El viaje podría llamarse Arte de la Experiencia en el caso del artista viajero
“En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin, emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí después de haber concluido un trabajo importante. Esta esperanza se cumplió hasta cierto punto, ya que raras veces me he sentido tan independiente como entonces, caminando horas y días enteros por las comarcas, en parte pobladas sólo escasamente, junto a la orilla del mar. Por otra parte sin embargo, ahora me parece como si la antigua creencia de que determinadas enfermedades del espíritu y del cuerpo arraigan en nosotros bajo el signo de Sirio, preferentemente, tuviese justificación. En cualquier caso, en la época posterior me mantuvo ocupado tanto el recuerdo de la bella libertad de movimiento como también aquel del horror paralizante que varias veces me había asaltado contemplando las huellas de la destrucción, que, incluso en esta remota comarca, retrocedían a un pasado remoto. Tal vez ese era el motivo por el que, justo en el mismo día, un año después del comienzo de mi viaje, fui ingresado, en un estado próximo a la inmovilidad absoluta, en el hospital de Norwich, la capital de la provincia, donde después, al menos de pensamiento, comencé a escribir estas páginas.”
W.G. Sebald, Los anillos de Saturno
El viaje. Salida del tiempo. El pedaleo es todo el espacio. Apenas un punto. Una tangencia infinitesimal del rayo en la circunferencia, pero un punto apenas suficiente para ir trazando este dibujo en el asfalto gris. Esta línea discontinua e intermitente que se ha ido transformando en la señal de un paso que ha de renovarse incansable en cada nuevo viaje. De tal manera que el último pedaleo es ya el comienzo de este nuevo giro porque esta línea discontinua en el gris es otra vez esta nueva certeza de estar al aire, al viento, cortando con el cuerpo, apenas un fragmento de espacio en que la ruta habrá de tomar la forma de un hombre y su máquina.
Recuerdo que en un cierto momento todos comenzaron a viajar, cualquier otra expectativa se hallaba vacía de contenido alguno, entonces los viajes fueron el nuevo signo de los tiempos con el que se intentaba llenar de sentido, otra vez, la experiencia. Cientos de seres se dieron entonces a la tarea de viajar, registrando sus experiencias y buscando lugares cada vez más remotos de qué dar cuenta. Era increíble ver las hordas de viajeros llegando con sus cámaras de reproducción y libretas, y constatando con sus diligentes ires y venires, las guías de viaje adquiridas para la ocasión. Prácticamente ningún lugar, por remoto que fuera quedaba exento de ser visitado alguna vez, incluso los lugares más escarpados y difíciles. Pronto la obsesión por los viajes fue la nueva experiencia que las personas con algún excedente esperaban para poder ocupar su tiempo libre.
Las salas de exposición alguna vez entrevistas como un lugar de visita obligada para el viajero comenzaron a perder interés ante la diversidad de motivos que ofrecía la expedición. Porque estos viajes al aire libre prometían aventura y diversión, y la sensación de estar conquistando algo nuevo e inaccesible. Esa curiosidad que alguna vez generó el Arte se encontraba ahora en el viaje. En esos increíbles recorridos que los guías de viaje agenciaban y en que se prometía rastrear algún lugar ignoto, o avistar alguna especie animal en peligro de extinción.
También se hicieron frecuentes los viajes en que se reproducían las rutas de algún viajero insigne del pasado. Esas réplicas de viaje cobraron un notable interés por un cierto tipo de viajeros, quienes hicieron de esta distracción una cierta manera de vivir y en la que comenzaron a ocupar todo su tiempo y atención. Estos viajes a los que llamaron expedición, prácticamente se transformaron en su quehacer principal, porque no sólo era diversión, sino una experiencia completa; casi podría decirse que estos viajeros hicieron de estos viajes su profesión. Esta modalidad de viajeros preferían hacer las rutas en solitario siendo ellos mismos sus propios guías, también crearon sus propios manuales de expedición y sus propios registros, simulando esa aventura original que ese primer viajero remoto debió experimentar.
Lo paradójico es que en alguna oportunidad alguno de estos viajeros tuvo la ocurrencia de participar al público su experiencia. Para ello contrató una sala acorde, de los cientos de salas de Arte que ese mismo público había abandonado cuando surgió el interés por los viajes. La sala de Arte fue entonces dispuesta para albergar en vitrinas y paredes las imágenes y los objetos curiosos de sus incesantes correrías. Estas salas resultaron siendo copias de las antiguas salas donde los primitivos viajeros algunas vez exhibieron para el público de entonces cientos de objetos curiosos, mapas y relatos resultados de su expedición. En ese entonces el viaje también debió constituir una moda, y debió generar como ahora todo un muestrario de objetos acordes para poder realizar la exhibición. También esos viajes primeros debieron originar los relatos de viaje que rápidamente fueron ávidamente leído por un cada vez mayor público lector.
