Sobre la crítica a las exposiciones de «Reuniendo Luciérnagas» en el Museo La Tertulia
Si usted aún no se ha lanzado a escribir su propia crítica sobre el Salón Regional (zona Pacífico) “Reuniendo Luciérnagas”, pero ya está cansado de sumarse al clamor general reposteando los argumentos de otros en Facebook, por favor no se detenga y haga uso de este breve manual. Los argumentos aquí expuestos ya han sido ampliamente testeados por quienes escribieron antes sobre el dichoso Regional, y su uso le garantizará grandes cantidades de Likes.
Ante todo, lo más prudente es no ver la exposición. Si ya lo hizo, evite contaminarse por cualquier tipo de experiencia sensible. Recuerde que todos esos Likes que ha logrado esta semana (1) se los ha ganado con los argumentos de otros, así que, en lo posible, mejor cíñase a éstos. Por ningún motivo haga el ejercicio de visitar nuevamente la exposición sólo para proponer una mirada propia que pueda ir en contravía del descontento generalizado. Lo que ya han dicho otros es verdad, por lo que lo recomendable es estudiar sus críticas y tratar de emular no solo sus contenidos, sino también sus formas argumentativas.
Aquí estamos para ayudarlo. Vamos a desglosarlo todo para que usted logre el perfecto argumentoad chontadurum y destruya de una vez por todas esa plétora de advenedizos que se interponen en su camino hacia el éxito. El reconocimiento artístico por parte de sus pares (y de sus profesores) está a la vuelta de la página.
Este breve manual no pretende ser exhaustivo ni adoctrinar en lógica, por lo que una miradita aquíy allá a Wikipedia nunca está de más. En fin, no nos desgastemos en purismos y pasemos rápidamente a los tipos de argumentos que consolidarán sus posiciones críticas. ¡Lo importante son los ejemplos!
Ej: “Las tres exhibiciones presentes en el Museo La Tertulia con motivo del último 15 ‘Salón Regional de Artistas Zona Pacífico Reuniendo Luciérnagas’, han suscitado descontento con respecto al trato que se les ha dado a las obras. El artista José Horacio Martínez considera que el proyecto ‘Reuniendo luciérnagas después de Ciudad Solar’, a cargo de los curadores Herlyng Ferla y Riccardo Giacconi, es ‘un despropósito’.
‘Al hacer el montaje fragmentaron las obra de los artistas, y utilizaron las de artistas ya fallecidos, como Pablo Van Wong y Eduardo Ramírez Villamizar, no sé con qué autorización, porque eso es parte de la Colección Permanente del Museo La Tertulia y no estaba planteado en ningún momento en la propuesta’, dice Martínez [..].
Esto lo confirma el crítico de arte Miguel González […].” Artistas inconformes por exhibiciones en La Tertulia, ¿por qué?
¿Cómo no empezar este crash-course aprendiendo de los grandes?, como lo es el periódico local “El País” que siempre se ha distinguido por su seguimiento crítico del arte local. Nunca nadie podrá acusar a la redacción cultural de este medio de, como lo hacen otros más ligth, hacer copy/pastede los comunicados de prensa y agregar unas cordiales palabras de invitación a los “eventos”. Claramente no es casualidad que empecemos por este tipo de argumento. Su principal bondad es que no solo nos evita el trabajo de elaborar argumentaciones propias sino que, al momento de repostearlo en Facebook, la autoridad de quienes emiten los juicios llevará a que los más perezosos, inseguros o desprevenidos de nosotros nunca podrán en duda su veracidad. En casos como el que nos reune, en el que la crítica se hace en Facebook ¿existe algo más hermoso que poder salirnos con la nuestra con un simple: “Comparto la opinión de..” y pegar el link? Además, en una perspectiva estratégica, mientras los autores de estos juicios se percaten que nos hemos unido a la maquina que hace eco de la voz del amo, tenemos esperanzas de que nuestro retweet, repost, reblog, etc.. sea entendido como un acto filiación u obediencia. Igualmente, si el sujeto de la critica se percata de nuestras acciones siempre podemos aducir independencia y simplemente estar haciendo el servicio social de informar a otros sobre el debate que se está dando. Me faltan palabras para tanta belleza, así que solo los reconfortaré diciendo que este tipo de argumento no ofrece el más mínimo riesgo, no hay chance de que las cosas salgan mal. No solo lo dicen los amos del juego con los que debemos portarnos bien pues ellos si tienen un poder real (a diferencia de los pendejos de turno), sino que ante la eventualidad de ser recusado por algún desadaptado que ignore la estratificación ancestral del campo puede uno hacer copy/paste de otra cita (pues el amo siempre tendrá la razón) o lavarse las manos (pues nuestra posición crítica también era un servicio social).
