Con gran interés leí el post de William Contreras en Esfera Pública, que aqueja y con justa razón critica las prácticas de abuso laboral dentro de las industrias culturales. En una serie de preguntas en Instagram que Esfera Publica hizo a la audiencia, los participantes describieron situaciones en las que ocurre la precarización. La mayoría consideró que el intercambio de trabajo por “visilidad” era la situación más dentro de la industria cultural.
Desde hace unos años he analizado el tema de la precarización en la industria cultural, y estoy muy de acuerdo que, los salarios por bajo de lo establecido legalmente, la “evasión” de convenios laborales que garanticen la seguridad de un empleado, y las zonas grises en relación trabajo-remuneración-ocio han originado una concentración de riqueza para algunos actores. En algunos casos son marchantes de arte, en otros son coleccionistas, pero también lo son artistas y, oh sorpresa!!, curadores. La moral del mundo del arte, que es realmente una bigoteria, se arrancaba los pelos cuando hace tres años atrás se descubrió que la curadora del museo Stedelijk de Amsterdam , Beatrix Ruf, tenia una empresa consultora de arte en Suiza que le aumentaba a su salario oficial, pagado con los impuestos de los ciudadanos de los Paises Bajos, un par de ceros al lado derecho. Como directora de un museo, financiado además con dineros públicos, podía favorecer a los coleccionistas que asesoraba, exhibiendo sus piezas dentro del museo, o advertirles cuál artista joven iba a ser expuesto en los próximos años.
La creación de riqueza a través del abuso laboral dentro de las industrias culturales es, sin embargo, más compleja de lo que parece. Tenemos que entender que junto al incremento del valor económico (de una pieza de arte, por ejemplo), y junto al incremento de las ganancias mediante el abuso laboral o fractura de los convenios sociales, es el incremento del valor cultural, que es sujeto de monopolio, lo que origina la riqueza dentro de la industria.
En las experiencias de precarización recopiladas por Esfera Pública en Instagram, el tenor de ellas describían la repetida decepción de la galería que no paga al artista, del dinero que no aparece, de los costos del artista que no vienen a ser cubiertos, y el intercambio de trabajo por visibilidad. Mi interés por los procesos de precarización en la cultura han estado enfocados a encontrar aquello que es sistemico de las industrias culturales, y a veces prefiero cambiar el término de “precarización” por el de “extracción” y “monopolio”. La razón es la siguiente, a pesar de la tragedia y la rabia que implica la mayoría de las situaciones descritas, ellas no aparecen excepcionalmente dentro del mundo del arte, sino que se encuentran en toda actividad comercial entre individuos. Por ejemplo, el abogado que cobra y no mueve el proceso, el ingeniero que no responde por la obra mal calculada, etc, etc. ya cada uno conocerá un ejemplo. Y la mayoría de ellas pueden lidiarse a través de contratos de artista, contrato para préstamo de obra, y una repartición equitativa de costos.
En alguna ocasión un comentarista de arte escribió que en las ferias de arte todos hablan de precios, porque hablar de dinero es más fácil que hablar de arte. Sin embargo, parece ser todo lo contrario dentro de las industrias culturales. Todos hablan de arte y nadie habla de dinero. Un denominador común de las experiencias recopiladas por Esfera Pública es que éstas son vividas por artistas, y dejan un sinsabor bastante amargo, pero además una preocupación. Es necesario extender dentro de la comunidad artística y los trabajadores culturales, una educación básica de administración. Esto implica saber calcular los costos de vida, de seguridad social, costos laborales, etc, además conocer de las normas tributarias, y de los efectos que pueden causar a la actividad comercial, y de contratos con los que se establece una relación comercial sana. Una serie de preguntas aparecen ¿quiero yo exponer en un lugar donde apenas cubriría los costos de producción? Pero, no se sorprendan, esta misma pregunta se puede hacer desde la otra perspectiva: ¿quiero hacer una exposición si no cubre los costos mensuales de la galería?, y de otra forma ¿quiero exponer en una galería sin contrato de comisión o préstamo de obras de arte?, y en su versión opuesta: ¿quiero exponer e invertir en la carrera de un artista que sin contrato va a estar vendiendo directamente en su taller sin participación a la galería?
Ciertamente el artista y los trabajadores culturales incorporan el sueño del neocapitalismo: Trabajadores flexibles e independientes que asumen su propio riesgo. Más, una educación básica en administración, abocados como estamos para establecer relaciones comerciales a partir de objetos culturales, es la única manera de encontrar un lenguaje y soluciones solidarias frente a los “procesos de extracción y de monopolio”, es decir de la precarización.
Un lenguaje común como medio de una resistencia colectiva ofrece una posibilidad de disminuir uno de los efectos negativos de los procesos de extracción y monopolio en el futuro. El de la exclusión. En la situación laboral y de educación actual, solamente podrán ser artistas y trabajadores culturales aquellos que cuenten con los recursos económicos externos para continuar con la autoprecarización, y sostenerla durante un largo plazo. La mayoría pueden ser miembros de familias acomodadas, o beneficiarios de un patrimonio directo, o aquellos que decidan endeudarse con bancos, tal como ha sucedido con los estudiantes de arte en Estados Unidos. El cambiar el presente de las relaciones laborales dentro del mundo cultural tiene una implicación directa en el futuro.
Jorge Sanguino
Otros artículos del autor: