Meditaciones en el fértil suelo
Sistemáticamente repetida como un estribillo incansable, la mano y su iterado deambular, esparciendo las cenizas del olvido, la arena del tiempo.
Debajo del tiempo, de la arena del tiempo, yace la palabra. Acción del olvido, la página.
Recordé a Valery, a Mallarmé. Aunque hoy recordarlos sea considerado anacrónico. Los recordé porque pensé que precisamente la poesía es algo que no se puede enunciar. Porque es lo que aparece o desaparece. Lo que se borra o es borrado por la acción del tiempo, o por la desmemoria.
La arena me lleva a esta paz. ¿Cómo decirla sin que suene a arenga, o sin que la política se interponga y ya no sea posible esa mano que descorre la palabra para leer el poema?
La paz no es enunciable ni aún como poema. Permanece oculta. Su aspiración. Su deseo y necesidad. Permanece como deseo bajo la arena aún si el poeta sintiera la tentación de hacerla surgir a la superficie como una página en blanco.
Pero ese deseo nos lleva al encuentro. Las palabras no son la circunstancia narrada ni son la experiencia narrada pero quieren ser lo narrado.
Se detienen y bajan de sus caballos, se encuentran en el libro, en las palabras. Sucede el encuentro que habrá de acercarlos en el muro sobre la fachada de un edificio, de una biblioteca, bajo la mano que descorre la arena para poner otra vez al descubierto la inscripción que luego vuelve a cubrirse y luego otra vez la mano descubre, hasta que descubierta, la inscripción en la loza, en el muro, en el libro, se hace legible, y leemos del encuentro. Y los guerreros se detienen y se encuentran.
En la página. En la loza, en la pared de la biblioteca.
Basta que una mano, la mano del artista, del humano, del guerrero, del niño, ponga al descubierto la inscripción que se ha cubierto de la arena quizá acumulada en el paso de los días y que ha cubierto completamente la inscripción hasta hacerla desaparecer.
Pero ahora la mano se acerca y pone al descubierto la inscripción en la piedra hasta lograr remover toda esa arena que persistentemente cubre la inscripción pero finalmente, cuando la mano logra despejar esa arena, la inscripción se hace otra vez visible y podemos leer que los guerreros se detienen como nosotros nos detenemos ante la inscripción que ha sido sacada a la luz por esa mano y podemos leer cómo se encuentran efectivamente en ese momento en que deciden detenerse para el encuentro.
Y la mano puede limpiar completamente la loza y podemos leer la inscripción. Y podemos presenciar ese encuentro en la loza donde se han escrito las palabras del Canto III de Homero que ahora por fin cuando la mano ha logrado retirar toda la arena que en su persistencia insiste en cubrir el resto de esas palabras del Canto III, finalmente cesa, y por un instante podemos leer el Canto III y asistir al encuentro de los guerreros que por un instante se han detenido. Y podemos ver el encuentro en la inscripción que leemos de Homero en el Canto III de La Ilíada.
Porque no se trata de una alegoría sino de un encuentro con el muro de un edificio público que nos detiene cuando distinguimos la inscripción que habla de héroes que por un momento se han detenido como nosotros ante el muro.
Y por un momento los guerreros se detienen y se encuentran como nosotros que hemos sido detenidos por la inscripción en el muro que nos lleva a leer de ese encuentro de los guerreros que se han detenido en el campo de batalla y se encuentran.
Leemos del encuentro y nos detenemos en el muro y volvemos a la calle o seguimos en la calle después de haber leído del encuentro y de sentir que los héroes también se detuvieron en el campo de batalla y sucedió el encuentro.
Pero son apenas unos renglones los suficientes para detenernos frente al edificio y leer del encuentro donde los guerreros se han detenido y se encuentran.
En el muro está inscrito el Canto que escribió Homero acerca de los guerreros que se encuentran cuando se detienen y el lector se detiene y lee el Canto de Homero donde se cuenta de los héroes que se han detenido y sucede el encuentro.
Pero la artista habría de detenerse frente al muro para esculpir el Canto de Homero que habla del encuentro y se encontraría deteniéndose en el muro para esculpir el canto del poeta que habla del encuentro en que los hombres se bajan de sus caballos deteniendo la guerra, para encontrarse.
Lo que tendría que suceder es el encuentro mismo del muro cuando pasamos y nos detiene la inscripción y leemos del encuentro cuando los guerreros detienen la guerra.
Y entonces es verdadero el encuentro cuando caminando nos detiene la inscripción en el muro y leemos del encuentro de los héroes que han detenido la guerra para encontrarse. Y muchos transeúntes como yo se detienen y leen la inscripción que habla de ese encuentro.
Y el transeúnte se encuentra de cara al muro y se detiene cuando comienza a leer la inscripción que habla del encuentro y el transeúnte lee. Y se detiene. Y por un instante olvida su prisa y la calle se hace semejante a ese campo de batalla y el transeúnte ve el campo. Ve los soldados detenerse y sucede el encuentro. Y el tiempo de su detención frente a la inscripción en la fachada es el mismo tiempo en que el héroe se baja del caballo para encontrarse con los otros héroes que también se han detenido. Y en ese momento el transeúnte lee el Canto III de la Ilíada. Y el Canto lo detiene. Y sucede el encuentro.
Y por un instante cesa, la guerra.
Claudia Díaz, 1 de junio del año 2017, a la espera de la paz