Gloria Zea, la directora vitalicia del MAMBo, le ha dirigido una carta a la “Apreciada Comunidad Artística de Bogotá”. Quiere que los artistas se unan con ella en la petición para la demolición del mamotreto de concreto erigido sobre de la avenida 26 a la altura de la carrera séptima. Casi tres años han pasado desde que este monstruo apareció pero solo hasta hoy ella decide hacer la vocería de una causa en la que llevan años trabajando unos cuantos ciudadanos vecinos del Parque de la Independencia. Fueron ellos (sin su vocería reciente) quienes, por medio de una acción popular, consiguieron frenar esa obra, ese homenaje al Cartel de la Contratación que erigió la administración del Alcalde Samuel Moreno. Dice Zea en su llamado: “Esta comunicación los invita, sí están de acuerdo, para que firmemos y se lleve a cabo el derrumbe de la estructura de concreto del nuevo puente del Bicentenario que constituye una afrenta, un despropósito urbano y una obstrucción entre los habitantes y el paisaje del lugar.”
Y sí, muy buena la iniciativa de Zea, su interés, pero ¿por qué solo hasta ahora? ¿es la orden de reinicio de la obras lo que la motiva a «indignarse» o hay algo más?
Dice Zea un aparte de su carta: “esta obra deterioró el área y la entrada al Museo por la Calle 26, haciendo que la Sala de Cine Los Acevedo tuviese que cerrar sus puertas al público y desconectó el acceso peatonal entre el parque y la zona cultural.” Y es extraño, pues la sala, para todo el que conoce el museo, también tiene acceso desde su interior, en la planta baja, y si el museo tuviera un interés real por mantener su programación de cine, habilitaría ese flujo. Por ejemplo, el que entra al museo podría comprar la boleta de cine al ingresar, ver de paso la exposición —por el mismo dinero o con un pago adicional— y pasar a ver la película. Pero no, esto no se le ha ocurrido a Zea, ¿por qué será?
Los que hayan asistido a cine en el museo en los últimos años podrán recordar con nitidez la suciedad de la pantalla, la eterna incomodidad de las sillas, la ordinariez del tapete, el olor a orín y humedad y, sobre todo, una programación a sobresaltos de refritos de cualquier cosa que oliera a cine-arte prestado de la programación habitual del cine de cartelera. En los últimos tiempos rara vez hubo algo meritorio y extemporáneo. Quizá la austeridad (cuasi miseria) de la sala se debiera a la siempre descuadrada caja del museo, quién sabe. Lo cierto es que lo único vital en esa sala, y que se extiende resto del museo, es la presencia de unos pocos empleados veteranos, trabajadores de bajos salarios, pero gran dedicación, que son lo más valioso de la institución. Pero de una década para acá lo que se dice una programación de cine, no hubo. Podría resaltarse la iniciativa de ciclo de cine de terror Cinema Zombie (muy adecuado para las tétricas condiciones de exhibición), pero en conjunto la programación no puede compararse con la época dorada de la sala, con sus ciclos de cine por autores, temáticas y países curados por Enrique Pulecio, (y antes por Enrique Ortiga). Decir que a “Los Acevedo” los mató la bestia de la 26 parece un error, un hábil error, por cierto, que puede servir para justificarlo todo.
Tal vez el elefante blanco que está parqueado afuera —la obra de Odinsa-Confase-Opain-Mazzanti-Moreno Brothers— corresponde al elefante museal que tiene enfrente. La desconexión no sería solo entre el “parque y la zona cultural”, sino entre el Museo de Arte Moderno de Bogotá y la “Comunidad Artística” a la que ahora Zea convoca. Pero esa desconexión no está dada solo por la antipatía que despierta la eterna directora del museo y su arrogancia ante cualquier atisbo de crítica a su gestión. “Todo eso son estupideces de los puristas”, dispara ella ante cualquier reclamo. La desconexión está en el museo mismo, en su gestión.
El deterioro físico ha sido muy bien descrito en Mambogotá: mal envejecido de la periodista Dominique Rodríguez, que retrata la decadencia y el desfase con los parámetros que definen estos lugares a nivel mundial: “El problema es que demasiados eventos realizados en el MAMBo parecen desconectados de su ser. Parece como si se hubiera convertido en un salón comunal que se le alquila al mejor postor, pues no se ve el trabajo ni de curaduría ni de educación ni de museografía detrás.” En ese artículo hay un vedemécum de irregularidades, desde obras atrofiadas, desaparecidas o que huyen de la colección hasta “anécdotas personales de su directora Gloria Zea, imposibles de desligar del manejo de la institución, como que llevaba a secar sus tapetes persa al Museo, que sacaba cuadros de la colección para decorar sus cenas privadas”. Rodríguez también menciona “el mal estado de una colección que no se muestra al público, con una programación dispersa”, y subraya una cuestión turbia en lo económico: “una pregunta permanente de a dónde se va todo el dinero que se levanta en subastas de maquetas, ediciones limitadas de computadores, cenas de beneficencia, además de los recursos públicos que recibe imparablemente desde hace años, si los montajes realizados son realmente precarios y sus colecciones están en malas condiciones.”
