Salón Nacional de Autistas

El político que inauguró el Salón Nacional de Artistas dijo en su discurso:

«…la exposición […] logra provocar en torno a ella una sana agitación que reintegre, dentro de nuestra incipiente vida espiritual, la preocupación estética al plano eminente que por derecho le corresponde».

«La intervención del pueblo en este episodio no debe circunscribirse a la situación pasiva de mero espectador […] su función esencial debe ser la de juez de conciencia que tiene que decidir, en última instancia, si hay o no, un arte propio.»

«En la imposibilidad de someter a un canon estético determinado la obra de distintos expositores que han concurrido a este Salón […], el juicio popular apreciará seguramente cada una de estas obras como el lanzamiento de algo personal, es decir que, para su instintiva sabiduría habrá tantas personalidades como tipos de arte y que para su juicio definitivo desaparecerá el denominador común. En consecuencia, ningún expositor tendrá razones suficientes para considerarse inadvertido o defraudado, porque cada una de las obras expuestas en este salón hallará su resonancia en espectadores de afinidad seleccionada.»

«…otro de los fines […] es el de crear en el artista una conciencia del valor de su obra, que además de estimularlo en la creación estética personal, lo habrá de capacitar para juzgar y para estimar con meridiana imparcialidad y sin prejuicio de escuela o tendencia, el arte de los demás»

En otras palabras:

El Salón Nacional de Artistas debe ser «sana agitación», no el ritual que año a año crucificó a un artista ganador, ni la religión políticamente correcta que ahora, una vez suprimidos los premios, se debate entre la demagogia participativa de la Cultura y el despotismo ilustrado de la curaduría.

No más «pueblo», sí espectador, un juez que duda: ¿»arte propio»? ¿arte internacional?¿arte del sistema solar?…

Hay tantos tipos de arte como personalidades.

El Estado no dicta un «canon estético determinado», si lo hace convierte el arte en propaganda: «Colombia es pasión».

Los artistas, más allá de la cultura de la queja, piensan, olvidan diferencias, se reconocen críticamente en el «arte de los demás»: no más «Salón Nacional de Autistas».

Profecías rimbombantes del entonces Ministro de Educación Jorge Eliécer Gaitán (1940), ecos que retumban y despojan al 41 Salón Nacional de Artistas de su inocuo protocolo: hoy, en Cali, entre muchas obras, hay 15 o 20 que trascienden el rifirrafe político-cultural, los hechos (las obras, el arte) validan el evento.

—Lucas Ospina