado lo que considero una posición más adecuada para la situación, enviando algunos mensajes internos, me deparo ante la masa de información un poco confuso y asustado, por eso me veo en la función de escribir como compañero de Daniel y como alumno y colega de Lucas. Ha Lucas le envío «aquele» abrazo y le agradezco y le agradeceré siempre la formación como artista y ser humano que me dio. Su papel como profesor sobrepasa tales funciones, es uno de mis interlocutores y colegas que más admiro y aprecio. Sus opiniones, sugestiones y criticas fueron y siguen siendo valiosas para cada acción que realizo como artista, educador y ser humano. Digo ser humano pues eso que llamamos de vida es ejercicio de lo que es ser artista y eso me lo enseño muy bien Lucas, entre otros docentes. Todos los procesos artísticos y profesionales en los que he trabajado en mis 13 años de vida profesional fueron y serán influenciados por sus enseñanzas, su sentido del humor y su posición crítica. Lucas esta lejos de ser el monstruo mediático con profunda falta de empatía, imagen atribuida por los medios y las opiniones parciales de un cantidad de extraños, a él y a todo el contexto, que hoy opinan. Veo asombrado la capacidad y la parcialidad de todos aquellos que hablan sin conocer más que lo otorgado por los medios y me asusta pensar que al cometer un error hoy ya no hay redención que salve, aun admitiendo la culpa y explicándose. Se que Dani apreciaba la función y el papel de Lucas tanto como yo y todos los que han escrito. Dicho esto la ausencia de Dani me alcanza y sobrecoge nuevamente.

Carlos Monroy, artista

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«En mi posición de estudiante de la Universidad de Los Andes, nunca he sentido mayor frustración que cuando suceden “escándalos” que “manchan” la “imagen” de la institución. En parte porque los medios son morbosos al respecto. Del dolor del caso Colmenares pasan al supuesto matoneo a los becarios, grupo al que pertenezco desde el 2011, basados en una página de rumores de Facebook…¡de la universidad de la Sabana! Luego, los medios denuncian una página de humor negro al mejor estilo de las que pululan en la internet constituida por alumnos y externos de la universidad, de apenas un año de creación. Ello, aun cuando los estudiantes de la universidad nacional también hicieron una página similar consolidada hace más de un lustro . En fin, parece que a los medios de éste país les encanta poner a la universidad de Los Andes en la palestra por un extraño placer. Y eso que hablamos de los medios y no de las personas que los comentan en internet, porque para hablar de los últimos habría que hacer un estudio sobre qué motiva al comentarista colombiano de noticias promedio a escribir cosas tan cargadas de odio, de revanchismo y de mala gramática. Ambas conductas, la morbosa y la curiosamente llena de odio hacía una institución y personas enteramente desconocidas, resurgen hoy con el nuevo escándalo: La columna “Historia de un oprobio” del 20 de agosto de Piedad Bonnet sobre el caso de Lucas Ospina, profesor de Los Andes y el desafortunado incidente que ocurrió a raíz del texto de un estudiante que Ospina le envió a la Bonnet hace ocho meses. Descifrar las motivaciones. Descifrar las motivaciones detrás de la Sra Bonnet, de Lucas y del Alumno que escribió un texto tan cargado de malicia es más complejo de lo que pareciera. La columna tiene un aire a revancha de una mujer herida y cómo no estarlo, después de algo tan terrible; algo que “No tiene nombre”.

