“…que la vida es un carnaval y 
es más bello vivir cantando”

El pasado 8 de agosto inauguró en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires la más reciente propuesta del artista puertorriqueño Radamés ‘Juni’ Figueroa. Titulada La Isleña, esta escultura hecha en madera nos propone un muelle elevado sobre una de las escaleras del museo. Lejos de presentarse como una escultura tradicional, la pieza alberga en su interior un espacio habitable que invita a un compartir entre espectadores y personalidades.

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Radamés “Juni” Figueroa, La Isleña, 2014, Colección del MALBA, Argentina

En el 1824, el compositor alemán Ludwig Van Beethoven finalizó, después de 6 años de labor, la mundialmente conocida Sinfonía número 9 en re menor, una musicalización del poema de Friedrich Schiller titulado Oda a la alegría. Esta pieza musical apreciada como una maravilla creativa, es un canto a la hermandad, producto de la alegría como herramienta de emancipación. Paradójicamente, la pieza ha sido utilizada por grupos tan antagónicos y disímiles como la oficialidad nazi y la unión soviética o el liderato de Sendero Luminoso y la Unión Europea para celebrar, cada uno a su manera, la supuesta universalidad de sus fronteras ideológicas[1].

Si durante la modernidad, la alegría se habría defendido como un estado posible, la sociedad contemporánea reclama esa utopía a través del consumo del placer y el goce, no como un paso hacia la ‘evolución histórica’, sino más bien, como una herramienta para ‘habitar el mundo’[2].

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El pasado 8 de agosto inauguró en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires la más reciente propuesta del artista puertorriqueño Radamés ‘Juni’ Figueroa. Titulada La Isleña, esta escultura hecha en madera nos propone un muelle elevado sobre una de las escaleras del museo. Lejos de presentarse como una escultura tradicional, la pieza alberga en su interior un espacio habitable que invita a un compartir entre espectadores y personalidades. El artista complementa el diseño del espacio con dos bancas de madera, una variedad de plantas tropicales sembradas en palanganas de pintura y una serie de impresiones digitales del interior del bosque. Como toque final, una lámpara de discoteca proyecta diminutas lucecitas que se mueven por el espacio y que hacen las veces de cucubanos para acompañar la música electrónica de un DJ en la noche de inauguración.

Estos y otros elementos, logran recrear dentro del espacio de la escultura una atmósfera que invita al placer y al goce como ese estado que posibilita relaciones humanas, muy semejante a la estrategia publicitaria que ha sido desde hace mucho el motor que impulsa el turismo y la convivencia en este paraíso tropical llamado Puerto Rico.

En ese sentido, La Isleña no sólo comenta en torno a las condiciones materiales, históricas y bio-políticas del artista o a las dinámicas de producción y circulación del arte contemporáneo, sino que además, apunta a la actividad creativa como una apuesta que no culmina en la materialidad de la pieza. Una apuesta que se extiende hacia las posibilidades que puede proveer el placer, el goce y su efecto en las relaciones humanas como eje y motor de la experiencia estética.

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Por consecuencia, el éxito de la propuesta no dependerá completamente de su autor, sino de la disposición del museo en producir una agenda que invite al público a relacionarse, de la afirmativa de los públicos para auto-convocarse en el espacio o de su disposición para compartir un goce capaz de superar –aunque sea momentáneamente- las diferencias y antagonismos.

En ese sentido, La Isleña resulta ser una propuesta tan occidental como tropicalista. Una apuesta a un puente tan contextual como subjetivo entre esa utopía que musicalizara Beethoven y la estética del goce como un producto de consumo que bien promueve Celia Cruz cuando expresa: “Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y 
es más bello vivir cantando”.

 

 

Raquel Torres-Arzola

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Notas:

[1] Revisar el documental The Pervert’s Guide to Ideology de Sophie Fiennes, 2012, escrito por Slajov Zizek.

[2] Revisar ambos terminos según los utiliza Nicolás Borriaud en su libro Estética Relacional, 2da edición, Córdoba: Adriana Hidalgo, 2008. página 12.