Vista exterior de la ventana que oculta la exposición con nombre igual al texto blanco sobre negro, bajo los colores de la bandera de la nación francesa. Edwin Sánchez, “Los Héroes en Colombia sí existen”, Bogotá, julio 2011.
A mediados de 2009, el ejército de Colombia lanzó la campaña publicitaria que da título a esta exposición. Eran seis comerciales para televisión y youtube, donde básicamente se nos decía a quienes no estamos en el ejército, que hay humanos como nosotros (con intereses, familia y cosas que aman), dispuestos a protegernos y que mientras lo hacen, mueren o pierden sus miembros. Al resultar heridos dejan de prestar su servicio, retornan a las ciudades donde vive toda esa gente que antes salvaguardaban y tratan de reiniciar una vida. Entre ellos, hay quien –si alguien se lo propone y paga-, se deja entrevistar y permite, además, que una cámara lo grabe manteniendo comercio sexual. Son las cosas de la vida, hay dinero, y hay gente dispuesta a recibirlo, aparentemente a nadie le molesta eso.
Observando la carrera del artista que participa desde el 28 de junio en el programa de exposiciones de la Alianza Francesa del centro de Bogotá, la presentación del video dividido en cuatro partes de la conversación que sostuvo con un soldado de la patria y sus retozos con una dama, implica un paso más, aunque no queda claro hacia dónde. Las dudas surgen desde el reencauche vía blog de un video con título provocador y un pequeño debate, surgido más como un triste ajuste de cuentas en diferido con parte de la obra que este artista ha presentado antes, que con lo que se mostró –mal- en la sala de exposiciones de la Alianza Francesa en el centro de Bogotá. Parece que quienes opinaron no vieron este trabajo. Y, eso es de entender, ya que en realidad “Los Héroes en Colombia Sí existen” ostenta unos “interesantes” problemas de montaje que no dejan entender mayor cosa – es decir, interesantes como un tumor, útiles como estudio de caso, pero sin mayores beneficios para su poseedor.
En este sentido, el paso que dio el artista fue hacia atrás: en la sala de exposiciones, una lámina de madera pintada de negro, en ella cuatro perforaciones por donde se ve una lucecita bajo la que hay unos audífonos que intentan servir como dispositivo para tratar de mostrar tímidamente cuatro capítulos de un video en el que un hombre joven comenta cosas de la vida. En el primer capítulo –suponiendo que la obra empieza a leerse a la izquierda del observador, como un texto-, el tipo habla y habla y habla de cosas que sólo él cree interesantes: valentía, añoranza por el sexo que no hay lejos de la civilización, patrias, la “vida en el cuartel”, valentía, añoranza por el sexo que… etc.
Allí al menos podía verse eso. Luego, maj´ná: tres capítulos donde el sujeto fornica y fornica y fornica y fornica, mientras en alguna parte suena It Must Have been Love (entonces uno dice, “ah, claro…, un chiste de erudición de la era pregrunge… entonces el tipo lo hace con amor…”). En últimas, no se ve nada. Uno termina con un lindo dolor de cuello (sobre todo si es enano como el suscrito, y ha debido mantenerse empinado para tratar de ver algo, dejando untada de grasa facial la zona alrededor de los huequitos por donde salía la miniproyección), pero con una lección semiótica: me duele el cuello porque quien decidió hacer este montaje buscó castigar mi morbo obligándome a superar los tres segundos promedio que suelo emplear por obra en una exposición de arte. El museógrafo me recuerda que estoy ciego.
Tras saber eso queda por averiguar la “verdadera intención” –si la había- de ese tipo de presentación: ¿Era un montaje empeñado en disminuir cualquier relación visual con el video? Es más, con base en lo que se dejaba mediover, ¿era factible evaluar ese video para saber si era una pieza audiovisual bien realizada, o si había sido mal realizada pero con algún tipo de esguince conceptual-literal, al que somos tan aficionados en esta tierra (por ejemplo, “se hace video de mala calidad para dar a entender la mala calidad de vida de la gente que vive en este país,” etc, etc…)? En otras palabras, si aquella fue la intención del artista, queda claro que tal y como se expuso, resultó un completo éxito: difícil ir más allá con lo poco que había.
O, bueno, de pronto no había tanta intención de parte del autor y lo que hay allí es la simple materialización del miedo de parte del señor Julián Petit, curador de esa muestra (¿eso fue una curaduría?), y de la gente de la sección de artes de esa Alianza, por el efecto que pudiera tener una película porno de bajo presupuesto cuya trama se reducía a que el protagonista recibió toda la atención que quizá jamás ha tenido. Tal vez por eso la obra está allí para no ser vista. Entonces, hay doble moraleja semiótica: “¿A qué vino? ¿Esperaba ver porno gratis? Pues, no. ¿Esperaba aprender algo del conflicto armado colombiano? Pues, tampoco.” Si es así, me trago entonces las palabras con que abrí este escritito: “Los Hombres en Colombia Sí existen” es una exposición donde nadie dio un paso hacia ninguna parte, porque la obra que la compone aun no ha sido vista. Menos mal, ya que curadores como José Roca o Inti Guerrero, especializados en mostrar siempre la misma y única obra del pobre artista que caiga entre sus afectos, tendrán aun la oportunidad de exhibir “por primera vez” esa obra en escenarios más benévolos, como una Bienal de Melcosul o algún mercado llorón de Europa. Por favor, háganlo, pero muestren esa obra en una sala de proyección o en un parque, donde la gente sí pueda ver y disfrutar y sentirse mal, si se le antoja.
Guillermo Vanegas