Pero la respuesta de Lucas deja entrever a un hombre que sabe que cometió un error y que lamenta el dolor que generó en alguien a quien consideraba cercano . De fondo queda el estudiante que escribió el texto que le generó el oprobio a la reconocida escritora por el actuar de Ospina; un estudiante que ahora debe estar aterrorizado ante el temor de verse sometido a la palestra de una sociedad tan presta a juzgar pero tan pronta a olvidar. El alumno, de acuerdo a lo que deja ver Ospina en su respuesta y por la naturaleza de la clase que dicta, sabía que su texto podría ser más o menos público dentro del campus en algún punto. Pero creo que nunca esperó que fuera tan público. Y menos cuando es un texto tan íntimamente desagradable como dejan entrever los escritos de Bonnet y Ospina. Más aún, no creo que creyera que su texto iba a ser parte de las charlas inquisitoriales mañaneras de Julito y compañía en la “W Radio” que muchas veces le dan importancia nacional a cosas demasiado triviales; ni que el equipo del periodista de radio llegara a exigir una “sanción” a un estudiante que, a pesar de escribir algo que nos resulta tan perverso, está amparado por la libertad de expresión. Pero bueno, esto último es un valor en desuso para los claroscuros desagradables de nuestra bananera sociedad colombiana, que interioriza nombres y no ideas.

Sin embargo, a pesar de que las intenciones detrás de los textos no sean claras y que parezcan variar según el que opine, es evidente que éste es un asunto más íntimo que público y que, por el poder mediático de la columna de Bonnet, sumado al consabido morbo con Los Andes; adquirió ipso facto importancia nacional. Atrás quedó, por ejemplo, la subida del caño y muerte de más de una veintena de indigentes la semana pasada en la ciudad de Bogotá, los niños de la Guajira, la minería ilegal, o los twits de Uribe: Hoy es Lucas Ospina nuestro villano favorito.

Pero el problema es que los medios, la gente y el texto de Bonnet construyeron un Ospina distinto al que yo conozco. Al que me ha dado clases. Yo originalmente no iba a ser estudiante de Arte de los Andes. Yo iba a ser un abogado, graduado de la Facultad de Derecho; que estudiaba más por practicidad que por placer. En una época de mi vida llena de dudas y preguntas al darme cuenta que mi carrera no era mi pasión, empecé a explorar otras disciplinas hasta llegar a una clase llamada “Artista, Obra y Espacio” que era dictada por Lucas Ospina, Mariángela Méndez y Jaime Iregui. Fue nada más al estar en esa clase, oír a Lucas y a los demás profesores, cuestionarlos, inquirirlos, retarlos y dejarme retar que me di cuenta que había algo en mí que se había encendido. Una pasión inexplorada de un joven que nunca pensó ser artista porque consideraba que el acto creativo del que habla Deleuze se reducía a lo plástico. Fue esa clase la que me motivó a empezar a estudiar Arte a la par que Derecho. Porque eso es algo que permite la universidad: estudiar dos carreras al tiempo, no importa cuán descabellado sea esa mezcla. Con el tiempo fui conociendo más a Ospina. Supe que era un profesor con un gusto por escuchar a sus estudiantes, bastante desorganizado y muy caustico en su crítica sarcástica al status quo del arte y del mundo en general; del que no se niega como actor, sino que se reconoce y acepta en contradicción. Conocí a un tipo que estaba a gusto en los Andes, no por la institucionalidad burocrática, acartonada y aterrada de ser diferente; sino por sus estudiantes, a los que siempre les tuvo las puertas abiertas. Nada más el viernes, antes de que surgiera el texto de Bonnet, Ospina y yo hablamos de un proyecto que tengo entre manos. Me ofreció su apoyo y darle seguimiento a mi trabajo; no porque sea una tesis o similar, sino porque soy su estudiante y las iniciativas estudiantiles le resultan valiosísimas. Pareciera, por el tono, que lo estoy adulando; pero no tengo otra forma de expresar cómo es el Lucas Ospina que yo he conocido.

