En China existía la costumbre de poner a los jóvenes a copiar a mano libros clásicos como acto solitario de lectura.
El reflejo deformado de esta acción es la tradición de dejar a la vista un impoluto y lujoso ejemplar de Don Quijote de la Mancha en mesitas y escritorios de hogares y oficinas. La exposición ‘Manuscritos’, de Milena Bonilla, en Valenzuela Klenner Galería, se debate entre el cuento chino y la ostentación. La artista (o “transcriptora”) expone tres versiones manuscritas de un libro: el primer tomo de la edición de 1867 de El capital, de Karl Marx.
Una copia va en libros impresos que reproducen en línea peluda el retrato greñudo del autor. En las 320 páginas del ejemplar la escritura sufre alteraciones cardíacas: la página legal de créditos y patrocinadores es hecha por una mano díscola y, sin embargo, sumisa, legible; pero al momento de transcribir el contenido la mano es “artística” y la escritura es torrente lineal de letras que retorna a una calma cada vez que copia los títulos de los capítulos: una concesión de mesura que se afana en dar constancia del trabajo: ¡Sí, está completo, lo copié todo! En una vitrina hay una segunda versión de lujo más grande, con tapa dura y filos dorados. La tercera copia es más diestra, con letra escuelera, pero ilegible en conjunto, bloques siniestros de palabras que exceden por punta y punta el campo de visión del lector.
En cierto punto invoca una cita certera de un Marx de 1842 que dice: “La oscuridad de una noche sin final se yergue sobre el texto para hacerlo retorcerse en un silencio incomprensible, siniestro”. El Marx joven profetiza el destino opaco del Marx viejo: ser pretexto para una generación de copistas desangelados (artistas, políticos, teóricos…) que evocan el fantasma de la rebeldía rayando y rayando sobre un triste juego de güija. La trascripción convierte en letra muerta El capital, pero le regala al mundo un nuevo producto, un “libro-arte”. Pero la posproducción engalla el gesto fundamental, opaca la guerra principal: la que tiene todo lector consigo mismo, la de un transcriptor que vive atrapado entre el deber y el placer, entre escribir para el mundo o dibujar para sí mismo.
Un nuevo cuento dice que una versión pirata del libro de Bonilla, sin créditos, cruda, circula en la calle por fuera del circuito galerístico… El rumor lo prueba, el arte es un acto social hecho por hombres solitarios, que terminarán también por sucumbir… ¡y qué Dios los perdone! ¿Qué puede escapar al omnívoro engranaje del mercado?
Lucas Ospina