Tragicomedia en el Museo de Antioquia
El Seminario de Crítica con el que abrió (el pasado mes de abril) el programa “Miradas España–Colombia: Prácticas Artísticas Contemporáneas”, organizado por la Embajada de España y el Museo de Antioquia fue al tiempo un deleite y un horror. Un deleite porque tuvimos el privilegio y honor de disfrutar de las ponencias y buena disposición de tres conferencistas muy diferentes pero complementarios entre sí, quienes nos introdujeron brillantemente a los principales elementos de la crítica artística bajo una mirada evaluadora y autocrítica apropiada y desafiante para un público casi virgen en el tema. Y un horror, porque el público cerró el seminario con preguntas y comentarios que borraron con el codo todo lo que construyeron manos y mentes de organizadores y conferencistas. No hablo por todos desde luego. Tristemente la voz ignorante –que pulula por estos lares- se impone a la voz prudente: aquella que se toma la molestia de pensar dos veces antes de abrir la boca.
Me tomo la molestia de reseñar el Seminario de Crítica, con la esperanza de que nos quedemos con lo bueno y procuremos evitar en el futuro lo malo, ya que nos quedan aún por delante los seminarios para curadores y artistas, y aún hay tiempo para optimizar esta experiencia única, con el fin de hacerla plácida y productiva tanto para los conferencistas y organizadores, como para el público.
Primer día
Primero de abril, ocho y media de la mañana. Llegué tarde deliberadamente porque sé que la triste realidad es que en Colombia aún se menosprecia la puntualidad. Dicho y hecho: la gente apenas estaba entrando al auditorio. Me senté, miré al alrededor, vi algunas caras conocidas del mismo parche itinerante de eventos artísticos (cosa buena en este caso, porque quiere decir que se consolida un grupo que se toma con seriedad el asunto), hicimos los saludos de rigor, cuando comenzó la función.
Lucía González, directora del Museo de Antioquia, saludó, introdujo al seminario, hizo los respectivos agradecimientos y resaltó el duro horario al que fueron sometidos los exponentes, quienes apenas habían llegado de España la noche anterior. Me imagino el jet-lag de estos tres pobres seres, pero aún no los compadecía: esta era tan sólo la primera de cuatro partes.
Alberto Ruiz de Samaniego
Un hombre de estatura, edad y peso medio, con un hablar pausado pero enfático, expuso su ponencia que llevaba por título: “Sentir de otra manera, (Una lección nietzscheana sobre el arte y la cultura)”, que como bien aclaró desde el comienzo, se mantuvo iconoclasta de principio a fin.
Partiendo de la base de que una obra de arte es aquella capaz de afrontar un peligro, Samaniego planteó al arte, según las concepciones nietzscheanas, como una fuerza transgresora de las valoraciones hegemónicas de la realidad; es decir, como una actividad crítica per se.
Para situarnos un poco en esas valoraciones hegemónicas, se extendió de manera sutil y respetuosa en lo que Nietzsche entiende por “cultura del resentimiento”, que tristemente es la que aún domina en nuestra sociedad[1]. Posteriormente nos lanzó el salvavidas que sirvió en el siglo XX en Europa para superar el resentimiento: reflexiones heideggerianas y blanchoteanas acerca de la angustia (temor sentido al asimilar nuestra irremediable soledad) como fuerza renovadora de la existencia misma y núcleo de nacimiento del arte transgresor de la cultura del resentimiento (del mainstream).
Pero el arte sería mudo si no hubiera quien lo viera, sintiera e interpretara. Si bien la función del crítico no debe ser la pedagógica, sí debe ser la de quien es capaz de comprender lo que la obra tiene para decir acerca del espacio-tiempo en que está circunscrita. El crítico es aquel capaz de ver la crítica implícita de la obra misma y profundizar en ella.
Finalmente, y casi a modo de advertencia, Samaniego nos previno del sofisma de distracción que existe hoy en el mundo: la imagen tópica. Aquella que pulula por doquier y que esconde -en vez de revelar- y crea estereotipos -en vez de ofrecer diversidad-. Aquella que aleja al hombre de sí mismo al confundirlo con su resentimiento y roba a la imagen su fuerza o potencia de mundo y vida; y por lo mismo se opone a la imagen del arte, que como dijo al principio de su ponencia, es aquella capaz de correr peligros, aquella que afirma la vida.
