Un artista sin atributos

Gran parte de la enseñanza universitaria reciente está aceptando como ciertas y necesarias las teorías del éxito, del empoderamiento y de la gestión. Nos quieren hacer creer que ha sucedido la clausura de la reflexión crítica y de todo tipo de activismo intelectual que se desvíe de la consecución de un valor monetario, de un valor mercancía. De un valor conexión a ese sistema de hiperconexión.

Este texto de Claudia Díaz se publica en el marco de las entrevistas y conversaciones en Esfera Pública como respuesta a las preguntas: ¿Qué tipo de cambios o transformaciones han tenido las distintas escenas del arte a nivel nacional?, ¿cómo ha cambiado la labor del artista?, ¿de qué forma han incidido las ferias de arte?, ¿qué tipo de cambios han tenido los programas académicos?, ¿qué impacto han tenido en la crítica las redes sociales?


Un artista sin atributos

“Casi en todas partes -e incluso a menudo debido a problemas puramente técnicos- la operación de tomar partido, de tomar posición, a favor o en contra, ha substituido a la obligación de pensar. Se trata de una lepra que se ha originado a partir de los medios políticos y se ha extendido, a través de todo el país, a la casi totalidad del pensamiento. Es dudoso que se pueda remediar esta lepra que nos mata sin antes suprimir los partidos políticos.”

Simone Weil, Escritos de Londres y últimas cartas

Gran parte de la enseñanza universitaria reciente está aceptando como ciertas y necesarias las teorías del éxito, del empoderamiento y de la gestión. Nos quieren hacer creer que ha sucedido la clausura de la reflexión crítica y de todo tipo de activismo intelectual que se desvíe de la consecución de un valor monetario, de un valor mercancía. De un valor conexión a ese sistema de hiperconexión.

La mente, la capacidad crítica, la creación, se encuentran completamente intervenidas por la política. La interferencia continua a que son sometidas esas mentes hace imposible cualquier tarea verdadera, cualquier espacio de realización.

La universidad contemporánea incita y promueve esa desvalorización haciendo creer que la transacción de valor y no la obra de arte entendida como creación, es el verdadero valor del artista a donde debiera apuntar todo ese esfuerzo de formación.

En contravención en cambio, el estudiante de arte es sometido desde el comienzo a una depauperización de su real y original capacidad crítica y creativa en búsqueda de un vaciamiento que lo lleve a necesitar siempre el medio con que pueda reconectarse de manera efectiva y absoluta al pseudovalor del éxito y de la hiperconexión.

Sin el medio, sin el flujo constante de la conexión, el estudiante de arte y futuro artista, parecería sentirse en una carencia completa de valor y de conectividad efectiva. Ese es el quid del sistema educativo que quiere dar paso a un nuevo prototipo de artista. Esto significa que todo su esfuerzo y toda su atención. Todo su entusiasmo legítimo, son capturados por el aparato de control. Aquel que busca informarlo y saturarlo, o mejor, aquél que busca reprogramarlo desde cero. De tal manera que su proceso de formación se transforma en una paulatina depreciación y empobrecimiento y debilitamiento de sus capacidades de atención, de creación y de improvisación. Reduciéndolo a ser un homúnculo más. Un replicante más de las vacuas cartillas pedagógicas de la contemporaneidad. Una suerte de X inservible como artista y como crítico real pero capacitado completamente para pasar a desempeñar esos roles que el sistema educativo de las artes ha previsto para maquinar a ese golem artista.

Tenemos no sólo la desvalorización del artista creador sino también de la idea de creación. De las ideas de un artista o de un crítico artista como germen de la creación. Se busca que el artista o aspirante al medio, propenda a intentar más bien hacer parte de una de las tantas redes de emprendimiento, o de colectivos, o de grupos de poder creados precisamente para neutralizar esa capacidad, en razón de buscar hacerla reducto de un tronco multitareas en que la idea es degradada a la total obsolescencia, de tal manera que ese aniquilamiento devastador lance al aspirante a un torrencial desborde de proyectos que siempre permanecerán en la superficie sin poder dilucidar nada realmente original por estar sumido en esa obsolecencia propia de la que ha sido gestor.