Ej: “[N]o se podría esperar mucho de Herlyng Ferla, un esforzado artista emergente que ni conceptualiza ni escribe, y poco habla; así como de Riccardo Giacconi, visitante italiano que aterrizó en Cali gracias a “Lugar a Dudas”, y se “quedó” en la ciudad como alternativa. Naturalmente no sabe nada del arte local, ni del nacional ni del latinoamericano. Tampoco habla ni escribe.” Sobre el Salón Regional en La Tertulia
Por supuesto cuando uno apela a esta falacia – perdón, argumento – el fin último es desacreditar al supuesto adversario. Así pues ¿para qué desgastarse en consolidar argumentaciones sobre el aparente objeto de crítica? Lo importante es limitar la información ante la audiencia para con ello sonar más convincente. Si el italiano está cursando un doctorado que “algo” le exigirá que escriba – de la manera más disparatada y caprichosa, por supuesto -, ¿a qué diablos puede venir esto al cuento? Mucho menos relevante es que dentro del marco de una Beca de Investigación Curatorial lo que se espere no es un infinidad de certezas a priori que nunca se replantearán sino el desarrollo de una dizque investigación, la puesta a prueba de unas hipótesis que se confrontan a través de una investigación de campo. Obviamente de eso nadie va a aprender nada, el conocimiento real solo se adquiere a través de clases magistrales con profesores certificados en su experticia sobre arte local, nacional y latinoamericano. Afortunadamente el arte es un saber basado en los absolutos, donde no hay espacio para la interpretación, donde los lenguajes están tan irresolublemente determinados por la condición geográfica que un espectador – mucho menos un curador o artista – no tiene asidero alguno posible cuando se enfrenta a una obra producida lejos de su lugar de nacimiento. Además, ¿que clase de hereje puede en todo este escenario llegar a considerar la distancia como una posibilidad enriquecedora, cuando lo primordial son las pasiones?
Argumento ad nauseam
Ej: “Una de las finalidades de los Salones Regionales, es precisamente visibilizar las regiones, sus centros de enseñanza, sus integrantes.” Sobre el Salón Regional en La Tertulia
“Finalmente, el modelo de proyectos curatoriales nunca pudo y no podrá reemplazar lo que fue el Salón Nacional de Artistas, como evento que permitía visibilizar y afianzar procesos artísticos del país, frente a los grandes públicos del arte nacional e internacional, permitiendo, sobre todo, la participación de esos “colados”, que hoy están ausentes y están cada vez más marginados.” Y, entonces, ¿qué vamos a hacer?