Fernando Castro Flórez
Hombre alto, calvo y con ojos de un azul intenso. Comenzó, tras la pausa para el almuerzo, su ponencia: “Todo lo contrario: ‘intereses mezquinos y prejuicios (Nuevas consideraciones del sobrino de Oscar Wilde)”.
Contrastó con la ponencia de Samaniego en casi cada aspecto. En el retórico, porque con un ritmo vertiginoso, lleno de anécdotas irónicas y grotescas, que sacaron carcajadas al público, Castro demostró su provocador ingenio y su envidiable capacidad de catalizar innumerables informaciones. En el aspecto discursivo – también fiel al título de su ponencia- partió del descarte de lo negativo (abusos del arte contemporáneo) para finalizar con algunas tesis afirmativas sobre el papel del arte y la función de la crítica en el mundo actual. Y finalmente, en el aspecto metódico también se diferenció al valerse de imágenes para ejemplificar concretamente -y con nombres propios- cada caso que mencionaba.
Castro partió de la base del crítico como artista, (artículo de Oscar Wilde), y de la biografía de su irreverente sobrino Arthur Caravan, cuya particular historia fue el pretexto perfecto para hacer las veces de hilo conductor de su ponencia.
Algunos de los abusos[2] que mencionó fueron (tristemente no fui capaz de cogerlos todas y menos con la denominación que él mismo usó para designarlos):
1. El Triunfo de la Parodia: estilo plagiario que funciona como coartada de su propia mediocridad: el artista se defiende alegando la intencionalidad de su mamarracho.
2. Táctica Melodramática: en pocas palabras: amarillismo artístico.
3. Subjetividad Transformadora: ‘peluchismo’, entre otras tendencias macabras.
4. Cuestionamiento de la Institución Artística: demasiadas galerías, museos, bienales permiten que el curador le dispute su rol al artista y al crítico.
5. Momento en que no se sabe si es Arte: obras que terminan siendo ortodoxas por su dependencia a la documentación (o nominalización) para encontrar fundamento; por lo tanto terminan por perder su carácter supuestamente transgresor. (Ejemplo del performance del artista que esposó al crítico)
6. Teatro Integral de Oklahoma: vanaglorización de la obviedad y la banalidad: ‘se tú mismo y serás artista”.
7. Samplado: técnica del remix.
8. Institución de lo Inhumano: cinismo total (ejemplo: arte cadavérico)
Tras pasar por todo lo que no, Castro llegó por fin a lo que sí, o mejor dicho, a las reflexiones que cada cual debe hacerse para determinar –para sí mismo- lo que sí. Sus conclusiones, paralelas a las de Samaniego, rechazaron al mercado como factor obstaculizador del arte, a los curadores que con su protagonismo disputan su papel a los críticos y a los mismos artistas, a las estéticas actuales que al borrarse imponen el régimen del signo y ocasionan el naufragio de la visión del mundo y lo que se quiere cambiar en él, a los artistas herméticos y vacíos que no tienen nada que comunicar pero mucho que vender y en general al estado actual de cosas que intenta hacer del arte una industria más en la que lo que prima es el dinero y se anula, como en las demás industrias, el pensamiento. Rescatar el pensamiento y el valor de la obra de arte, esa es la función de crítico, a pesar de las adversidades.
Panel Público
Paraninfo en la plazoleta de San Ignacio, 6:30 de la tarde. Yo estaba ya mamada y aún así fui. No quería ni imaginarme el agotamiento de los pobres conferencistas. Esperé el retraso de costumbre y por fin empezamos. Había varios asistentes al seminario, sobrepuestos al cansancio y presentes en el lugar, pero también había muchas caras nuevas. Me alegró la acogida, luego me daría cuenta que me apresuré en mi sentimiento.
Una voz en off leyó la historia del Paraninfo. Escuché con sorpresa la carreta no venida al caso. Luego salió una primípara a leer el programa, que nos pidió en primera medida ponernos de pie para cantar el himno de la Universidad de Antioquia que yo oía por primera vez (horrible, por cierto) y ya eso sí lo consideré abusivo. Una vez terminado, la novata comenzó a leer el programa y a presentar a los ponentes, con más errores de lectura y pronunciación que un niño de 5 años leyendo una novena. La pena ajena se apoderó de mí y abandoné el aula máxima de la universidad de Antioquia, a la que le hicieron tanto protocolo para acto seguido insultarla (e insultarnos) con esta farsante. (Me pregunto a dónde había ido la presentadora de la mañana, ahora tan apreciada por su buen trabajo).
