Qué lejos han quedado los días en los que Michel Foucault denunciaba a los sistemas de identificación policial como una herramienta de control del individuo por el Poder, y Deleuze y Guattari cifraban todas las posibilidades de emancipación en estrategias capaces de subvertir las identidades fijas y homogéneas aseguradas por dicha identificación para dar paso a la proliferación de subjetividades heterogéneas, transitorias, mutantes. Y nos parecen lejanas porque aparentemente que ya no tenemos que preocuparnos más por el encasillamiento forzoso en identidades estereotipadas porque redes sociales como Facebook y Twitter nos permiten escapar de ellas, facilitando de manera extraordinaria, y a una escala nunca antes vista, el desdoblamiento en personajes ficticios y de nuestra propia invención que tienen por serlo una libertad de intercambiar con el mundo que – tal y como lo anticipó en la Inglaterra ilustrada la revista The Spectator – le está negada a los personajes reales, siempre atrapados en una restrictiva urdimbre de obligaciones y compromisos, siempre cuidando qué dicen, cómo lo dicen y a quién se lo dicen.
Esta posibilidad ha sido ampliada además por la irrupción de los mundos virtuales, de esa Second Life completamente virtual en la que nuestro avatar, nuestro doppelganger, puede ser exactamente lo que deseamos que sea y aparecer y desaparecer de escena cuando le venga en gana, seguro de que siempre que retorne habrá alguien dispuesto a responder su actuación en un mundo que, por lo demás, se somete sin apenas resistencia a sus deseos. Desafortunadamente lo que en verdad está ocurriendo no es exactamente la realización de ese paraíso ensoñado donde la libertad es la opción carnavalesca de dejar de ser nosotros mismos para mutar, travestirnos o entregarnos al juego de los múltiples devenires imaginados por Deleuze y Guattari. No hay paraíso sin serpiente y en este paraíso virtual que las redes sociales y los mundos virtuales la serpiente la representa paradójicamente la deslumbrante imagen de una libertad infinita, sin sombras ni cortapisas, sin nada que la lastre o la coarte. Imagen que es solo imagen y que por lo tanto omite no solo la grilla aparentemente inocua de restricciones que condiciona nuestro acceso y participación en el mundo virtual sino también el hecho de que a ese mundo ingresan también los agentes de ese mismo Poder que tan radicalmente diseccionó Foucault en su obra. El ejemplo más reciente de esta intromisión lo he hallado en el articulo Revealed: US spy operation that manipulates social media, escrito por Nick Fielding y Ian Cobain en The Guardian(17.03.11). Según dicho artículo, el Pentágono contrató los servicios de una compañía informática de Los Ángeles para el diseño de un software que permite a cada uno de los 50 integrantes de un equipo de operadores militares manipular simultáneamente a 10 avatares, cada uno de ellos dotados a su ves de nombre, señas de identidad y un currículo enteramente creíble e inexpugnable a los intentos de ponerlo en evidencia. ¿Su misión? Participar en ese parlamento virtual que se da en la red en el mundo musulmán y donde son recurrentes las informaciones y las opiniones adversas al poder americano con el fin de contrarrestarlas o neutralizarlas sistemáticamente. Y de difundir, a cambio, una versión de las guerras actualmente en curso en dichos países favorables a los intereses del Pentágono. A la pervesion de la estrategia de subvertir identidades implicita en el hecho de que unos soldados muy disciplinados – fijados por definición en una identidad paranoica – aparenten desdoblarse y mutar, se suma el hecho de que con esa estratagema consiguen ocultar su verdadera condición de ventrilocuos unívocos del poder imperial. El mismo poder que asiste con creciente preocupacion a la actual expansión del parlamento en red y al libre curso de sus deliberaciones.
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Carlos Jiménez