El performance que realizó Tania Bruguera en Bogotá el pasado miércoles 26 de agosto, unos de los eventos que organizó el Instituto Hemisférico, le da una cachetada a todos los colombianos. Fue revelador que mientras en el panel se discutían y se exponían sentimientos y opiniones sobre el conflicto armado en Colombia, el público consumía cocaína después de que la artista la distribuyera a manos llenas. Desde mi punto de vista esta es una imagen que resume y sintetiza lo que ha pasado durante todos estos años de guerra: “mientras hay gente sufriendo por sus familiares secuestrados, asesinados y desplazados, el resto del país está enfiestado”.
Es penoso que una artista evidentemente desinformada presente una pieza tan delicada, en un contexto que no conoce, sin saber cómo medir las consecuencias de involucrar a personas y habiéndose lavado las manos previamente al repartir un papelito a la entrada diciendo que la gente entraba bajo su propia responsabilidad. Los artistas no tienen por qué pensar que su profesión les da licencia para pasar por encima de las personas y su dignidad. El ser artista no exime carecer de calidad humana.
En todo caso resulta difícil decidir si este performance sacó a la luz algo bueno o malo para nuestra sociedad, ya que efectivamente se tocaron fibras muy sensibles que retratan crudamente a la realidad colombiana actual, evidenciando al mismo tiempo la estupidez de muchos (en este caso el público asistente que accedió a consumir esta droga durante el evento). Es innegable que en ocasiones es necesaria una cachetada para reaccionar, pero pienso que la forma en la que Bruguera lo hizo fue muy irresponsable por carecer de información de contexto.
Normalmente se asume al artista político como un vocero de la comunidad que vela por expresar el sentimiento de la sociedad, así sea violentando aquellos aspectos que considera negativos o disfuncionales. En el caso de Bruguera, quien seguramente está orgullosa de haber puso una trampa en la que cayeron los asistentes a esta conferencia, personas emblemáticas de quienes no hacen más que renegar contra todo lo que les es ajeno (los políticos, los empresarios, los yanquis, las universidades, las corridas de toros, los paramilitares, el presidente de aquí, el presidente de allá, etc, etc. ), y que en resumidas cuentas no son capaces de analizarse ni a sí mismos.
Sin embargo esta acción puede tener consecuencias positivas, ya que con un poco de conciencia crítica frente a la situación la gente entenderá, por un lado, las imprecisiones de la acción artística de Bruguera y por otro lado se verá obligada a enfrentar el problema. Desde su torpeza el performance resultó ser valioso, al menos en parte y a pesar de que a la artista le salió “de chepa” (por suerte). Lo que evidencia la falta de profesionalismo de la artista y resulta sospechoso es que no haya sido capaz de dar la cara y de decir al público ofendido algo más que su “gracias Colombia” cuando se le solicitó dar una explicación. Embestir contra los sentimientos de tantas personas afectadas por la realidad tan triste que se sufre frente al conflicto armado, de una manera tan agresiva, requiere una justificación. Solo existen dos opciones: o la artista lo hizo porque tenía todo planeado y buscaba justamente evidenciar esta situación de absoluta desidia frente a la realidad del país, o por un oportunismo desinformado y un ego del tamaño de Júpiter que le hace creer tener el derecho de pasar por encima de las personas sin el más mínimo respeto.
Tristemente pienso que de las dos opciones la última es el caso. Revisando en internet sobre el trabajo de esta artista me encontré con una entrevista en Youtube realizada antes del evento en Bogotá en la que el entrevistador le pregunta a Bruguera sobre los problemas de ética que desató su acción realizada en la bienal de Venecia 2009. Dicha acción consistió en la artista leyendo un texto mientras jugaba a la ruleta rusa, habiendo presionando el gatillo dos veces con el arma apuntando a su cabeza y, en un tercer intento (aunque esta vez apuntando al techo) en efecto saliendo una bala. Bruguera respondió ante el cuestionamiento cualquier otra cosa, un argumento que nada tuvo que ver con la ética, en el que se salió por la tangente diciendo que el arte político debería tomarse en serio y no como un juego, llevando el arte hasta sus últimas consecuencias. Es preocupante que una artista que enarbola la bandera del activismo evada una pregunta tan directa; una pregunta referente a algo cuya obligación es saber responder, es decir, si considera que su trabajo es ético o no y argumentarlo. También me parece gravísimo que comience su respuesta diciendo: “esa pieza es complicada de hablar, es muy joven todavía”. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Que ella se da el lujo de presentar las obras cuando no están terminadas, cuando todavía no se da cuenta de lo que puede llegar a ocasionar?, (o quizás que ¿necesita tiempo para argumentar lo que pasó porque no lo había anticipado?). Posteriormente empieza a recitar lo que tenía preparado para la entrevista, hablando de la responsabilidad del artista político y la importancia de reconocer que sus obras tienen una caducidad. Su respuesta inconexa me hace recordar a algunas reinas de belleza a las que se les pregunta su opinión sobre el calentamiento global y terminan respondiendo algo sobre la madre teresa.