Pero no se trata de un arte de superficie que pugnara por contravenir una supuesta profundidad sino más bien estamos ante un cúmulo de proyecciones disparadas con el ánimo de hacer visible un supuesto y torrencial activismo de artista que se conectaría con peticiones de indistinta naturaleza, peticiones o causas ambientales, políticas, raciales, feministas, de frontera, territoriales y todos esos caminos de atajo en los que se hace derivar la atención creativa. De tal suerte que la idea propia se extingue como posibilidad, para dar paso a la transformación de esa mente individual en un apéndice de un medio.

A esa mente disminuída por otro lado se le succiona toda capacidad de ideación propia para que pueda someterse al proyecto de interacción global que ya cuenta con un programa en dónde enlistarlo y que lo llama a una abierta pseudo militancia. El sobrante o resultante de todo este proceso de cooptación del artista termina siendo así un remedo de acción.

El reducto artista ha mutado a ser interface de algún proyectista mayor que ha logrado renombre y notoriedad con esa supuesta causa por la que milita. Ante ése el artista se subordina para lograr producir y reproducir en su propia capacidad, una sede de un obrar previamente proyectado y programado. El de ese artista de marca, ese cuyo nombre es una verdadera rúbrica del sistema al que se ha incorporado y que lo ha subsumido completamente.

La educación es así un terrible procedimiento de colonización. Un territorio nefasto en que se devasta al verdadero artista para revertirlo al sistema del arte como un apéndice esterilizado.

La universidad nunca cumplió el ideal de formación. Un proyecto que en nuestra época maltrecha expira hacia la realización de un artista sin atributo alguno. Tal pseudoartista o proletarioartista es apenas un cascarón programado con todo tipo condicionamientos, proclive en consecuencia a poder ser pulsado desde esa voluntad mayor del colectivo de artistas.

Igual suerte corre el espacio de la crítica. Que ante la necesidad de validación y acreditación oficialista ha cedido espacio hasta verse permeada por ese sistema de adoctrinamiento general que cada vez se camufla menos en su manera de operar y cada vez se hace más explícito. Me refiero a transformar toda crítica en un mecanismo de validación de causas de ese establecimiento rector con el cual se afilia y a quien replica y convalida, comprometiendo su valor de independencia crítica.

Este mecanismo de validación ha transformado a la crítica en un guiño de aprobación del sistema total de cooptación crítica de todo orden, no sólo el de la escena del arte sino también y de manera preocupante el del escenario político y en su casi totalidad, el de la esfera pública. Creando un conglomerado de masa anónima que perdiendo toda genuina orientación crítica, se dispersa, se polariza y se fragmenta, impidiendo cualquier criterio real de validación de una posición crítica auténtica.

El crítico de medios de la actual situación de nuestra esfera crítica ha perdido de vista completamente el valor que tendría una verdadera conciencia crítica y su consecuente y necesaria independencia con que sustentar y soportar esa conciencia. Su significado. La plausibilidad de su independencia.

Ese crítico de medios ha transvalorado esa conciencia crítica en una serie de subterfugios o tics que le permiten bucear superficialmente, contranatura, sin lograr penetrar los acontecimientos a profundidad, dejando intacta su búsqueda de discernimiento y sin ocasionar mayores consecuencias o molestias disruptivas en la escena. El resultado es solidarizarse con ese valor de establecimiento, legitimándolo y contribuyendo a cimentar de manera perenne su valor absoluto.