Afuera, con ganas de irme, esperé aún la primera pregunta. Ese fue mi fin. No voy ni siquiera a mencionar la pregunta, la dejaré muda para que quien se atrevió a formularla reflexione (si lee esto). Tampoco me quedé para oír la respuesta. Huí a tiempo, despavorida y avergonzada, lamentando que los conferencistas no pudieran hacer lo mismo.
Segundo día
Dos de abril, misma fórmula. Llegué media hora tarde, es decir: a tiempo. No comprendí cómo tras la exhaustiva jornada del día anterior, los conferencistas estaban despiertos y dispuestos a seguir. Laura Revuelta, valiente, leyó su ponencia: “Medios y Crítica”.
Revuelta, una mujer bonita, hizo las veces de punto neutro entre Samaniego y Castro gracias a su capacidad de sintetizar, concretar y traer al mundo práctico los planteamientos teóricos de sus dos compañeros[3]. Su posición como editora del suplemento cultural de diario español ABC determinó sus reflexiones acerca del estado actual del arte y su crítica. Comenzó por señalar las dificultades del medio en la actualidad, para finalizar rescatando los papeles de cada uno de los agentes del mundo del arte hoy tan difuminados: artista, curador y crítico.
Pragmáticamente, Revuelta describió las estrategias del marketing artístico en el mundo actual, entre ellas la espectacularización del medio artístico, la divinización de curadores, quienes hoy asumen las funciones críticas -desplazando al crítico- y rivalizan a la vez con el rol de los artistas -gracias a su figuración mediática. Además señaló las dificultades de ejercer hoy en un medio de desbordamiento de los parámetros artísticos: formatos agotados, discursos llevados al absurdo, arte usado como propaganda (o propaganda haciéndose pasar por arte), pérdida del compromiso crítico del crítico, entre otros síntomas de malestar del medio.
Finalizó con la aclaración de roles para cada parte: la del artista como creador, la del curador como articulador de obras según discursos y la del crítico como curioso investigador de la obra en el contexto de su discurso histórico, capaz de despejarla precisamente y traerla a relación con el presente.
Panel Privado
No comenzó tan mal. Del público salieron algunas preguntas relevantes. Mi favorita fue una reflexión que propuso a los curadores como los mecenas del arte contemporáneo (casi encargan obras como la iglesia o la aristocracia en épocas pasadas)[4]. Castro usó muchas preguntas para aclarar sus posiciones, que cada vez cobraban más sensatez (como aquella en que explicó maravillosamente a qué se refería con que el crítico debía ser un desocupado mental).
Sin embargo, hacia el final del panel, ya con un aire irrespirable dentro del auditorio (el Museo necesita urgentemente mejorar el sistema de ventilación del lugar), comenzó la tragicomedia. El público soltó preguntas y comentarios que poco a poco fueron deshaciendo el duro trabajo de dos días que parecía haber dado resultado. Primero una chica desubicada acusó agresivamente a los panelistas por supuestamente no decir lo que llevaban dos días diciendo sin cesar (que la crítica es una labor puramente individual…). Luego alguien quiso saber qué obras rescatarían los panelistas de nuestro museo y por más que ellos intentaron explicar que lo importante no era su opinión, sino la nuestra, cuando fueron puestos contra la espada y la pared, respondieron sinceramente y rescataron cuatro cuadros, lo que causó furor en un público ignorante y de chauvinista, que se empeñó en que les salvaran a Botero y olvidaron todo lo aprendido. El panel terminó con un público nuevamente sumido y dominado por la cultura del resentimiento -de la que tanto nos intentó advertir Samaniego- reclamando el oro de la conquista… tan sólo escribirlo me duele. Así como me duele saber que los conferencistas se fueron algo decepcionados de su visita a nuestra ciudad, porque a sabiendas de que nuestro público provinciano no podía ofrecerles altura intelectual a cambio, esperaron compensar su violento itinerario con una simple visita al jardín botánico o una agradable conversación con gente representativa de nuestra folclórica tierra, cosa que no sucedió, porque entiendo que hasta en sus últimos ratos libres (almuerzos y cenas) se les intentó exprimir el cerebro con preguntas que no dieron tregua al esfuerzo intelectual de estos tres personajes.
