«Yo se que la guerra es terrible con tantos muertos y eso, pero para mi ha sido una bendición»
Soldado Tully en el film «The Good German» (2006)
Desde la Primera Guerra Mundial existe en Inglaterra el «Artista Oficial de Guerra» del Imperial War Museum, cuyo papel consiste en dejar testimonio estético de la guerra imperial de turno que la nación tuviera en determinado momento.
El artista Steve McQueen (1969), ganador del Turner Prize en 1999, fue nombrado en ese cargo en 2003 y obviamente su trabajo en principio consistía en viajar a Iraq para, con base en su experiencia in situ, crear algún tipo de obra al respecto. El resultado del periplo fue que McQueen permaneció seis días encerrado sin prácticamente poder salir de su habitación debido al riesgo que corría si eventualmente lo hacía, como siempre lo hicieron sus predecesores, algunos de los cuales perdieron su artístico trasero en su labor. El artista regresó a Europa con unas cuantas fotos sin la menor importancia. En lugar de renunciar a su cargo, imaginamos que por poderosas razones monetarias, el artista decidió crear una colección de estampillas conmemorativas de jóvenes soldados ingleses muertos en combate para lo cual se puso, cual artista colombiano de guerra, «en contacto con los familiares», con el fin de obtener de éstos fotos de las víctimas que le sirvieran para tal fin.
La naturaleza intrínseca de la estetización de la guerra es el abuso; a no ser que tal abuso sea genialmente ocultado bajo preguntas retóricas que nos permitan pensar que el arte de guerra tiene una oportunidad moral en la sociedad. Que es necesario, urgente, de vida o muerte. McQueen entonces prepara el terreno moral por si algo más adelante sale mal, por si pasa lo que inevitablemente va a pasar a largo plazo, es decir nada diferente a que la guerra sigue, a que la toma de conciencia que el arte dispara como un pequeño orgasmo no dura más que unos pocos segundos y se desvanece en la cotidianidad rutinaria y sobre todo, que lo único que logra un salto cualitativo es el prestigio moral del artista y el único salto cuantitativo es la acción sobre su mercado:
«Queen and Country is a particularly important and meaningful work for me in that it is a collaboration with the families of the deceased and potentially with the whole nation. It addresses our individual response to a face-to-face meeting with those who have died in our name. It is important to avoid euphemism. It is my hope that one day these portraits will be issued as stamps and will in this way enter the lifeblood of the country.»
http://www.biennial.com/content/Othercomplementaryprojects/SteeveMcQueenForQueenandCountry/Overview.aspx
Así pues y anticipándose al fracaso de la forzada cualificación del arte como acción sobre la realidad, el arte se cura en salud con lo que se ha vuelto la pre-justificación de si mediante la mayéutica retórica, la letanía eterna de las preguntas sobre la «función política» del arte más allá de la estetización:
» What are the capabilities and limitations of art? Do these stamps possess the agency necessary to reflect reality to the point that they could instigate action? Should these stamps come to fruition they would very likely infiltrate mainstream consciousness…and if they do not, then we shall see a reaffirmation of the definition of art»
http://smallswordsmagazine.com/articles/image/mcqueenstamps.html
Pero el fenómeno de ésta mayéutica retórica nos incumbe lejos del «British posmodern Imperial art spirit». El texto curatorial de nuestro Salón «Urgente», parecería en gran medida su reflejo metodológico. Los curadores tratan de anticiparse, mediante la evasión de la afirmación – que todavía en la bienal de Sao Paulo de Alfons Hug se podia emitir sin vergúenza- en favor de la pregunta, a cualquier desenlace al que su «urgencia» lo lleve cuando el telón se levante:
«¿Cómo aproximarse desde el territorio del arte a los problemas políticos, sociales, económicos y raciales, para resignificarlos? ¿Cómo transformar los modos establecidos de representación, muchas veces arbitrarios e impuestos, a partir de nuevas miradas críticas? ¿Cómo cuestionar la noción misma de la representación? ¿Qué rol cumple el arte ante una realidad compleja?»
«¿Cuáles son los modos posibles o deseables de participación? ¿Cuál es el límite entre el arte producido por artistas para y con las comunidades y un programa social? ¿Cómo resguardar al arte de los imperativos de lo políticamente correcto? ¿Cómo educar desde el arte? ¿Puede hablarse de una dimensión ética en el arte, y en tal caso, qué efectos conlleva? ¿Cuál es la relación entre pedagogía artística y obra de arte? ¿Cómo provocar la mirada artística? ¿Cuál es la necesidad de la acción?»
http://salonesdeartistas.com/41sna/posici%F3ncuratorial.pdf
Es de esperar que tales preguntas, al final del ritual equinoccial del evento artístico, sean respondidas por el curatoriado que las formuló y por los artistas que fueron involucrados en el proceso y ello por el bien de quienes se siguen preguntando si el arte puede llegar a tener un impacto sobre las estructuras sociales y el corpus constitucional más allá del «gusto comprometido» burgués que decora el «cubo blanco» y sentimentaliza la conciencia en vez de provocarla.
Para muchos de los que seguimos con gran interés el desarrollo del Salón, más que preguntas, tanto esas líneas curatoriales como el impacto que se nos asegura se generará sobre la comunidad política a través del Salón, son promesas por cumplir. Es de esperar que al final del evento no nos encontremos con un ritual más de «slumming» cultural del cual solo quede el salto cualitativo de mercado de la colectividad corporativa del arte de guerra oficial y que del «otro» cazado, usado y exprimido su tuétano estético, solo quede su ícono hipostático en una colección suiza, un museo o un hall de la City. Un «otro» que alienado de su ser social se quede pensando que la solución a su realidad son las reivindicaciones simbólicas prometidas por unos activistas estéticos que han supuestamente expropiado heróicamente a la política su «capacidad de acción».
Las preguntas quedarán celosamente guardadas. Y veremos si se hicieron para ser respondidas o si fueron hechas para promocionar capital cultural.
Carlos Salazar