Joan Fontcuberta, minifotografía de fotografía presente en la exposición Pareidolia. Museo de arte del Banco de la República, noviembre 10, 2016 – febrero 27, 2017. Bogotá
Difícil que, como aquí, una muestra de arte se acerque tanto, de tal manera y en tiempo real al mundo real. Hasta se pueden tomar frases sueltas de sus textos protocolarios y usarlas para explicar el apetito de una parte significativa de nacionales por la sangre (ajena) derramada. Por ejemplo, cuando se dice que “pareidolia es un término que, aunque no existe oficialmente en el español, se refiere a situaciones que todos hemos vivido: ver lo que queremos ver, dejarnos engañar por una imagen y transformar la realidad de acuerdo a nuestras percepciones.” Sin embargo, no es un diagnóstico sobre colombianidad.
Posee un programa de mayor alcance. Cuando toma el fake como procedimiento artístico, Joan Fontcuberta nos recuerda cómo se encauzaron las sociedades que decidieron definir una verdad (negando el costo de credulidad que hubieron de pagar), imponerla (usando, obviamente, el terror) y perpetuarla (diseñando agresiones-pedagogías para aplicar en dosis a creyentes y escépticos). Adelantándome al final: la sección conclusiva de esta muestra reflexiona largamente sobre la constante reproducción de ese fenómeno, permitiendo pensar en la paradoja que enfrenta la cultura occidental justo cuando posee los mayores dispositivos de difusión de conocimiento. Tras internet la superstición se convirtió en la herramienta de difusión de conocimiento más empleada. Y, sí, por eso “estamos en problemas.”
Pareidolia comienza con imágenes dirigidas a los miedos primordiales, sigue con chistes contra-ideológicos y termina diciendo que aquello en lo que creemos nos condena. Y en el entretanto recurre a trucos museográficos: el primer capítulo anuda la exitosa saga pseudo-científica dedicada al biólogo colonialista Peter Ameisenhaufen con la presencia de especies ubicadas en Bogotá. La imposibilidad burocrática de nacionalizar algunos de sus ejemplares taxidermizados permitió que Fontcuberta lograra, en palabras del curador Nicolás Gómez, cumplir con la intención de “que su obra se confunda con material de archivo o museográfico, mucho del cual encuentra en los lugares donde expone”. Es decir que para reemplazar los collages de mandril + cuadrúpedo o primate + búho + cuernito, fue necesario acudir a la colección de la Universidad de La Salle. Con ello, se añadió una capa de sentido a la muestra al tiempo que se reforzó la principal hipótesis del proyecto. Aquella que sostiene la historiadora Paula Ronderos y donde resalta que “la ciencia no es tan absoluta y arraigada como pretendemos creer, pues es factible creer sólo partes de ella o considerar relevantes, pruebas aceptables que otros descartan como posturas incluyentes.” La ciencia y la religión, habría que añadir. Y el bastardo de esta última también, el nacionalismo.
Mientras la sección Herbarium se olvida rápido, Sputnik, emociona. Por varias decisiones: escoge una absurda pretensión de guerra fría, la disecciona, inventaría sus componentes con atención, le fabrica un entramado argumentativo y la devuelve a la esfera pública para que sea releída en clave de sinfonía sacrificial incomprobable. Incluso, dentro de la estructura teórica de este proyecto, no importaría que la “intervención” de Fontcuberta en el televisivo Cuarto Milenio hubiera sucedido. Es decir, ¿plantearía diferencia que aquello hubiera pasado cuando sabemos que las noticias que consumimos provienen de planes establecidos entre regímenes de gobierno y empresas de comunicaciones, por decir cualquier cosa, el grupo PRISA?
Como sorpresa de cierre, Pareidolia retorna al establecimiento de vínculos con la cultura donde se presenta e incluye algunos cuadros de la colección del Banco de la República. Básicamente pinturas de escenas milagrosas donde epifanías y descripciones de monjas que abrieron los ojos después de morir o rejuvenecieron tras su deceso dialogan con videos y fotografías de monjes actuando la fe. O de actores que actúan como monjes que actúan la fe. O de espectadores que actuamos como no creyentes para ver actores que actúan como monjes, etc.
–Guillermo Vanegas