Cuando a finales del siglo pasado Paul Cezanne interpreta el paisaje o el bodegón como una estructura que se articula gracias a la interrelación de formas geométricas elementales como el cubo, la esfera, el triangulo,etc., el arte comienza a perder su función evidencial e imitativa y se abre a lo que se conoce como Arte Moderno. La noción de que la realidad se puede entender como un gran sistema construido a partir de ciertas formas esenciales, va a generar en el arte actitudes completamente diferentes de las sostenidas hasta ese momento.
El Constructivismo, vanguardia artística que tiene sus desarrollos en la Europa de los años veintes, tiene en el holandés Piet Mondrian y el uruguayo Joaquín Torres-Garcia dos de sus más conocidos representantes. Estos artistas entendían su obra como un sistema de conocimiento que debía penetrar la naturaleza de modo tal, que le fuera develada la estructura interna de la realidad. La línea vertical, la horizontal, los colores primarios, el blanco y el negro, eran los fundamentos de todos sus planteamientos, y debían serlo para la sociedad, en cuya construcción se consideraban partícipes.
Ultimamente, con la desaparición de vanguardias, tendencias y estilos, el significado de buena parte de la producción artística parece estar no en lo que la obra contiene, sino en cómo está construida, con qué está conectada, en la coexistencia en su superficie de diferentes materiales, perspectivas, miradas, épocas, referencias. Este tipo de obra, cuya apertura está dada por sus múltiples interrelaciones, además de hacer posible infinidad de lecturas, lleva a que los significados no se entiendan como algo preestablecido, es decir, a que se construyan con la complicidad del observador.