Bien decía el buen Joseph Goebbels que “una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad”, así que ¿realmente cree el Ministerio que vamos a reevaluar nuestro caballito de batalla a causa de su replanteadera de las políticas culturales alrededor de los Salones Regionales de Artistas? Mientras mantengan el nombre no nos pueden cambiar el objeto del Salón, mucho menos puede este convertirse en una suerte de academia-laboratorio en el que constantemente se replantee o ponga en cuestión el modelo canónico de salón y su idea de región como región geográfica. Dan ganas de llorar cuando piensa uno en Salones Regionales de antaño en los cuales lo identitario era de primer orden, donde de la mejor manera se intentaba crear una marca de región en la cual estaban bien representados esos centros de poder menores como las universidades de provincia, cada una con la cuota que le correspondía. Definitivamente es imposible desvincular un modelo (canónico) de salón de la academia. Por otro lado, cuando uno habla de “marcas registradas”, ¿cómo no pensar en el Salón Nacional de Artistas, que es una marca tan consolidada como la misma Coca-Cola? Yo, personalmente, por cuestiones de la barriguita, ahora tomo Coca-Cola Zero. Me habrán cambiado el envase, la receta, el nombre y el sabor, pero ¿quién se atrevería a decir que ya no es Coca-Cola, así ya no sea “la chispa de la vida”? Aquí bien cabe el sabio adagio “más vale malo conocido que bueno por conocer”. El arte, su(s) lenguaje(s), práctica(s) y campo(s) son ante todo atemporales, entonces ¿para qué reformular sus modelos de exhibición? En aquellos años maravillosos del Salón Nacional por convocatoria, esos “colados” – primitivistas o artesanos empíricos a los que se les abrían las puertas para codearse con el “gran arte” – cumplían su función, que era la de aliviar nuestra culpa católica. Y, ¿qué decir de los gran públicos internacionales de antaño? Ahí estaba el jurado (único) internacional de turno y los gringos desprevenidos que después de ver la Feria del Libro se metían al Nacional. Definitivamente todo tiempo pasado siempre fue mejor.
Ej: “Creo que es necesario aclarar que este proyecto se hace con dineros públicos, provistos por el Ministerio de Cultura, así que debería ser una obligación que tanto los “curadores” como las instituciones, respondan de manera pública a lo que los ciudadanos hemos solicitado. Mejor dicho y para ser un poco más claro, aquí no se trata de la platica del bolsillo de nadie, sino de los dineros que los contribuyentes y ciudadanos hemos dado al estado y que, parece que no ha sido bien utilizado. Por esta sencilla y simple razón, todos los implicados deberían responder a los cuestionamientos y debates. No es sólo una postura ética y moral, además de profesional; es una obligación que adquieren todos, al contratar con dineros públicos.
[..] Así que, desde mi particular perspectiva, lo que asegura la figura del “curador” (decidido dedocráticamente desde los bureaux de la capital) es el control de lo que se exhibe y se produce, estableciendo casi que un solo y único modelo de arte, que es el que el Ministerio y el gobierno central (Big Cousin and Big Brother) quieren ver o sirve mejor a sus intereses.” Y, entonces, ¿qué vamos a hacer?
Cuando se presenta un debate que implica al Ministerio de Cultura (2) o cualquier institución pública, no hay mejor argumento para ganar adeptos que poner el dedo en esa llaga que exalta nuestras más profundas pasiones y ante cuya sola mención nos sentimos todos desnudos e indefensos, listos a ser ultrajados: el bolsillo. Si de nuestros impuestos anuales veinte o treinta mil pesos van a las arcas del Ministerio y de esos dos mil o tres mil al área de Artes Visuales, ¿cómo no fiscalizar exhaustivamente su gasto, sobre todo cuando este gasto beneficia a otros agentes del campo diferentes a uno? La actitud policiva produce réditos simbólicos en tanto todos verán en uno un héroe, un mártir que lucha contra el gran Goliat por el bien del campo sin miedo a las represalias que se vienen sobre sí. Es que no nos van a meter los dedos en la boca con tecnicismos que diferencien becarios de contratistas del estado, mucho menos con argumentos sobre como los becarios cumplen con el objeto del estimulo, ni con pruebas sobre la idoneidad del jurado que los escogió, menos con sus análisis con los que justifican el diseño de políticas para el campo. Si a uno no me gustó la curaduría, está en su derecho de impugnarlo todo. El pueblo está de nuestro lado y, en aras de las facultades que nos otorga el deber cívico de ser veedor ciudadano, a aquellos que no estén con nuestra causa se les informa nuestra autodesignación como su representante. ¡Tiembla Ministerio! A otros con ese cuento de las investigaciones curatoriales que permiten que se amplíe la oferta de miradas, aproximaciones y procederes en el arte. Claramente tenemos el sartén por el mango. Nadie nos va a quitar el as de los dineros públicos, mucho menos cuando de paso apelamos al símil del autoritarismo estatal.
