* Viene de una Tercera Parte
Publicidad Política MAL Pagada
Aún más, a pesar del ruido de bombos y platillos con los que de manera efectiva se han auto-proclamado estos Mass-Media Shows, cualquiera puede corroborar que en las ya tres oportunidades de estas exhibiciones, realmente fué poco o nada lo que se vió —o mejor, se ha dejado ver— de sus presuntas obras de arte.
De nuevo. Ello comprueba que aquí se trata de disimular con una excusa incluyente, la cita a pomposas galas político-empresariales de alto nivel, donde las producciones «artísticas» convocadas, asisten logísticamente y tan solo durante una componenda inicial del marco dorado para un lobby pérfido. Así, sus posibilidades son restringidas deviniendo en dispositivos penosamente atascados entre las formalidades del objeto suntuoso y la función pública de un display publicitario, siempre dispuesto al servicio del gran patrocinador quien a la vez logra aparentar mecenazgo, por nada más que los dones de tan generoso apoyo a su propia propaganda.
Mediante la hegemonía de una visibilidad comercial y como es tradición, cuando se trata de esconder lo que puede ser punible; al mismo tiempo, se aplica el régimen típicamente colombiano del ¡Tapen, tapen! No vaya y sea que por no aplastar con cubrimientos de dimensiones intimidantes, la mirilla de cualquier crítico independiente, resulte tachada de un plumazo, por ejemplo, la inspirada mácula del codiciado genio teórico Belisario Betancourt o incluso, de no detentar una legitimidad absoluta, alguien se anime a controvertir las atorrantemente buenas noticias del entretenimiento que apantallan a tales IN-sucesos, más aún, si se “cuenta con el apoyo de la Fundación con el nombre de uno de los hombres más ricos del país y varias empresas cercanas a su oligopolio”, como RCN Radio y TV.
Un paso más allá de la auto-referencialidad endógena de semejantes espectáculos y descubrimos una charla académica en aquella clase denominada Diálogos Críticos donde cierta participante de la BIACI y profesora reciente de la universidad donde es impartida, al tener que desviarse en su discurso tipo visita guiada —uno tan políticamente correcto que como quien disculpa el cruce de un campo minado, pareció obligada a argumentar, entre algunas obras, el improbable aquí, de las «buenas excepciones»—, sin querer y casi por accidente, terminó delatando la aplicación de un sistema perverso de prosperidad impuesto en otras latitudes; mientras extendía el hasta donde puede ser fácilmente naturalizable y por lo mismo, desestimado precozmente, cualquier reclamo ante aquel empuje en la apabullante fila de prospectos de trabajadores transnacionales de La Cultura, como demuestra que quiere ser perfilada la mayoría incluso a pesar de cualquier fuero pedagógico: “El problema de todos los macro-eventos en ciudades pequeñas, porque Cartagena es una ciudad pequeña para el mundo, todos esos macro-eventos traen muchos conflictos porque obviamente es un modelo que no salió de la ciudad misma, sino de una estructura externa, entonces yo si sé que mucha gente se quejó pero es lo mismo que uno oye por ejemplo en la Bienal de Sao Paulo o la Manifesta cuando fué en Trento, que Trento es chiquitico y resulta que toda la gente de la escuela de arte pues trabajaba (en tal evento) como guía, como montajista, como recepcionista”.
Si se trata de mencionar obras que merezcan ser destacadas sobreponiéndose a intereses determinados por La Industria Cultural en cabeza de sus grandes contribuyentes, podríamos preguntar: ¿Al servidor de quienes le resultaría todo un descrédito profesional, vindicar con alguna observación, el acontecer de un margen desde donde se revelan graves delaciones en las que incurren iniciativas tan arrasantes del contexto dado?, ¿no resultan lo suficientemente justificadas las expresiones dignas para promover desde su origen algún diálogo sinceramente crítico? ¿O lo que se pretende es promover, callando, ante cierta brecha que se abre definiendo un centro con el desplazamiento de los otros y el posicionamiento de sí mismo, mientras se contribuye a la producción copiosa de publirreportajes que siempre se encuentran cómodamente amañada bajo esa amplia sombrilla de medios que despliegan ciertos festivales elitistas fuertemente publicitados a niveles “periodísticos”?, ¿al punto de confundir tal propaganda con alguna cátedra sobre cómodas imposturas, dictadas mediante un deshonroso ejemplo de sí mismo en prestigiosas universidades?
De cualquier forma, es grave notar que el ejercicio académico propuesto no haya podido ser otro que el de contraer una complicidad tan comprometedora para redimir un grupúsculo de dudosas creaciones que difícilmente se mantendrían a flote ante la magnitud fútil del evento al que fueron desventuradas; donde además se encontraron huérfanas, en la importancia del nivel crítico, por ese silencio que no solo caracterizó a sus impenitentes autores, si no que se afianzó con el paso del tiempo, como un pacto, contra la refulgencia de interpelaciones que sobrevendrían hasta el día de hoy.
¿Enemigos de LA PAZ?
