Close, so Faraway

No supe nada sobre este Salón Nacional que acaba de pasar. Aunque he leído lo que otros han escrito sobre el certamen, no logro hacerme una idea clara de lo que pasó entre el sol, las olas y las locaciones de película en las que tuvo lugar el más importante evento artístico del país. Y ese no saber, sumado a la confusión que han generado en mi cabeza los textos que he leído y las muy pocas opiniones informadas que he escuchado de quienes sí fueron y de quienes no pudieron ir aunque debieron estar allá, me ha hecho preguntarme por qué no sé nada sobre este Salón del que debería saber algo en vista de que, se supone, soy una persona relativamente enterada de lo que ocurre en el medio, en el campo, en la escena artística nacional.

(Esta es una versión revisada, puesta en pretérito y un poco más larga de un texto que circuló al final del 42 Salón Nacional de Artistas a través de una cartillita publicada por Helena Producciones).

No supe nada sobre este Salón Nacional que acaba de pasar. Aunque he leído lo que otros han escrito sobre el certamen, no logro hacerme una idea clara de lo que pasó entre el sol, las olas y las locaciones de película en las que tuvo lugar el más importante evento artístico del país.

Y ese no saber, sumado a la confusión que han generado en mi cabeza los textos que he leído y las muy pocas opiniones informadas que he escuchado de quienes sí fueron y de quienes no pudieron ir aunque debieron estar allá, me ha hecho preguntarme por qué no sé nada sobre este Salón del que debería saber algo en vista de que, se supone, soy una persona relativamente enterada de lo que ocurre en el medio, en el campo, en la escena artística nacional.

Pero el caso es que no soy el único que no sabe.

He hablado con varios artistas, incluso con algunos de los que participaron en las curadurías regionales y que tuvieron la suerte de no ser descabezados antes de llegar al Nacional; he hablado también con personas que escriben sobre arte y con alguno que otro profesor de alguna Facultad de Arte en Bogotá, y nadie me ha dicho nada real sobre lo que pasó entre las olas y las palmeras. También he estado pendiente de los noticieros, especialmente de las secciones de farándula en las que tradicionalmente se ha publicitado el Salón, pero no he visto ninguna nota sobre Independientemente, la plataforma curatorial que dio nombre a esta versión del Salón Nacional de Artistas.

Y pensando en todo lo que no sé y que ya no supe de este Salón, recuerdo los debates que se suscitaban entre artistas, curadores y público de los Salones anteriores. Recuerdo las peleas por los premios –cuando había premios– y los chismes sobre los agarrones entre curadores y artistas, entre artistas y Ministerio, entre Ministerio e instituciones regionales, entre instituciones regionales y curadores, etcétera. Recuerdo el descontento generalizado por la invitación de ciertos curadores internacionales y el escandalillo por los costos del Salón en Cali. También recuerdo algunas inauguraciones, los corrillos de artistas, las tiendas en las que uno tomaba cerveza o aguardiente con gente desconocida que llegaba al evento desde sitios como Popayán o Villavicencio. Recuerdo –sin que ese recuerdo tenga el tinte de la nostalgia por un mejor tiempo definitivamente pasado– muchas cosas porque las viví o porque alguien que las vivió me contó lo que había vivido.

Sin embargo, parecería que esta vez no hubo nada para contar, porque parecen ser pocos quienes vivieron el pasado Salón y, más allá, tengo la sensación de que no hubo nada para contar porque, sencillamente, no hay nada para ser contado. Un silencio resignado se ha tomado la escena. Una falta de ganas de chismear, de pelear y de contar se ha ido apoderando de un tema otrora tan popular como el Salón Nacional. ¿Quién va a tener ganas de hablar sobre algo que nadie vio y que, cuando se llegó a ver fue a partir de situaciones y de personas que no dijeron mayor cosa? O tal vez sí dijeron, y mucho, pero la película que vimos de todo su hacer y decir nos llegó sin la pista de audio. Tan cerca y tan lejos.