Y cuando La colección se muestra, como sucede por estos días en la exposición celebratoria de los 50 años del lugar, se ve su potencial, sus joyas, pero también el descuido general: el mal estado de lo expuesto, la museografía precaria y la chambonada en el diseño (ni siquiera las esquinas agudas del logo del museo se salvan y quedaron romas en el impreso de invitación).
El crítico Guillermo Vanegas, invitado a la inauguración de La colección”, en su texto Oro, menciona la discriminación en la entrada, la aglomeración de un público listo a posar en las páginas sociales y, en tono de ironía, señala la ausencia de fichas técnicas en muchas de las obras: “¿Descuido e improvisación? Jamás, guiño, guiño. Incumplimiento de las expectativas de educación a través de la estética. Reducción del autoritarismo de la etiqueta. ¿Para qué informar? ¿En la exhibición de una colección? Fichas técnicas, ¿quién las necesita? (En honor de la verdad, el 80% de obras sin ficha técnica del día de la inauguración se redujo, tres días después, a un honroso 72,6%). Frente al altísimo porcentaje de piezas sin nombre alguien dijo que quizá se trataba de una brillante estrategia de ventas. ‘Así tendremos que comprar el catálogo, para venir y señalar los vacíos.’ Nuevamente, arte e interactividad, y lectura. Pero no se sabía del catálogo. Quizá seguía en preparación.”
Un catálogo como el que nunca existió para un expositor hace más de diez años. El artista veterano, en su exposición retrospectiva de mitad de carrera, en pleno montaje y ante la precariedad del museo, recibió una hojas recicladas para que ahí imprimiera las fichas técnicas de su muestra, con tan mala suerte que al ver el reverso impreso, se encontró con el presupuesto millonario que el museo le adjudicaba a su exposición. Ahí, además de un servicio de fichas técnicas, se incluía un monto millonario para un catálogo a todo color del que nadie le había informado y que por supuesto nunca vio la luz del día. El artista, entre amigos, dice que tiene guardada esa hoja y que algún día la va a hacer pública como evidencia, pero al parecer habrá que esperar a que se abran los libros de contabilidad y se contrate una auditoría para contar la historia de esta institución; habrá más de una sorpresa.
En fin, el único peligro de demoler un elefante blanco es que se demuela el otro. Tal vez a Zea lo que más le molesta es que lo que le construyeron frente a su museo no es solo una “afrenta”, un “despropósito” o una “obstrucción”: es un espejo.
Nota: importante firmar la iniciativa que menciona Zea en su carta, la petición para la demolición de ese esperpento, pero no como lo indica la directora del museo, que pide que todo sea dirigido “al correo direccion@mambogota.com o en físico a la calle 24 # 6–00”. No, las firmas hay que enviarlas al grupo de “catorce residentes de las Torres del Parque” que han liderado desde el comienzo este proceso, en completo anonimato y sin vocerías oportunistas. Ellos ya están en el proceso de montar un blog que canalice este descontento y que le muestre al magistrado del Tribunal Superior que hay una ciudadanía activa mirando sus actuaciones. Este es el proceso público importante, el que le puede hacer contrapeso a los contratistas y funcionarios mediocres que están en pos de que se active la obra para continuar con la parranda contractual, un cabildeo liderado por el Grupo Odinsa-Confase-Opain y al que ahora se ha sumado el Grupo Colpatria y su estrategia de marca (según el IDU, terminar la obra cuesta $19.000 millones, demolerla $1000 millones). Y si se buscan voces autorizadas, en la página de Torre de Babel se pueden leer los textos de varios arquitectos que han sido críticos con esta obra desde su planetamiento inicial y más allá de cualquier interés trepador.
Enviar firmas al Museo de Arte Moderno es legitimarle causas a su directora, que aprovecha esta coyuntura para agenciarse el triunfo de una batalla que se ha luchado por mucho tiempo. ¿Dónde había estado Zea con su cabildeo y su poder?¿Por qué solo recientemente aparece cuando tuvo literalmente esta obra bajo su nariz?¿Por qué afirma en su carta que esta construcción no le fue consultada a «los trabajadores de la cultura» cuando ella sí se reunió con el arquitecto Mazzanti para negociar el callejón entre una obra y la otra?
—
{dossier_mambo} textos.debates.análisis >
https://esferapublica.org/nfblog/?tag=mambo