Por el contrario, al ofrecer una perspectiva franca y abierta, muy difícilmente pueden ser evitadas esa multiplicidad de expresiones desfavorables con las que se ha descalificado a la BIACI por algunos artistas que han sufrido en carne propia su: intrusión, atropello, farsa, censura, autocensura, invisibilización, adoctrinamiento, racismo, elitismo, centralismo, globalización, discriminación, gentrificación, marginación, neocolonización, usurpación, detrimento de la cultura local, mediocridad en los montajes, ignorancia del lugar específico, improvisación, apropiación de propuestas, evento privado con dineros públicos, abuso de poder, contaminación visual e invasión del espacio público, agudización de la vigilancia público-privada en la ciudad, saturación del centro histórico mientras la periferia permanece ignorada, nombres más que obras, arte contemporáneo trasnochado, arte descrestador, producción artística por y para el mercado, inequidad y subordinación en el trato de artistas locales a diferencia de los internacionales, paternalismo, reducción de los artistas cartageneros a su trabajo como mano de obra en los montajes y producciones del evento, indolencia de los mismos, etc.
Y es que entre otras tantas manifestaciones de inconformidad, frente al contraproducente “confort” prometido por un régimen tan perverso, es esta última, esa lamentable condescendencia de los propios participantes, el pre-requisito que permite todo lo señalado anteriormente, porque —según lo atestigua una de las artistas que se abstuvo de aplicar al listado oficial, pero participó desde el afuera crítico— incluso en un principio, la premisa fijada por las directivas de la bienal para las obras incluidas, fué que no resultasen: “ni contestatarias, ni fuertes”; su directora “dijo explícitamente que ellos necesitaban artistas que no perturbaran socialmente a la gente […], está hecha para ser una bienal muy divertida, ¡que te deje en paz!”.
Y así nos tropezamos con el Trending Topic al que de ninguna manera podrían ser indiferentes las fábricas de “Gestores de una Cultura de PAZ”, como aparecen, transparentes, tan bien intencionados lavaderos de manchosas imagenes públicas tripulando auténticas misiones filibusteras. Por obvias razones, no es debido a un altruismo puro que tales emprendimientos se ven inexorablemente necesitados de izar en sus carabelas esa bandera tan falsa de las causas nobles que con tanta frecuencia esgrimen los poderosos; como ciertamente lo es aquel pendón que ondea en sus fachadas de ese inconfundible blanco-paz del oficialismo.
Por su parte, si también cabe mencionar la alianza estratégica-pedagógica-limosnera que a su vez luce con orgullo ART/Cartagena, vinculada a la Fundación Granitos de Paz, de pronto sobrará decir que tal patronato igualmente es presidido por otra matrona con inclinaciones artísticas y además, esposa de un filantrópico polítiquero. En fin.
Ya la BIACI anunciaba aún antes de cerrar la agenda doble o múltiple de su primera versión: «Si hay una segunda bienal, esta se desarrollará en el periodo que se ha denominado de «postconflicto». Entonces, debería tocar analizar el papel del arte y la cultura en el proceso de reconstrucción de una identidad.» Sin embargo, ante una Misión-Visión tan próxima a semejante contingencia, también sería justo preguntarse por el tipo de “identidad” que consecuentemente les convendría “reconstruir” en medio de ese oportunismo tan propio de los conglomerados político-empresariales al mando, con su precoz emergencia del #SoyCapaz.
Evidentemente, aquí de lo que se trata es promulgar —incluso desde aquel nicho de Las Artes Plásticas— el apaciguamiento que garantizaría tras de sí esa imprescindible muchedumbre rebañesca, dirigida como siempre, para concebirse a la medida subalterna de ciertos amos, rendirse a sus pies, alzarlos triunfantes y sacarlos en hombros de la faena revolucionaria, como los héroes redentores de una nación refundada.
Son máximas de este aleccionamiento coactivo los redundantes, vacuos y pueriles ideales que replican, por ejemplo, las reinas de belleza y a los que por igual, debemos alinearnos: Paz, Armonía, Amor, Felicidad, Vida, Naturaleza, Arte, etc. Esa lista de ingredientes de la cosmética que encubre estéticamente aquella base de la Injusticia Social, el Engaño, Perdón y Olvido, que buscan perpetuar a su favor, los mayores criminales de la historia de Colombia; aquellos que rara vez figuran como tal…
¿Y es que llegados a este punto, estamos ya para señalar a las guerrilas pasando de agache por la estructura que provocó originalmente tanto su levantamiento, como la valuación a la que hoy se someten? ¿O podemos apuntar al tan negado paramilitarismo, antes oculto bajo una soterrada empatía y ahora peligrosamente invisibilizado por torpes pugnas partidistas, ventajosas a un muy corto termino, etc.?
Pues no. En principio, deberíamos referirnos aquí al bando configurado en aquella clase dirigente tan tradicional, quienes en coalición de este gobierno de padres e hijos, con toda premeditación, han determinado un supuesto proceso de “posconflicto” como la garantía de proyección ascendente y a lo largo del reciente milenio, para su línea de sangre racista, clasista, patriarcal, hegemónica, déspota. Fascista, en una palabra o democrática, en otra, pues gracias a nuestras muchedumbres que los merecen al re-elegirlos, estos sistemas son equivalentes: #PorSantosSoloPorLAPAZ.
Mejor dicho. Como corolario, bajo esta lógica inequívoca e ineludible de una reconciliación radical, muchos bien podrían repetir, según lo aseguró sin titubeos un pintoresco espécimen sacado de aquel ramillete del que surgió la mujer colombiana más hermosa (e inteligente) del universo, en el histórico Mini-Cromos 2014: “¿A qué personaje de la historia le daría una segunda oportunidad?: A Hitler, para que haga las cosas bien.”
The Wooden Dove. Bernard Partridge. 1939.
Ver: Primera, Segunda y Tercera Parte.