Sé, por una experiencia personal que no quiero ventilar aquí, lo que se siente perder a alguien de la manera en que la señora (sra.) Bonnet perdió a Daniel Segura. No entiendo, sin embargo, lo que es perder a un hijo. Al recordar a esa persona que perdí siento un nudo brutal en el estómago y el mundo se me vuelve ceniza y sombra, vacío y dolor. Ahora, ¿no se sentirá una madre Cien mil veces peor? Por eso encuentro justificable el texto, la ira y el deseo de un castigo justo a un oprobio como el que sufrió la sra Bonnet. Sin embargo, al leer la respuesta de Ospina, no encuentro al torturador pintado por los medios sino a un hombre que se sabe equivocado, que no consideró el efecto que tendría el texto que envió en relación con los sentimientos de una madre y que lo hizo pensando en un ejercicio de memoria, de recuerdo, (aunque terrible) de Segura; el hijo de Bonnet. Si Lucas fuera un monstruo cruel, no habría organizado la exposición que hizo alrededor de la obra de Segura. No habría tenido consideración con Bonnet; ni siquiera le hubiera respondido. Los sádicos no suelen ser empáticos con los objetos de su deseo cruel. Pero Lucas respondió afectado, compungido y terriblemente arrepentido. Respondió a la altura del Lucas Ospina que me ha dado clase, al que he conocido, al que llamo “profesor”.

Sabiendo esto, entiendo el desahogo, la queja, la denuncia de la sra Bonnet. Entiendo a Ospina, su arrepentimiento y su tristeza. Nunca entenderé al estudiante del texto; para él mi infinito disgusto, pero respeto su libertad de expresarse de la manera en que lo hizo. Y para los medios de éste país a los que aspiro pertenecer algún día (pues también adelanto la opción en periodismo del CEPER de la universidad de los Andes): nunca entenderé su morbo con mi universidad. Nunca comprenderé por qué les fascina tanto inventarse historias sobre los Andes, convertirnos en noticia nacional, hacernos ver a becarios y estudiantes como yupies, ricachones o niños mimados. Nunca entenderé por qué insisten en la noticiabilidad de Los Andes, una universidad de la señorial Bogotá, cuando hay noticias (muchas) allá donde no van: la Guajira, el Meta, el Amazonas, el Chocó…Nunca entenderé su gusto por crear monstruos de papel, partiendo de personas de carne y hueso. Por eso, me seguirán frustrando las noticias que hagan sobre mi universidad. Y por eso hoy digo, que yo, al igual que muchas personas, fui y soy alumno de Lucas Ospina. No del Lucas que ustedes crearon; sino del que yo he conocido.

A modo de colofón, debo admitir que me indigna la demora en la respuesta del Comité Disciplinario del Consejo Superior de la Universidad. Creo que si hay un fallo, es ahí. Entiendo que hayan concluido que no hay una sanción disciplinaria, pues estos actos son más íntimos que públicos; por las razones expuestas anteriormente. Entiendo que adelantarán una investigación juiciosa; pero ¿era necesaria tamaña espera en silencio? Ahí coincido con la Sra. Bonnet en lo oprobioso que resulta esa conducta. Pero considero que ese fallo no tiene importancia nacional. Dudo mucho incluso si regional o de ciudad. Considero que muchas instituciones educativas tienen esos y otros fallos administrativos profundamente peores, sin que se les considere noticia. Por eso, entiendo que la Bonnet haya publicado la columna que publicó; pero no comprendo el eco que le dieron los medios nacionales.»

David Agudelo

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1 comentario

Que puedo decir de Lucas Ospina? Gran maestro, critico, artista, persona…. En fin tuve el privilegio de ser su alumna desde el 2004 fue el mejor profesor que tuve en la Facultad de Arte, me enseño a pensar, leer y dudar. CUESTIONAR RIGUROSAMENTE. A pensar en el arte así se tratara desde afuera; me guío a desdibujar fronteras. A buscar y entrever puntos de encuentro, a buscarlo como alumna y como colega al cual admiro. Siempre le estaré agradecida por su labor. Puedo decir que lo que me enseñó ha servido mucho mas que mi diploma de maestra en arte. Hoy no dudo en contactarlo cuando me preguntan de alguien que pueda motivar a mis alumnos alrededor este tema y siempre ha sido abierto a recibirme o responderme. Con todo respeto muchas Gracias por esa confianza.