Edwin Sánchez, Símbolo Patrio, 2013. Frottage sobre acrílico, carteles y fotografía digital. Exposición Quiebrapatas, galería Valenzuela Klenner, septiembre 21-octubre 19, 2013. Bogotá.
En el primer piso de la galería, el artista revisita el que quizá sea el performance más exitoso de la historia del arte reciente en Colombia (no olvides, persona que lee: exitoso = ampliamente-difundido-por-canales-distintos-a-los-tradicionales-del-arte-contemporáneo). En el segundo, monta mejor un proyecto que estrenó hace dos años. En el tercero propone una versión de historia política contemporánea local fraguada con Mini Uzi.
Estos trabajos de Edwin Sánchez admiten tres acercamientos de complejidad progresiva. El primero es el de la indignación moral: frente al video de un soldado mutilado que habla de su experiencia en el ejército colombiano y para descansar de ello fornica, quien mira podrá ver ofendidas sus más altas aspiraciones patrióticas. De seguro su rabia se incrementará al saber que el artista vendió la obra –por decir cualquier cosa, a la fundación Daros (es chiste). Ese no sirve de mucho. Sobre todo porque no supera el enjuiciamiento ético y sus practicantes caen pronto en el radicalismo moral: si una obra no es edificante, no sirve. Así piensan los ministros de gobierno, por ejemplo.
El segundo es una pseudosociología del campo del arte local. Útil y divertido procedimiento de vieja data en su obra (en Odio puro (El Bodegón, 2007), presentó el Proyecto Jaime Ávila –donde recogía y mostraba el chiquero de ese artista-, o en Puntos de cruce (Valenzuela Klenner, 2010), mostraba el video de un grupo de guerrilleros armando fajos de billetes mientras escuchaban atentos el cubrimiento radial de la exposición homónima, que se celebró en las salas de la Biblioteca Luis Ángel Arango), que ahora estructura El arte político paga o necesario. La manera como funciona es más o menos la siguiente: por conocer a cierta clase de humanos, el artista fue contactado por alguien de quien no se indica su nombre –el curador Emilio Tarazona lo llama “Curador colombiano”-, para contactar personas que Curador colombiano difícilmente podría conocer. Es decir, Curador colombiano conocía a la artista que haría el performance, y le quería ayudar, pero no tenía la posibilidad de hacerlo bien. Entonces involucró a Sánchez y, como su nombre, luego de que la artista del performance resultó timada, nunca apareció en la historia. No sabemos si Curador colombiano ganó o perdió con esta intervención. Por ese bache narrativo, el relato de Sánchez tiene un problema. Muestra sólo una parte del embrollo que se armó para realizar esa pieza, cebándose en la ingenuidad del extranjero-vivo-bobo embaucado en tierra patria, dejando suelto el destino de Curador colombiano. Así y todo, es una pregunta redactada en términos de revisión historiográfica, que sirve para completar esa página de la historia del performance que ha sido escrita más en clave de revelación mística que de implicación con el mundo real. Los mensajes impresos, los linóleos y el video destacan eso que Curador colombiano y otros profesionales del campo suelen pasar por alto: se paga un precio por jugar al trato con delincuentes. En breve, la artista cubana no estaba hablando con Walter White, sino con paracos vivos y efectivos, con sentimientos y eso. ¿Cómo no pensar en los problemas que ello tendría?
El tercero se presenta con muchísima mayor rigurosidad en el último piso del lugar. Símbolo patrio reitera el jugueteo de Sánchez con armas letales, pero más que para servirle de soporte a declaraciones de frustración con el mundo del arte, lo usa para acercarse a un arma fundamental en la configuración del semblante actual del universo político colombiano. Con una Mini Uzi se asesinó a gran parte de sindicalistas, políticos y candidatos presidenciales durante la guerra que declaró el Cartel de Medellín contra el Estado. Con una Mini Uzi mataron a Luis Carlos Galán el 18 de agosto de 1990, en la Plaza principal de Soacha. La Mini Uzi fue objeto de inteligentes adaptaciones en nuestro país. Una de ellas suscrita por el honorable ciudadano Yair Klein, quien la sofisticó para el salvajismo de la guerra colombiana ochentera. Stanislaus Bhor lo dice mejor: “lo que hizo Klein fue refinar el poder mortífero de la metra que se vio multiplicado con sólo pulir con lima de hierro su mecanismo: la metralleta pasó de escupir 90 balas por segundo a 200. El curso de asalto [que dictó el honorable ciudadano Klein] se conoció en un video revelado al país que mostraba cómo en el Magdalena Medio quedaba la universidad y el doctorado de los sicarios de Colombia.” Mmm, doctorado.
Y Sánchez lo dice mejor aún. En un montaje simétrico, pone dos fotografías de un arma apuntando en diagonal hacia las paredes que permanecen cubiertas con impresiones de la fotografía del último momento de Galán. En la pared opuesta, las palabras SÍMBOLO PATRIO, frente a las que una mesa muestra el proceso de obtención de los frottages que hay en cada nicho. En clave de comic noventero –dibujo + tinta + cartelas que comentan la imagen-, Edwin Sánchez narra el making-of de su trabajo, poniéndose en el rol de extraño en otro mundo, sorprendido por momentos y en otros visiblemente preocupado (por el precio del instrumento de matar: “la [Uzi] más barata valía $2’700.000”), cerrando su historia con el dibujo de una mano ofreciendo billetes a otras que se mueven ávidas. Y, como en el cómic, en esta exposición todo el mundo recibió lo suyo: quienes vimos, por poder-conocer-algo-más-sobre-la-corrupción-que-asola-nuestro-país; otros, por colaborar en cada proceso; el país, por ver reflejada una de sus facetas más borrosas; el universo, por conocer más de los performances de Tania Bruguera. Oportunidad de oportunidades. No se la pierda, si quiere.
–Guillermo Vanegas