Pedro Manrique Figueroa, Precursor del Collage en Colombia
El secreto mejor guardado de la plástica nacional es llevado al séptimo arte
“En mis uno noventa metros de estatura cabe cualquier contraste y contradicción que pueda ser imaginable. Si alguien quiere llamarme vanidoso, extravagante, terco, frívolo, inconsistente, dandy, descuidado, indolente, falto de toda reflexión —y si no basta— locuaz, falto de tacto, inconstante, rudo o ciclotimico, el que me califique no estará menos equivocado que el que dice que yo soy prospero, modesto, corajudo, tenaz, enérgico, desinteresado, industrioso, resoluto, taciturno, lleno de refinamiento, cortés y siempre alegre. Puede ser establecido con igual verdad que soy un apocado o un héroe, un tipo ingenioso o un ignorante, alguien extremadamente talentoso o un estúpido. Nada me sorprende. Yo por mi cuenta he decidido creer que solamente soy un mero instrumento, un señuelo de las circunstancias.” Enviando esta descripción como hoja de vida se presentó Pedro Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia, al proceso de selección del Salón Nacional de Artistas de 1972, acompañaba su solicitud con un pequeño collage de 12 por 17 centímetros envuelto cuidadosamente en una hoja de papel de arroz arrancada de una página de la Biblia. Su propuesta no fue aceptada. Luego, aprovecho una coyuntura del momento, un Salón de Artistas Independientes, para enviar la misma propuesta a ese evento; nuevamente fue rechazado. Como recuerdo de esos fracasos el precursor del collage en Colombia guardaba en su billetera una caricatura que había aparecido en el periódico El Tiempo: “Eres un fracasado.” —le dice una mujer con apariencia desaliñada y bohemia a un hombre de esas mismas características— “¡Ni siguiera te admitieron en el salón de los rechazados!”; era común que Manrique Figueroa sacará esa caricatura y dijera: “Ese soy yo, salí en el periódico de los Santos”.
Manrique Figueroa no medía uno noventa metros o había redactado su hoja de vida, solamente la había copiado de una biografía de Honorato Balzac escrita por Stefan Zweig. Para saber sobre un artista nada más sospechoso que partir de los aportes que da él mismo sobre su arte o sobre su vida, de seguir esta línea el arte será lo que el artista diga o cada quien podrá determinar que es y que no arte; para evitar esta eterna e improductiva discusión es necesario recurrir a otras voces y juntarlas en un especie de mosaico histórico en aras de encontrar cierta consistencia. Una de esas voces puede ser la de Plinio Apuleyo Mendoza que frecuentaba el Ajedrez Lasker donde Pedro Manrique Figueroa trabajaba y que en 1978, en una entrevista para el suplemento literario del periódico Voz, dijo: “Cuando el comía sus labios temblaban, sus ojos brillaban con alegría, sus manos convulsionaban ante la placentera anticipación que la vista de una pirámide de chorizos y morcillas proveía […] era magnifico en su exuberancia, pantagruélico; se quitaba el corbatín de mesero y dejaba su camisa abierta; con un cuchillo de carnicero en su mano, se reía, tomaba, y penetraba el cuerpo de una larga salchicha […] nada era más ajeno a Pedro Manrique Figueroa que la sutileza […] él tenía ese desmesurado ánimo infantil que atribuimos generalmente a los gigantes y nada podía bajarlo de esa nube. Pedro Manrique Figueroa era parte de una nueva especie de la sociedad, era un producto del proceso de urbanización colombiano: la bestia proletaria”.