Esto significa que el crítico de medios pasa a testificar o mejor a reseñar una superficie coyuntural que cada tanto pareciera conmocionarse pero donde en realidad el valor institución la ha hecho inerme en su capacidad de poder avisorar cualquier malestar para evitar el que pudiera lograrse alguna verdadera y valedera remoción de los cimientos de la escena.

Este aspecto es equiparable al aspecto de la atención cautiva tanto del público general como del artista y del crítico. Y constituye el pilar de este velado proceso de colonización cultural. En tanto los nuevos valores que buscan abrirse paso en esa escena, nunca pueden aspirar a la superficie de los acontecimientos de la escena, sufriendo continuamente un procesamiento en cabeza de ese orden rector que los hace impracticables y los mantiene condenados a una feroz práctica de invisibilización.

Velación de Gloria Zea en el Teatro Colón

Un ejemplo reciente que permite entender los mecanismos de ese establecimiento colonizador de la cultura es lo acontecido con ocasión de los funerales de Gloria Zea. Una constatación del completo enmudecimiento de la crítica y de cualquier ente relevante. Un ejemplo de ese poder de establecimiento. Habría sido la ocasión al menos para hacerse la pregunta por el despliegue de tanta magnificencia ritual ante una muerte. Los funerales buscaron glorificar a una persona que estuvo al frente por casi 50 años y cuya labor fue presidida por esa otra figura fundacional del establecimiento del arte en Colombia. Marta traba. Quién heredó por línea directa esa directriz total en Gloria Zea para que ésta a su vez, después de medio siglo, la sucediera en alguna cabeza apta, como sucedió efectivamente poco antes de su muerte, con la elección, otra vez de manera directa, de la actual cabeza rectora llamada Claudia Hakim. Acontecimiento que fue presentado como el nuevo Mambo. Pero que en realidad constituyó, como sucede siempre en el establecimiento colombiano, una sátira displicente de la renovación.

Este mismo ejemplo puede rastrearse en espacios de arte, en galerías omnipresentes, en curadores pro establecimiento, en decanos, en rectores, en Ferias. Nuestro país es un ejemplo de una Monarquía cultural absolutista. Con reinas y lacayos. Con bufones que entretienen el correlato político con su asepsia mercantilizante de lo políticamente correcto, sin que nadie de veras se pronuncie para denunciar ese estado de cosas.

La falta de pronunciamientos sobre esa conmemoración grandilocuente a Gloria Zea, quién recibió los honores de un rey, de una reina, de un absoluto. Y de una convención. Es un buen ejemplo del silenciamiento general al que están llamados los críticos, los artistas. La crítica. Los medios. Y por supuesto el público espectador formado en esos valores culturales irremovibles.

Esto significa que todo el aparato cultural y toda la formación del artista están encaminados a sostener y perpetuar un establecimiento cultural que puede definirse como una convención cultural irrereversibe y perenne, lo que ratifica su valor de ente colonial.

En Colombia el ámbito de la cultura toda es un territorio feudal inexpugnable.

El valor que se pretende hacer visibilizar como mecanismo de la catástrofe es el del mercado del arte pero eso es falso.

En Colombia no hay mercado del arte porque no hay una competencia sana y verdadera.

El mercado fue el comodín de turno con que se veló ese establecimiento perpetuo. Y sus acciones de representación de un estado de cosas inamovible en sus valores absolutos. Confinados en una serie de convencionalizaciones que pueden rastrearse como signos de ese valor cultural que se transmite intacto de una generación a otra.

Las ferias de arte y de lectura que parecen haberse consolidado magistralmente y que cifran su poder en cifras espectaculares de visitas, ratificando ese pseudo poder de lo exitoso, no son muestra de un triunfo del mercado o una exhibición del arte y de la cultura como un valor mercancía que hubiera cifrado todo su valor en el valor de cambio o valor contante y sonante, invisibilizando el gran poder del valor de uso o valor germinal de toda valedera y verdadera productividad en el sentido de posibilitarse como una vía de riqueza y expansión fructificante de la cultura.