Tiempo después, motivados por este viajero inicial que realizó la primera exposición, muchos noveles viajeros comenzaron a mostrar también el resultado de sus exposiciones. No pasó mucho tiempo en que esta nueva forma de distracción acaparó el interés del público general, que se volcó interesado y curioso ante los relatos de esos viajes singulares que las salas de exhibición prometían. Así declinó el interés por viajar y surgió en cambio el de visitar esos recintos de exhibición. Ávida de nuevas experiencias, la gente se agolpó en derredor de esos relatos de viaje para saciar su creciente curiosidad, que ante el declinar de los viajes se vio sobrecogida por un vacío que debían saciar estas exposiciones.
Entonces surgió el viaje como un motivo digno de la época por venir, un motivo que encontró sus objetos y relatos para llenar vitrinas y exponer en gabinetes como una curiosidad más de la Historia. Los viajeros rápidamente se convirtieron en un gremio que conscientes del papel que comenzaban a jugar en la Historia de los tiempos por venir, dieron a sus palabras una cierta dignidad y un estilo que ennobleció su quehacer hasta transformarlo en una profesión reputada.
Rápidamente los viajeros se dieron a todo tipo de experiencias y el Arte y las salas de exhibición volvieron a contar con un público creciente. En los días de descanso las personas se dirigían a esos recintos para escuchar con atención los nuevos relatos y las innovadoras situaciones en que estos viajeros relataban sus aventuras. Así se sumaron a los relatos nuevas experiencias de exhibición, hubo incluso viajeros que con sus cuerpos comenzaron a gestualizar esos nuevos ritmos y tempos que los viajes ocasionaban.
El viaje como Arte: tangencias
El viaje nos distancia de la noción de vida, trabajo, bien, mal, deber, belleza, arte, necesidad, juventud, capital, mercancía. De toda noción y definición.
El viaje es un fragmento que logra suprimir el avasallador avance del tiempo reloj para instituir el tiempo ahora.
Vincular el Arte y la ética. Si el Arte es el viaje.
La vida cotidiana detiene el proceso de la formación que en el viaje habrá de reanudarse.
El viaje no habrá de ser entendido como el folletín sometido a todo agenciamiento turístico.
El viaje no puede continuar siendo una metáfora. Armado de valor el hombre que viaja suprime toda objetualización de su vida-acción para hacer del paso del tiempo una verdadera experiencia. Así el tiempo es defendido del consumo y resguardado de la tasación del capital.
Ningún viajero real podría continuar calcando las emociones del turista. El sentido de que vemos algo coleccionable. Y de que tenemos apenas poco tiempo en este lugar. En la larga itinerancia que nos aguarda.
Hay un conversar. Un diálogo en el viaje. Conversar del silencio. Encuentro del habla del hombre que puede procurarse un espaciamiento. El viajero logra penetrar la espesura de todas las convenciones en que sus palabras producen un debilitamiento de su esfuerzo.
El artificio a que toda vida es sometida, da paso a la idea que en el transcurso de este tiempo de excepción del viajero puede zafarse de todo estereotipo de opinión pública.
No hay una clase social de viajeros. El viajero es el individuo solo, por fin dado en libertad de todo estigma social.
El turista normaliza al hombre creando la situación del hombre que viaja en su tiempo libre y al que le es permitido un cierto esparcimiento.
Si el hombre descubre en el viaje un estado de excepción es porque su condición de hombre libre ha sido cooptada por el aburguesamiento de la vida.
El viajero es el perfecto diletante en el sentido en que rompe la línea de progreso conducida a una meta para perecer en el instante.
El turismo ha nivelado al viajero suprimiendo su diletantismo. El turista sigue una guía. Un ordenamiento riguroso de su sed de experiencia en que será suprimido todo azar y todo espíritu de aventura.
El turismo no es divertimento, es la forma en que el consumo produce el reordenamiento del tiempo libre. Su administración. En que hace acopio de su excedente.
El turismo ha producido la destrucción de la experiencia del viaje y no sólo la destrucción, también es una censura de la legitimación que un solitario imprimiría a su esparcimiento como hombre solo que viaja.
El turismo encauza los excedentes de capital del hombre, pervirtiendo su ocio y su espíritu de juego.