Y es que no basta con los buses cargados de artistas de vocación turística que llegaron a la Costa desde las ciudades grandes para ver la última semana del Salón; no basta con presenciar el cierre de algo, porque los cierres son como agonías en las que se extingue lo que estaba vivo. Es como ir a ver morir a la tía rica a la que nadie quiere, excepto, claro, quienes quedaron en el testamento. Puede que la metáfora sea tragicómica y excesiva, pero me sirve para decir algo más: ¿Se llevó en buses a esos artistas, precisamente a contemplar los últimos resuellos del Salón? Si es así, si hubo en esa decisión una clara conciencia fúnebre planteada desde el Ministerio, bienvenida sea. Bienvenida sea la fortaleza institucional que nos dice que el Salón murió, y que hay que verlo morir para dar fe de una historia importante para el arte nacional. Contemplar esa muerte como la promesa de que algo nuevo vendrá, algo vivo y sin achaques; algo que aprendió de los errores del muerto y que se plantea formas, medios y fines nuevos que superan los alcances de lo que lo precedió. Sin embargo, no creo que ese sea el caso y, en consecuencia, supongo que seguirán saliendo buses en los años próximos, para seguir viendo agonizar a ese Salón cada vez más postrado, cada vez más conectado a sofisticados aparatos clínicos que lo mantienen vivo a punta de cables.

Un Salón al que no van los artistas cuando toca, un Salón al que las curadurías regionales llegan mutiladas, un Salón que no tiene visibilidad en los medios –entendiendo que es para los medios que parecía hacerse últimamente el Salón– dudosamente puede llamarse Salón, pues no es lo mismo el salón que el aula, teniendo en cuenta que un salón requiere de estudiantes haciendo alharaca y guerra de tizas y de profesores intentando construir algún tipo de orden, mientras que un aula sólo necesita de paredes, tablero y pupitre.

Así pues, esta versión del Salón pareció más un aula o, a lo sumo, una reunión de padres de familia, ya que muy pocos parecen haber entrado a hacer desorden o a intentar construir algún sentido visible para quienes tienen o quieren tener vínculos con esas paredes que han terminado definiendo al Salón.

Tal vez solo los artistas de la Costa Caribe y el equipo curatorial del Salón podrían dar una opinión informada sobre lo que ocurrió en este certamen pero, en vista de que hubo muy pocas posibilidades de hablar con ellos debido a la distancia geográfica y a la falta de espacios de interlocución y a lo caro que se pone el turismo playero en temporada alta, todo lazo con la realidad del Nacional terminó roto para quien está lejos.

Gracias a los viajes que he hecho como tutor de los Laboratorios de Investigación-creación del Ministerio de Cultura he tenido la oportunidad de hablar con varios artistas de provincia, algunos de ellos participantes en los distintos Salones Regionales y, la mayoría entre estos, no participantes en el Salón Nacional. Estos artistas, en general, se muestran descontentos y, sobre todo, tan confundidos como yo por lo que ocurrió, o más bien por lo que no ocurrió en el Salón. Y lo que ocurrió es que los artistas no están o, más bien, no estuvieron allá y, por consiguiente, no vieron sus obras montadas, ni hablaron con otros curadores, ni escucharon al público, ni fueron entrevistados para algún programa de Señal Colombia, ni tomaron cerveza con otros artistas, porque muy pocos fueron y tomar cerveza entre pocos y entre los mismos resulta muy aburrido, sobre todo a orillas del mar.

Creo que con los curadores pasó lo mismo, a pesar de que la ministra dijo que el Salón era ahora más de curadores que de artistas, pero creo que la exhibición de unas curadurías regionales a las que hubo que echarles cuchillo por presupuesto y espacio no es compatible con esa idea de un «Salón de Curadores» pues, ¿qué curaduría es una en la que lo curado termina amputado?

Con la cosa así, es difícil pensar en el Salón como algo vivo para los individuos y las comunidades que viven de y en torno al arte, individuos y comunidades que, si tengo algo de razón, en esta ocasión no han sido más que cuerpos ausentes. Por más experimentos formativos que se hagan con niños y niñas de escuelas públicas en la Costa Norte, por más que se invite a grupos de vecinos en barrios y pueblos cercanos a las sedes de exhibición, debe tenerse en cuenta que el actor y el público primordial del Salón es la gente que vive del arte, la que ocupa su tiempo haciendo arte, pensando en arte o exhibiendo arte, sin que importe si hablamos de pintores de bodegones, de colectivos de intervención social o de genios del posconceptualismo. Un Salón de Artistas, por más pretensiones de inclusión social que tenga, no es equiparable a un Carnaval de Barranquilla en el que solo se necesitan maicena y ron para pasarla bueno. El Salón tiene lógicas implícitas, narrativas sutiles e ideas que sólo pueden dar frutos en medio de la discusión, de la participación y de la puesta en dicho o en entredicho que hacen las personas que forman parte del campo. El Salón, más que una gran curaduría centrada en ejes temáticos (Bicentenario o Independencia, economía o micro-organismos y un largo etcétera) debería ser un espacio abierto, un lugar para poner a hablar y a escuchar a quienes hacen, a quienes organizan, a quienes escriben. Más allá de las exposiciones, de las estrategias y las multiplataformas, más allá de las pujas de poder y de los embelecos de artistas específicos, de curadores específicos y de instituciones específicas, el Salón, o lo que sea aquello en lo que ojalá se convierta, debería pensarse como un lugar en el que puede hacerse algo, en el que puede afirmarse algo, y en el que se puede participar –de cuerpo presente y junto a otros cuerpos presentes– de lo que se ha hecho y de lo que se ha pensado. Un carnaval de Barranquilla sin comparsas no es un carnaval de Barranquilla, si es que quisiéramos hacer una analogía entre el Salón y esa tendencia cada vez más fuerte de pensar en el arte como un espectáculo cultural.