No.

El asunto es más complejo y apunta directamente a la política.

Pero no al Arte Político que es un subproducto de esa política.

Nuestra política se ha valido de la cultura para cimentar ese establecimiento feudal a través de esa cultura absolutista. Entonces esa misma cultura es quién replica esas condiciones y crea los elementos y hace posibles los escenarios de perpetuación de ese estado cultural. Del que hace parte la escena del arte. Y que refuerza precisamente a la Política. O mejor, al poder absoluto que nos gobierna y ha gobernado desde nuestros inicios como nación.

Así que el mercado del arte es solo un elemento distractor al que se lo presenta como el gran disruptor.

Pocas veces entonces podrá tener lugar la independencia. A menos que se quiera permanecer en el más rampante ostracismo en esa escena.

Nos hacen creer así, maléficamente, que ese pensamiento crítico independizado de esa corriente general no sirve porque no produce nada.

Es cierto nada produce. En términos de esos réditos políticos que busca capitalizar la crítica general sirviendo al establecimiento.

Pero el crítico que lo enuncia o mejor esa crítica que cada vez más se consolida como única crítica, se mueve perversamente en esa distracción que busca reducir toda la ecuación crítica al estigma de la mercantilización.

Un texto crítico así entendido, es decir un texto que no produce nada, no tendría en consecuencia ningún valor en términos de mercado.

Si el asunto fuera sólo la mercantilización de la cultura y del arte tendríamos un panorama económico aséptico en que esa crítica pudiera moverse de acuerdo a la teoría del valor de cambio. Siendo el arte una inocente mercancía. El asunto es más complejo en tanto el real valor de esa mercancía del arte es servir de comodín a la política, al poder, y por tanto contribuir a afectar ahora sí, directamente la economía.

El crítico en cuestión desprestigia un valor no ponderado.

Y es el de la gratuidad de la crítica. Y del arte.

Cuando comprendan o emprendan el camino de la no sujeción crítica como única vía a la constitución de un ente que resista esa política y la objete y pueda hacerlo desde esa completa gratuidad que no debe nada a ninguna política. Será verdadera y efectivamente crítica.

Yo confío en que más artistas y más críticos se acerquen a esa orilla.

Confío en que la crítica recupere su valor crítico.

En que el artista puede comprender el peso de resistencia de su valor cifrado en las tremendas potencialidades de una creación libre y no sujeta al pétreo sistema de convencionalización estética que busca aniquilar ese manantial de su fuerza.

Sí. Son tiempos aristocráticos los que permitirían comprender el valor del arte y la necesidad del pensamiento crítico en tiempos de crisis o tiempos de abyecto realismo. ¡Vaya paradoja!

Leamos de nuevo y escribamos atentamente. Emprendamos esa escandalosa vía de la gratuidad.

Es el principio que encuentra el esclavo para demoler a martillazos toda servidumbre.

 

Claudia Díaz, 17 de mayo del año 2019

4 comentarios

Este articulo relevante y lucido de Claudia Diaz podría ser traducido al ingles para así referirlo a un publico mas amplio y bien necesitado de pensamientos auténticos o críticos. Lydia Rubio, artista plástica.

Gracias por esto. En muchas ocasiones se siente solitario el camino cuando se tiene una posición distinta que intenta cuestionar lo establecido desde una exterioridad. Se siente tan solitario que se llega a decidir dejar de hacer, de cuestionar, dejar de pelear contra un sistema que lo absorbe todo y lo acomoda a su visión y proyección política. Este tipo de palabras críticas y contundentes permiten vislumbrar posibilidades, no sentirse tan aislado. Muchas gracias!!!

Excelente texto, en especial este párrafo «En Colombia el ámbito de la cultura toda es un territorio feudal inexpugnable.», aquí, en la parroquia provinciana de «medejean innovation», si que se siente ese oscurantismo medieval con su aparato inquisidor!