Me pregunto si el viajero es un coleccionista de verdad. El turista en cambio acumula nombres, no experiencias. Información.
El turista desconoce lo que es un viaje auténtico. Y así habría de ser. Su situación es la de alguien a quien toda experiencia original de un viaje le ha sido vedada. Su sorpresa no es contemplación de lo nunca vivido sino la confirmación de un itinerario preexistente.
Hay una realidad perdida, inédita y original que al turismo le interesa desterrar. El turismo impone en cambio una realidad prototípica que cabe en el encuadre turístico y que se la caracteriza con un glosario particular que hace una Summa Turística con las costumbres, lugares, alimentos, festividades y documentos que el turista debe visitar.
En el turismo se habrá de borrar toda huella íntima. El turista sigue un protocolo cuya estela es invisible, sujeta a desvanecerse con el acto mismo.
El turismo más que reproducir, calca una experiencia de viaje única, y la transforma en prototipo para la serie de destinos turísticos posibles.
El turismo es el viaje promedio hecho a la medida para el hombre promedio.
El turismo es siempre una experiencia repetible.
En la iteración al infinito, la misma ruta siempre es experiencia para el viajero.
De tal manera el viaje turístico carece de experiencia que proporciona al viajero una serie de situaciones deseables que el turista anhela poder reseñar en su guía de viaje.
El turismo es equivalente a la “reproductibilidad técnica del arte” (Benjamin). Una técnica de viaje que borra toda legitimidad. Así en el turismo no hay viajero, sino un hombre promedio que encaja en la guía turística.
Aunque el turista viaje solo, su viaje será una ruta predecible en masa.
Un turista nunca es un hombre singular, por eso su condición se ajusta a la guía turística. Al itinerario previsto.
Está previsto que el turista sea siempre el hombre promedio previsible y que jamás desdiga de su condición, salvo el escándalo siempre previsible en toda horda turística.
El turismo tritura lo que en el viaje hay de riesgo, de asalto sobre la nada.
Más que conocimiento o novedad, el turismo colecciona locaciones singulares. Destinos que alguna vez fueron insoslayables por el ojo humano, pero que hoy la técnica de viaje acerca al hombre promedio.
El turismo es un mecanismo de producción en que la experiencia adquiere una escala a la medida del hombre promedio.
El turismo hace de la persona un prototipo con cualidades y características, el turista. Un hombre como los que anuncian en sus eslóganes los viajes con que ha soñado toda su vida el turista.
El turismo es una carrera contrarreloj en que se ponen a prueba los mecanismos de producción y la capacidad de ahorro y gasto del individuo. Por eso el turista promedio se sitúa entre aquellos más aptos en la acumulación de excedentes. Sin embargo, a su medida, todas las clases sociales aspiran a participar del turismo.
Agenciado por la empresa turística, los días del turista constituyen una acción performativa en sí misma, en que su vida ordinaria sale de su entorno anónimo para vivir por unos días la fantasía del turismo. La vanidad de hacer suyos en su encuadre, lugares ignotos, monumentos, piezas de colección, la Historia, la Tradición y la Cultura.
Inabarcable en el espacio de una sala, una exposición de Arte transforma la visita al museo en turismo. Hay recorridos programados. Datos de recordación. Panfletos informativos. Explotación de la vanidad cultural del hombre promedio.
El turismo hace de la contemplación de obra un evento más de la masificación programada, destinada a reclutar el nuevo capital cultural. Cifras de circulación de visitantes. Impacto de obra y su tasación como efectos de una Política Cultural.
El turismo es un fenómeno de masas.
El Museo y la exhibición en el catálogo turístico hacen del Arte un fenómeno de masas, expuesto al turismo masivo.
Aunque viaje solo el turista siempre es un calco de un fenómeno de masa al que pertenece. Así todos sus movimientos corresponden a un trazado turístico y a una predictibilidad anticipada.
En la saturación que vive el paisaje en los momentos turísticos, el turismo es un acto reflejo que pervierte toda reflexión crítica y contemplativa.
Un viajero de esta época podría asaltarnos otra vez con la fascinación de lo nuevo como un regreso a la sencillez de lo inaudito.
Podría considerarse que el turismo es democrático en su pretensión de acercar el viaje a todos.
En el turismo no cuenta el relato sino la exhibición de objetos y la forma frenética de tomar instantáneas del paisaje.
En tiempo real el turista habrá de participar su itinerario. Sólo en la medida de esa transmisión simultánea su viaje turístico habrá tenido sentido. No hay una memoria del viaje turístico.
