Lo que primero que Dios creó sobre la tierra fue el miedo; compadecido de sus efectos devastadores en el hombre y la mujer, paso seguido creó la palabra para apaciguarlos. De experienciar un sentimiento de vacío –sustractivo–, pasamos a compartir un sentimiento de plenitud constructivo de comunidad. La palabra nos ha proporcionado los fármacos adecuados para calmar y elaborar la angustia que experienciamos con los sucesos del mundo, en especial los poéticos. El pensamiento artístico Colombia ya no cree en fármacos poéticos y se ha sumido en sus miedos más originarios.
Comprendo la angustia de Jacinto Albarracín, porque comparto su vacío se sentido. Nada más audaz y provocador que proponer un diálogo entre sordos inteligentes. Como Albarracín, considero que poco se ha dicho sobre el premio Luis Caballero, así nos parezca que ya todo fue dicho. Que así nos lo parece, se infiere de la indiferencia del auditorio ante los comentarios de Albarracín. Falta una evaluación general de todo el programa, sincera y abierta. ¿Qué miedos nos impiden hacer uso de las libertades que han instaurado nuestros lenguajes, –nuestros fármacos poéticos? ¿Qué mezquindades no confesadas han interferido la comunicación en una región condenada a dialogar, so pena de naufragar en sus miedos de manera definitiva?
Diotima Mantinea planteó algunas preguntas recientemente. Parece que nadie se consideró competente para abordar la metáfora que introdujo Robert Buergel en Documenta XII: el placer y la belleza no pueden seguir siendo asuntos deleznables en el pensamiento artístico contemporáneo. ¿Esta versión del Luis Caballero pensó en hacer intuible sus pensamientos, haciéndonos placentera su lectura a sus lectores? ¿Propició un diálogo fluido con el espectador para construir un mundo en donde la belleza vuelva a ser su horizonte de comprensión? Estas son preguntas que deberíamos tratar de contestar todos. El protocolo de Internet favorece que se puedan realizar todo tipo de intervenciones en Esfera Pública. Esta no puede convertirse en Espera Pública. Perderíamos una gran oportunidad para comunicarnos entre los miles de amantes del arte, desplazados por la preponderancia contemporánea del pensamiento economicista.
Me da la impresión que el Premio Luis Caballero se ha convertido en el primer estimulo artístico en Colombia, más por la debilidad y la incertidumbre que aquejan a los estímulos del Ministerio de Cultura, que por los méritos de las propuestas presentadas. Para tomar una decisión en el contexto en este premio, habría que elaborar distinciones muy sutiles para destacar algunas de ellas. De tal manera que ninguno de nosotros queremos controvertir el estímulo del Distrito Capital, por temor, en primer lugar, a perder lo poco sólido que ha quedado de todas las reformas institucionales. Otro temor que tienen algunos teóricos, tiene que ver con el presentimiento de que vamos a perder la noción arte contemporáneo, como estilo separado de arte moderno. Me parecen infundados estos temores. En esta versión del Luis Caballero se ha mostrado con generosidad que es insostenible en Colombia, una separación entre uno y otro estilos. Si realizamos una controversia generosa, desapasionada, en la que los resquemores personales pasen a segundo orden, podríamos potenciar este estímulo institucional. Este podría recobrar la unidad artística en su diversidad, en nuestra nación. Podemos hacerlo, si exigimos del Distrito y de la Nación, más confianza en sus artistas, si requerimos mayor inversión, si solicitamos más participantes, si incorporamos en nuestras peticiones otras inquietudes que puedan salir de una discusión libre y abierta, sin complejos académicos, como la que propone Albarracín en Esfera Pública.
Jorge Peñuela