Sangre, sudor y lágrimas: una nota sobre Salcedo y Margolles

Aun no logro comprender por qué se llegó a ese punto en el que, en lugar de restaurar y devolverle la identidad a las víctimas mediante la visualización de su nombre, se violenta el material con el que el nombre se inscribe y en el que cada palabra resulta peligrosa, amenazante, hiriente, puntiaguda… Los participantes debían utilizar guantes industriales, botas y protectores faciales para escribir cada nombre como si cada uno de ellos fuera una amenaza de la que debían protegerse. No entiendo por qué en lugar de restaurar buscó quebrase. Si, precisamente, lo que los victimarios hacen con los líderes es “quebrarlos”, como se dice en el parlache de la jerga sicaresca. Que sus nombres sean quebrados me resulta abrumador.

Doris Salcedo recorre la Plaza de Bolívar supervisando la producción de «Quebrantos». Foto: Ivan Valencia

Las lágrimas

Algo no funcionó en la última acción de duelo propuesta por Doris Salcedo. Y no por el discurso que repite constantemente y que yo comparto: “Olvidar a los líderes asesinados es matarlos por segunda vez”. Tampoco por aquello que busca: construir una imagen que propicie el luto público y, ojalá, el llanto (que es inseparable del duelo): “…la capacidad de ser llorado es un presupuesto para toda vida que importe” (Butler 2010, 30). Como sociedad necesitamos construir esas imágenes que nos permitan llorar las pérdidas de los otros como si fueran propias. Unas imágenes que logren despertar la condolencia pública en un contexto en el que el asesinato y las masacres son rutina. Una rutinización que ha terminado por anestesiar la irrupción del sentimiento empático que “tiene la propiedad de transformar la desgracia de otra persona en la propia tristeza de uno” (Hoffman 1981). En ese sentido, el desacierto no tiene que ver con las intenciones de la artista (muy loables), sino más bien con el procedimiento.

“Quebrantos” (2019) es la quinta acción realizada por Salcedo en un espacio público. Estas acciones se han hecho, según la propia artista, con un carácter urgente en medio del conflicto: 8 días después del asesinato del periodista y humorista Jaime Garzón (agosto 20 de 1999), 15 días después del asesinato de 11 diputados del Valle del Cauca (3 de julio de 2009), 9 días después del resultado del plebiscito que no refrendó los acuerdos de paz (11de octubre de 2016) y, con un tiempo más espaciado, la intervención realizada en conmemoración de las víctimas de la toma y retoma del Palacio de Justicia en 2002 (6 y 7 de noviembre). Además del carácter urgente, estas acciones han resultado gigantescas en cuanto a la ocupación del espacio público, y no es un azar, por lo tanto, que suela cuantificarse su escenificación: 53 horas de duración y 280 sillas (2002), 5 mil rosas (1999), 24 mil velas (2009), 7 mil metros de tela (2016), o, en el caso de “Fragmentos” (2018), 37 toneladas de armamento fundido… Y como han sido enormes, cuatro de ellas han contado con la necesaria participación de la ciudadanía: colgar rosas en un muro, colocar y encender velas, inscribir nombres sobre telas y tejerlas, escribir nombres con vidrio para luego quebrarlos. Esto último es lo que parece no funcionar en “Quebrantos”.

