Hace más de dos años el Museo de Arte Moderno de Bogotá convive con un elefante blanco que se posó sobre la avenida 26. Una bóveda maciza sobresale varios metros por encima del andén, una monumental chambonada de la corruptela de contratistas que se parrandearon los recursos destinados para hacer una excavación más profunda y dejaron un colosal desnivel con el que nadie sabe qué hacer. La mole abandonada de vigas, cemento y varilla amenaza con hundir al edificio que le diseñó Salmona al arte.
Es casi como si un elefante hubiera colisionado con otro. Una coincidencia que acontece precisamente en la celebración de los 50 años del museo, un jolgorio anticlimático: la desazón del terraplén de la 26 se extiende al interior del Museo de Arte Moderno, que desde hace más de una década viene en franco decaimiento. Basta comparar la actual exposición celebratoria con el nivel de la actividad que le daba vida a este espacio hace 24 años.
En 1979 el Boletín #21 del museo anunciaba su agenda trimestral. Un resumen:
—25 años después, una muestra de 66 trabajos de 5 artistas estadounidenses destacados (Robert Indiana, Ellsworth Kelly, Agnes Martin, Louise Nevelson y Jack Youngerman) y un colombiano, Edgar Negret, que coincidieron en la Nueva York de postguerra.
—Selecciones de la Colección Permanente, muestra rotativa anunciada con una foto que dejaba ver una composición de Cárdenas y un Botero (de los buenos). En la sala, limpia e iluminada, destacaba el contrapunto entre unas paredes crudas y otras blancas; una propuesta arquitectónica de Salmona que luego sería anulada por un forro continuo de “drywall” y guardaescobas que le quitaron al lugar su robustez y taparon unos ventanales, todo en aras de un maquillaje museal y señorero.
—Los objetos del culto, muestra individual de Roda en simultánea al V Salón Atenas, iniciativa del curador del museo, Eduardo Serrano; balance entre una muestra de mitad de carrera, crucial para un artista, y un salón de nuevos nombres, vital para que el pasado no devore al presente. Se anunciaba la apertura de salas de Proyectos, un espacio de “carácter o énfasis experimental”: proyecciones de “video-arte” de 3 estadounidenses (Allan Kaprow, Dennis Openheim y Les Levine), “500 telescopios” de Juan Camilo Uribe y dibujos de un venezolano (Gorodine). Y los próximos expositores: Antonio Grass, María de la Paz Jaramillo y Miguel Ángel Rojas (que mostraría ahí su memorable instalación Grano).
—Había 8 conferencias y una curaduría de 41 películas sobre arte. Anuncios de adquisición de obras, noticias cercanas y lejanas y un texto bien editado de Serrano sobre 3 artistas que irían a la Bienal de Sao Paulo.
—Un texto de largo aliento sobre Rufino Tamayo se extendía por 15 páginas bien traducido por la encargada del Área de Difusión.
—Unos desprendibles verdes promovían seis tipos de asociación, de Miembro Honorario (por 500.000 pesos) a Socio Estudiante (por 250 pesos). Todas las afiliaciones daban entrada libre a inauguraciones, exposiciones y películas.
—Había una escuela de guías y estudios dirigida por Beatriz González que vinculaba estudiantes de arte de las universidades Nacional y Tadeo.
—Precios y horarios: martes a domingo de 10 a.m. a 7 p.m. y miércoles hasta las 9 p.m. Boleta: 10 pesos. Obreros y estudiantes: 5 pesos. Último domingo del mes: gratis.
Lo que ahora subsiste son pequeños goces esporádicos, el chisporroteo de un guía o funcionario novel, la labor de Jaime Pulido y el equipo de montaje —en especial Enrique Garzón y Héctor Acosta— que por años han hecho lo mejor posible con los medios disponibles, y afuera, una parca vendedora de dulces que permanece a la entrada y fumando espera. Pero nada más. Visitar la página de internet es contemplar la inopia. El museo no requiere tanto de una nueva sede, lo que necesita es de un verdadero equipo curatorial y de una nueva dirección. Mirar el Boletín de 1979 es recordar los buenos tiempos.
(Publicado en Revista Arcadia #90)