Ej 1: “Este año en el que se supone se realizó la investigación que revelaría lo que pasa en el suroccidente colombiano […]. [L]as actuales exhibiciones Las cosas en sí, un sistema frágil, Taumatropía metodología del engaño y Phatosformel, elementos para una pintura que inauguraron el pasado 3 de julio el Salón en La Tertulia, solo dan cuenta de […] falta de profundidad al abordar el tema del arte de esta particular perspectiva: Cali y el Pacífico.
[…] No se sabe muy bien con esta muestra qué sucede en otras latitudes como Chocó, Cauca o Nariño.” Sobre el 15 Salón Regional Zona Pacífico: Reuniendo Luciérnagas
Ej 2: “Por otro lado, hay muchas cosas qué revisar al interior y al exterior de este 15 Salón Regional – Zona pacífico (de pacífico no ha tenido sino el nombre).” Y, entonces, ¿qué vamos a hacer?
Mal hace el Ministerio de Cultura en aclarar en el objeto de su convocatoria de los 15 Salones Regionales que las propuestas no deben necesariamente limitarse a una noción de región geográfica (“[…] si bien los proyectos tradicionalmente se formulan dentro de la demarcación regional que se anota con precisión más adelante, es factible hacer propuestas que respondan a otra concepción del territorio y de sus regiones considerando características socio-políticas y culturales particulares”), cuando durante las primeras 12-13 ediciones lo que articulaba el proyecto de los Salones Regionales era exclusivamente la segmentación geopolítica del país. Cuando existen montañas, ríos y toda suerte de fronteras geográficas que permiten encasillar de una manera natural las practicas artísticas, ¿no sobran los artilugios del pensamiento, los intentos fútiles por articular la “diversidad” formal y conceptual de las obras? Si todos nosotros y lo que producimos entran en la más elemental de las taxonomías: la región geográfica, ¿acaso hay lugar a una mayor coherencia?
Ej 3: “El primer argumento dudoso es lo “inadecuado” y “caduco” del modelo del Salón, es decir, de la exposición por convocatoria abierta y concurso, en la cual podían participar todos los artistas, sin distingo de clase, raza y condición social y cultural.
[…] Así, en lugar de eventos que reúnan y comuniquen a los actores del arte, como lo hacía el antiguo Salón nacional, lo que se da es una cantidad de eventos cada vez más pequeños e insignificantes (porque no significan), que poco importan e inciden en la sociedad.” Y, entonces, ¿qué vamos a hacer?
Definitivamente, cambiar el modelo del Regional (y del Nacional) fue un craso error del Ministerio. En aquellos tiempos sí había una clara política de inclusión. Todos podíamos aplicar, hoy no. Si el jurado, después de ver la obra en diapositivas, lo bendecía a uno con el sí, uno se había ahorrado toda una serie de diligencias innecesarias, entre ellas la peor de todas: hablar de la obra con los curadores y, escuchar sus ideas, eventuales recomendaciones y más nefasto aún ¡interpretaciones sobre ésta!. Todo se hacia por el conducto formal de la carta escrita a maquina y el jurado se limitaba a decir si sí o no. Tiempos aquellos. Nada que ver con este actual modelo asistencial obamo-castrista en el que el Ministerio condiciona la exhibición de las obras a que previamente las haya asegurado. La autogestión no era un “estilo” ni una posición, era la única manera de hacer las cosas. Si vivía uno en la misma ciudad, llegaba uno con la obra debajo el brazo a que le asignarán su rincón en la sala de turno, y ¡a montar con los amigos! Si vivía en algún lugar recóndito de la región, directamente lo hacia uno todo: alquilaba el camioncito, hacía su propio guacalito (o pagaba de su bolsillo para que alguien lo hiciera), llevaba sus propias herramientas al montaje – y si no las tenía siempre era una excusa para socializar con los pares -, etc. En aquellos tiempos el artista si era amo y señor de su obra, y por supuesto único responsable de lo que pudiera pasar con ella. Tanto así que si uno tenía una obra en video o con un montaje complejo, uno sabía que nadie le iba a meter mano a la obra ni cambiarle los equipos por los que no eran, pues el televisor,videobeam o betamax era