Empezaban los años 80 cuando yo empezaba a andar en dos patas, a balbucear el español y a darme los primeros tropezones. Los 80 son recordados hoy, a partir de los programas de televisión que los re-visitan, como la década de la música pop, de la película “Volver al futuro” y de la caída del muro de Berlín. Década más bien desencantada en la que el consumismo parecía apoderarse del vacío que dejaba lo que llamaban “El fin de las utopías”. Vari@s de los artistas de la muestra que se lleva a cabo actualmente en la galería Valenzuea Klenner, curada por Emilio Tarazona, crecieron en la misma época que yo.
Bajo el título “ Frecuencia e intensidad. Dos décadas y un lustro” la curaduría de Emilio ofrece un panorama de los acontecimientos sociales y políticos que dieron forma al país durante los 25 años de funcionamiento de la galería Valenzuela Klenner. La exposición combina obras e imágenes de archivo que más que dar a la espectadora un “contexto”, interpelan la producción artística. Así, en un montaje saturado, el arte no se presenta como el único panorama posible desde el que leer la historia colombiana reciente, sino más bien como la respuesta situada y en pasado imperfecto, de artistas que crecieron en medio de un clima que se calentaba por las bombas, el narcotráfico y los asesinatos que dos décadas y un lustro después, siguen sin esclarecerse.
Uno de los diálogos más elocuentes de la muestra la llevan a cabo las fotografías de Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán con las fotografías “Símbolo patrio” de Edwin Sánchez. Las imágenes de Edwin Sánchez, de frente a las de los candidatos asesinados, muestran unas ametralladoras mini-uzi de manera limpia, casi monumental, a la manera de los bodegones barrocos. Con un alto grado de cinismo, Edwin ha propuesto esta arma como emblema nacional, sugiriendo que es posible que esta arma (hoy en día ilegal por ser más infame que una ametralladora común) da una imagen más elocuente del país del sa(n)grado, que los logos amables que han intentado presentar la cara amable del país. Los hombres que se encuentran al frente, son los tres candidatos presidenciales para las elecciones del 90 asesinados durante la campaña. Hoy, durante la visita guiada, hablamos brevemente sobre lo ocurrido, una historia inverosímil que todavía tratamos de entender. Santiago y Karen, desde el quinto piso cuentan que recibieron estas historias cuando residían en el exterior. Ana María y yo, no decimos nada, pero lo hemos conversado, estas historias hacen parte de lo que somos hoy en día, de las marañas a las que hemos tratado de dar sentido durante 25 años, pero que aún hoy parecen carecer de él.
En el primer piso se encuentran también las obras “Colombian Trade Mark” de Felipe Uribe y “Autorretrato mientras el mercado se autoregula” de Ana María Villate. La primera, un video con una sinfonía de la pasión de San Mateo de Bach que invade toda la sala, muestra el acto masoquista de un artista que se desangra en tiempo real, mientras que un tatuador inscribe en su pecho la insignia con la que el gobierno de Uribe procuró vendernos galletitas y sombreros voltiaos, que deberían habernos hechos sentir orgullos@s de ser colombian@s. La segunda, un video-performace en donde la artista intenta cuidadosamente armar un castillo de naipes que por un lado muestran la baraja común y por el otro inscripciones de billetes de dólares. Villate aparece como una dama elegante que con paciencia arma el castillo a sabiendas de que éste, en algún momento, se va a desbaratar. La mano invisible del mercado en la que Adam Smith había puesto su fe, se convierte en la mano de Ana María, una suerte de bruja de casino que intenta mantener su castillo de naipes más rápido, más alto y más fuerte. La mano que se suponía omnipresente, omnipotente y neutral, se transforma en la apuesta de la prestidigitadora del azar en una mano incorporada a un cuerpo puntual, tembloroso, y bien vestido de la artista que mira su castillo desplomarse sin ningún tipo de tristeza, pues sabe de antemano que sus manos invisibles se dispondrán a construir otro castillo en alguna otra mesa tapizada de verde porvenir.
Si con lo que se ve en el primer piso, se consiguen las fuerzas para el ascenso social necesario para ver la muestra desde arriba, la visitante se va a encontrar con las ánimas benditas del purgatorio que tendrán que enfrentarse a las incesantes mea culpas del video “Visiones sobre el purgatorio” de José Alejandro Restrepo, a la cuarteada lengua de Cesar Gaviria que se mostraba juguetona mientras en simultaneo comenzaba su colección de arte contemporáneo y la neoliberalización del país, al video en el que Carlos Castro presenta un ídolo de pan, un Bolivar lentamente devorado por las palomas que logran derrocar la cabeza del libertador de la élite criolla a punta de continuos picotazos en buscan alimento, a las armas de papel maché forradas de logos de Korn Flakes y de Nesté con las que Fernado Pertuz se une al inexistente paro agrario de 2013, a los desastrosos cuerpos expuestos a un macro porno intenso presenta Liliana Vélez en el video de la serie “Dibujos sobre Piel”, y al marrano que se ha apoderado de la piscina abandonada en una mansión narco abandonada en el Caribe colombiano que impúdicamente exhibe el video de Elkin Calderón.
Por inverosímil que parezca, todo esto ha ocurrido durante las últimas tres décadas en Colombia, la reseña que hago no es exhaustiva, de la misma manera en que no lo es la exposición de la Valenzuela Klenner, aunque el panorama es amplio. Me hubiera gustado ver en los documentos las voces de quienes han hecho resistencia, de quienes han construido otras historias en medio de esta historia devastadora. Me hubiera gustado ver más perspectivas de mujeres que den cuenta de cómo han participado en este conflicto seminal. La historia está aún en construcción. Dos décadas y un lustro han bastado para hacerse una imagen de Colombia, de la Colombia que no hemos terminado de asimilar, pero que nos habita. La muestra de la frecuencia y la intensidad de lo que hemos vivido merece ser visitada y comentada. Las consecuencias que de ella logremos extraer, seguramente nos dará pistas para imaginar el territorio en el que deseamos habitar.
Mónica Eraso