El 13 de octubre de 2009 Claudia López escribió una columna en el periódico El Tiempo, titulada Reflexiones sobre un escándalo. Ahí afirmó que la calidad periodística de ese medio estaba «cada vez más comprometida por el creciente conflicto de interés entre sus propósitos comerciales (ganarse el tercer canal) y políticos (cubrir al Gobierno que otorga el canal y a su socio en campaña) y sus deberes periodísticos.»
La columna salió publicada pero iba acompañada de una nota del editor: «EL TIEMPO rechaza por falsas, malintencionadas y calumniosas las afirmaciones de Claudia López. La Dirección de este diario entiende su descalificación de nuestro trabajo periodístico como una carta de renuncia, que acepta de manera inmediata.»
Al día siguiente se confirmó esa sentencia con un editorial titulado Razones de una decisión que decía: «una cosa es el derecho a la libertad de expresión, que EL TIEMPO ha respetado y defendido en forma indeclinable a lo largo de sus casi 100 años de existencia, y otra es el deber de sus columnistas de abstenerse de hacer acusaciones o descalificaciones sin fundamento. […] pocas veces […] se nos había hecho un cuestionamiento moral de semejante envergadura. Como el mismo es absolutamente mentiroso y agraviante, hicimos lo que consideramos apropiado: publicar el escrito, pero con la convicción de que las afirmaciones contenidas en este constituían un rompimiento irreparable entre medio y columnista. »
El miércoles pasado José Obdulio Gaviria, columnista de El Tiempo, se dio una licencia poética y escribió una columna de «literatura política» en la que fabricó una noticia: «en las goteras de Bogotá un comando de las Farc (o de una ‘bacrim’ contratada por las Farc) secuestraba a un joven.»
A partir de ahí Gaviria imaginó un diálogo entre dos «Jaramillos»: Mauricio Jaramillo, «el médico», negociador de las FARC en La Habana y Sergio Jaramillo, «el filósofo», alto comisionado para la paz del Gobierno Santos. En esta fábula ambos Jaramillos negociaban la posible liberación de un secuestrado que tenía un vínculo familiar con un importante industrial allegado al gobierno. El presidente Santos, ante la negación de la autoría por parte de las FARC, decía que «había que creerle» al guerrillero.
La columna alegórica de Gaviría produjo varias respuestas. Una de ellas fue una carta dirigida a El Tiempo por Jaramillo en la que expresó su «rechazo categórico» y pidió «su inmediata rectificación». Jaramillo señaló que cuando «una información falsa sobre una persona es presentada con intencionalidad como veraz, entramos en el campo de la simple y vulgar difamación», y añadió que «suficiente tienen la víctima de un secuestro y su familia con el horror de sufrir un crimen tan atroz, para tener luego que verse utilizados en una ficción de mala intención.»
Pero más allá de la «mala intención», Jaramillo, «el filósofo», estuvo en lo cierto, la columna de José Obdulio Gaviria es una ficción: «el artista» jugó con los hechos, los transformó, contribuyó creativamente a la confusión. Una serie de actos válidos desde el punto de vista de la libertad de expresión y que podrían aceptarse como opinión cruzando los dedos para que los lectores tengan bien prendido y calibrado el detector de ironía.
Lo paradójico es que cuando Jose Obdulio «el artista» fue interrogado al aire por Julio Sánchez Cristo y el equipo de la emisora La W, muy pronto se apartó de la «literatura política», no asumió su rol y talento como mentiroso, cínico e ironista, fue un apostata del arte y entró a jugar en el terreno de lo verídico.
Jose Obdulio «el artista» afirmó que existían dos versiones sobre ese secuestro, una la de la familia y otra la de él, habló de una fuente confiable que por supuesto no podía revelar y que le había dado una información con «todas las trazas de ser lógica, veraz y atenida a los hechos», y luego de irse por las ramas y hacer todo tipo de monerías retóricas fue cazado por Julito hasta que Jose Obdulio «el artista» terminó diciendo que «si hay que rectificar inmediatamente se hará».
A propósito de una columna se tituló el editorial que El Tiempo le dedicó a este asunto y ahí se afirmó que «Gaviria cruzó en su columna de este miércoles una línea que no debería traspasar ningún periodista», y se pontificó que «los ejercicios de ficción no son aceptables siempre y menos aun cuando se usan para hacer sindicaciones de grueso calibre en temas sensibles. Por tal motivo, reiteramos la necesidad de respetar principios indeclinables en el oficio periodístico, que deben estar por encima de las posiciones políticas de cada cual.»
Entonces, ¿por qué Claudia López sí y José Obdulio Gaviría no? Todo indica que para El Tiempo «una cosa es el derecho a la libertad de expresión» y al parecer la misma cosa son las «acusaciones o descalificaciones sin fundamento» hechas por José Obdulio «el artista».
A Gaviria al menos deberían reubicarle su columna en el periódico: que lo pongan a escribir en la sección de «arte», que a su foto de perfil le crezca la nariz cada vez que miente y que sus pinochadas semanales le traigan algún beneficio a los lectores que verán como crece y crece la extensión de las páginas culturales.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda Nazi, decía sin tapujo en 1933 que la política es «el arte más elevado y comprensivo que haya y nosotros, los que modelamos la política alemana moderna nos sentimos los artistas. Es la tarea del arte y del artista formar, moldear, suprimir lo enfermo y dar libertad a lo sano».
Poco importa que El Tiempo le deje su sección de arte a uno que otro charlatán huérfano de poder y exiliado de la arena de la política, pero las columnas de opinión sí deberían estar en manos de los que son capaces de escribir sobre el poder, como lo hacía Claudia López. En un periódico debería primar el periodismo sobre la creación. Este no parece ser el caso de El Tiempo.