Un espectáculo cultural que, creo, le está llegando a pocos y a un costo alto. No en vano se ha visto como, en el último par de años, a medida que el Salón crece, el portafolio de estímulos del Ministerio se va poniendo flaco.

¿Podemos imaginar un país sin Salón? ¿Podemos pensar que esta tradición, esta Marca Registrada, como lo define Beatriz González, ha cumplido su ciclo y debe ser reemplazado por otro tipo de mecanismos, por un conjunto de procesos menos centrados en la ambición de lo espectacular y menos asediados por el fantasma tembleque de la contemporaneidad y del prestigio? Quizás es tiempo de devolverse y, tras tanta grandeza, pensar en lo simple y en lo real que implicaría la oferta de oportunidades y espacios para dejar hacer, para dejar pensar y para dejar discutir en un entorno libre de retóricas, de ejercicios de poder y de temas impuestos según los criterios de pertinencia que surgen de instituciones y curadores cada vez que hay una fiesta patria, cada vez que se ponen de moda lo relacional, lo poscolonial, lo altermoderno o lo social. De repente llegó el momento de desmontar la entelequia de la posproducción, de apagar los efectos especiales y de más bien ponernos a pensar que somos un país menos bonito que su Salón de Artistas y que, en tanto ese Salón se ve tan distante, tan sofisticado y tan ajeno, resulta no siendo Nacional. De repente es hora de ver que somos feos y simples, pero que somos de verdad y que estamos aquí, juntos, dándonos en la jeta o dándonos la mano, pero dándonos parejo.

Víctor Albarracín Llanos

Bogotá, enero 17 y febrero 12 del 2011

9 comentarios

Lo mismo podría decirse de los 6 Premios de Crítica. A pesar del aboroto que a ratos despierta el problema de la calidad, la presencia o ausencia de la misma, cuando se organiza un evento que seguramente servirá para evaluar el estado y tendencia real del asunto, lo que sigue es el más calculado y mediocre silencio. Llama la atención que ni siquiera los que se ocupan de organizar el evento (para no hablar de los que la discuten a diario) se toman la molestia de darle algun tipo de ventilación o vigencia. Como si lo que importara, finalmente, fuera dar parte del cumplimiento de una función burocrática, de sus emblemáticos y tontos beneficios.

3 PUNTOS

El punto 1 es sobre el premio al que Cruz hace mención, los puntos 2 y 3 son sobre el Salón, si lo del premio no es de su interés, puede comenzar por el punto 2.

1.
Las provocaciones de Cruz en relación al Premio Nacional de Crítica sirven para invocar hechos que las matizan: por ejemplo, si se trata de «ventilación» se pueden tener en cuenta el ciclo de cinco conferencias que organizó el año pasado la Fundación Arteria en Bogotá, y donde cada uno de los pasados ganadores habló con un interprete del texto con que concursó (por ejemplo: http://esferapublica.org/nfblog/?p=13084❩

A la vez, en la convocatoria de este año, se “ventiló” una nueva categoría a premiar: ensayo breve.