El material utilizado para “Sumando ausencias”, por ejemplo, requería de un cuidado y una delicadeza que resultaban adecuados con aquello que se buscaba. La inscripción de los nombres con cenizas, así como la acción de tejer cada tela hasta conformar una inmensa mortaja, construyeron un marco que dignificaba las pérdidas humanas, independientemente de los tropiezos y conflictos que acompañaron la acción. No olvido los relatos de algunos participantes en los que constantemente se habla del cementerio, la lápida y la mortaja, así como del silencio que “aparecía” cuando se doblaban las telas inscritas con ceniza, las comunidades solidarias que van apareciendo y los rituales que se llevaron a cabo sin haberlos planeado ni anticipado. Todo lo que indico se invierte o contradice en “Quebrantos”: en lugar de silencio, el insoportable ruido; en lugar de delicadeza, precaución (warning); en lugar de tejer, romper… Aun no logro comprender por qué se llegó a ese punto en el que, en lugar de restaurar y devolverle la identidad a las víctimas mediante la visualización de su nombre, se violenta el material con el que el nombre se inscribe y en el que cada palabra resulta peligrosa, amenazante, hiriente, puntiaguda… Los participantes debían utilizar guantes industriales, botas y protectores faciales para escribir cada nombre como si cada uno de ellos fuera una amenaza de la que debían protegerse. No entiendo por qué en lugar de restaurar buscó quebrase. Si, precisamente, lo que los victimarios hacen con los líderes es “quebrarlos”, como se dice en el parlache de la jerga sicaresca. Que sus nombres sean quebrados me resulta abrumador. (Cuestión aparte pero no menos importante: ver comer a las palomas esquirlas de vidrio… Difícil no asociar imágenes y pensar en la paloma de la paz).

La sangre y el sudor

Ya pasó pero se dijo poco sobre “Estorbo” de Teresa Margolles en el MAMBO. Una exposición deslucida, afectada, sensacionalista, cercana a la crónica roja, falsamente comprometida e ideologizada hasta lo insoportable. En la charla de apertura, José Darío Gutiérrez le preguntó a Cuauhtémoc Medina -hacedor en parte de Margolles-, si lo que hacía la comprometida artista no era cercano al cubrimiento informativo y rutinario de los noticieros. Con gran arrogancia y un vago intento de comicidad, Cuauhtémoc respondió que él no veía noticieros. Es decir, que la realidad que él critica la absorbe con el discurso sublimado del arte y que se entera del mundo por vía de Margolles. Si el buen Cuauhtémoc viera noticieros podría percatarse de que “Estorbo” parece una obra hecha a la medida de Noticias RCN y que el texto curatorial pareciera escrito por algún “intelectual” del Centro Democrático. La sorpresa es que fue escrito por el nuevo curador del MAMBO, Eugenio Viola, quien desde el templo sagrado del arte apoya el derrocamiento de un gobierno elegido democráticamente: “La crisis política parece estar llegando a un punto extremo a pesar de los esfuerzos crecientes de la oposición para desbancar al presidente socialista, Nicolás Maduro”. Tal vez Cuauhtémoc Medina no vea noticieros, pero con este texto curatorial podrá enterarse de la agenda política que construyen.

Margolles, una vez más, prueba con fluidos. En este caso a la sangre le ha sumado el sudor, con los ya consabidos procedimientos: el dispositivo artístico agenciando como aparato de captura. Ir a las zonas de conflicto, capturar los fluidos y partir. Luego los transforma para elevarlos a obra de arte. Su trabajo opera mediante la transustanciación, algo así como una santa de los fluidos (Santa Teresa), que convierte la sangre en ladrillos y el sudor en mercancía. A los cargueros venezolanos de la frontera les ha comprado sus camisas sudorosas con las que después “limpiará” el museo manchándolo con el preciso líquido del esfuerzo. A las carretilleras las forma en fila para hacer una acción en la que, dice la ficha técnica, muestra la “valentía y empoderamiento” de las mujeres (yo vi una fotografía estilo Benetton). Pero el punto culminante, el más abyecto podría decirse, es la obra titulada “Viento Negro”: 3.000 baldosas hechas con arcilla que se fermentó en un pozo con telas de sangre de una persona asesinada en Cúcuta. Las baldosas fueron realizadas y quemadas en el horno de Juan Frío, tristemente célebre porque allí los paramiliatares incineraron a cientos de personas, en total, 560, según el fallo contra Salvatore Mancuso.[i] La sangre y su transustanciación en baldosas opera sin ninguna mediación, sangre sin persona, sin rostro, sin identidad; banalizada y convertida en mero líquido para el espectáculo museístico. Sumado a esto, en la ficha técnica se consigna una información falsa en la que se le atribuye la incineración de personas a la guerrilla y no a las AUC, quienes confesaron los hechos en el marco de Justicia y Paz. Esperemos que la falsedad del dato no haya sido intencionada sino que sea el fruto de la pura mediocridad. Mediocridad que, en todo caso, no se puede dejar pasar en un país (o una parte del país) que busca la verdad sobre hechos atroces y dolorosos. Es fácil emparentar la falsedad de este dato con la labor ideológica de los noticieros que Cuauhtémoc se niega a ver.

