En la ultima exposición del artista Gabriel Antolínez, encontré lo que no buscaba. Para escribir este texto andaba en busca del “error” y lo que encontré me tomó totalmente por sorpresa.
El recorrido se compone de dos salas, una encima de la otra. En el primer piso, la instalación “mezcla y combinación” remite instantáneamente al titulo de la exposición: “Adición y Sustracción”. Aparecieron muy claros para mi estos temas. Veo algo que parecen ábacos, entiendo la sustracción en espacios negativos de color sobre la pared. Pensé: entendido, sigamos al segundo piso.
Al subir, de repente me sentí en otra exposición. Piezas de blanco puro, pulcro y limpio habitan el lugar. Recorro el lugar y siento náusea. Me enfrento aterrado a la obra “Pelo Blanco” hecha con una piel de conejo y porcelanicrón blanco.
Me siento muy enfermo. ¿Qué me pasa? ¿tomé mucha cerveza o fue el almuerzo? Tengo mucha náusea. Me conmociona aún más pensar en la posibilidad de que sea producto de lo que veo.
¿Como algo tan limpio puede generarme tanta repulsión? Siento que se pudre frente a mi. Mi estómago da vueltas. Puedo oler a mortecino. No puedo más, quiero salir pero es tan limpia tan pulcra, tan blanca, me siento atraído como mosca. Apesta y deslumbra.
Días después de esta experiencia, me pregunto sobre estas reacciones involuntarias causadas por el arte. ¿Que tan profundo puede ser el impacto físico de una obra?
En casos mas comunes he visto como una obra puede causar llanto o risa. Existe un mito sobre un sonido que puede causar que literalmente te cagues, llamado la nota marrón. Hace unos años un capitulo de Pokemon hizo convulsionar a varias personas, a lo que Andrés Burbano reaccionó creando el video “Electrón” con el fin de causar esta misma reacción.
¿Qué tanto más podría provocar una obra?, ¿qué tan expuesto está el espectador? Me pregunto, ¿hizo Gabriel esta obra con el propósito especifico de causar náusea?
Lo odio y lo felicito por causarla en mi.
CHAC – Carlos Rodríguez*