Mientras hacíamos la interminable fila frente a los preparativos de la proyección en video, escuchando algo de música electrónica alemana, no faltó el chiste en torno a si era a Tania Bruguera o a Bono, de U2, a quien habíamos ido a ver. Estábamos en la fila de los indocumentados, casi todos colombianos. La de al lado, donde pastaban aquellos que sí tenían sus credenciales, estaba ocupada en su mayoría por gentes que hablaban otros idiomas. Al final, en todo caso, más de una hora después, dio igual. Unos y otros entramos sin mayores privilegios (a fin de cuentas, la verdadera realeza, con o sin credenciales, siempre puede entrar de primeras a donde les da la gana).
Entramos y, ya en el recinto de la facultad de artes, esperamos un poco más. Todo el mundo sabía que iba a haber perico, por eso todo el mundo fue. El papelito que repartieron a la entrada, explicando qué íbamos a ver y declarando que ni la Universidad ni el Instituto Hemisférico asumían la responsabilidad por el evento, ya nos preparaba para una experiencia “extrema”.
No faltan las ilusiones que uno se hace: de que vamos a ver, por fin, una lucha cuerpo a cuerpo entre guerrilleros y paras; de que las víctimas se van a tomar a piedra la revancha por las injusticias sufridas, de que vamos a oír los bombazos de las pipetas y, quién sabe, a lo mejor morimos en medio del certamen artístico, pero, al final, no pasó nada de eso. ¿Qué coño es una charla sobre el heroísmo de paracos y guerrilleros, hecha de viva voz, si no nos hablan sobre sus poderes sobrenaturales? Yo particularmente esperaba oír declaraciones sobre el poderío de la motosierra y de las quiebrapatas, sobre estrategias combinadas de toma, asalto y emboscada. Esperaba oír de una fuente autorizada cómo es que un puñado de tipos armados logran doblegar a todo un pueblo para desmembrarlos uno por uno a machetazos o con una cortadora de árboles black & decker.
Obviamente, nada de eso pasó. Todo fue la misma historia de siempre, lastimera y patética, como un infomercial de gente gorda que logra adelgazar. Cada uno se echó sus tandas de discurso en orden y sin sobresaltos. Cada uno enfundado en el papel que se sabe de memoria. Ni la víctima se arrojó a mechonear a la exparamilitar, ni el guerrillero salió corriendo asustado por una Tania Bruguera que lo amenazara con una granada. Ni siquiera asistieron los guardias rojos para echar un parcito de petardos. Nada. Que performance tan europeo. Parecía convocado por un instituto hemisférico de la frialdad polar.
El perico estaba bueno, según me dijeron, pero a palo seco ya no me entra a esta edad. Yo creo que faltaron unos traguitos, unos pasabocas y un poquito de música y luces. ¿Qué les costaba, ya metidos en gastos, traer a uno de esos dj’s daneses que hicieron remixes eurobailables de las canciones de las farc para montar la rumba como era?
En fin, aburrido, me uní al grupo de amigos que decidieron hacer tumulto en un pasillo para ver a Gómez Peña. Más de una hora de fila o, más bien, de hacinamiento, fueron mejores para entender con mayor claridad la naturaleza del conflicto colombiano que la desplegada por tanta bruguería.
Detrás nuestro había un grupo de viejas gallinas que, desde el comienzo, asumieron la defensa de la “fila”, pidiendo a la gente que no se colara, contando cuántas personas salían del recinto en el que estaba performiando el mexterminator para exigir que un número igual de bultos entraran. Hasta hubo un conato de pelea con gritos e insultos porque algún aprovechado se coló con la disculpa de que iba a tomar unas fotos con su cámara profesional de nosecuántos megapixeles. Las gallinas cacarearon, insultaron, se indignaron, chiflaron y hasta aplaudieron para hacer ruido buscando boicotear el desarrollo del performance del naftazteca y así, obligar a los que estaban adentro a salir para que ellas pudieran entrar.
Y al final, entramos. Digo al final porque, apenas lo hicimos, se acabó la presentación del artista postmexicano. En todo caso, lo acepto, mi único placer estuvo en que, creo, el gallinero inmamable no logró hacerlo.
De repente la construcción política de los héroes en nuestro país tiene más que ver con la paciencia al hacer una fila interminable, con la defensa a ultranza del puesto, con el insulto y la gritería a los colados (que igual se cuelan), y no con la estupidez y la mojigatería de un “conflicto” que debería resolverse en un reality show de guerra y mutilación. Así, al menos, podríamos, si nos place, oler nuestro propio perico en la paz de nuestros hogares sin que llegaran a joder los representantes de la institución académica que quién sabe para qué querían decomisar la coca que rotaba en los últimos estertores de la bruguería cuando, lo juro, esa misma institución es incapaz de erradicar a los jíbaros de Freud que, por décadas, han convivido en relativa paz y armonía con miles de estudiantes que saben dónde surtirse de mercancía de calidad y a precios muy competitivos, demostrando que narcotráfico y violencia no necesariamente van de la mano. Para eso no hacía falta organizar un festival de performance ni pasar no sé cuántas horas haciendo filas inmamables pero, ya qué.
Víctor Albarracín
5 comentarios
Ejemplos empíricos de identidad nacional de baja intensidad. Universidad Nacional, agosto 27 de 2009.
Gracias por este texto, me gustó mucho.
Antes de la ejecución que tuvo tan rotundo éxito (diría Bruguera después de subirse el rating con este alboroto), la frase «construcción política de los héroes» era una oportunidad de cuestionarse un poco el fenómeno importado de la heroemanía gringa.