Fuera lo que fuera, Pedro Manrique Figueroa es ahora considerado como el Precursor del Collage en Colombia, este es un título reciente que le ha sido adjudicado por varios historiadores del arte y académicos. Antes del año 1996 poco se sabía sobre este artista pero una exposición de homenaje en la Galería Santa Fe en el Planetario de Bogotá lo sacó a la luz. Basados en una tesis de grado de Felipe Rueda, un estudiante de antropología de la Universidad de los Andes, dos estudiantes de arte de la misma universidad, François Bucher y Bernardo Ortiz, mostraron su interés por el artista. El texto de Rueda se llamaba Gentifricación a la inversa: cinco estudios de caso de habitantes del Barrio Santa Fe. Uno de los habitantes, el señor Valdez, mencionaba repetidamente a un inquilino que había tenido como huésped en 1974 y al que atribuía, con una especial fijación, el haber traído la decadencia al barrio: “primero trajo al comunismo, luego las drogas y finalmente, el comunismo más las drogas, llenó el sector de rameras, drogodependientes, anarquistas y bohemios”. Valdez le dio a Rueda una de las obras que este artista había dejado entre una chaqueta de gamuza que había sido entregada como forma de pago por el último arriendo, era un collage perteneciente a lo que ahora se denomina como el periodo Sub-realista de Pedro Manrique Figueroa. Con este collage se iniciaría una búsqueda por parte de Bucher y Ortiz que terminaría en la exposición de la Galería Santa Fe, donde la obra que lo inició todo, Los Cuatro Mamones, figuraría bajo la siguiente ficha de apoyo museográfico: “Drogas fuertes y drogas débiles; Gómez habla con la boca llena, Pastrana, Turbay y López en medio del delirio ‘arreglan el país’, cuatro indígenas levitan por encima de la mesa clientelista, una droga importada sirve de fondo para esta obra, dónde el artista, expresa la náusea que le produce la industria político–farmacéutica que durante más de dos siglos ha recetado a esta patria enferma.” Esta interpretación de Bucher y Ortiz fue calificada por el entonces crítico de arte de la revista Semana, Eduardo Serrano, como “una curaduría irreverente, novedosa y juvenil que lleva al espectador al paroxismo creativo mediante el éxtasis dadaísta del collage”; otros críticos respondieron con menos euforia y fueron menos condescendientes, calificaron tanto la obra como la exposición de “autoexotista” y procedieron a llamar a los curadores “imitadores crudos de lo popular”, “mercaderes de la otredad” y hasta uno los definió con un epíteto social que hacía tiempo no se oía: “la exposición es un tour de force de Bucher y Ortiz para mitigar su culpa burguesa”. Afortunadamente otra voz hizo un llamado leve, sutil, como son los llamados del arte; la artista Beatriz González, conocida por su rigor investigativo y perspicacia, dijo en una declaración breve pero concisa al programa de televisión Primera Fila dirigido por la periodista Pía Barragán: “Pedro Manrique Figueroa es un problema, pues si es el precursor del collage, hay que reordenar la historia del arte en Colombia”. Afortunadamente esta ha sido el llamado que ha subsistido y hoy ya se habla de Pedro Manrique Figueroa como uno de los secretos mejor guardados de la plástica nacional.
