Mockus artista

La carrera artística de Antanas Mockus comenzó de manera oficial en 1993, en un encuentro nacional de artes, en la Universidad Nacional donde actuaba como rector. Mockus intentó hablar pero fue abucheado por una inmensa minoría, entonces le dio la espalda al público, se bajó los pantalones y con sus manos abrió sus nalgas. El culo del santo hizo el milagro: la grabación se filtró a un noticiero y todo el país mediático lo vio. A las pocas horas Mockus era linchado por el statu quo: el principal opinador de El Tiempo y el Rector de la Universidad de los Andes pidieron al presidente de la República que lo destituyera, la eterna directora del Museo de Arte Moderno dijo que era «vulgar» e «innecesario» y el Director del Departamento Administrativo de Seguridad clamó por un análisis siquiátrico. Mockus respondió con su renuncia, con lágrimas, pero antes le dejó a un noticiero una sonrisa y comparó su acción plástica con un análisis rayano en el formalismo: su representación «tenía el color de la paz», «blanco», como la piel caucásica heredada de su madre, una artista lituana.

Su obra más reciente estuvo en la Séptima Bienal de Arte de Berlín. La bienal, planteada como un cruce entre arte y política, hizo una curaduría menuda pero radical y Mockus, como político artista, resultó más real que muchos artistas políticos. A Mockus se le pidió comentar una pieza y eligió la de la mexicana Teresa Margolles, el compendio anual de 313 portadas de PM, un vespertino sensacionalista de Ciudad Juárez que abre siempre con la foto de un crimen narco, junto a la imagen de una chica salida de los anales infinitos del porno suave. Como sucede con tanto arte sobre la arte, el comentario de Mockus devino en más arte: Lazos de sangre. Instalación. La bandera de México pende sobre una piscina de ácido y baja a medida que alguien muere asesinado en ese país. Los asistentes a la bienal pueden detener su caída si donan sangre o se comprometen a menguar su consumo de cocaína. La obra, como tanto arte gramatical de la actualidad, trae su bibliografía y se expone con dos libros, uno de filosofía y otro de sociología.

Podría uno pensar que Mockus está, como tantos otros, en el tránsito entre el incierto mundo de la política y el plácido retiro en el condominio de las bellas artes —así Álvaro Gómez pintando caballos, el vate Belisario Betancur en clases de pintura con el Maestro Manzur, o César Gaviria como coleccionista de «artistas contemporáneos»—. Injusto sería encerrar a Mockus en este bestiario. Mockus no ha tenido que usar el arte como cirugía estética para ocultar los estragos que deja la politiquería, al contrario, Mockus llega a la política desde el arte (y la filosofía), y crea un mejor mundo político.

De las alcaldías de Mockus queda un arsenal de imágenes: vasos de agua, espadas de plástico, matrimonios en circos, disfraces y chalecos antibalas con huecos en forma de corazón. Pero hay otras imágenes discretas, no muy difundidas, que retratan al mejor Mockus artista. Dos de ellas se pueden ver en el documental La Ola Verde.

La primera imagen sucede en un agitado set de grabación en la víspera de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2010. Los asesores del candidato del Partido Verde están ansiosos. En esta fase inicial ponderan la posibilidad de perder por un pequeño margen pero en la segunda vuelta planean llegar con todo y alcanzar el triunfo, este atemperado optimismo se traduce en cierto conservadurismo al momento de actuar. Un director de cine y un actor le dicen a Mockus qué debe decir y cómo debe comportarse ante la cámara. Hay un sillón ornamentado donde el candidato se debe sentar a dar su discurso. Mockus se burla del mobiliario, dice que es «old fashion» y cuestiona amablemente la solemnidad de sus asesores de imagen; les recuerda el histrionismo del presidente actual, su uso de la cámara, «la máquina esa», y su afán de escenificar bravuconadas televisivas que lo hagan decir «soy el presidente fuerte». Mockus propone una variante, recuerda que la base de su fortaleza consiste en «invitar a la sociedad a mirar en cierta dirección» y sugiere la imagen de una «utopía anarquista»: la silla vacía. Mockus afirma que los verdaderos gobernantes están «más de lado de las cámaras, del lado de la edición, de la transformación de la imagen y no ahí», en el cetro visible del poder. Mockus duda del sillón presidencial donde lo quieren sentar: «ahí lo que hay es un poco postizo, ahí está Belisario mientras le queman el Palacio de Justicia incapaz de hacer cualquier cosa». Un productor argentino, que parece pensar que el problema de fondo es el verde del set o la silla, afana el rodaje, Mockus propone entonces otras dos formas de fabricar la imagen: una toma en contraluz que mostraría a un candidato difuso; un balancín para ir al vaivén del discurso, la normal oscilación de la inteligencia.

La segunda imagen de La Ola Verde sucede luego de la paliza de la primera vuelta, en ese periodo de calma chicha electoral cuando fue claro que el entusiasmo virtual poco pudo ante la real-politik del país. Mockus, casi en solitario, discute con dos asesores y les propone «hacer campaña por Santos». En vista de que la derrota abrumadora es inminente, él sugiere sacarle una ganancia a la debacle: «derrotar la abstención, lograr una vaina absolutamente monumental a favor de Santos». Sus asesores, nuevamente, parecen poco convencidos, uno califica la propuesta de «truco maquiavélico», el otro afirma que le «produce escalofríos». Mockus dice que «lo lindo es hacer una cosa que es auténtica, acción comunicativa disfrazada de acción estratégica».

En ambas escenas nadie parece estar oyendo a Mockus, o al menos dándose un tiempo para pensar lo que él propone con la imagen, y tal vez por esto es que los discursos y las apariciones que fueron televisadas mostraron a un señor sentado en una silla que recitaba un texto con fluidez pero sin convicción, un actor atado a un libreto rígido y agónico que no dejaba espacio para la improvisación. Performance frustrado. Las variaciones propuestas por Mockus lo muestran en su mejor forma,  pura potencialidad, es alguien que arriesga e intuye, alguien que crea; su imagen de un trono vacío nos enrostra como todavía vivimos tras la ilusión mesiánica del rey; su invitación a derrotar la abstención es una jugada racional que lleva hasta las últimas consecuencias la progresión lógica del juego democrático.

Nadie mejor que Mockus para definirse a sí mismo: “Mi idea del artista es la de alguien que, en una celda de prisión, toma una tiza y dibuja un borde para definir su espacio; es una persona que tiene más restricciones de las que normalmente aparenta. Pero al definir esas restricciones por cuenta propia se libera a sí mismo”.

 

(versión corregida y extendida de un texto publicado en Revista Arcadia # 81)