Solemos contar, ignoro si con algún fundamento histórico, que algunos pueblos prehispánicos quedaron sorprendidos con los espejos y algunas baratijas de vidrio que traían consigo los españoles, –que éstos, ni tontos ni perezosos, les propusieron intercambiarlas por los tocados en oro que los prehispánicos lucían, a lo cual ellos respondieron afirmativamente, encantados.
Lucas Ospina se dejó tentar por la poesía, en horabuena; explora con cautela, con algo de desconfianza también, la región del saber de las emociones que constituyen a los seres humanos, esa región tan menospreciada por los ideógrafos del neocolonialismo conceptual. Espontáneamente exclama: «¡Oh, qué cosa extraña es hablar de poesía»! La frase no es ingenua, tampoco tan sarcástica como quiere ser; al contrario, refleja nuestra época en Colombia, una tal que se muestra extrañada consigo misma, –con los tocados de oro que nos han tejido tantas tradiciones aquí encontradas; una época que fue educada para despreciarse, negarse, y oprobiarse, para desprenderse generosamente de todos sus Tesoros Quimbayas a cambio de El Concepto que nos ofrece el imperialismo cultural de moda. La idea de que lo bello está en otra parte hace parte de nuestro paisaje psicológico. Tras la reconquista, el filósofo se ha enmascarado en la poesía desvertebrándola, minusválida, la ha puesto a su servicio, ha echado al fuego buena parte de los códices que daban cuenta de su pasado emocional; desprovisto de su pasado, el arte contemporáneo en Colombia ya no puede reconocerse como arte, experiencia la extrañeza de sentirse fuera de casa al estar en casa; el hombre y la mujer contemporáneos buscan en el Otro, sólo El Concepto, nunca el saber del entramado de las emociones que lo constituyen. Bienvenidas las notas de Ospina sobre la poesía en el arte. Oportuno sería sacudir la enjalma que nos ha puesto El Concepto e iniciar un diálogo sobre el arte como poesía. Parafraseemos una vez más a Breton, el arte contemporáneo será poético o no será.
Pensar poéticamente es desplegar una puesta en libertad para pensar muchas cosas; este pensamiento se diferencia del trabajo científico en que un objeto no predetermina su acción, tampoco nos constriñe a pensar metódicamente un problema en particular, antes bien, nos estimula para que pensemos lo impensado, por tanto sin un método o un objeto predeterminado por medio de un proyecto; los objetos surgen una vez la poesía los ha vislumbrado, una vez se le han manifestado a los artistas poetas; los científicos van recogiendo, con algo de resentimiento y rencor, lo poco que la poesía le arranca pacientemente a la nada; el artista poeta no es cortoplacista. Estoy de acuerdo con Ospina: si un artista me muestra como asunto poético “la lámpara estudiosa”, con seguridad no podré experienciar sino bochorno. Quizá responda de manera diferente cuando alguien me cante: «soy campesino, de campo ajeno, tengo los pies como camino viejo».
¿Por qué los ruidos que emiten los copetones nos parecen un canto y no los que lanzan los asnos? ¡Vaya uno a saber qué relaciones extrañas establecemos cuando nos conmueven y elogiamos los primeros y nos repugnan e ignoramos los últimos! Los Copetones que ya no trinan en Bogotá, porque han sido masacrados o desplazados por las Palomas y otras pestes animales, le sirven a Beatriz Eugenia Díaz como punto de partida para desplegar una puesta en libertad acorde a su pensamiento. En principio, los ruidos de los copetones, tienen nada de poético, se transforman en canto una vez la artista poeta ha terminado de construir su puente hasta nosotros, no antes. La emoción poética, el atreverse a pensar mucho, surge cuando nos damos cuenta que el puente nos ha dejado libres para establecer infinitas relaciones. Díaz sabe que las palomas han masacrado a los copetones bogotanos, pero no nos agobia con este dato empírico, que es de utilidad para otros saberes; la artista poeta busca relaciones que no piensa el científico y nos sorprende, nos pone a pensar mucho. Aunque le preocupa el destino de las aves autóctonas de nuestra ciudad, no la narra de manera literal; construye su puesta en libertad y nos anima a pensar muchas cosas. Esto es lo poético: ausencia de constricción en un mundo que se caracteriza por lo contrario.
Jorge Peñuela