En marzo de este año, Mariangela Méndez una joven curadora recién graduada en un posgrado de curaduría de Bard College en Estados Unidos, escogió Los Cinco Collages Americanos, una de las series de Pedro Manrique Figueroa, para ser incluida en In Other Words su exposición de tesis de grado. La muestra fue exhibida al lado del río Hudson en la sala principal del Museo de Arte Contemporáneo de la importante institución académica. El tema de la curaduría giraba en torno a los problemas prácticos de la traducción. En los anexos a su texto de sustentación, la curadora hace un breve recuento de la vida y obra de Pedro Manrique Figueroa: “ ‘I am Pedro Manrique Figueroa and I am my work’ were the last words said by PMF in 1981 at the doors of the Museum of Modern Art in Bogotá, and having said that he disappeared for ever… […] Since then, several exhibitions of his collages were done in Colombia and USA. Accounts of Manrique’s existence are contradictory and anachronistic. According to the official records of the church of Choachi, a small town close to Bogotá, Pedro Manrique Figueroa was born the 27th of February 1929 […] We also know that he appeared in the list of ‘chinos’ (boys) working for the Trolley Company in Bogotá. One of his various jobs was that of cutting and pasting timetables and notices to patrons at the stations. Some art historian has stated that this may well explain his fascination with collages […] With the assassination of Jorge Eliecer Gaitan, a popular candidate for the presidential elections of 1948, the mob created a riot and the trolleys were burned. [he] found a new way to make a living by selling religious cards in San Victorino, a popular flea market in downtown Bogotá. In his spear time he would cut bible segments and re-arrange them in a different manner, in other words he made collages with the religious cards, but he had to abandon this job when his stand was set on fire by right wing religious extremists. PMF was a member of the Communist Party, in 1971 he created a promotional poster for the National Congress in Cucuta, in which he juxtaposed a swastika with a picture of the people attending the meeting. For this he was expelled immediately. Lonely and desolated, PMF realized that his ‘pegotes’ (trimmings) were just causing him problems and did not related to any ideology. To avoid additional political problems, Manrique decided to be an artist.”
El recuento de la vida de Pedro Manrique Figueroa no se ha limitado al campo de lo académico o al gueto de los que dicen entender el arte contemporáneo, el interés por este personaje ha llevado la narración hasta sus últimas consecuencias y en estos momentos se encuentra en postproducción un documental dirigido por el cineasta caleño Luis Ospina que llevara el sugestivo título de “Un tigre de papel”. Más de 600 horas de edición, 250 horas de grabación, 100 horas de material de apoyo, 43 entrevistados y 17 obras de autoría comprobada han sido necesarios para dar cuenta de la vida y obra del precursor del collage en Colombia. El documental cuenta con el apoyo de una beca del Ministerio de Cultura y aportes de la Fundación Kurt Schwitters de Alemania. El volumen de información recogida por Ospina es abrumador y seguramente animará a otros investigadores para desarrollar más propuestas sobre Pedro Manrique Figueroa, sin embargo, a pesar de todos los datos recogidos, el documental se basa en un enigma: no hay una sola imagen de la figura del artista. Lo último que se sabe es que desapareció a comienzos de los años ochenta: una versión lo sitúa “demacrado pero aguerrido” luego de salir de un largo interrogatorio en la base militar del Cantón Norte de Bogotá, pero otra versión ubica “su figura proletaria y bestial” trabajando como celador de una casa de recreo en una finca en Silvia, Cauca. Lo cierto es que el retrato incesante de Pedro Manrique Figueroa continua y ahora, gracias a la magia del cine, el público en general podrá conocer al precursor del collage en Colombia.
Finalmente, dos vaticinios contradictorios se ciernen sobre Pedro Manrique Figueroa. Uno consiste en un fragmento de un poema de Barba Jacob que el artista dejó en 1965 cuando trabajaba como operario en la imprenta donde se hacia el periódico de la organización política Frente Unido. En ese texto Pedro Manrique Figueroa, luego de sabotear unas de la máquinas en que se iba a imprimir la publicación del movimiento que lideraba el cura Camilo Torres, da cuenta de su acto y se despide: “Y vosotros, rosal florecido / lábreles sin amo, luceros, crepúsculos / escuchadme esta cosa tremenda: ¡He vivido! / He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos / y voy al olvido…”. El otro texto es una respuesta dada por François Bucher, cuando en una conferencia fue interpelado por un periodista que afirmó que Pedro Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia, era un invento, un personaje ficticio; a esto Bucher respondió con una cita tomada de una carta que le escribió el artista a uno de sus amores revolucionarios: “¡Mi narración triunfará!”. Una cita expresa un deseo por desaparecer, otra manifiesta un anhelo de permanencia, que suceda lo uno o lo otro es cosa que únicamente depende del tiempo.
—Arcadio Pignalosa