En otro momento de la entrevista se le cuestiona sobre si su postura podría parecerse a la de un guerrero que se enfrenta a la muerte para defender una convicción. La persona que hace las preguntas menciona que este hecho reflejaría la ausencia total de ego e inquiere a Bruguera sobre si su ego de artista es tan pequeño (o tan grande) como para perder la vida con tal de lograr algo de visibilidad. La primera respuesta de la artista se concentra en el segundo caso, afirmado que ella lleva trabajando más de 20 años y que no le hace falta tener más visibilidad, que no tiene dieciocho y no acaba de emerger en el mundo artístico; según ella sabe cómo obtener visibilidad sin llegar a hacer eso. Es una contradicción tremenda que afirme que no le hace falta hacer “eso”, es decir, atentar contra su propia vida para obtener visibilidad si fue exactamente lo que hizo. Lo que quiero señalar con lo anterior es que le preguntan por su ego y responde de una manera evidentemente pretenciosa y egocéntrica para terminar diciendo que no lo había pensado, pero que esa visión le hacía conectar una política que tiene en su trabajo, sugiriendo entre líneas que ella se ajusta más a la postura del guerrero.
En 10 minutos que dura el video de la entrevista pude seleccionar unas frases que me hacen dudar francamente de su postura como artista y de su conocimiento sobre el contexto en el que presenta sus obras, por ejemplo:
“Me gustó hacerla en Venecia… porque Venecia es una bienal casi sin contexto diríamos, sin contexto en el mundo del arte”.
“Y me interesó hacer como una especie de comentario. Yo me hubiera muerto en la bienal de Venecia y a nadie le hubiera importado… quedaría como un comentario más. Ah! Mira, paso esto ¿ya viste esa obra?”
“… también tengo que ponerme al riesgo, que no es solamente usar a los demás…”
“Cuando uno hace las cosas le cuesta ver la perspectiva de afuera”
Más allá de este episodio y la acción realizada por Tania Bruguera en Bogotá, es reconfortante ver que la gente puede reaccionar. Alcanzo a percibir que estamos entrando a una época en la que los ídolos falsos se están cayendo y el público ya no come cuento. Es importante ver que las personas que visitan las exposiciones y asisten a este tipo de eventos ya no quedan deslumbradas ante los textos y los diálogos de teóricos que utilizan términos complicados y pretenciosos, en los que se percibe más un afán de pavonearse que el de intermediar para que la gente a entienda mejor las propuestas de los artistas. El público ya no acepta que llegue alguien (por más trayectoria o importancia dentro del medio artístico) a pretender hacer sentir al espectador que no entiende por ignorante. Los jóvenes sobre todo empiezan a reconocer que este fenómeno se da por la inseguridad del crítico, artista o curador que recita o escribe sus textos en un código indescifrable para disimular su poca inteligencia. Con esta actitud el público se convierte en espectadores estrictos con expectativas altas, que no se dejan sorprender con frases rebuscadas y a quienes ya no les da miedo expresar su decepción frente a los artistas que antes admiraban.
Catalina Restrepo
1 comentario
Estoy totalmente de acuerdo con Catalina.no hay derecho que en aras de algo tan prufundo y sensible como es el arte , se ofenda de manera tan descarada a una comunidad. A personas como estas se les deberían vetar por animara a la gente incauta a relizar actos reprochables.