Quiero terminar recordando que entre el público una chica iracunda por las infamias dichas al final gritó: “no todos somos así” y que sus patadas de ahogado no me hicieron sentir mejor. Tal vez sea cierto, tal vez no. Tal vez muchos sigan dándose golpes de pecho porque los conferencistas no salvaron ni a Pedro Nel, ni a Botero. Yo sólo quiero recordarles una cita de la ponencia de Samaniego (mi favorita entre los tres, por cierto): “cada pueblo tiene las obras de arte que se merece”. Y si ellos no las salvan, es porque tampoco se salva el público que es su dueño.
No nos salvamos queridos compañeros. No pasamos la prueba. Y no lo digo a mal. Tenemos aún dos oportunidades de hacer un mejor trabajo, por lo menos en el corto plazo (en los seminarios para curadores y artistas); y espero que el Museo nos siga ofreciendo muchas más, porque esto en un asunto de educación, de encontrar en el arte la fuerza transgresora para ser superar el resentimiento cultural y dejarnos de preocupar por Pedro Nel, Botero y el bendito oro, y concentrarnos en nosotros, que somos los primeros a los que nos urge ser salvados, rescatados. Una mirada crítica para nosotros mismos por favor. Que al menos quede eso de todo este seminario.
Por: Laura Villa López.
[1] Resentido es aquel tan débil que hace de la queja su fuente de poder: busca culpables de su dolor y procura reproducir su comportamiento en otros. Como no puede elevarse hasta el arte, rebaja el arte a su mediocridad, normalidad (mainstream).
[2] No estoy muy segura acerca de esta palabra, en todo caso fueron las tendencias del arte contemporáneo que Castro no acepta como “arte”.
[3] Me quedó la duda de si conocían las ponencias de los demás y cambiaron el programa con esta intención.
[4] El día anterior alguien señaló a Fernando Castro como showman y se preguntó si su alusión a Doris Salcedo no era parte de la estrategia para ganarse el público. Castro tuvo una respuesta aún mejor, aceptándolo sin reparos y agregando que lo hacía con la intensión de que chicas bonitas vinieran a él en busca de referencias bibliográficas.
5 comentarios
Hola Laura: Déjame decirte que el informe está muy majo, como tu nombre. Cómo hacen de falta crónicas como estas para registrar la «alteridad discursiva» a lo largo y ancho de esta tierra con venas abiertas aún por cerrar. Lamentable lo de cierto sector del público y aplausos por permitirnos conocer estas intimidades de la movida Paisa!!!!
Gina Panzarowsky
“Verdadera Memoria del Seminario de Crítica” va en la línea de las transcripciones hechas por Pablo Batelli o es cercana al recuento que hizo Mauricio Cruz sobre una charla del Festival El Malpensante; es una muestra clara de concentración; de nada sirve oir si no hay memoria; pero el protocolo del texto de Villa va más allá de la taquigrafía y sus recuerdos y diferenciaciones entre Samaniego, Castro Flórez y Revuelta recrean, sin caer en el remedo, lo que ella recuerda de cada uno; su recuento es relevante para todo lector que esté interesado en la crítica y además es una crónica social (con himno de la Universidad de Antioquia, montañerismo y Botero incluido). En su memoria sobre el Seminario de Crítica la escritora Laura Villa López no se “faltoneó”, demostró que es una paisa tesa, berraca y “hechaa padelante”, además no se «frunse» por nada ni come cuento.
Buena, esa, Laura Villa. Buen resumen, hecho desde una posición perspicaz, valiente y digna. Me quedaron en la memoria dos citas textuales: «no todos somos así» y «cada pueblo tiene las obra de arte que se merece» (como también «las autoridades que se merece»).
