Héctor Cataño, Bussiness Man. Tomado de: http://vimeo.com/22163405. Este video se presentó el 30 de septiembre en la galería Espacio 101, de Bogotá.
En la exposición había:
a.) la pintura de una mano que señalaba al observador;
b.) la de dos manos repetidas tres veces en actitud de recibir agua, sobre las que decía “In God We Trust”;
c.) la de un puño flanqueado por dos cuadrantes pintados de dorado donde decía “LESS”, con símbolos monetarios;
d.) una mano derecha con su pulgar recogido sobre la palma;
e.) dibujos de tipos con corbata durmiendo como indigentes;
f.) un video de una mano raspando una moneda contra el suelo, acompañado por la moneda dentro de un cofrecito de anillo de compromiso; y
g.) un video que comenta las vicisitudes de hacer negocios hoy en día.
Todo se presentaba con tono de regaño. Alguien sabía que tenía la razón y, disgustado pero con buena técnica pictórica y videística, recriminaba por la estupidez de gastar dinero en un sistema bancario, por pagar la cuota de manejo de una tarjeta débito, por usar monedas y aspirar a tener un crédito. Ése alguien no dejaba de recordarnos nuestro analfabetismo económico. Y lo hacía como un banco. A la omisión de rostros humanos dentro de las representaciones le contraponía una abundancia de manos en plena actividad, pero sin uso de herramientas. Su fórmula era clara: Despersonalización + División intelectual del trabajo = Plusvalía
Además, en el kárdex de este banco del sermón artístico todo sumaba: videos, pinturas y dibujos intentaban producir descontento sin humor, o mejor, con un humor recóndito, que exigía tiempo en la sala: imaginen un espectador endeudado llegando a la exposición, queriendo encontrar en ella refugio y abrigo, olvidarse de las penas de la vida y usarla como un sillón. Pero el artista lo recibe con cara de pocos amigos, diciéndole: “imbécil, no te compres esa cerveza, ni ese pantalón, no le des tu dinero al sistema, bla, bla, bla…” Luego, el espectador recuerda haber visto en noticias a gente sentada en la plaza de una ciudad quejándose porque los gobiernos subvencionan a los bancos desde hace tiempo bajo la amenaza de que sin ellos es imposible hacer. Sabe que en algo están bien las obras que mira: como él, son impotentes.
Lo piensa un poco más y se compra una cerveza –a sabiendas de que su dinero va a ir hasta SAB-Miller y hará feliz a alguien en un lugar muy lejano del planeta-. Bebe. Cree que aun le hacen falta risas al mundo y recoge la hoja donde está el texto de la exposición. De pronto, la alegría inunda su corazón: allí, al final del papel, ve algo que le causa gracia (mucha, casi hasta la carcajada) ve que ese regaño se hacía “con el apoyo del programa para artistas ‘Jóvenes Talentos’ del ICETEX”. Reconoce estar frente a un regaño subvencionado. Bien. Alguien tiene que hacerlo, ¿no? (regañar).
Se tranquiliza. No tanto como para parecer ingenuo (sabe que no se sentaría jamás más de dos horas seguidas en una plaza rodeada de bancos, se promete pensar mejor cuando sienta necesidad de endeudarse), pero sí para imaginar qué hacer con ese arte que lo rodea. Sueña y se pregunta si en vez de usar los típicos slogans de “Uribe Paraco, el pueblo está berraco” o “Santos amigo, sólo los imbéciles no cambian”, y pancartas de tela o cartón, no sería mejor sacar un enorme LCD con el video de Bussiness Man y ponerlo frente a una manifestación. Sonrió pero nubló su mente pensando en lo logístico (¿Quién prestaría ese LCD? ¿Lo pagaría con su dinero? ¿Se endeudó para prestarlo?), las mejoras tecnológicas (¿Quién se dedicaría a pensar en la mejor manera de darle energía sin cables?) y la rentabilidad (¿Qué pasaría si alguien se diera cuenta del potencial económico de tener LCDs grandes portátiles y se enriquece?) Se neurotizó al reconocerse pensando como un vil Bussiness Man y decidió consolarse. “Por lo menos alguien –se dijo- obtendrá algo con esto… si el artista vende, habrá duplicado su beneficio (beca, venta), yo lo recomendaré a quien pueda; incluso, si lo encuentro, le diré que piense en lo del LCD dentro de una marcha ‘indignada’… de pronto le resulte”. Y se fue. El lunes siguiente debió hacer una fila para pagar el recibo de Internet, pues, aparte del chat, odia hacer transaciones por web.
Guillermo Vanegas