Crítica de arte en el escenario de un mundo en expansión. Hacia un saber diferente

Todo el arte actual es arte del pasado. Todo el arte actual no es sino el arte de un tiempo ambivalente, que simula ser fiel al concepto de arte en su desarrollo histórico cuando lo único que hace es entorpecer su marcha con el claro propósito de realizar una jugada imposible: la que significaría trocar lo falso de su momento actual por un paso de verdad en el desenvolvimiento efectivo de su destino.

Renuente a seguir su propia historia –la que le llevaría a eliminar todo ámbito de excepcionalidad en cuanto a dispositivo de producción de imágenes habida cuenta de la reproducción telemática de estas–, el arte prefiere camuflarse bajo el disfraz que el permite dar la callada por respuesta. Enrocado en las posiciones que hacen de él un sistema institucional fuerte, el arte se empeña en ser infiel a sí mismo y contentarse con lo melifluo y paniaguado de unas estrategias que simulan ser contemporáneas cuando, a las claras, no son sino momentos de falsedad en el desarrollo del arte. Si hay algo claro es que vivimos un tiempo de prestado donde la sensación de insuficiencia es más que patente.

Sin saber muy bien a qué carta quedarse, el arte merodea diferentes posiciones con la esperanza vana de que en algún momento la situación pueda reconducirse. Y es que, mientras a uno no le toquen en lo suyo, tampoco hay razón para salirse de madre: del arte decorativo-insustancial hasta el arte panfletario, hay para dar y tomar siendo lo importante el que cada uno tenga –siga teniendo, sigamos teniendo– su minuto de gloria.

En este contexto de tropelía camuflada, si hay alguna instancia cuyo fin sea más que inminente ese es el de la crítica de arte. La razón es que ésta se ha convertido en mero dispositivo de legitimización de un arte que, en su falsedad, simplemente no la necesita. El arte ejerce con ella una condescendencia con el fin último de valerse de sus servicios para que la falsedad en que incurre no sea demasiado obvia: aun a sabiendas que no la necesita para subirse al pedestal de las economías de difusión de imaginario colectivo, simula su pertinencia, simula que aun tiene algo importante que decir para así lograr no tener que dar demasiadas explicaciones.

Ayudar a legitimar el fraude: esa sería la utilidad real y efectiva de la crítica de arte en este tiempo impostado que vive el arte. Y, como decimos, lo más grave es que no la necesita, que en cuanto se harte un poco más de alguna de sus malas contestaciones –cada vez menos, todo hay que decir–, al arte, a ese gran consorcio socio-económico institucional llamado arte, no le temblará el pulso para cortar de raíz toda esa intromisión que, de modo paternalista, aun permite.

Pero siempre queda, en esto como en todo, el gesto imposible: ya que no va a cambiar el arte, ya que no se puede esperar de él un gesto de lealtad para consigo mismo, siempre cabe que la crítica de arte invierta sus posiciones y, como si de un giro copernicano se tratase, fue ella la que operase las condiciones para que al arte no le quedase otra que hacerse contemporáneo de su propio destino y dejar de habitar en ese tiempo desolador en el que vegeta.

Así las cosas, la crítica de arte ha de tomarse en serio su destino y desistir en esperar a que el arte despierte de su latente senectud: la crítica de arte ha de ayudar a dinamitar al sistema desde dentro, ayudar a detonar la bomba mediática que toda obra está llamada a ser pero que los mismos operadores mediáticos ningunean y silencian. La crítica de arte debe decirle a la obra de arte, de un arte que no tiene más narices que tragar mediáticamente con lo establecido, que ha nacido para otra cosa, que puede atreverse con más, que, de hecho, su destino está en romper la falsedad desde la que ha sido propuesta.

Dinamitar, obviamente, invirtiendo el sentido dado: ayudar a que la obra de arte desrealice todos los lugares comunes a los que el propio sistema-arte le empuja. Ayudar a desdecirse y, contra todo pronóstico, lanzar la perogrullada que nadie quiere oír: ¿y si no estuviésemos más que repitiendo un monólogo bien aprendido para así no dar la palabra a quien la merece?, ¿y si el arte en lugar de dispositivo crítico no fuese sino el emplazamiento preferido desde donde pavonearse del nuestro cinismo epocal?

Esta crítica, invirtiendo su situación gregaria, sería definitoria para el arte ya que ayudaría a expresar lo que la obra de arte puede decir pero que ha de callar para ser tomada como obra de arte: esta crítica supone un ceder la palabra, dar la palabra a las obras de arte para que estas expresen todo lo que, por su propio darse como arte dentro de la institución-arte, han de callar.

No hace falta ser muy lince para comprobar que, aun con todo, sigue existiendo un problema. Y es que la crítica así comprendida solo puede operar con determinadas obras, un grupo bien selecto que simula callar cuando es un simple esperar a que alguien hable con ella, a que alguien de testimonio de ellas. Porque, seamos claros: la mayor parte del arte actual está feliz y contento con autoproponerse en su inanidad, de valerse acríticamente de las estructuras artísticas para, simplemente, exponerse como puerilidad.

Pero este problema no es tal: es simplemente una exigencia que para consigo mismo debe de tomar la crítica de arte. No dar la palabra a quien no la necesita, no hacer de interlocutor de una obra que sabe demasiado bien lo que tiene que decir –la finalidad para la que está ahí. Para realizar una crítica acorde con las necesidades históricas que el propio arte se niega a sí mismo, la crítica no ha de apelar a un democratismo visceral sino discernir bien con quien entablar conversación. Ese sería un paso, quizá el más importante, de la crítica de arte.