Elías Sevilla Casas, Cali
muchas gracias a los tres! cuando finalicemos el seminario de curaduría en octubre, les enviaré también una reseña con el balance y espero esta vez poderme salir de la crónica, para evitar no solamente ser «copia» de otros, sino de mí misma. Por lo demás, me queda de tarea leer el recuento de Cruz que menciona Ospina, que no he leído y me causa mucha curiosidad!
finalmente, copio aquí los comentarios de flórez al respecto de la «verdadera memoria», para que conozcan el otro lado del asunto:
estimada Laura,
J. A. d. O. me manda el texto que has realizado sobre el encuentro de crítica en Medellín y te pongo estas líneas para decirte que me ha gustado. También me gustaría que supieras que todos (Alberto, Laura y yo) nos llevamos muy buen sabor de boca de Medellín. Nos habría gustado estar más tiempo pero también teníamos ganas de regresar a casa. En ningún caso juzgamos a las personas que, con enorme atención y amabilidad, asististeis al encuentro por algunas preguntas patéticas. No es infrecuente que en España o en otros lugares del mundo tenga que afrontar preguntar que son incluso más lamentables. Pienso que algunas cuestiones eran el puro retrato del que las planteaba y que la reclamación del oro que «nos habíamos llevado», etc. era más pintoresca que digna de ser tomada en cuenta. Como apreciarías nos tomamos ese tipo de cosas como desbarres previsibles. En el fondo sentíamos que latía un interés enorme por la cultura, un deseo de emprender la crítica y, sobre todo, una confianza en la capacidad del arte para ofrecer salidas en un tiempo tremendamente conflictivo. Lo comentamos en nuestro viaje de regreso: algo de nuestro corazón se quedó en Medellín y tendremos que desandar el camino para volver a disfrutar de vuestra enorme cordialidad.
Con mis mejores saludos,
desde un Madrid de nubles plomizas pero hermosas,
fernando castro.
Pues veo que hay un generalizado entusiasmo por esta reseña realizada por Laura Villa acerca del pasado Seminario de Crítica del Museo de Antioquia, pero lamento tener que disentir. Y no es por demeritar la labor informativa realizada por Villa, pero aunque soy una convencida detractora de las poses cientistas, tendré que decir que me parece que su texto se ha quedado un poco corto, hace señalamientos que merecerían un poco más de análisis y por otro lado es demasiado condescendiente con los ponentes, y exagerado en el tono satanizador hacia los asistentes de este seminario… sin querer sacarnos en limpio, claro está, quisiera exponer mis propias impresiones al respecto. Y para ser un poco justa comenzaré precisamente por apuntar que al comienzo del tal seminario la directora del Museo de Antioquia, Lucía González, declaró que este seminario de crítica se realizaba con la intención de fomentar una actividad crítica en la ciudad, que según ella está por completo ausente de la escena, como por ejemplo en el pasado Encuentro de Arte Contemporáneo MDE-07 (realizado justamente por el Museo), alrededor de cuyo evento no se realizó ningún tipo de ejercicio crítico, lo cual el museo ha encontrado bastante preocupante. Y sin embargo, Efrén Giraldo, profesor de la Universidad de Antioquia y asistente al seminario, ya había publicado un no muy benevolente ensayo crítico acerca de este evento, pero por supuesto nadie sabe de la existencia de ésta o algunas otras críticas menos afortunadas que se hicieron a este respecto, y nadie sabe de ellas porque como bien dice Villa en su reseña es un público casi virgen en el tema, pero no porque sea verdad que aquí no pasa absolutamente nada (aunque pase muy poco) sino porque aquí nadie lee absolutamente nada, y ahí si no estamos es en nada; como le escuché alguna vez en misa a un cura (tal vez el único cura sensato que conozco) hace mucho tiempo, cuando todavía iba a misa, que si no fuera por los muñequitos del periódico aquí nadie leería nada… y es alarmante la actualidad que aún tiene esta afirmación.