También se puede mencionar la “ventilación” de los contenidos de la página del premio donde ahora se pueden descargar todas las publicaciones pasadas:

http://areadeproyectos.org/premiodecritica/

Incluso se puede ver, como ha sido habitual, la exposición de textos participantes en la última versión. Como lector —no como secretario del Premio— “ventilo” dos de la categoría de ensayo breve:

“Somos Cebolla”
http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=124

y

“De generación impía”
http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=112

En la categoría de ensayo largo, mis dos favoritos fueron retirados de la página a petición de sus autores, pero bueno es “ventilar” dos de los finalistas:

“Tatzu Nishi y los públicos de arte contemporáneo en Bogotá”
http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=156

y

“El arte del padecimiento y el padecimiento del arte”
http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=146

A esto se suman más actividades de “ventilación” como una cátedra itinerante que en los últimos tres años ha visitado varias ciudades de Colombia —Yopal, Bucaramanga, Neiva, Cúcuta, Barranquilla, Santa Marta y Cartagena— para hablar de escritura, crítica, curaduría, redes sociales y promocionar el premio.

En cuanto al factor «vigencia» que menciona Cruz, ahí si la pone difícil, pues como lo decía Elías Sevilla, ganador del premio en su versión 2008 con su «Tierradentro: Les arts premiers y la jigra de la vida», a él lo sorprendió que su texto —a pesar de su provocador aire “anacrónico”— no tuviera la menor «vigencia» crítica en un foro como el de “Esfera pública” y que sí tuviera «vigencia» una acalorada discusión a raíz del “apellido foráneo” del escritor de uno de los ensayos finalistas.

Leer es trabajar y el trabajo de leer los ensayos que se mandan al premio excede el tiempo que muchos le quieran poner a esto de la crítica, de ahí que muchas críticas tiendan más a lo cicatero que a criticar con pelos y señales, y prefieran el recorrido cómodo de las generalizaciones a visitar los picos y los abismos del área que pretenden criticar.

2.
En lo que sí estoy de acuerdo con Cruz es en usar su frase sobre la burocracia ilustrada para decir que los curadores de este Salón Nacional de Artistas parecieron estar contentos con “dar parte del cumplimiento de una función burocrática, de sus emblemáticos y tontos beneficios”. A ellos en su curaduría poco les importó contar bien el cuento del Salón.

Rafael Ortiz, uno de los curadores del salón, en la charla de cierre del Congreso del Salón en Cartagena, se quejaba de un texto que criticaba al salón desde Bogotá basado en un comunicado de prensa. No sé que diría Ortiz del «Close, so faraway» pero cuando Albarracín se pregunta «por qué no sé nada sobre este Salón» se debe en parte a la torpeza del grupo Maldeojo para contar el cuento, para saber tener en cuenta todo lo que tenían que contar sobre este salón pero que se les quedó en una serie de comunicaciones ilegibles, textos que eran en sí un galimatías donde lo único que sobresalía era un cita de Glissant y un embelesamiento procaz con una idea autosatisfecha de lo que es ser «caribe». De ahí que criticar desde el comunicado de prensa fuera un crítica a lo ampuloso y opaco de sus otros comunicados que profetizaban un descalabro aun mayor, el de las exposiciones y actividades del Salón.

3.
Recojo la invitación que deja el último párrafo del texto de Albarracín, su incitación a que “aquí, juntos, dándonos en la jeta o dándonos la mano” nos demos parejo. Reto al Grupo Maldeojo a que sea coherente con la cita de Glissant que tanto invocaron —“El fuego fértil será siempre un fuego conjunto”—, y se sumen a este debate, a este “fuego conjunto” para que el debate sea n «fuego fértil».

No piensen que por haber cerrado las sesiones del Congreso del Salón en Cartagena todo se acabó, sería triste pensar que ahora lo que nos queda por esperar de los curadores —y de Jaime Cerón, el asesor de artes visuales del Ministerio de Cultura— sea una apocada y pasajera llamita de encendedor o como dice Cruz, “el más calculado y mediocre silencio” (diferente al “silencio elocuente” que se merece algo que queda bien hecho).

No le teman a escribir, sepan o no hacerlo, ¡participen!, no se trata de un asunto de ortografía o de mera redacción, sino de atención, ritmo, gracia, descripción, complejidad e intensidad, pónganse en juego.

“Internet es oralidad”, dijo Jesús Martín Barbero, en su intervención del Congreso del Salón en Cartagena, sin duda la mejor, algo paradójico pues era el único conferencista que no tenía una escarapela de artista, curador o profesor de arte. Jesús sí supo contar el cuento y esto en parte fue porque tuvo en cuenta que tenía enfrente a un auditorio variado y que muchos de los presentes no se habían echado el viaje para que les leyeran un misal de texto que fácilmente se podía enviar por Internet. Lo único lamentable de su intervención fue que Jesús se emocionaba tanto al hablar que por momentos alejaba el micrófono que tenía en la mano y atrás en el salón no se le oía; lamentable que ninguno de los curadores del evento estuviera atento para solucionar este pequeño detalle; por algo dicen que Dios está en los detalles, el diablo, como se vio en Cartagena, sí está en casi todas partes.