El turista necesita del veredicto inminente, por eso sus experiencias se transmiten en simultánea para perecer de antemano. Porque no habrá relato, ni experiencia narrativa. Salvo una nota rápida en la cinta intermitente de una red.
El turismo injerta la masificación en la Cultura.
Lo más auténtico de un viaje, el viajero, ha sido suprimido por el turismo. A cambio una horda estereotipada capaz de suplantarse a sí misma, al infinito.
Siempre fue posible reproducir un viaje. Viajeros incansables repiten una y otra vez la misma ruta. El viaje así concebido es una iteración en que el propósito es la propia constatación de un ritmo, de un ensamblaje siempre provisional del viajero y su destino. El turismo destruye la réplica al crear la seriación de la experiencia. Al hacer de la ruta un prototipo a la medida de cualquier viajero.
El turismo calca una experiencia prototípica que puede ser vivida por cualquiera.
Del viaje quedaba el relato, el testimonio del viajero. La estela invisible de un recorrido que hallaba su impronta en las palabras. En los testimonios del viajero. En la verdad del viaje que era su conquista de lo nuevo.
El turismo ha hecho desaparecer el testimonio del viajero. Lo que prevalece en cambio es el prestigio. La promesa de un bien de consumo que puede exhibirse y coleccionarse.
Lo que acontece por el turismo es la liquidación de lo que alguna vez fue paisaje.
No hay lugar de la tierra que no haya sido dañado en su impenetrabilidad por el turismo.
No es la ruta ni la consecución del lugar específico lo que habría de buscar el viajero, sino esa conjunción irrepetible entre su paso y el mundo. Ese saberse huella en una geografía ignota. El aquí y ahora hecho experiencia.
El viajero prototípico, el turista, ha perdido toda energía necesaria para poder sustraerse al derrotero. Su destino de viaje está catapultado en un itinerario en que no hay lugar para el azar o lo imprevisto. Un engranaje en que su curiosidad se ve saciada en la justa proporción que corresponde a la creación turística.
Un viaje único, irrepetible. El viajero inaugura la ruta que habrán de seguir otros. Los otros, guiados por sus relatos, emprenderán el camino. Y a su vez, podrán instruir a nuevos viajeros.
Sustraído del turismo, el viajero sería la negación de la objetualización de su experiencia.
Instituido como un destino turístico, el viaje deja de ser único, ritual. Ahora es susceptible de acontecer en cualquier momento.
Sustraído a la autenticidad del evento del viajero. El viaje como turismo es una posibilidad para todo el conglomerado social.
El turismo no es un viaje personal sino prototípico, pero no a la manera de un viaje modélico. El turista está lejos de ser un héroe.
Aunque viaje sin el grupo, la experiencia del turista es siempre una experiencia en masa, ninguna singularidad a la vista.
El turismo masificado ha logrado poner al alcance de todos cualquier destino. Haciendo del viaje una práctica consuetudinaria.
El turista recorre esa segunda naturaleza encuadrada por la industria turística.
De esa segunda naturaleza el artista viajero de hoy es su portavoz y su estandarte.
El artista viajero estiliza el viaje prototípico dándole el realce de ser único.
En la sala de exposición, el viaje turístico recobra fatuamente su aura fracturada por el turismo.
El artista viajero nos trae ilusoriamente la promesa de un viaje ritual por territorios vírgenes. En realidad su viaje más que un calco, es el cálculo que la reproductibilidad hace de las posibilidades de irradiación de esa empresa, como revitalización de un turismo que se ha hecho rutinario.
Con el viajero artista, el viaje conoce su valor de exposición. Dejando en la trastienda el relato, la amarga sabiduría de los viajes.
En la sala de exposición el viaje no es ya relato ni experiencia. Apenas un muestrario que ha producido cosas para mostrar en el gabinete.
El turista abdica del viaje, porque en el turismo el viaje es un producto industrial que ha suprimido cualquier iniciativa humana del viajero.
El artista viajero viaja para hacer de su experiencia una exposición y es la exposición lo que compone y produce el viaje, creando la ilusión de esa experiencia. El artista viajero no viaja, encuadra su ruta.
El viaje del artista es la representación que sus muestras de viaje alcanzan a representar como huellas artificiales de su viaje.
El viaje se ha hecho transportable como exhibición en la sala. Un objeto de muestra.
Pero en la exposición no hay viaje. Apenas un montaje para crear la ilusión de un registro a la manera de un museo en que reposara la arqueología de un pasado remoto.
La exhibición es un montaje del viaje. Ningún objeto guarda una adecuación real con la experiencia ocurrida. En el caso en que efectivamente el viaje hubiera tenido lugar.