Ahora bien, que si somos impuntuales, eso está muy claro y poco importa, finalmente como dice la frase que tanto ha gustado (y que entre otras cosas es de Deleuze) tenemos las obras que nos merecemos y también el público que nos merecemos, los curadores, los críticos, las instituciones, etc. gústele a quien le guste y duélale a quien le duela. Creo que son palabras al viento quedarse en esta discusión en torno al himno de la Universidad de Antioquia o el auditorio del Paraninfo, que es por demás pintoresca pues yo podría añadir incluso, para deleite de todos, que además se ha entrado un gato en pleno conversatorio, orinándose al lado de la mesa de los ponentes, acto que encuentro en sí ya bastante crítico y osado por parte del animalito. Pero en fin esto no es lo que nos ocupa o interesa, porque me podría extender quizás demasiado en estos asuntos que encuentro tan hilarantes como inofensivos, así que mejor pasaré de una buena vez a hablar de las ponencias allí expuestas y el debate que en torno a ellas se creó (que después de seis meses sigue causando ampolla). El primero de los ponentes, el señor Alberto Ruiz de Samaniego no fue el más polémico de todos ni mucho menos, expuso tan claramente como pudo su bastante sesgada visión sobre la teoría nietzscheana de los resentidos que han formado la Cultura de La Queja (por qué será que esto es incómodamente adecuado a la reseña que hago referencia), sesgada porque aunque ataca estos resentidos que sería el pensamiento hegemónico occidental, perpetúa este pensamiento con juicios de valor alrededor de las prácticas contemporáneas y supuestos tan absurdos como que el arte contemporáneo debe ser liberado de su función histórica y su compromiso con realidades por fuera de sí mismo; es decir que Ruiz de Samaniego pretende restablecer la emancipación del arte como un valor necesario en la contemporaneidad? No es esto un poco descabellado además de inútil? Bueno, yo diría que esta ponencia fue un tanto absurda, un pensamiento tan absolutamente anclado en la vanguardia que no encuentra eco en la actualidad y que simplemente no debe ser tomada tan en serio, es que es un perpetuo sí pero no: seamos posmodernos… pero no, mejor no!
La ponencia de Fernando Flórez Castro fue en todo maravillosa, además de arrancar carcajadas como lo señala Villa, provocó las más sinceras y negativas reacciones de resentimiento entre los asistentes. De una manera análoga (quizás sospechosamente simétrica) Castro Flórez retoma la supuesta frase de Roland Barthes: tenemos los artistas que nos merecemos, lo cual ya es demasiado, pero no, nada es demasiado con Castro Flórez, y aún más se ha divertido con nosotros disparando a una velocidad increíble cuantas analogías encontradas en la televisión: Yoda, Forrest Gump, los Reality-Shows, la humedad de Cartagena… en fin, toda suerte de máximas que encuentro fascinantes y que merecerían todo un análisis para sí mismas, pero sí diré que justamente fue él quien dijo las dos frases que más recuerdo de todo este seminario: Ya es hora de superar a Marta Traba! Frase que por supuesto no alcanzó ningún tipo de revuelo o polémica, porque como ya lo he dicho, lo sorprendente es que hubiera alguien en ese seminario; y no somos un equipo de salvamento para venir a salvar nada en este museo, ni en el museo ni en ninguna parte, creo con toda sinceridad que lo que estas personas piensan está muy bien, les funciona muy bien y todo eso, pero no es en ningún momento la receta de la verdad, espero de todo corazón que esto quede claro, pues por el tono escandalizado de Villa parecería que somos unos salvajes sin remedio, y que estos pobres y mesiánicos sujetos han venido desde tan lejos en su buena fe a civilizarnos pero lamentablemente ha sido imposible la tarea! Incluso diré algo más, los asistentes recordarán que el gran revuelo fue causado por la razón de que Fernando Castro Flórez decidió decir que estaba harto de ver a Pedro Nel Gómez en todas partes (algo que comparto) y por eso hasta terminaron reclamando el oro de unos indígenas que ya nada tenemos que ver con ellos, pero eso parece haberlo olvidado Villa en su recuento, hecho que no es para nada fortuito, pues en esta ciudad hay una creencia totalizadora de que Pedro Nel es realmente importante; en cambio sólo parece recordar que también hubo el “ignorante” que saliera a defender a Botero, pero claro! Fernando Flórez también lo defendió e incluso por aquellos días le estaba organizando una exposición retrospectiva. Entonces yo me pregunto si es verdad que existe un pensamiento más adecuado, verdadero o superior? quién tiene la verdad? No será que estamos todos equivocados? O mejor apague y vámonos? Más bien es que, como dijo el mismo Castro Flórez todos somos apocalípticos.
En todo caso termino por decir que sea como sea, una crónica o un relato tiene una visión y como tal, también plantea una posición crítica, así mismo encuentro que la posición de Laura Villa está quizás demasiado parcializada y la encuentro demasiado moralizante en tanto se ha escandalizado de tal manera por una ignorancia generalizada que siempre ha estado ahí y que todos sabemos que es así, que no es nada nuevo… y que sí: todos somos así!