El héroe es una figura fantasiosa que encierra conceptos todos venidos de la sensiblería gringa que ha buscado cómo llenar ciertos vacíos legados de una cultura ligera (sólo hablo en término generales) y de esa sociedad añorable que le han vendido al mundo y que primero compraron ellos. Por eso, ante las pocas amenazas que tienen encima como país, necesitan que exista Jurasic Park y Godzilla y que se les venga el mismísimo Armagedon encima porque ellos, gloriosos héroes, sabrán detener para cargarse a sus espaldas, una vez más, el orgullo de haber salvado al mundo. De la misma manera que quieren salvar, de pura filantropía, a los demás países de los «errores» que estos pobres no podrían ver sin esta ayuda divina.
Pues el fenómeno de la heroemanía cayó nada menos que en Colombia donde la tierra está abonadita para que germine la cursilería con pecho a lo gavilán pollero, la misma que inspira el patrioterismo que enferma de fanatismo al colombiano promedio.
Lo que más impresiona de esto no es que tales vergüenzas gringas lleguen a Colombia y germinen en el colombiano de a pie (ya vemos que el sueño americano no desaparece), sino que se repliquen a viva voz en entidades de la que se espera más responsabilidad, mas crítica hacia sus propios procederes y sus publicidades. Es que, al menos yo no tengo conocimiento, de que otras fuerzas militares de otros países tenga la necesidad imperiosa de buscar estrategias de venta! Claro, cuando uno tiene una imagen mas bien desbaratada, procura mostrarle al mundo que realmente no está tan torcido..
En fin, que el colombiano de a pie o el vecino lo eleve a uno a la altura de héroe (que no se dónde carajos quede esa altura ni qué signifique a la larga) porque por puro instinto se lanzó en picada a salvar un perrito de ser atropellado, pues es tolerable, digamos que es un modo ingenuo de llamar las cosas. Pero que una entidad que se obliga a ser responsable con sus mensajes, considere que el grueso de los colombianos concebimos el concepto fantasioso del héroe encarnado en ellos, o es una ingenuidad patética de sus miembros o es una ignorancia perversa que quiere manipular el sentir de los colombianos transformando lo que debería ser un sano respeto por las entidades en un peligroso fanatismo.
Uno de los problemas graves en los que nos encontramos en las artes en todo el mundo es el creer que ya «sabemos» cómo «debe ser» todo; hay una autosuficiencia a priori que nos deja con poco campo para la exploración, se ha perdido la curiosidad por buscar y renovar valores artísticos (¿será quizás porque lanzarse a responder por esa renovación implica hacer tareas, discutir, camellarle a las preguntas con juicio y con tiempo?); confundimos generar taxonomías con desarrollar el estado del arte; es la navaja sin filo: la radio ya sabe lo que el escucha quiere (Tropi, chistes malos), en Sotheby’s ya se sabe el tipo de arte que debe entrar a una subasta millonaria (Hirst y su calavera), el performance político ya «sabe» cómo es ser político, cuales son las formas y las reglas (¿hemisférico en su mayoría?); una rigidización, un neoconservatismo en quienes deberían ser los más liberales, libertarios. Entonces por la misma vía la Bruguera ya sabe cómo es que se disemina lo político desde su trabajo, o al menos eso cree. Esa falta de un arte más abierto, sujeto a revisiones posibles, es lo que a veces alimenta los consensos; posiblemente desde la distancia geográfica a ella le sonaba genial la idea, desde una sala con cocaína mediocre en Madrid (¿perdón la Bruguera es cubana no? Ah ok)… nostalgias de lo «real», el perez de verdad, la víctima de verdad. Olerse entonces a las víctimas como (a) la raya siguiente.
Preguntas: ¿qué hubiese constituido una acción realmente peligrosa, lo cual se suponía era la línea de trabajo por la cual la Bruguera se ha ganado el respeto de la comunidad artística y crítica? Quizás que el público mismo hubiese hecho algo peligroso… como la bolsa con heces, como eso que nos recuerda que la Nacional es un espacio donde los consensos no encajan. Pero esto de hacer fila para drogarse en espacio público… la bolsa de heces hubiese sido mojar la bandeja, dañar el parche, devolverle la bala invisible de su ruleta a misia Bruguera pero en forma de un sabotaje sutil, tumbar la bandeja de un golpe, insisto, dañar el plan, incomodidad… pero hubo consensos en cambio. Huela que es gratis. Ir al opening porque regalan algo.
Rancière ya nos dejó claro que toda acción artísitica es política, entonces la necesidad de subrayar lo político en el arte es ya un poco redundante, nos deja un poco pensando que la acción de la Bruguera es como el negativo de una foto donde se habla de granitos de café que quieren la paz con amor, time to change, largo etc. El siguiente paso sería por ejemplo que el Tiempo saque una nota de escándalo porque en la nacho repartieron perico en una acción artísitica, dejando el análisis en el «shock value» de un aspecto apenas tópico de una situación que iba a tener más fondo. Pero a la vez, se pregunta uno si esa crónica imaginaria no sería, en su desatino, apenas a la medida de la acción de la Bruguera: una mediocridad consensual cubriendo otra.
Menos mal tenemos a Echavarría videograbando a los cantantes de Bojayá, fotografiando a los NN. Menos mal tenemos a Doris dañando el Tate Modern con la cicatriz de su grieta. Contemos nuestras bendiciones que de pronto en nuestra propia amada y odiada Colombia se están generando material y preguntas mucho más vitales. Sin entrar en nacionalismos, todo esto me hace pensar que en otras partes del mundo pueden estar bastante aburridos. No necesitamos confirmaciones de cómo moja el agua, ni bandejas gripaporcinas… necesitamos conmocionarnos, sobrecogernos.
Gracias por su nota, acertada, analítica, peligrosa señor.