¿Ni con el pétalo de una rosa?

Cuando estaba en el colegio había dos clases en las que separaban a niños de niñas; diferentes profesorxs, diferente currículo, diferentes salones: arte y educación física. Sobre la de arte volveré otro día, hoy quiero pensar en la segregación sexual en la clase de educación física. Por un lado tener separados niñas y niños en esa clase evitaba que viéramos las piernas de nuestros compañeros, pero sobre todo que ellos vieran las nuestras; además, nuestra educación física estaba enfocada a desarrollar cuerpos gráciles y flexibles –de ahí que nosotras montáramos coreografías, esquemas y rutinas de gimnasia, hiciéramos el rondón, el split y el spagat – mientras que la educación corporal de los chicos estaba enfocada en el desarrollo de la fuerza y la velocidad –por eso ellos jugaban futbol, hacían flexiones de pecho y competencias de resistencia y de velocidad. No vengo a quejarme de la danza, disfruté increíblemente montando la coreografía de Vogue de Madonna junto con otras 90 compañeras. Lo que molesta es que desde entonces sabíamos que esa separación de clases se trataba de una segregación en la que “los más fuertes” no tuvieran que limitar sus capacidades al trabajar con “las más débiles”.

Un año llegó al colegio un profesor que les iba a enseñar Karate. Nosotras queríamos también aprender a dar patadas por lo que solicitamos hacer esa clase mixta. El comité de educación física se reunió para posteriormente comunicarnos que no podíamos tomar esa clase porque “a una mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa”. Luego de esa respuesta, ya no sentíamos el mismo poder cuando montábamos nuestras multitudinarias coreografías. Algunas de nosotras no volvimos a usar prendas de vestir con flores estampadas. Hoy, un festival de teatro que se precia de prevenir la violencia contra las mujeres ha optado por el título de “Ni con el pétalo de una rosa”. En el marco de ese festival se presentó la obra “Letras y encajes”.

El pasado 30 de Noviembre, gracias al plantón que un pequeño grupo de activistas  feministas antirracistas habían hecho frente a Casa Ensamble y a la movilización en redes del video que promocionaba la obra de micro-teatro “Letras y Encajes”, el teatro permitió la entrada gratuita a la obra y abrió un espacio de debate al finalizar dos funciones de la misma.

Plantón en Casa-e el 29 de Noviembre. Foto tomada del FB de Alejandra Londoño, una de las organizadoras de la protesta.

Según Casa Ensemble -que retiró el video de la discordia el mismo 30 de Noviembre- las acusaciones sobre el racismo de la obra carecían de fundamento y alegaban que el video publicitario estaba descontextualizado y no reflejaba el tratamiento dignificante que “Letras y encajes” hacía de las mujeres negras, por ello ofrecía entrada libre. En el video se mostraba a una mujer blanca que en tono condescendiente le hablaba a una caricatura de las mujeres negras, similar a la figura estereotipada que Liliana Angulo critica, con lucidez e ironía, en su obra Mambo negrita.

Imagen publicitaria de la obra “Letras y encajes” de Casa-e
Fotografías de la serie “Mambo Negrita” de Liliana Angulo

Antes de que la función del 30 de Noviembre, una de las directoras de la obra, Katherine Vélez, leyó un texto en el que defendía su producción amparada en su “subjetividad de artista” -que creaba alejada de lineamientos políticos y desde su propia visión del mundo- y acusaba a un público compuesto en un 80% de mujeres negras de haber juzgado el spot publicitario desde el desconocimiento, la rabia y ¡ojo! el resentimiento.

La descontextualización que el video hacía con respecto a la obra (y que desde Casa Ensamble se utilizaba como argumento para deslegitimar la protesta), consistía en que la obra no ocurría -como el video- en la actualidad, sino en los años treinta. La condescendencia con la que la mujer blanca “explicaba” a su mucama-aprendiz negra, en cambio, sí era la misma: le enseñaba, por ejemplo, que había que lavarse las manos antes de atender un parto, le explicaba también que la placenta no se tenía que enterrar bajo tierra y que el modo en el que ella (la mujer negra era partera) había cortado el cordón umbilical estaba errado. En uno de los parlamentos de mayor arrogancia, la mujer blanca (que en la obra se suponía que era rusa) corregía a la mujer negra (una cartagenera en el plot) su “mal” uso del español. Esta relación desigual había sido concebida como “diálogo de saberes” y esa versión feminizada del soldado Micolta (el personaje de Sábados Felices que ya no está en el aire gracias a las acciones legales del colectivo “Chao Racismo”) era pensada como dignificadora de las mujeres negras.

Mucha tinta y algunos bites se han escrito sobre la politicidad del arte. A mí me gusta la propuesta de Chantal Mouffe que dice que las prácticas artísticas son siempre políticas porque la hegemonía se construye justo en el orden de lo simbólico. El arte, entonces, se alía con alguna de estas dos posibilidades: o bien mantener y reforzar el ordenamiento simbólico, o bien impugnarlo. Es por eso que aunque no se esté consciente de cual es la alineación política de la obra –como en el caso de “Letras y encajes” cuya co-directora reclama una libertad creadora sin lineamientos políticos- la obra sí tiene efectos políticos. El racismo en Colombia ha sido un ordenamiento de los cuerpos que mantiene a las personas negras e indígenas en situación de marginalidad, expuestas a constantes burlas y violencias tanto simbólicas como físicas. La representación que “Letras y encajes” propone de la mujer negra como ignorante, ligada a tradiciones religiosas (en contraste con la mirada científica de su “ama”), visualmente caricaturizada, vinculada a las imágenes que representan a las mujeres negras como utensilios de cocina, no hace más que mantener y reforzar el ordenamiento racista que existe en el país. Como si esto fuera poco, la obra se presentó en el marco de un festival que recibe dineros públicos destinados a prevenir la violencia contra las mujeres.

Al comienzo pensaba que por un lado iba la brillantez del título “Ni con el pétalo de una rosa” y por el otro el evidente racismo del spot publicitario de la obra «Letras y encajes» que se presenta en Casa Ensamble. Ahora, después de haber visto la obra y escuchado a una de sus directoras, caigo en cuenta que las dos cosas van de la mano. La femineidad, esa que construye a «las mujeres» como rosas (como severas flores), sólo aplica a las blancas, las negras -lo sabemos- nunca fueron delicadas rosas; de ahí que el festival de los múltiples patrocinios se autopromocione como en contra de la violencia contra las mujeres y reproduzca lo más rancio del racismo colombiano: sólo las blancas y burguesas caben en su concepto de mujer.

Montaje a partir de fotogramas del video publicitario de “Letras y encajes”, tomado del blog “Desacato feminista”.

Los aterradores casos de violencia sexual que cada vez son más visibles, han llevado a que el feminismo esté en el centro de la agenda nacional. Vale la pena entonces que quienes trabajan desde instituciones con presupuestos y visibilidad mediática amplíen sus concepciones de “mujer”, cuestionen sus privilegios y comprendan que dentro del colectivo “mujeres” hay una gran diversidad de necesidades y de reivindicaciones. Seguir tomando a la mujer blanca-burguesa como representante de esa basta diversidad agrupada bajo la categoría “mujer” es regresar por lo menos treinta años en las disputas y progresos del feminismo.

 

Mónica Eraso J.

Bogotá, Dic 17 de 2016.

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