El ‘ventilador’ de Ospina :

1. Unas charlas en Arteria, en la ciudad de Bogotá, el año pasado. Punto a favor, pues le dió continuidad al evento en el sentido de que fue amplificado. Concedo entonces, pues como no supe, no me dí por enterado.

2. Nueva categoría de Ensayo Breve. Aqui la idea de ‘ventilar’ no aplica pues la manera en que estamos usando ese verbo significa difundir, comentar, discutir y no introducir variedades.

3. La página web del Premio fue un buen intento en ese sentido (muy bien diseñada), aunque no haya generado prácticamente ningún comentario -silenciosa respuesta por parte de la tribu. Personalmente me lei unos tres, hojié más de 10, intenté adivinar identidades, y punto. No me pareció el lugar adecuado para dejar comentario, aunque logré percibir la legión de fantasmas que merodeaban a diario. Segundo punto a favor, metafísico.

4. Hasta donde he podido saber, Ospina ‘ventila’ su preferencia por los dos ensayos breves, AHORA. pero el alcance crítico de su señalamiento no va más allá de decir que la que más le gustó fue la señorita Guajira y el Meta.

5. Lo mismo sucede con sus ‘dos favoritos’ en formato largo (que en virtud de haber sido retirados por sus autores, quedan flotando en medio de un deseado y relativo anonimato). Pero el hecho es que lo está diciendo AHORA, una vez que ha sido ‘provocado’.

6. Y lo de la catedra itinerante, pues nos pasa como dice Albarracín, que suceden muy lejos del país de los cachacos que para los costeños son todos los que viven ‘adentro’. Ni modo… aunque seguramente cumplieron con su misión de Evangelio (Lucas : I,II)

Sin embargo lo que yo reclamaba, y todavía reclamo, es sobre todo el silencio (idem) por parte de un organismo o un medio ‘institucional’ como esferapública que no parece haberle importado demasiado las particularidades y los resultados del evento -yo me enteré por correo. Y pensé que de pronto se estaban tomando su tiempo; que tarde o temprano iban a ‘ventilar’ o a discutir abiertamente el asunto del estado concreto de la crítica artística en Colombia (pues a esas estrechas latitudes locales es que se ha confinado). Extraña actitud en todo caso, porque si hay una tarima adecuada para eso es este atiborrado ‘periódico’ de noticias culturales.

Pero ese es otro tema. El de las intricadas connotaciones formales, o la rigidez ‘señorial’, de letrados, ya que no artistas, de su nuevo diseño.

Sí y no.

Sí: tiene razón Ospina. Sí: tiene razón Cruz. Sí: existen laboratorios de crítica de arte, como existen laboratorios de creación. No: no sirven (para nada). Para no dejar las cosas en blanco y negro preguntemos, como hemos venido preguntando en Esfera Pública desde el año pasado, para qué han servido los susodichos laboratorios. Mi hipótesis es la siguiente: para alimentar a una clientela que poco a poco se ha venido conformando en torno a este estímulo, como en torno a los demás. (Estímulo que se respete debe tener su propia clientela, o si no pregunten en la Gilberto Alzate Avendaño cómo designan los jurados de los estímulos).

Nuevamente, ¿para qué ha servido el premio nacional de crítica de arte contemporáneo? Para satisfacer a una clientela política que vive de la crítica de arte aunque no le guste la crítica, que vive de la crítica, no de la que se hace en “directo”, como la llama Jaime Iregui, sino de una crítica académica que, según los jurados, cumple con el requerimiento de “escribir bien”, que es el punto sobre el cual ellos creen que pueden juzgar, porque de crítica de arte, muy poco o nada saben. En nuestro país todo es empírico. Existen jurados de crítica de arte contemporáneo que nunca han realizado crítica de arte, ni saben qué diablos es eso de “lo contemporáneo” en las artes.

La crítica de arte oficial, la que legítima nuestros prejuicios, la del concurso del Ministerio de Cultura, la “bien escrita” y “sólida”, no tiene ninguna repercusión en la vida de los artistas que viven en Colombia, que la aman porque aprendieron a padecerla. Para la muestra el último botón de este dispositivo oficial, el premio de crítica 2010: para variar otro «ensayo» sobre Doris Salcedo, artista que no muestra producción artística en Colombia hace varios años y que por lo tanto es probable que ya no sea contemporánea.

