Obviamente no estoy afirmando que los profesores de arte de la U. Nacional busquen que sus estudiantes participen en lo político vía el “Polo”, así hace algunas décadas varios de estos pedagogos estuviesen vinculados, de alguna u otra forma, con grupos como el Moir y/o con otros movimientos de izquierda, lo cual se ve reflejado en una “actitud política” presente en la producción de diversas obras interesantes de los años setenta, especialmente realizadas en grabado.
Sin embargo, para no caer en confusiones, sería importante definir lo “político” más claramente, sobretodo en relación a lo artístico, pues parece que cada quien le da al término acepciones diferentes y por ello acabamos discutiendo en diferentes lenguajes.
Por mi parte, a fin de definir “político” o “política”, prefiero limitarme al diccionario de la Real Academia, a falta de algún otro consenso más apropiado para nosotros, los hablantes de esta lengua.
La definición aristotélica de “zoon politikon”, efectivamente si recuerdo haberla visto con pereza en el bachillerato, y aunque para nada la desprecio, me da ahora la sensación de que con la misma parece simplemente decirse que todo individuo que vive en comunidad es un ser social y por lo tanto político. La verdad, como reflexión allí no me parece que se avance mucho hoy.
De otra parte, creo que la asociación entre lo político y lo artístico se lee bastante claramente en Latinoamérica con las ideas del Muralismo Mexicano y tal vez retomando esa vertiente histórica, la “actitud política” pueda tener alguna validez.
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Ahora bien, quisiera hacer algunos últimos apuntes volviendo al tema del “relativismo estético” al cual me referí en uno de mis primeros correos. Les rogaría que me siguieran hasta el final, pues creo que es importante para el medio artístico colombiano.
A partir de la animadversión que señala Carlos A. Vergara entre los Estudios Culturales y disciplinas sociales como la Historia, me parece que este conflicto esta relacionado con el hecho por el cual, en las ciencias humanas contemporáneas, desde los años sesenta ha aparecido la preponderancia y hegemonía de las deducciones producidas a partir de un análisis “ambientalista” sobre el ser humano.
Hablo aquí de una preeminencia del análisis sobre los condicionantes de la existencia de un individuo, teniendo como fundamento único el proceso de aprendizaje y socialización en el cual este individuo se ha desarrollado.
Tal enfoque, en las humanidades ha permitido en consecuencia “relativizar” una gran cantidad de fenómenos, entre ellos la producción de una obra de Arte.
En el libro À l`Ombre de Lumieres, aparece un interesante debate al respecto entre Regis Debray y Jean Bricmont. (1)
Este último autor ve en las posiciones ambientalistas y relativistas de nuestra época, la forma de un idealismo con el que no solo se tiende a explicar la realidad de las fenómenos del mundo exterior exclusivamente a partir de la conciencia del sujeto que los piensa, sino que se ha llegado a creer que el pensamiento de un sujeto reside únicamente en un “discurso”, en un “lenguaje” o en una “cultura”.
Se trata aquí, según Bricmont, de un síndrome generalizado, sobretodo en los estudios culturales actuales y en la antropología culturalista anglosajona.
Es allí donde la reflexión de este autor nos permite anotar que en el campo artístico ciertas reflexiones pueden caer en posiciones cínicas cuando se hace pasar hoy cualquier operación mental como una proposición artística válida, bajo la premisa de que visualmente todo tiene igual valor, suponiendo que el valor estético simplemente es un “mito” construido culturalmente.
Es a partir de esta manera de entender las cosas que generalmente se piensa también que las formas visuales avaladas por la historia del arte no son más que “construcciones sociales” legitimadas por vectores de poder, en un momento histórico determinado en una sociedad, llegando entonces a presumir que el consenso en el juicio estético es también forjado únicamente a través de lo cultural.
Personalmente, he notado que estas creencias se apoyan principalmente en la vieja idea de la Tabula Rasa, comprendiendo por esta que el hombre viene al mundo sin ninguna predisposición biológica establecida que pudiese condicionar su conducta, sus formas de aprendizaje, su percepción, sus juicios y/o sus gustos estéticos.
Sin embargo, la hipótesis de la Tabula Rasa ha sido declarada desde hace tiempo como demasiado simplista y ya desde los años cincuenta fue descartada de plano por Noam Chomsky, a partir del desarrollo de su gramática generativa, al constatar la existencia de universales en el aprendizaje del lenguaje humano.