Para el turista lo que queda del viaje son las fotografías con que producirá su propio montaje. Apenas una ligera variación del guion turístico original a que fue sometida y direccionada su experiencia.
Estilizándolo el artista ennoblece el turismo.
El turismo masivo hace creer perversamente que se trata de hacer accesible el viaje a todos.
Se habría producido una caricaturización del viaje. El artista es un calco a la manera de los objetos de su expedición que parodian el original. Es un calco del expedicionario, una reproducción susceptible de ser reproducida masivamente.
En el turismo no hay recogimiento ante el paisaje. Sino una especie de aprobación. De reconocimiento de un original, en este caso representado por la guía turística. En el caso de la sala de exhibición, la constatación de la descripción realizada por un curador o un aparato de producción que el observador constata con su visita y cuya confirmación se transforma en el objeto de su visita, de su viaje.
El turismo permite que todos viajen, que todos se transformen en viajeros. Hace plausible la accesibilidad a una experiencia reservada a unos pocos.
Como toda reproductibilidad el turismo abandona la naturaleza. Paradójicamente el artista viajero recolecta réplicas de la vida natural, objetos plásticos, ruinas del mundo industrial, animales disecados, etc.
El turismo inscribe el viaje como mercancía. Primero como un lujo burgués, luego como un objeto accesible a la masa.
Para el artista que viaja su viaje parte de la idea de su valor de exposición.
Hay una meta para el artista que viaja, la sala de exposición. Su viaje transformado en mercancía. La gratuidad del viaje ha sido desviada en esa nueva intención.
La idea fija del artista viajero es la de estar resignificando la idea de exhibición como si se tratara de una reivindicación histórica del pasado colonial.
El turismo destruye el contexto natural del paisaje. De igual manera el artista que viaja crea una réplica de esa alegoría radical.
Se pretende conferir a la naturaleza dañada un estatuto de objeto rescatado del mundo del consumo. Es la exhibición heroica del artista que viaja.
El graffiti ensuciaba el muro, destruía el monumento. El gabinete de curiosidades, repleto de réplicas que simulan la expedición de un viajero de nuestra época, intenta restaurar esa abyección dando a su gesto la idea de una acción heroica. Como si fuera un benefactor de esa naturaleza condenada.
En realidad, el artista viajero se ha hecho un marco a su medida para hacer de sí mismo la pieza de colección.
El artista viajero crea la ilusión de una exposición en que el objeto central, la vitrina, que colecciona los objetos reconquistados en su viaje es sólo una alegoría del viaje mientras que en realidad, la sala de exhibición ha sido siempre una vitrina que contiene mercancías.
El viaje desaparece. Lo que vemos es otra vez la sala de exhibición. Y los objetos dispuestos en vitrinas.
El artista que viaja hace una réplica de un viaje anterior. Lo reproduce. Pero sólo de manera parcial. Su aquí y ahora están lamentablemente interferidos por la posibilidad siempre a la mano de un cable a tierra con la comunicación instantánea.
No se está solo. O raramente, en la época de las comunicaciones instantáneas. Entonces prácticamente toda experiencia es susceptible de ser interferida y modificada en su mismidad, en lo que la haría auténtica.
El arte de nuestro tiempo ha ido encontrando su quehacer como un abanico de tipos de artista que en cierto modo comporta una peculiar división del trabajo. El artista profesional. El artista profesor. El artista antropólogo y estudioso de la vida colectiva. El artista viajero, etc.
El artista viajero sólo es concebible en una época en que la división del trabajo hace de las personas especialistas. Así el viajero es una subespecie, un cierto tipo de artista.
El expedicionario o artista viajero, es una réplica de una réplica anterior. Porque el viajero al que imita, replicaba a su vez las hazañas de los héroes míticos. Más fantasmal, el expedicionario de hoy mima un recorrido que puede rastrear en los relatos del viajero que le antecedió y que él reproducirá en sus propias anotaciones de viaje.
Las anotaciones de viaje, los registros, los objetos recolectados, los mapas, todo ello será el montaje para esa alegoría de la expedición.
El turista es una especie predatoria y lo que se impone con fuerza como esparcimiento del humano, es el turismo.
El expedicionario no es un viajero, representa un viajero. Por lo tanto sería necesario preguntar por el estatuto de su experiencia.
El viaje del artista viajero podría llamarse Arte de la experiencia ¿pero no estaría ya irremediablemente interferido, de tal manera que no sería una experiencia sino precisamente el resultado de su atrofia?
Claudia Díaz, 13 de noviembre, 2015