el que uno había traído y las adecuaciones museográficas iban de cuenta de uno. Realmente lo embarga a uno la nostalgia pensando en aquellos Regionales. Era un modelo incluyente donde todos podíamos participar y sobre todo donde la capacidad económica de los artistas nunca era un obstáculo a la hora de proponer lo que se quería mostrar, mucho menos estaban en desventaja los artistas de la periferia de la periferia. Ese modelo de antaño si estaba pensado como un evento que aglutinaba los intereses de la región: todos estábamos detrás de un premio único que se otorgaba. Y respecto a esto, como entonces Colcultura sí tenía bien claro quienes eran los únicos con autoridad a nivel local para ser jurado, uno les iba conociendo los gustos y si era lo suficientemente hábil podía adaptar su obra para intentar agradarles. Súmele a esto que en esa época dorada efectivamente venían expertos desde Bogotá a darle el visto bueno a los que pasaban al Nacional – que aparte del premio era la razón principal para participar en el Regional. Uno no se conflictuaba innecesariamente por lograr visibilidad dentro de la región, el Regional era solo un peldaño para “coronar” Bogotá. Menos mal uno tenía la fortuna de contar con unos bien ávidos ahorritos para embarcarse en la segunda fase de la aventura que era estar en el Nacional, llevar sus corotos a Bogotá y después ir a recogerlos. Y es que, pensando con cabeza fría, ¿qué tal esa vaina de gente que expone en el Nacional saltándose el conducto regular que es haber estado en el Regional?: ¡terrible!
Ej: “Reuniendo Luciérnagas es como un gran boticario pero vacío como imagino habrán quedado los antiguos estantes del Museo de Historia Natural cuando lo trasladaron a la Biblioteca Departamental, una incipiente colección de cosas encontradas almacenadas en grandes armatostes y sin ninguna relación con el espacio – por no mencionar que el primer objet trouvé fue realizado por Duchamp hace 100 años-.” Sobre el 15 Salón Regional Zona Pacífico: Reuniendo Luciérnagas
En este punto las cosas se tornan complejas pues luego de echarse uno un argumento ad antiquitatem parecería ilógico seguirlo con una argumento ad novitatem, pero no importa. La consistencia o coherencia poco valor tienen a la hora de desplegar una buena crítica destructiva. Ya se ha esbozado varias veces en este texto que la argumentación crítica frente a “Reuniendo Luciérnagas” no debe ceñirse por lógica alguna, lo importante son los bienintencionados móviles para esta crítica, sean cuales sean.
Como se decía al principio, este breve manual no pretendía ser exhaustivo, así que si después de leer este texto aún se siente falto de tips, puede encontrar más ideas aquí.
Sinceramente,
Godofredo Cínico Caspa (el real)
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Notas:
(1) Este texto fue escrito en su cuasi totalidad entre el 11 y 12 de julio pero, por motivo de vacaciones, solo revisado hasta el 27 de julio y publicado el 28.
(2) Para los lectores confundidos que puedan interpretar – palabra satánica en el episodio de la crítica a las tres primeras exposiciones de “Reuniendo Luciérnagas” – que este texto es una defensa del Ministerio de Cultura, les aclaro que no es tal. Para hablar del errático proceder del Ministerio en esta novela ya vendrá un texto posterior, espero.
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Debate sobre el Salón Regional en La Tertulia
Desde hace varios días se han venido publicando fuertes críticas al Salón Regional que se inauguró el pasado 3 de julio en el Museo La Tertulia: Miguel González, crítico y ex-curador del Museo La Tertulia, señala entre otras cosas que la curaduría “invisibiliza, despedaza y usa como rehenes obras para que obedezcan, como en este caso, a etiquetas fatuas” y reclama al Ministerio de Cultura que “debe de asesorarse mejor al escoger los curadores”. El crítico Carlos Quintero escribe que “El gran problema es la pésima museografía y el dudoso montaje. Al parecer, y siguiendo los “lineamientos” museales de la institución, a los “curadores” se les ocurrió “jugar” con las obras en el espacio… Pues, ¡perdieron!”