Hay gente que se reúne los domingos a beber sangre y comer de un cuerpo humano… un acto simbólico: la sangre es vino, el cuerpo es pan.
También hay personas que se amontonan en círculo a ver un espectáculo con euforia etílica: un animal es azuzado y herido y al final —si el público no se manifiesta en contra— recibe una estocada mortal. Es extraño, el primer acto por simbólico no es ilegal, y el segundo, donde hay símbolo pero a la vez tortura, dolor y muerte, es tan legal como el primero: la fiesta brava.
Si un grupo de personas coge a un perro bravo y en público lo azuza, lo torea y le da muerte, ese ritual tiene castigo, risible pero castigo, bajo el código penal colombiano: “Multa de 20 a 60 días o trabajos en beneficio de la comunidad de 20 a 30 días”. La plaza de toros es un espacio donde la ley de maltrato animal no aplica, la tauromaquia por ser “arte” vive en un estado social de excepción.
La relación entre arte y ley no sólo es ventajosa para los amantes de la fiesta brava, también lo es para quienes torean otras arenas. Son varios los actores del ruedo político que ante la evidencia de ilegalidad en la financiación de campañas han redondeado las cifras a punta de ventas, donaciones y subastas de arte: al comienzo del Proceso 8.000 el anticuario y contador Santiago Medina lo hizo, más adelante, Fernando Botero hijo intentó camuflar sus apropiaciones monetarias entre transacciones bancarias de Fernando Botero padre. Y ahora, en la financiación del referendo para mantener a Álvaro Uribe como candidato presidente en eterna reelección, el político Luis Guillermo Giraldo, organizador de la campaña, salió con que el “préstamo” de $1.903 millones adquirido con contratistas del Estado iba a ser saldado, en parte, con la subasta de 500 cuadros del pintor Pío Uribe. Ni los cuadros, ni la subasta, ni los compradores aparecen.
A la burda pincelada de Giraldo se suma la de Pío Uribe que pinta como un Obregón borracho de brocha gorda y precoz (no por joven sino por rápido, termina un cuadro en minutos). Y es exhibicionista, mancha en público para descrestar (¿así iba a pintar los 500 cuadros?). Pero la pincelada taurina completa la fábula político-artística, Uribe pinta toros: “El toro se ha constituido (…) un afán de mi vida pictórica y una respuesta a muchas dudas en mi senda personal y familiar”.
Tauromaquia y politiquería son vanguardia artística en Colombia, su práctica va más allá del decoro, su muletilla es: el arte sirve para torear la ley.
Lucas Ospina