Cuasi-presidente de Colombia Juan Manuel Santos, prometiendo que para el Día de los muertos ya no habrá cese al fuego. Para explicarlo hizo uso de una pintoresca teoría del color: “[ahora el país está en una] zona gris riesgosa y peligrosa«.
No todo es una tormenta en este país. De hecho, a algunos les sirven para justificar su abstención. O para entender que lo que ahora es un desastre emocional, antes iba a ser un remesón económico. Que nos iba a afectar a todos, por ejemplo al sector de la cultura. Para muchos, el Tratado FARC-Santos, no sólo iba a traer más verdades a medias (que los-paramilitares-se-financiaron-solos), sino que iba a acarrear mucha inversión. Hijos no lectores de expresidentes galeristas de arte contemporáneo predijeron que, después de la paz, habría un incremento de entre “1,1 y 1,9 puntos porcentuales del PIB”. Pero no hubo paz.
Desde hace tiempo se venía señalando el rol que habría de cumplir la cultura en la pavimentación de este valle de lágrimas por siempre abocado a la guerra. Así, aunque la baja de precios del petróleo ya estaba afectando al país, funcionarios como Ángel Moreno, director de Emprendimiento del Ministerio de cultura para 2015, llegaron a afirmar que “desde las industrias creativas y culturales, esperamos que se vea reflejada la inversión pública con un crecimiento positivo en Colombia para 2016, con un aporte que podría estar cercano a 3,6% al PIB”. Parecía entonces que el nuevo filón iba a ser el del postconflicto: artistas expertos en explotar el dolor de los demás hablaban de la obligación de dar cuenta de él, artistas promovían agendas dedicadas al asunto, se le dedicaron uno y otro foro, a las casas de cultura se les obligó a implementarlo en su programación, se lanzaron becas para narrarlo y becas para quienes entraran a estudiar durante él (no para estudiarlo). Pero no hubo paz.
Y el Ministerio de cultura puso de su parte. En febrero de este año se anunció una “austeridad inteligente” y, obviamente, se preguntó si era “inteligente” recortarle a esta cartera en plena etapa de anuncios de paz. Se adujo que no había tal y que la música, o mejor, “los procesos musicales para la convivencia y la reconciliación serán uno de los ejes centrales” de esa nueva política cultural. Peor, durante el escándalo del video de los impuestos para artistas, se negó la realidad mediante comunicados de prensa donde se decía que “MinCultura ha generado más recursos para el sector en seis años de gobierno”. Pero no; se le quitó.
El presupuesto de adecuación y dotación de la Biblioteca Nacional se redujo de 4.275 a 325 millones de pesos, desaparecieron el Premio Nacional de Dramaturgia, demasiadas becas en artes visuales, se disminuyó al inversión en eventos relacionados con el arte contemporáneo, se detuvo la construcción de infraestructura cultural. Ninguno de nosotros se quejó. Hubo quien pensó en que ya vendrían los patrocinios para la época de la paz y redirigió su carrera; o quien prefirió no discutir (porque aquello quizá sería tomado como una actitud NO conciliatoria).
En la tarde del domingo 2 de octubre de 2016 se confirmó mediante votación que este país no quiere la paz. Por eso, porque estamos a las puertas de una reforma tributaria y a pesar de quienes consideren que hablar de dinero en estos momentos no sea conveniente (de hecho parece que nunca lo es), se podría pensar en ese dinero que se fue: como nunca hubo postconflicto ¿podría retornar a la cultura? Es decir, podríamos empezar a pensar que ese precio que pagamos por nada se nos devuelva. Ojalá. Aunque, quizá eso tampoco se renegocie y el otro año haya menos dinero y así sucesivamente hasta que quede muy poco. O nada. O toda la inversión la hagan los sectores privados. Ojalá no.
–Guillermo Vanegas