Ospina tiene razón: él ha realizado varias actividades para mantener un estado de cosas que no satisface al medio artístico porque aporta nada, pudiendo aportar, debiendo aportar. Cruz tiene razón. El premio nacional de crítica de arte contemporáneo –todo sin mayúsculas–, ni siquiera se debate en el lugar más “natural” para hacerlo: Esfera Pública. Por supuesto, podría haber otros espacios, pero es aquí a dónde hemos salido quienes tenemos la convicción de que la crítica fue absorbida, eficientemente, por la museografía, y se le dio el nombre rimbombante de Curaduría.

El Ministerio de Cultura es responsable por la perversión del premio nacional de crítica de arte. La anterior administración se negó a evaluar a fondo los mecanismos que permiten otorgar este importante estímulo para la vida activa del arte –la sangre del arte. ¿Con qué se quedó el Ministerio? Con un premio para académicos a quienes no les interesa la crítica, sino como un mecanismo para ganarse una bonificación para pasar unas buenas vacaciones.

Cruz se pregunta por qué no hay en Esfera Pública mayor debate en torno a estos estímulos. Olvida Cruz que Carlos Jiménez, asiduo de este lugar de “Crítica en directo”, nos conminó a no hablar más sobre el tema. Y tiene razón Jiménez. La discusión pública, la esfera pública, en nuestro país, es perversa: sólo sirve para mostrar que se “tolera” el malestar de los gobernados. Al final de los debates, la clientela oficial es quien tiene la última palabra. Última palabra que se expresa para mantener sus “pequeñas” ganancias, sus mezquinas gratificaciones académicas o profesionales.

Vuelvo a insistir: la incómoda intervención de Guillermo Vanegas en Cartagena apuntaba a lo siguiente: ¿se seguirá manteniendo en el Ministerio de Cultura el sistema de clientela que ha pervertido todas nuestras prácticas sociales, desde el Distrito Capital hacia arriba? La respuesta tanto de Vanegas, presumo, como la mía es la siguiente: no. Pero, maestro Cerón, podría haber peguntado Vanegas, y ahora pregunto yo: ¿cuándo nos va a presentar su proyecto para desarticular este pequeño Leviatán? No para satisfacer a la clientela de siempre, sino a todos y a todas las artistas con las cuales usted está obligado.

Un fragmento de un ensayo presentado al Premio Nacional de Crítica es afín a lo que expone Peñuela sobre el tonito de la «crítica académica»:

«Y, colonizados vergonzantes hácense todos muy metafísicos, reginos y filosofastros y se ungen en orgullo infundado por dejar podrir en el cogote multitud de bibliotecas actualísimas que, en lo mejor, repiten lo ya dicho y en lo profundo, por no tener seso que las digiera, confunden las verdades viejas en chapucería mercachifle para decoración intelectualizada, y apabullan al ingenuo con pergaminos de ilustrados que, de ver sus obras y admiraciones, el probo carcajea increpando que tan buena labia merecería mejor ejecución.»

en “De generación impía” de Gustavo Rico
http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=112

Otro ensayo presentado al Premio Nacional de Crítica es afín a lo que expone Cruz sobre la «ventilación» de un evento y a la dinámica social en un foro virtual como lo puede ser esfera pública:

—»E insisto, es posible que este miedo a las masas explique la poca o nula atención crítica [nota 32] que reciben este tipo de eventos, en contraste con su alta exposición mediática.

Nota 32. La obra de Nishi no tuvo ningún eco en espacios como, digamos, Esfera Pública, en donde sólo hay una entrada (la firma ³Lolita Franco´) en la que se hace referencia a ella, y es apenas una alusión marginal en una nota dedicada a la X Bienal de Bogotá en el MAMBO. http://esferapublica.org/nfblog/?p=6698»

en “Tatzu Nishi y los públicos de arte contemporáneo en Bogotá” de Mauricio Montenegro
http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=156

Lástima, a pesar de que los ensayos están ahí a la vista y sirven para la discusión, no se leen, (¿será que toca ponerlos todos en Esfera Pública?¿será que saltar de Esfera Pública a otra página es un clic descomunal?). Lo dicho, algunos comentaristas prefieren el recorrido cómodo de las generalizaciones a visitar los picos y los abismos del área que pretenden criticar. Es una crítica tan virtual como la virtualidad que le critican a lo que critican.