De otra parte, no creo que haga falta recordar que fue precisamente M. Foucault – uno de los principales relativistas durante el siglo XX -, quien tomando una posición contraría a la de Chomsky, llegó a descartar por su lado toda universalización en la comprensión de lo humano, rechazando incluso completamente la existencia de una posible “naturaleza humana”.
Justamente, estas posiciones encontradas entre universalistas y relativistas, nos llevan al famoso debate televisivo que se dio entre Foucault y Chomsky, desarrollado, si mal no estoy, a finales de los años sesenta y que puede verse las dos partes aquí:
Obviamente, a partir de este debate, yo adhiero al pragmatismo Chomskyano y no precisamente porque éste último siga aun vivo y el primero por excesos no.
Ahora bien, no quisiera detenerme demasiado a analizar el trabajo de artistas que en Colombia basan su discurso recurriendo a posiciones de tipo relativista, pero muchas proposiciones hoy en día se fundan tácita o explícitamente en ideas de este orden.
Por esto somos espectadores actualmente, en las exposiciones institucionales realizadas en Bogotá, – bienales y salones – de una acumulación de supuestas “indagaciones plásticas”, que justifican su clara inoperancia visual de múltiples maneras, pero recurriendo generalmente a ideas que tácitamente son de orden relativista.
Peor aun: este escenario puede degenerar en situaciones delicadas, cuando por ejemplo el relativismo estético se ve asociado a discursos ideológicos visibles, los cuales vendrían a legitimar determinadas posiciones, medios y soportes artísticos, despreciando otros.
Quisiera dar un ejemplo de este amalgama peligroso entre relativismo estético y toma de posición ideológica, recurriendo al ya antiguo texto publicado por José Roca en Columna de Arena, cuando en éste se asegura que uno de los objetivos de la obra de José Alejandro Restrepo es:
“poner en claro que Ver no es una función fisiológica sino un aparato ideológico que construye lo mirado de acuerdo con la propia formación, la tradición histórica en que se inscribe el sujeto, sus intereses personales o sus agendas políticas.”(2)
En este punto, sí quisiera manifestarle a José Roca, que ignoro si en realidad sea éste el objetivo de la obra de Restrepo, pero con la anterior y estrambótica idea si estoy seguro que caemos directamente en las fauces del relativismo estético.
Sinceramente yo no creo – en lo absoluto – que “Ver” sea un aparato ideológico, ni mucho menos que tenga que estar relacionado necesariamente con una “agenda” política.
Por último, quisiera terminar con una pequeña alusión a un curso básico de E.H. Gombrich, autor que estoy seguro es indeseado entre los relativistas.
Dice así el renombrado historiador:
“El relativismo cultural ha conducido a que nos deshagamos de la más preciada herencia de toda la obra de erudición, la pretensión de estar comprometidos en una búsqueda de la verdad. Como los testimonios del pasado ya no pueden contemplarse como testimonios, nuestro interés por ellos no puede ser mucho más que un juego inteligente que no sirve para el conocimiento, sino simplemente para el despliegue de acrobacias intelectuales.”
…“Bromas aparte, sé muy bien que puede deberse quizá a mi edad el que no encuentre sentido a los textos canónicos de este movimiento, pero como no soy un relativista, sigo sin creer que cada generación tenga sus propias verdades. Prefiero apoyarme en mi contemporáneo, ese gran estudioso de la literatura M.H. Abrams, que se interesó vivamente por esa escuela de pensamiento y ha llegado a la conclusión de que debe ser considerada como una moda intelectual efímera. Probablemente atrae a los jóvenes porque permite que sus seguidores miren por encima del hombro a los pobres no iniciados que no sólo creen en Papá Noel y en la cigüeña, sino también en el hombre y en la razón. Es muy gratificante para el respeto propio el que uno haya aprendido a ver que todo eso es un embuste, un cuento de hadas para los niños que hace tiempo dejamos de ser.” (3)
Atentamente,
Dimo García.
p.d. Ahora sí, dejaré por el momento la teoría y me iré a pintar.
(1) DEBRAY Regis, BRICMONT Jean, Á l`ombre des Lumières, Odile Jacob, Paris. 2003 pagina 69. Una versión en español de este libro se encuentra en la Biblioteca Luis Ángel Arango.
(2) http://www.universes-in-universe.de/columna/col69/index.htm
(3) GOMBRICH E.H. Temas de nuestro tiempo. Propuestas del siglo XX acerca del saber y del arte. Traducción de Mónica Rubio. Titulo original: Topics of aur Time. Phaidon Press Limited, 1991 Pagina 38-39