POR UN MUNDO DEL ARTE CON MENOS SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS,

POR FAVOR, ¡TÓMENSE UN RESPIRO!

 

Elkin Rubiano

[i] “De los casi 1.000 cuerpos que los paramilitares de Mancuso desaparecieron, según el fallo, al menos es ‘improbable que sean recuperados 560. Mientras un 25 por ciento de las víctimas fueron enterradas en fosas clandestinas, un 6 por ciento fueron incineradas”. “Condena confirma que Mancuso usó hornos crematorios, como los nazis”. El Tiempo, 6 de diciembre de 2014.

Actualización junio 15

En un panel sobre su obra reciente de en el MoMA, le preguntan a Teresa Margolles por un lapsus de la ficha técnica en su exposición en Bogotá.


2 comentarios

Si se rompe un frasco, que es lo que se rompe?. Son vidrios rotos, o son nombres rotos?. Hiere el vidrio o hiere la letra?. Los cabalistas escriben que el mundo que conocemos, materialmente “este mundo” es una sombra, un hueco que quedó luego del “rompimiento de los recipientes”. Y claro serían de cristal; vasijas, frascos, contenedores, ready-mades. La metáfora de un cuerpo. Una representación. Vidrio como el gran vidrio, como los recipientes de un laboratorio que se chocan y se rompen y en ese choque azaroso aparece una nueva ecuación, abierta, inconclusa.
Me viene a la memoria (de silicio) la obra: Trümmerfrauen (mujeres de escombros) de Elias Heim Garnica. En unas repisas blancas de almacén hay como floreros y copas, muchas copas de vidrio, transparentes. Unos motorcitos en las bases de las repisas, cada tanto producen una vibración en las repisas, (hay un reloj en la pared que marca la hora, el momento en la que una persona muere asesinada en Colombia) y los floreros y las copas se caen al piso y se rompen. En la pared una pantalla de video muestra un primer plano de las manos de una mujer, una restauradora; la mujer trata de pegar con cinta los fragmentos de vidrio, como completar los fragmentos que cayeron en el piso. De reparar una obra que se autodestruye.

En buena hora llega este escrito reflexivo.

Es necesario dejar de enaltecer a artistas que depredan a las víctimas, que muy en lo hondo de su ser, necesitan para mantenerse en la mira y lucrarse, de esa desgracia.

De parecida forma los victimarios devoran a las víctimas, en una carrera sin ninguna ética; en pos del lucro, estas artistas dicen criticar un modelo que acaban emulando.
A diferencia del autor, no considero que la incongruencia que las autoras de estas cosas exhibe sea inconsciente; a mi modo de ver, tan solo revelan su verdadera naturaleza. Para argumentar mi afirmación, baste recordar que Salcedo desalojó de la Plaza de Bolívar a quienes acampaban en protesta por haber sido desplazados de alguna parte del país, para ella hacer su obra.

De Margolles poco más sé que requiere una especie de necrofagia para hacer obra; es decir, como un buitre necesita del cadáver para alimentarse, porque no mata, pero sí usa lo que deja la muerte.

Da asco ver cómo la sociedad enaltece estos gestos; pero ¿será que no hay más artistas latinos que sean interesantes?