Jorge Peñuela se regocija. Se exalta. No está mal. En estos casos no cabe siquiera la condición del juicio. En el caso del gusto, además, cabe recordar la constitución histórica por encima de las relaciones entre ascetismo y poesia. Ambas, una suerte de reacción taxonomizante en relación a las praxis. Kant y lo sublime, nuestro nuevo ‘sublime histérico’. Sin embargo, pese a todo, el juicio no termina por ser una constitición de valor con respecto a la experiencia. El juicio es perecedero y mutante. Ni siquiera vale la pena recordarlo. Prefiero hablar de agenciamientos estéticos (incluso ecoestéticos se podría decir -echos-), una reacción de estos ante una enunciación. Comparto la desestimación de el kitch por parte de un grupusculo dado (en relación a sus circunstancias históricas), con respecto al caracter resistente de la enunciación «popular», a saber: contaminada por la significación.
Pese a todo, volvemos a lo mismo. Y, en estos aspectos, el juicio del gusto no constituye una diferenciación real más que en la condición de los sistemas binarios de representación: el poeta/el asceta; el moderno/el POSTmoderno; el clasicoide/el contemporáneo… Pero nos olvidamos de una instancia a nivel miolecular. Una microinstancia política, eminentemente, correspondiente a instancias de poder. El JODIDO PODER capaz de moldear y permear las multiplicidades. «Una acción sobre acciones -multiples- posibles»
No se trata de un esfuerzo por renovar los modos historicistas de Fernando Uhía. Creo más vale en que la dirección que se le otorga al asceta no es la correcta. Creo al asceta-artista como un participador no figurante. Una ausencia dentro de la presencia aplastante de la molaridad. Una suerte de zaratustra o los nombres de la historia, un Badiou con la infigurancia, o un Negrí preso por su pensar de izquierda. El resto pertenece a la doxa. Seguimos en el mismo juego.
A ver si un día, por fin, *pasamos a la praxis*
javier alvarez galeano