A cada edición del Salón Nacional de Artistas la acompaña la controversia sobre qué hacer con él. Es un debate que a veces supera la discusión sobre las obras que lo componen. Su edición de este año, la cuadragésimo segunda y la de su aniversario 70, no fue la excepción.
El Salón ya no es ese espacio en el que se exponían obras de muchos formatos seleccionadas por un jurado. El modelo actual, criticado por complejo, comienza cuando el Ministerio de Cultura escoge un proyecto curatorial, esto es, un tema. Al equipo ganador le corresponde luego revisar los salones regionales donde ya ha tenido lugar este mismo proceso. Su tarea es incorporar los conceptos que los curadores regionales han trabajado en sus zonas al del evento nacional.
Terminado este trabajo, empieza el montaje, que este año incluye muestras de las obras de cada curaduría en diferentes espacios de tres ciudades (Barranquilla, Santa Marta y Cartagena). Comprende también invitaciones a artistas reconocidos para que acompañen a las curadurías regionales, a artistas foráneos para que desarrollen sus obras en la zona y a artistas de las curadurías regionales para que lleven obras en proceso y estas entren en contacto con otro territorio. Del Salón también hacen parte tertulias y un proyecto para cautivar al público.
Los mismos que se refieren a este formato como complejo destacan su lado positivo: el rigor. Son menos los reclamos sobre la calidad del trabajo de artistas y curadores. Un buen ejemplo es Inversiones, proyecto curatorial de la zona occidente, que reunió obras sugerentes que ven la economía desde el arte. Aun así, la calidad sigue en el centro del debate. Algunos se preguntan si el Salón debería más bien darle prioridad a la inclusión, así esto haga que baje la calidad. Como está planteado, ahora el nivel puede ser muy bueno, pero se queda por fuera el trabajo de artistas con obras no compatibles con la curaduría de su región.
Y es que un artista necesita sobre todo espacio y recursos, que su obra circule, que se incluya en un catálogo y que tenga un espacio para que el público la vea. Y no se puede olvidar que el Estado financia el Salón. «El Salón es de los artistas, no del arte», anota Lucas Ospina, artista para quien los salones son el espacio ideal para lograr el reconocimiento de los galeristas. Ospina también se pregunta por la repercusión que tienen en las sedes del Salón los cerca de 2.000 millones de pesos que se invierten en él. Sobre este tema, Guiomar Acevedo, directora de Artes del Ministerio de Cultura, responde: «Sí hay un trabajo con el sector educativo, un trabajo de formación en la producción del Salón, en las curadurías, en los montajes, que permite que más adelante la región cuente con las personas que pueden seguir haciendo este trabajo sin la necesidad de llevarlas de Bogotá».
Aún así, el Ministerio es consciente de que el modelo actual necesita cambios y propone un diálogo.»El Ministerio debe ser el facilitador para que se den las discusiones y debe abrir los espacios para oír todas las voces. Si el Salón refleja lo que está pasando en el país, debería haber espacio para que los artistas, de manera individual, puedan mostrar su obra, algo que no está pasando», asegura Acevedo. La propuesta es recoger la discusión sobre el Salón, que se está dando tanto en la calle como en los blogs especializados, para «plantear un formato de Salón que responda a este debate más allá de las curadurías y que permita mirar obras de artistas individuales». Un objetivo que se habrá logrado si en la próxima oportunidad la atención se concentra en los artistas y no en el Salón.
publicado en Semana