Por último, me extraña que Peñuela no tenga en cuenta para nada el caso de Elías Sevilla con su “Tierradentro: Les arts premiers y la jigra de la vida”, yo pensaría que ahí también habría un gran potencial para las ideas que Peñuela intenta desarrollar en muchas de sus intervenciones. Pongo el enlace donde se puede leer el ensayo que menciono:

http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=61

Y ahora sí para finalizar, estamos usurpando el espacio del texto de Albarracín para hablar del Premio, está bien hacerlo, pero bueno es que la discusión vuelva al texto del Salón y que si se quiere hacer un análisis a fondo del premio, el interesado haga una entrada aparte donde con gusto habrá cosas por debatir.

Por lo pronto, volvamos al «Close, So Faraway», ¿alguien tiene algo que decir?, por ejemplo, tú, el de Mal de Ojo, si tú Rafa o tu Eduardo o tu Gabriel, o de pronto tú, si tú, Jaime Cerón… (yo sé que están leyendo)

Por lo general los reconocimientos que se otorgan vía premios o concursos generan diferentes grados de malestar, específicamente en aquellos y aquellas que participan en el certamen pero no logran el reconocimiento.

Por lo general una vez se conocen los ganadores brillan por su ausencia las opiniones que hagan crítica puntual a los textos premiados o no premiados. Aparecen eso sí los exponentes de la crítica institucional analizando los mecanismos del premio. Y lo hacen despues del dictámen del jurado, pues si lo hacen antes de pronto se ponen en riesgo.

El Premio de Crítica debería crear un reconocimiento a este género de críticos insufribles que emergen una vez se conoce el ganador, o varios meses después, exigiendo justicia y publicando verdaderas «perlas» de crítica rabiosa.

Pero no todo reclamo postpremio cae en este genero rabioso. Recuerdo gags maravillosos como el de Pablo Batelli cuando dio pistas para conocer la identidad de los concursantes a través de la página de la Secretaría de Tránsito. O el análisis detallado con gráficas y estadísitica que hizo Gina Panzarowsky.

La vocación crítica explicada a los niños …del Salón

Ospina nos ofrece indicadores incuestionables que muestran que el premio ha sido bien administrado. Da ejemplos claros que demuestran satisfactoriamente a la opinión pública que el premio nacional de crítica funciona y que repercute en el mundillo que se interesa por la crítica de arte contemporáneo. Pero pare de contar.

El premio nacional de crítica de arte funciona dentro de la lógica académica con que fue concebido. El lector ingenuo puede pensar que Ospina es el problema, o que los problemas del premio nacional de crítica son problemas administrativos, o con Ospina. Este no es el problema y por eso es interesante para la crítica misma. El problema no es la persona, o el artista responsable. Consiste en la forma que encarna en el dispositivo disciplinante creado por el Ministerio de Cultura. El problema consiste en que el contexto artístico y crítico que dio origen al premio cambió radicalmente y que la estructura del premio quedó obsoleta y los responsables políticos del premio no se quieren dar por enterados, algo no muy diferente de lo que vemos en el improvisatorio del Salón Nacional sin Artistas.

Mi pregunta –ingenua por demás– es por qué se mantiene este estado de cosas en perjuicio de un artista de prestigio y de la crítica de arte misma. Mi respuesta ha sido más ingenua aún: porque todos los estímulos oficiales a las artes tienen su clientela, y el administrador en este caso, como en todos los demás, no sólo tiene que lidiar con los críticos ingenuos, sino con la clientela del Ministerio y otra oculta. Por lo tanto, el cuestionamiento de la estructura del premio, no es un cuestionamiento de la gestión de Ospina, pues, ha cumplido con mantener el premio tal y como le fue encomendado. Por supuesto, como administrador, sólo tiene competencia para administrarlo.

Los problemas del premio nacional de crítica no son problemas administrativos, o si Ospina realiza bien o mal su gestión. El problema es que quienes no hacemos parte de la clientela del Ministerio de Cultura, pero tampoco de la clientela oculta, no queremos mantener ese premio, ni ningún otro, en esas condiciones –léase por favor Distrito Capital– . Razones ya se han dado suficientes y vano es volver a repetirlas otra vez, no queremos fatigar a los niños. Queremos un premio que reconozca espacios como Esfera Pública, que sin duda alguna es una estrategia avanzada de hacer crítica de arte.

