Con el nuevo tiempo otorgado por su jubilación, un buen día Jacinto Albarracín se dijo: puesto que ahora puedo hacer algunas cosas que siempre quise hacer, a lo mejor podría juntar mis viejos amores por las palabras y por las exposiciones de arte en una actividad personal.
Pensando en ambas cosas, se dirigió a Esfera Pública, no porque le atrajera mucho, en verdad, este medio al que sigue prefiriendo la publicación en papel, sino porque desde su punto de vista es casi el único espacio donde encuentra un cierto registro de los acontecimientos de las artes plásticas y algunas discusiones sobre algunos de estos. No dejaba de sorprenderle que se diga que aquel es un espacio de crítica de arte, pues Jacinto, fuera de algunas intervenciones interesantes, ve que a muchas –la mayoría a las les falta el rigor intelectual que el ejercicio de la crítica requiere.
Ha notado que algunas de las estrellas que se han consagrado en este espacio, lo han logrado en gran medida siguiendo un procedimiento: dejar que otros digan algo y luego responderles. De esta manera, el debate se convierte en un intercambio de puyas más o menos inteligentes, más o menos personales, más o menos superficiales entre dos o más contertulios y los temas propuestos apenas si se ven detrás de esa pirotecnia verbal (pues, aunque circule por escrito, esta masa textual tiene mucho del repentismo de la discusión hablada o gritada).
Decidido a intervenir, toma otra almojábana y mientras la saborea, recoge sus inquietudes más recientes. Se ha dicho en este foro que en medio de la crisis de muchos proyectos institucionales, el premio Luís Caballero se erige como una iniciativa importante y, por lo tanto, vale la pena dedicarle una reflexión crítica. Hace ya varios días que el premio se otorgó y no hay comentarios; pues bien, se lanza a la palestra para dar inicio al debate. Guiado por su apreciación personal, inicia el texto: “El premio Luís Caballero empezó mal y terminó mal…”. Sabe que está simplemente expresando un juicio personal que no pretende ser un análisis crítico, ya que esto es lo que espera de la comunidad de críticos que podrán contestar su comentario con razonamientos argumentados que tal vez no cambien su opinión, pero demuestren que el premio otorgado puede ser visto de otras formas, seguramente más justas.
A renglón seguido, refiere su interpretación de las razones que habrían motivado el fallo y las acompaña de una preocupación respecto a las consecuencias que traerá en lo inmediato.
Casi en seguida, encuentra una decepcionante respuesta de Ricardo Arcos-Palma. De una forma condescendiente, Arcos-Palma compara, dirigiéndose al público, a todos los concursos con los reinados de belleza y sobre tamaña banalidad desarrolla su respuesta. Parte de la idea de que el comentario planteaba una suspicacia sobre el resultado. Jacinto cree que esa palabra sugiere mala fe, lo cual no ha sido su intención. Sabe perfectamente que ningún premio satisface a todo el mundo; para escuchar semejantes cosas no se requiere asistir a un foro especializado en Internet, pero supone que más adelante encontrará algo un poco más profundo y lo que va encontrando no hace sino agrandar su decepción. Arcos-Palma simplemente aconseja que los espectadores que conformamos “esa masa (a)crítica” (Jacinto se pregunta qué diablos querrá decir con ese juego de palabras), simplemente no discutamos y lo acompañemos en su postura acrítica, ya que “la obra de Fernando Uhía, va más allá del bien y del mal” y que no cree que “sea ni buena ni mala para haber ganado” (¿Qué querrá decir con eso?).
En cambio, plantea un tema de discusión sobre la conveniencia de que artistas locales premien a artistas locales. Ya habrá quien recoja el guante, no es un tema sobre el que Jacinto pueda decir algo que valga la pena.
Finalmente, se detiene en dos puntos. Uno referente a la influencia que pueda tener el premio, preocupación expresada por Jacinto, la cual nuevamente es trivializada porque es normal que el alumno siempre tienda a emular al maestro. Puesto que las cosas son tan mecánicas, para qué preocuparse, pero Jacinto, que es tozudo y pasó su vida laboral entre estudiantes adolescentes, supone que hay alumnos que irán a las escuelas de arte a algo más que a imitar a algún profesor que obtiene un premio. Además, Jacinto nunca se refirió a las escuelas de arte, de las cuales no tiene tampoco nada que decir, sino a los eventos públicos, porque entiende que una preocupación expresada frecuentemente en este foro es cómo se construye una opinión pública (así se decía en sus tiempos) sobre al arte de un país al que se proponen algunos artistas y obras de arte como modelos desde las instituciones culturales.
El último punto es la sugerencia de ampliar la cantidad de premios para que quepan “hasta princesas” (perdón por el sarcasmo). No es ésa la intención de Jacinto, pero está de acuerdo con una idea: que alguna vez se tenga en cuenta con respeto la opinión del público, así sea para controvertirla con argumentos serios.
Luego se publicaron dos comentarios, de Andrés Hoyos y de Diotima Mantinea, de los cuales Jacinto (a quien le gusta la sensatez de Diotima), para no fatigar al lector, solamente dirá que se refieren a los comentarios publicados con anterioridad, no al premio Luís Caballero.
Termina Jacinto expresando una opinión final. Después de lo dicho, no sería necesario decir nada respecto a la participación de Lucas Ospina. No sería necesario y por elemental decoro pasarla por el silencio, si no fuera porque es un excelente ejemplo del tipo de intervención que solamente persigue un fin: menospreciar al oponente. ¿Un juicio adverso? Destrocemos al remitente, llenemos el espacio de la confrontación pública de supuestos despectivos sobre su autor. Entre más lo ridiculicemos mejor, para dejar claro que como espectador no tiene espacio de opinión y no merece un solo argumento serio.
A todas estas, después de más de una semana de publicado el fallo en esfera pública, el único comentario sigue siendo el de Jacinto…
Jacinto Albarracín