Obra sin título de alguien producida alguna vez en la vida (el siglo anterior). Resina (contiene juguetes, frascos, etiquetas). Museo de Arte Moderno de Bogotá, La Colección 1963-2013. Inauguración, 28 de febrero de 2013.
Viento en la noche. El anuncio de una celebración. Una licencia cronológica (las bodas de oro tenían que ver con el inicio de un programa de exposiciones, no con la creación de una entidad -hecho cumplido mediante mandato legal el 28 de julio de 1955 (2013 – 1955 = 58, en fin)-. ¡La apertura de un Museo de Arte Moderno durante el único período de dominio militar que ha tenido este país! La modernidad como dogma.)
A la espera del ingreso. Fastidio por entrar, afán de estar ya allí. Acompañado de amigos y enemigos. Saludándolos a todos. Faltaba más. Un hombre mayor sale de pronto, maldice y enciende un cigarrillo: “¡Mucho (palabra de grueso calibre) lagarto!” (bis), “¡Paquéstá la (palabra de grueso calibre) invitación!” Miro a quien me acompañaba. Sonreímos/entramos. “Lagarto”, dice ella. Vuelvo a sonreír.
Entregar la invitación que no tenía sentido a criterio del fumador enojado. Ingresar y saber que se va a sudar. Miles de personas. Quitarse la chaqueta, sostenerla en la mano derecha. Usarla para abrirse paso empujando las carteras de damas extáticas ante la mucho más extática Directora del lugar. Piel lisa y dura. Recordar -bajo la mirada de una enorme fotografía de la mater poderosa Marta Traba-, que ese museo posee la infraestructura cultural mejor desaprovechada del país. Empujar más. Avanzar. Llegar a la sala central, reconocer gente y saludar periodistas -siempre es bueno tener uno o dos amigos en ese gremio-. Descender hacia el primer nivel. Muchas personas, regocijo. La felicidad de comprobar que la herencia de esa institución -todavía- da pie al optimismo. Pasaron tantas cosas y se hizo tanto durante sus décadas iniciales. Qué sucede ahora. Por qué se sabe tan poco sobre el denodado trabajo de investigación curatorial que realiza ese museo. ¿Lo realiza?
Abajo. Constatar que la sala más grande de esa sección se encontraba clausurada (ahora muestra parte de la colección de grabado de ese museo). Pinturas académicas junto a pinturas no tan académicas. Magnenat, Jaramillo, Páramo, nombres reunidos novedosamente. Innovación curatorial. Muchas fotografías en la sala que solía llamarse “De Proyectos” -cuando esa entidad apoyaba proyectos… de arte… contemporáneo, quiero decir-. Excelentes piezas que vale la pena ver varias veces. Retratos de quienes podían mandarse retratar junto a fotos donde aparecen ciudadanos por casualidad. El inconsciente óptico de la diferencia de clases en este país. Un mosaico de estampillas sin título, atribución, ni fecha. Por lo que se puede leer, o adivinar, pudo ser pagado por una empresa de “Cigarrillos El Sol y El Triunfo”. Próceres, conquistadores, un botánico, presidentes. Camilo Torres en el centro.
Durante el recorrido muchos entendimos que estábamos en medio de una enorme trivia de arte. Rodeados de tantas obras sin identificación, determinar qué era de quién y cómo podría llamarse una obra fue un juego que deleitó a muchos. Jóvenes y viejos apostaban por saber quién sabía más. Casi nadie acertaba. Ver personas que reconocían avergonzadas su ignorancia visual. Museografía de vanguardia. Arte e interactividad: dar información incompleta para despertar el interés de la audiencia. Para que complete -en este caso, identifique-, una obra. Performatividad del silencio. ¿Descuido e improvisación? Jamás, guiño, guiño. Incumplimiento de las expectativas de educación a través de la estética. Reducción del autoritarismo de la etiqueta. ¿Para qué informar? ¿En la exhibición de una colección? Fichas técnicas, ¿quién las necesita? (En honor de la verdad, el 80% de obras sin ficha técnica del día de la inauguración se redujo, tres días después, a un honroso 72,6%).
Frente al altísimo porcentaje de piezas sin nombre alguien dijo que quizá se trataba de una brillante estrategia de ventas. “Así tendremos que comprar el catálogo, para venir y señalar los vacíos.” Nuevamente, arte e interactividad, y lectura. Pero no se sabía del catálogo. Quizá seguía en preparación. Seguramente sería otra agradable sorpresa. Seguramente debía estar secándose la tinta de mil ejemplares de tapa dura, con cinta roja de seda, de los rigurosos ensayos redactados por lo más granado de la teoría e historia del arte del país. Las mejores plumas nacionales puestas en la labor de afianzar un homenaje. Imaginé su índice: “El Museo: la gesta heroica”; “En busca de una sede”; “Marta: crónica de una expulsión”; “Amigos ilustres”; “Reinauguraciones y debates: ¿arte colombiano o individual de escultor?”; “El Museo y los artistas jóvenes: Década de 1980”; “El Museo y los artistas jóvenes: Década de 1990”; “El Museo y los artistas jóvenes: Década de 1990”; “El ataque de los puristas”; “50 años de exitos”; “El Museo y los artistas jóvenes: Década de 1990”; “Un epílogo: Arte y Ópera”. Sonreí porque sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por esa joya de consulta obligatoria. No un libro de mesa de café. Por favor. Un diamante de literatura de arte que más de uno envidiará.
Más pisos. Pintura, pintura, pintura, pintura. Menos escultura. ¿Video? No. O sí: registros de obras grabados en video. ¿Arte sonoro? No. ¿Performance? Sí, pocos registros dentro de casi 500 piezas. ¿Había algún tipo de curaduría en medio de tal despliegue de arte? Por supuesto: narración planteada mediante acumulación de montaje pre-moderno, con dos y tres filas por pared. El afán por mostrar lo más que se pudiera en un lugar de espacios generosos e iluminación pobre. Malas decisiones de disposición visual: piezas pequeñas montadas muuuuuy arriba para que nadie pudiera verlas bien. Otra vez la interactividad: completar la obra, en este caso, imaginándola, parecía ser el lema. Muchas preguntas. En serio, ojalá ese catálogo esté a la venta lo antes posible: La Colección lo necesita. Demasiado.
–Guillermo Vanegas