Pero, ¿y qué tendría que ayudar a decir la crítica de arte a una obra capaz de entrar en diálogo? Dicho de otra manera, y aun en la pertinencia de tomarle la delantera al arte en su proponerse: ¿porqué hay necesidad de crítica de arte? Tiene –tendría– que ayudar a hacer emerger un saber diferente, un saber actualmente ahogado por el propio darse de la obra de arte dentro de la institución-arte pero que solo de su posibilidad de propuesta podrá tildarse a la obra capaz de superar por elevación el tiempo de prestado del arte actual.

Es decir: la crítica de arte tiene que crear el campo crítico para que el saber de la obra de arte supere las actuales condiciones ideológicas desde las que emerge. Esto supone, antes que nada, ayudarle a desmarcarse de todo rasgo de antagonismo, de toda vis de ver bajo las apariencias, de todo intento de apoderarse de un saber que se crea verdadero, de –en definitiva– renegar de ese saber atrofiado con el que el mundo administrado le hace consolarse y atreverse a mantener el diálogo en la disyunción constante de una tercera vía que no sea ni esta ni aquella, ni el “sí” ni el “no”. Si hay algo que la crítica de arte tenga que hacer decir a la obra de arte es justo aquello que le está prohibido: que no sabe cómo son las cosas, que no sabe si somos engañados o no. O, más aún: que esa no es la cuestión.

Es decir: no se trata de tomarle la palabra al arte y ayudarle a vomitar un sentido que, quizá, se la haya atragantado entre tanta fantochada. Por el contrario, la crítica tiene que hacer efectivo como la obra de arte no tiene nada que decirnos, que no hay saber alguno que la obra de arte tenga que venir a revelarnos. Y es que solo así la obra de arte será capaz de ser fiel a sí misma y mostrar el camino para renunciar a lo consensuado de los emplazamientos que el juego institucional del arte le tiene ya marcado de antemano. Porque seamos claros: el arte, en esa connivencia que estamos denunciando –la que guarda con las industrias de la publicidad, el ocio y, en suma, el saber ideológico–, no duda en situarse en una onda expansiva bien determinada por el juego mediático sobre la que se postula, tiene perfectamente diseñado sus efectos, las indignaciones que provocará y la recepción de cada uno de los potenciales espectadores. Si hay algo sencillo para el arte es ser fiel a la pamema circense en que se ha convertido.

Si hay algo sencillo y hasta consustancial para el capitalismo cultural, mediático e inmaterial en el que estamos sumergidos es trocar al instante –haciendo pie en la emergencia inmanente de la imagen– la lógica distributiva de la hegemonía y la transitividad de saberes por ella dispuesta. Que el arte tenga aún razón de ser y no sea un simple refrito ideológico de las maquinarias simbólicas con mayor capacidad de agenciamiento colectivo –léase, la industria cultural en general– depende del ejercicio de una crítica de arte capaz de sumir en un silencio abismal a cada una de esas obras de arte que el sistema-arte se empeña en hacer hablar como cotorras, ya sea para decir que “sí” o decir que “no”, ya sea para saber una cosa o para saber otra, para creer en una verdad o para creer en otra.

Que nos traicionemos casi a cada instante no quita para que desde este blog nos esforcemos en llevar a caso esta otra crítica de arte. Es más: realizamos textos continuamente con la promesa de que alguna vez logremos realizar verdadera crítica de arte, una crítica leal a las disposiciones que hemos aquí delineado.

 

Javier González Panizo

3 comentarios

Excelente idea: buscar silenciar el ‘arte’ fraudulento.

Se puede empezar con un simple SHUT UP! en el libro de visitas de las exposiciones o en la sección de comentarios de cada una de esas reseñas online y notas de prensa absurdas….

Bla, bla, bla, bla y más bla, del señor Gonzáles, no puede uno (el señr González) despachar en tales términos el arte actual, si bIen hay cosas muy regulares y otras muy malas en el arte que hoy en día vemos, también existen obras muy buenas. Me parece una posición extrema (y no ajustada a la realidad). Ni siquiera da una idea de que es arte para él, o mejor de que es buen arte para él, lo cual hace aún mas «ingenua» esta postura.
Debo aclarar que soy coleccionista hace 25 años y galerista hace 6

Buenos días, soy Javier González. No sé si se ha entendido bien el texto. No se trata de la enésima vuelta de tuerca al rollo de que hay arte malo y arte bueno, ni que ahora el nivel medio es muy flojo. No. Se trata de que en las condiciones actuales de reproductibilidad técnica, ahí donde varios teóricos han declarado ya la increencia en el arte (Adorno, Brea, etc), la crítica de arte debería de auspiciar desde ya mismo (pues ya es tarde) el cambio definitivo para que la institución-arte, el sistema-arte, basado en el trueque de mercancías y en la estatalización de las prácticas artísticas, acabase. Ciertamente es un paso imposible: pero no por imposible hay que dejar de intentarlo. Si digo que el arte vive un tiempo de prestado es porque el arte actual no está a la altura de lo que le exige su destino: crear comunidad, operar como dispositivo crítico respecto a las empresas de creación de imaginario colectivo,…. Cierto que estamos en un «capitalismo cultural»: el arte debe de renunciar a su hegemonía y autonomía en cuanto a dispositivo productor de imágenes y disponerse a ejercer de operador crítico. Creo que no he dicho nada que no se haya repetido hasta la saciedad. Solo que esta vez el acento recae en la crítica de arte: si para el arte es imposible dar ese paso, quiza sea la crítica de arte (el que se la quiera silenciar es pista a seguir) la que tenga que dar un paso al frente y atreverse con más.