El diseño de Esfera Pública, o sus estrategias comunicativas y expositivas, no obedecen a la estructura de un “ensayo”. Al contrario, la subvierte porque intuitivamente se pone al margen de estos dispositivos de disciplinamiento. Esfera Pública es mucho más que un ensayo y por eso puede hacer “Crítica en directo”, en el momento que se la requiere, en el momento en que resulta útil a la opinión pública. El género crítica de arte surge de la necesidad de orientar a la opinión pública, no para estimular el diletantismo de los académicos, algo similar ocurre con el Salón Nacional de Académicos.

El ejercicio crítico de Jaime Iregui en su espacio Crítica en Directo es otra modalidad de hacer crítica, que con estímulos de buena fe puede cambiar nuestras estrategias comunicativas para escapar de los dispositivos de disciplinamiento que paradójicamente le tocó administrar a Ospina. La crítica de arte se realiza en directo o no es crítica, así a los estetas a veces les parezca rabiosa. (Baudelaire lo dijo con precisión: la crítica es apasionada o no será. Es decir, no es un ejercicio académico dentro del dispositivo Ensayo).

Entonces, publicar cuarenta ensayos al mismo tiempo para que los lean unos espectadores que han olvidado leer, o que todavía no han olvidado hacerlo pero no pueden comprender nada después de haber leído dos páginas, no sigue siendo una buena idea. (Dudo que los jurados lean todos los ensayos). La tesis que he defendido en este espacio es la siguiente: la fase pedagógica del premio nacional de crítica de arte contemporáneo ha terminado.

Ahora Bien, Ospina ha escogido con acierto un texto para mostrar que la crítica que llega al premio no es una crítica académica. Veamos; mejor, leamos:

“Y, colonizados vergonzantes hácense todos muy metafísicos, reginos y filosofastros y se ungen en orgullo infundado por dejar podrir en el cogote multitud de bibliotecas actualísimas que, en lo mejor, repiten lo ya dicho y en lo profundo, por no tener seso que las digiera, confunden las verdades viejas en chapucería mercachifle para decoración intelectualizada, y apabullan al ingenuo con pergaminos de ilustrados que, de ver sus obras y admiraciones, el probo carcajea increpando que tan buena labia merecería mejor ejecución.”

Párrafo increíble de una sola frase, denso en coloquialismos que intentan escapar del Ensayo como dispositivo de disciplinamiento de la crítica apasionada, o rabiosa como suelen comentar los estetas. Lucas: usted sabe que por esta ruta se nos escapa el verdadero problema que viene afectando nuestras prácticas. El problema consiste en que el protocolo que rige la evaluación de los ensayos es académico –usted no se lo inventó–, y, que por lo tanto el ensayo premiado sólo puede ser académico.

Lucas: ¿No se da cuenta que el Ministerio de Cultura nos ordena no sólo bajo qué parámetros debemos pensar y realizar la crítica, sino dónde y cuándo debemos hacerlo y a quiénes debemos dirigirla. El texto citado, no sólo nunca será premiado. Tampoco nunca será leído. Al desconocer el protocolo del Ministerio, el señor Rico perdió su tiempo. A lo sumo los jurados leyeron el párrafo que leyó Ospina y luego dejaron de inmediato el texto. Se podrá argumentar que las escrituras son múltiples y que el premio es abierto a la creatividad, al riesgo y a otros embelecos para embaucar incautos, pero el jurado recibe instrucciones de que sólo debe validar un tipo de escritura: el ensayo académico. El dispositivo para excluir es evidente. La riqueza escritural del señor Rico fue excluida por las políticas escriturales del premio nacional de crítica del Ministerio de Cultura y la Universidad de Los Andes. ¿No es hora de que muera Sansón con todos los filisteos? ¿No debemos decir lo mismo del Salón Nacional de Académicos?

Jorge: si quiere poner en duda sus propias afirmaciones sobre «De Generación impía» y como un texto así «nunca será premiado» o «nunca será leido» lo invito a mirar la siguiente página donde están las planillas de evaluación de los jurados y el acta de premiación:

http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=250

http://areadeproyectos.org/premiodecritica/?p=243

En ambas series de documentos podrá ver que el texto en mención sí fue leido, sí fue altamente valorado por los jurados y era uno de los opcionados a ser seleccionado para el premio pero —como lo dice en el acta de premiación— por exceso de caracteres tuvo que ser desechado.